Escribe Gustavo E. Barbarán
“[…] la
alianza es para Brasil no solo un medio de aniquilar al Paraguay, sino muy
principalmente de gobernar a Buenos Aires y Montevideo por el poder de las
finanzas, […] El gobierno argentino no es pobre ciertamente, pero tiene
entregado todo su tesoro a la provincia de Buenos Aires que le sirve de
indispensable pedestal” (J.B. Alberdi)
Se cumplieron 150 años del
fin de la ominosa Guerra de la Triple Alianza (sellada con pacto secreto entre
Argentina, Brasil y Uruguay, en mayo de 1865), la Guerra Guasú para los
paraguayos, sus víctimas totales, entre 1864 y 1870.
La masacre de Cerro Corá -01/05/1870-
aplastó la poca resistencia restante; allí murió Francisco Solano López, sable
en mano hasta que una bala le partió el pecho. Asunción fue tomada y saqueada
por tropas brasileñas, quedando el país en ruina y a merced de la corte
imperial.
En esos tiempos, a las
repúblicas hispanoamericanas les costaba afianzar tanto su organización
institucional como sus economías; también encontraban serias dificultades para
acordar entre sí límites territoriales definitivos. Europa era un hervidero de
“ismos”; los principales países afianzaban su condición de sociedades
industriales e imponían el libre comercio internacional, encaminándose hacia la
era del imperialismo.
Paraguay se desangró de nuevo en la
Guerra del Chaco (1932-1935), esta vez contra Bolivia. Tanto en la primera como
en la segunda maniobraron los intereses británicos, activos entre nosotros
desde nuestra independencia, a través de agentes diplomáticos o de personajes
del submundo secretista, movilizados en favor de una metrópolis empeñada en
construir un orden económico mundial a su medida: materias primas por
manufacturas. La city londinense
concedía empréstitos para sufragar gastos de guerra... y luego la
reconstrucción.
La conmemoración no debe pasar
desapercibida porque fue la más amañada y sangrienta contienda ocurrida en la
América del Sur (más que la posterior Guerra del Pacífico de 1879-1883); y por
sus consecuencias, muchas de las cuales persisten hasta ahora.
Como toda guerra, encontró pretexto en
las luchas intestinas del Uruguay entre Blancos (apoyados por Paraguay) y
Colorados (asistidos por el Imperio de Pedro II). López entendía muy bien que
el juego anglo-lusitano sobre el pequeño estado-tapón, consistía en evitar que
ambas márgenes del Plata pertenecieran al mismo país; y para el mariscal,
agredir a Uruguay desequilibraría a los Estados de la cuenca. La escalada empezó cuando Brasil apoya la
revolución de Venancio Flores e invade Paysandú en agosto de 1864; Argentina
justificó su entrada por la invasión paraguaya a Corrientes en abril de 1865.
Sobre el conflicto hay mucho
investigado y escrito desde todos los puntos de vistas. En esta ocasión
recurrimos a Juan Bautista Alberdi, lúcido y drástico opositor a esa
carnicería, junto con otros argentinos notables (C. Guido Spano, A. de Vedia,
N. Oroño, J. Mármol, F. Frías, J. Hernández) a quienes escocía la gestión
presidencial de Bartolomé Mitre (1862-1868), enfrentado a sangre y fuego con
los caudillos provinciales.
Sarmiento, partidario de la guerra,
sucedió a Mitre en 1869 y no supo mitigar los efectos políticos con una
diplomacia eficaz que frenara las exorbitancias brasileñas. La consigna de su
breve canciller Mariano Varela -“La victoria no da derechos”- fue mera
retórica.
La frase del epígrafe corresponde al comentario
que Alberdi hizo del mencionado Tratado Secreto, y se halla en un libro que
recopiló tres lapidarios ensayos de Alberdi contra la guerra y el gobierno
mitrista, escritos en París en 1865, y que Ediciones de la Patria Grande
(Buenos Aires, 1962) publicó con el título Historia de la Guerra del
Paraguay.
La Argentina ya había
logrado organizarse mediante la Constitución de 1853 en cumplimiento de los
“pactos preexistentes”. La díscola Buenos Aires –causa y efecto de los
desequilibrios- se había reincorporado a la Confederación mediante los retoques
de 1860, pero el país no terminaba de arrancar a causa del férreo centralismo
del gobierno nacional, que producía el alzamiento de provincias
mayoritariamente adversas a la guerra.
El diario La Nación lo crucificó como
traidor y renegado porque Alberdi había llegado al hueso, apuntando
certeramente contra un diseño macrocefálico, que finalmente consolidó los
intereses agroexportadores usufructuando las regalías aduaneras. Y, desde
entonces, la política argentina pivota para bien y para mal en torno de Buenos
Aires ciudad y Buenos Aires provincia.
Para Alberdi, el dramático suceso
constituía un episodio más de las inacabables luchas civiles en los territorios
del antiguo Virreinato del Rio de la Plata, conjugado con la obsesión brasileña
por impedir su reunificación desde que la Casa de Braganza se mudara a estas
costas. López no descartaba una confederación con países sucesores de España; y
quizás por eso Alberdi presentía que Brasil procuraba no tanto su derrocamiento
cuanto la destrucción de Paraguay como Estado.
La guerra no impidió la
consolidación del unitarismo mitrista, reajustado poco después por la
Generación del ‘80. La pobreza sigue siendo el sello distintivo de la
periférica Región del Norte Grande Argentino, compuesta por nueve provincias
del NEA y NOA, limítrofes con las meditarráneas Bolivia y Paraguay, que junto
con la Patagonia están fuera del cuerno de oro del Mercosur.
Corsi e ricorsi de la Historia: los cuatro
contendientes de aquel despropósito militar iniciaron 120 años después -¡y en
Asunción!- un experimento de integración política, económica y social que no
termina de cuajar, cuyo socio principal es el mismo que sacó la mejor tajada en
la contienda poniendo al derrotado en nivel de protectorado.
Paraguay posee una superficie de 406.752
km2 (casi 150 mil km² menos que en 1870) y más de 7,25 millones de
habitantes calculados a 2019. De los 500.000 habitantes que había al empezar el
conflicto, éste aniquiló los dos tercios en su mayoría varones. Hoy hace
ingentes esfuerzos para desarrollarse, pese a la tutela brasileña y la
desatención argentina. Con una economía poco diversificada, cuenta con el mayor
crecimiento de PBI de América Latina y crece sostenidamente desde 1980.
Con los hermanos paraguayos
coincidimos en la región del Gran Chaco; los cuatro fundadores del Mercosur
comparten también el inmenso Sistema del Acuífero Guaraní y, sumada Bolivia,
somos partes del Tratado de la Cuenca del Plata. Los diecisiete departamentos
paraguayos integran la ZICOSUR, de la cual Salta es un factor indispensable.
Por donde lo miremos, Paraguay debe ser centro de nuestra preocupación
geoestratégica regional.
Todo lo que observó y
desveló a Alberdi en su época se insume en nuestra incapacidad de haber
construido un proyecto de país estable, integrado y equilibrado, de consistente
federalismo. Recordando aquel período desde la óptica de las relaciones
bilaterales, Miguel A. Scenna -en “Argentina-Brasil, cuatro siglos de
rivalidad” (Ed. La Bastilla. Buenos Aires, 1975)- expuso en varios capítulos
cómo el Brasil monárquico y esclavista del siglo XIX y republicano en el XX,
fue articulando su geopolítica continental. Varias de las claves de ese
derrotero se remontan a la Guerra de la Triple Alianza y fueron consideradas
por Mario Travassos, talentoso geopolítico, cuyo libro “Proyección continental
del Brasil” centró la atención de los intereses de su país en la Cuenca del
Plata. Varios estudiosos argentinos también atendieron la problemática, pero
nunca logramos sostener una unidad doctrinaria de similar calibre para el largo
plazo por claudicación de nuestras dirigencias.
Augusto Roa Bastos
(1917-2005) escribió el memorable relato “Encuentro con el traidor”, ambientado
en la posguerra del Chaco, en el cual reflexionaba así: “La verdad también
envejece, a veces más rápido que los hombres”. Es imprescindible recordar
aquella tragedia para asumir la historia como fue y actuar en consecuencia. No
permitamos que la verdad envejezca o muera definitivamente, en ninguna
circunstancia.
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