“La muerte de Güemes”
Escribe Gustavo Barbarán
Gran expectativa y
a la vez frustración me produjo la noticia publicada el 1 de febrero: “Colgarán
el cuadro de Güemes en el recinto” (con pocos y selectos participantes,
probablemente). Frustración por comprobar que, de hecho, en ninguna instancia
gubernamental se haya considerado la posibilidad -siquiera temporal- de
ofrecerlo a la comunidad, considerando por un lado que restaurar y trasladar
una obra pictórica es tarea compleja y onerosa; por otro, una suerte de cierre
del Bicentenario del heroico final de nuestro prócer mayor.
El cuadro en
cuestión es “La muerte de Güemes” (incluido desde 1980 en el Inventario del Patrimonio Artístico Nacional), un imponente óleo
de 397 por 240 centímetros del renombrado artista plástico porteño Antonio
Alice. Pintado en 1910, fue premiado ese mismo año con medalla de oro en la
Exposición Internacional de Arte del Centenario, realizada en Buenos Aires. A
fines de 1911, el gobernador Avelino Figueroa lo adquirió por $ 12.000,
instalándolo en el Palacio Legislativo donde en ese tiempo triscaban los tres
poderes del Estado.
Esos y otros datos expuse en “Tres notables pinturas para
el disfrute popular” (El Tribuno, 19/ 04/ 2015), refiriéndome además al estado
y situación de otros dos hermosos óleos: “La Batalla de Salta” de Aristene Papi
(pintado en 1908) igualmente ubicado en el recinto legislativo, pared sur; y el
“Güemes” de Lorenzo Gigli (pintado entre 1943 y 1948), por cuyo tamaño apenas
pudo apoyarse en una pared de la Casa de Hernández, trasladado allí en 1994
desde el Centro Cultural América. Contemplarlo en este caso es más fácil; los
otros dos son hasta hoy para el disfrute exclusivo de los legisladores que
están y vendrán.
Aparte de sus enormes valores artísticos, el de Alice
posee una simbología excelsa: el espectador se transporta en el tiempo y es un
gaucho más contemplando azorado el inexorable fin de su jefe y la angustiosa
incógnita sobre la suerte de la guerra en curso.
En aquella nota precedente comenté asimismo el deterioro
que padecían los tres cuadros, en particular el de Alice. Para entonces, los de
Papi y Gigli habían sido restaurados o estaban en eso. La buena noticia es que,
debidamente restaurado, se lo ubicará pues el martes 8 –aniversario de su
natalicio- donde estaba: la desapercibida pared norte del recinto.
[Cada cuadro y sus autores tienen ricas historias de vida
por detrás. Quien desee más información, puede recurrir a este enlace.
No obstante, será cuestión de tiempo: tarde o temprano
los cuadros de Alice y Papi se estropearán, inexorablemente, por dos básicas
razones: 1 – cada vez que enciendan aire acondicionado o calefacción, los lienzos
se comportarán como esponjas; 2 – ese lugar -¡córcholis!- no es el adecuado.
Para eso están los museos y la Legislatura provincial no lo es ni tiene una
sala que haga las veces.
Así las cosas, desde que algún cagatintas con chapa lo
inventarió como al resto de los muebles de la augusta sede, el gran público
tiene inhabilitado el acceso ágil y gratuito para disfrutarlo las veces que
quiera en horas propias de museo.
Esos óleos inventariados son en verdad del
pueblo salteño que los debe participar al pueblo argentino y al mundo entero:
No hay justificativos para sustraerlos de la apreciación masiva. Y en cuanto a
la obra de Alice, con lo que costó darle a Güemes proyección nacional, en un
museo enseñaría tanto o más que los libros. Tampoco se piense solo en oferta
turística (siendo válido considerarla) sino fundamentalmente como enseñanza de
otra Historia, más creíble, que tanta falta hace en tiempos confusos.
Salta -Capital y Provincia- posee una de las mejores
ofertas museísticas del país (quien esto escribe ansía la apertura de la Casa
Leguizamón). Tenemos museos no aprovechados integralmente por razones
presupuestarias o falta de políticas de mediano y largo plazos en el rubro.
Siendo delicado trasladar un cuadro, desde luego no es
imposible. Y si habría que definir el sitio adecuado no es otro, a mi criterio,
que el Museo Provincial de Bellas Artes. Éste tiene espacios para cobijarlo e
universalizar “La muerte de Güemes”, y represente para el arte nacional algo
parecido a “La muerte de Viriato” o “El entierro del Conde de Orgaz”. ¿Por qué
no?
Salta, provincia fundante de la Nación Argentina, dejó
jirones para construirla y sostenerla en el tiempo. Quien la visita percibe en
el aire la herencia hispana y la condición belgraniana y güemesiana, que nos
distingue y trasunta su geografía.
El arte depura el alma y fortifica identidades, pero para
aprovecharlo hay que exhibir, representar y publicar las valiosas obras que nos
identifican. Frente a ese objetivo superior, ¿qué hacer para revertir tanta
miope apatía? ¿Clamar por un destello de sentido común o acaso una consulta
popular?
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