CLAVES Nº 166 – diciembre 2007
El mundo transita
otra crisis petrolera de pronóstico reservado, parecida y a la vez diferente de
las registradas en 1973, 1980, 1990. La gente la padece cuando le toca cargar
combustibles para los vehículos, sacar pasajes en algún transporte o
simplemente soportar indefensa la suba general de precios; es que petróleo y
gas representan todavía casi el 40 % y 25 % de la matriz energética
mundial, respectivamente. Llama la atención cómo difieren las opiniones de
dirigentes políticos y sociales según su posición en el arco ideológico, la
ubicación geográfica y el sector de interés de pertenencia (importador o
exportador, público o privado). La que sigue, entonces, es una modesta
contribución a la confusión general.
De causas,
ganadores y perdedores
¿Causas estrictamente
políticas?, ¿económicas?, ¿naturales? Cualquier crisis que se precie por lo
general no obedece a una sola causa. En los tiempos que corren las más
evidentes son, en primer lugar, la monumental pulseada entre las grandes
potencias industriales para asegurarse el abastecimiento de combustible y conservar
las reservas propias si las tuvieran (las aventuras del lobby neoconservador
que absorbe al presidente G. Bush jr. son prueba incontrastable). El
agotamiento de recursos naturales y el impacto ambiental por su
sobreexplotación inciden en la problemática. La crisis también abre las puertas
a decisiones políticas que repercutirán, tarde o temprano, en la gobernabilidad
internacional. Un ejemplo, la reconsideración de fuentes energéticas de
alternativa –nuclear, biocombustibles- por parte de los países del G 8 más
China e India; otra, rayana en la ciencia ficción, como la desaforada pelea por
la delimitación marítima en el progresivamente descongelado Océano Ártico, en
cuyo subsuelo aguardan recónditos mares de petróleo.
Para Mark Landler (“El precio
del crudo afecta la carrera por la riqueza y el poder”, The New York
Times – Clarín, 17/11/07, p. 5), un barril a u$ 100 genera ganadores y
perdedores y dispara cimbronazos políticos imprevisibles; entre los primeros se
hallan, por supuesto, los países petroleros que se están enriqueciendo en esta
coyuntura. Entre los segundos sobresalen los importadores netos y de nuevo
China e India, las cuales para sostener su ritmo de crecimiento actual
necesitan más y más fluido al punto que el costo económico provoca costos
sociales cuando aumenta el precio en surtidor. Ya está sucediendo en China, que
importa la mitad de su crudo aunque PetroChina sea la mayor productora de crudo
en Asia; peor la India, que carece de reservas e importa el 70 % de lo que
consume. Como en la crisis de los ’70, no se advierte que tamaña riqueza esté
transformando las economías de los países petroleros en vías de
desarrollo, por caso en Angola, Nigeria o Venezuela. Destaca Landler que el
FMI pronosticó para este año un crecimiento del PBI de Angola en 24 % pese a
que 2/3 de su población apenas sobreviven con dos dólares diarios. El gobierno
chino decidió conceder al gobierno de Luanda un préstamo de u$ 12.000 millones
para el desarrollo de infraestructura a cambio de un suministro garantizado de
petróleo. Para Venezuela mantener el litro de nafta a 0,2 centavos de dólar
-contra 0,64 en EUA- requiere un subsidio anual de u$ 9.000 millones, que
podrían usarse con mejor destino. La sospecha de corrupción sobrevuela sobre la
dudosa eficacia de ambas decisiones políticas.
Desde luego hay que ubicar en
el bando ganador a las empresas transnacionales que participan del negocio
sacando muy buenas tajadas. Cabe aclarar que el panorama contemporáneo no es el
que predominó en el imaginario colectivo cuando la furia vindicante setentista:
ya no existen las legendarias 7 Hermanas (British Petroleum, Chevron, Exxon,
Gulf, Mobil, Shell y Texaco), las cuales, para equilibrar la rotunda presencia
de la OPEP tendieron a fusionarse en conglomerados como BP-Amoco (1998),
Exxon Mobil (1999) o Elf-Total Fina (1999). Y como el negocio sigue
alimentándose de las vertientes exploración-explotación, refinación-acopio,
transporte-comercialización, de tales monstruos derivaron “monstruitos” que
funcionalmente explotaron una, dos o las tres variantes juntas. O sea,
centralización por un lado y diversificación por otro es el panorama de la
industria petrolera en los tiempos que corren. El dato importa pues la
acumulación de reservas y la regulación de la extracción inciden en el costo
del barril y en la consiguiente pulseada con los principales países petroleros,
sobre todo los de Medio Oriente, a la hora de fijar precios.