El Tribuno, 5 de julio 2020
“Somos el porvenir de aquellos muertos;
nuestro deber
es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar”
(Oda a la Patria, Jorge L. Borges)
Durante
junio pasado homenajeamos a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano a
200 años de su muerte. Con distintas miradas se recordó su peregrinar por estas
crueles provincias, que contribuyó a independizar con ideas y batallas, y un legado moral todavía inconcluso.
Belgrano
abarca mucho más que la bandera si consideramos su tenacidad, dolores,
frustraciones y vacilaciones propias del difícil tiempo en que vivió. Alguien
dijo que fue abogado de profesión, economista por vocación y militar por
necesidad. Amó y fue amado, estudió, administró, polemizó, viajó, negoció,
guerreó, se equivocó, enfermó, rezó: una dimensión humana solapada detrás del
prócer.
Salta,
provincia fundante de la Nación Argentina y teatro trágico de la gesta
independentista, es también belgraniana. La reciente instalación de una llama
votiva en el Campo de la Cruz indica que hay allí una tumba de guerra,
potenciando el simbolismo de la consigna “A vencedores y vencidos”.