24 de diciembre de 2007

Petra oleum


CLAVES Nº 166 – diciembre 2007

El mundo transita otra crisis petrolera de pronóstico reservado, parecida y a la vez diferente de las registradas en 1973, 1980, 1990. La gente la padece cuando le toca cargar combustibles para los vehículos, sacar pasajes en algún transporte o simplemente soportar indefensa la suba general de precios; es que petróleo y gas representan todavía casi el 40 % y 25 %  de la matriz energética mundial, respectivamente. Llama la atención cómo difieren las opiniones de dirigentes políticos y sociales según su posición en el arco ideológico, la ubicación geográfica y el sector de interés de pertenencia (importador o exportador, público o privado). La que sigue, entonces, es una modesta contribución a la confusión general.

De causas, ganadores y perdedores
¿Causas estrictamente políticas?, ¿económicas?, ¿naturales? Cualquier crisis que se precie por lo general no obedece a una sola causa. En los tiempos que corren las más evidentes son, en primer lugar, la monumental pulseada entre las grandes potencias industriales para asegurarse el abastecimiento de combustible y conservar las reservas propias si las tuvieran (las aventuras del lobby neoconservador que absorbe al presidente G. Bush jr. son prueba incontrastable). El agotamiento de recursos naturales y el impacto ambiental por su sobreexplotación inciden en la problemática. La crisis también abre las puertas a decisiones políticas que repercutirán, tarde o temprano, en la gobernabilidad internacional. Un ejemplo, la reconsideración de fuentes energéticas de alternativa –nuclear, biocombustibles- por parte de los países del G 8 más China e India; otra, rayana en la ciencia ficción, como la desaforada pelea por la delimitación marítima en el progresivamente descongelado Océano Ártico, en cuyo subsuelo aguardan recónditos mares de petróleo.

Para Mark Landler (“El precio del crudo afecta la carrera por la riqueza y el poder”, The New York Times – Clarín, 17/11/07, p. 5), un barril a u$ 100 genera ganadores y perdedores y dispara cimbronazos políticos imprevisibles; entre los primeros se hallan, por supuesto, los países petroleros que se están enriqueciendo en esta coyuntura. Entre los segundos sobresalen los importadores netos y de nuevo China e India, las cuales para sostener su ritmo de crecimiento actual necesitan más y más fluido al punto que el costo económico provoca costos sociales cuando aumenta el precio en surtidor. Ya está sucediendo en China, que importa la mitad de su crudo aunque PetroChina sea la mayor productora de crudo en Asia; peor la India, que carece de reservas e importa el 70 % de lo que consume. Como en la crisis de los ’70, no se advierte que tamaña riqueza esté transformando las economías de los países petroleros en vías de desarrollo, por caso en Angola, Nigeria o Venezuela. Destaca Landler que el FMI pronosticó para este año un crecimiento del PBI de Angola en 24 % pese a que 2/3 de su población apenas sobreviven con dos dólares diarios. El gobierno chino decidió conceder al gobierno de Luanda un préstamo de u$ 12.000 millones para el desarrollo de infraestructura a cambio de un suministro garantizado de petróleo. Para Venezuela mantener el litro de nafta a 0,2 centavos de dólar -contra 0,64 en EUA- requiere un subsidio anual de u$ 9.000 millones, que podrían usarse con mejor destino. La sospecha de corrupción sobrevuela sobre la dudosa eficacia de ambas decisiones políticas.

Desde luego hay que ubicar en el bando ganador a las empresas transnacionales que participan del negocio sacando muy buenas tajadas. Cabe aclarar que el panorama contemporáneo no es el que predominó en el imaginario colectivo cuando la furia vindicante setentista: ya no existen las legendarias 7 Hermanas (British Petroleum, Chevron, Exxon, Gulf, Mobil, Shell y Texaco), las cuales, para equilibrar la rotunda presencia de la OPEP tendieron a fusionarse en  conglomerados como BP-Amoco (1998), Exxon Mobil (1999) o Elf-Total Fina (1999). Y como el negocio sigue alimentándose de las vertientes exploración-explotación, refinación-acopio, transporte-comercialización, de tales monstruos derivaron “monstruitos” que funcionalmente explotaron una, dos o las tres variantes juntas. O sea, centralización por un lado y diversificación por otro es el panorama de la industria petrolera en los tiempos que corren. El dato  importa pues la acumulación de reservas y la regulación de la extracción inciden en el costo del barril y en la consiguiente pulseada con los principales países petroleros, sobre todo los de Medio Oriente, a la hora de fijar precios.