Escribe Gustavo E.
Barbarán
“Todo orden internacional debe
afrontar, tarde o temprano,
el impacto de dos tendencias que desafían su cohesión:
o la redefinición de su legitimidad o un cambio significativo
en el equilibrio de poder” (H. Kissinger).
El Tribuno, 14 de abril de 2022
En “Ucrania: resabios de guerra fría”
(El Tribuno, 30/03/2022), expresé que la comunidad internacional carece de
reglas fiables para equilibrar poder en este mundo globalizado, en donde
despunta un orden multipolar.
El sistema internacional preparado en
las Conferencias de Bretton Woods (1944) y de San Francisco (1945) -sobre la
base del orden westfaliano- preserva la primacía occidental, incapacitada de
afrontar la calidad de problemas que acechan en este siglo XXI.
También adelanté algunas conclusiones
provisorias: a- la crisis de Ucrania suscita un primer ensayo de resolución con
lógica multipolar; b- Estados Unidos y sus aliados consideran a China
contrincante global; c- Europa no termina de cerrar su identidad democrática,
nacional y comunitaria, mientras Rusia prefiere un polo euroasiático.
En tal marco, aunque parezca un
conflicto de “baja intensidad” de la Guerra Fría, lo de Ucrania expresa las
tensiones derivadas de reacomodamientos geopolíticos. Kissinger lo planteó en
la frase del epígrafe y la invasión del 24 de febrero expuso esa fractura.
La OTAN, buen pretexto
La Alianza Atlántica se había
planteado “nuevos objetivos” en la cumbre de Londres (1990), comprometiéndose a
no expandirse más allá de la Alemania recién unificada. Al mismo tiempo, el unipolarismo norteamericano proclamado por George
H.W. Bush finalizada la Guerra del Golfo Pérsico, duró acaso hasta el derrumbe
de las Torres Gemelas y la crisis financiera de 2008. No obstante las consignas
democracia, derechos humanos y libre comercio perduran como matriz ideológica
de la diplomacia norteamericana.
En diciembre de 1991, la URSS se
disolvió con los Acuerdos de Belavezha
restableciéndose la plena soberanía de los países involucrados; meses
antes había cesado de hecho el Pacto de Varsovia. Pero ni la unificación
alemana, ni la desaparición de la Unión Soviética o el desbarajuste en los
Balcanes replegaron a la OTAN. Al contrario, desde su cuarta ampliación de 1990
hasta la séptima en 2017, sumó trece países euro-orientales, desplegando
misiles en Polonia y Rumania para “prevenir ataques extra continentales”.
Putin, ya en el poder, antes que Iván el Terrible es un oso acorralado, lo cual
no justifica semejante agresión. La
intervención de la Corte Penal Internacional será un dolor de cabeza para los
altos mandos rusos.
Como sea, la OTAN dio buenos
pretextos para que Moscú pateara el tablero tal como lo hizo Z. Brzezinski en
su recordado ensayo “La Guerra Fría y sus secuelas”, escrito en 1992, bregaba
para que la OTAN acompañara los esfuerzos de Ucrania de construirse como nación
en “el antiguo imperio soviético”.
Los Acuerdos de Paz de Minsk (2014) y
su Protocolo (2015) -bajo auspicio de la Organización para la Seguridad y
Cooperación de Europa- tampoco estabilizaron las relaciones Moscú-Kiev. Los
doce puntos negociados todavía son base para acordar el estatus de Donets,
Luganks y Crimea, y el futuro relacionamiento de Ucrania con la Unión Europea y
la OTAN. Las partes aceptaron el ofrecimiento turco para las incipientes
negociaciones en Estambul, con el acompañamiento de los gobiernos de Alemania,
Canadá, Israel y Polonia, tras un alto el fuego y ayuda humanitaria. ¿Cómo evolucionará? Difícil acordar sin plenas
garantías.
Veinte días antes de la invasión, Xi
Jingping y Putin habían emitido una Declaración Conjunta en Pekín, en la cual
rechazaban cualquier ampliación futura de la OTAN y la “influencia” negativa de Estados Unidos
para la paz y seguridad de la región del Asia Pacífico. ¿Se arriesgará China a
una mayor confrontación con Occidente?
¿Unipolar, multipolar?
Mientras la globalización “sucede”
constatando hechos vinculados a los avances en ciencia, tecnológica y finanzas,
la geopolítica implica una construcción colectiva, vinculada con la geografía,
la política y los recursos de poder disponibles por cada país. Las sociedades
desarrolladas, institucionalmente estables y con poderío militar disuasivo, son
las que cuentan con una geopolítica adaptada a los tiempos.
En su libro Geopolítica del mundo
multipolar (Ed. Fides, Tarragona, 2016), Alexander Duguin expuso claves
para entender los movimientos de Rusia y otras potencias que desean superar el
(des)orden actual.
Duguin sostiene el multipolarismo
como forma de terminar con la centralidad de Occidente en todos los planos,
incluso el cultural, fuertemente resistido por pueblos identificados
raigalmente con sus respectivas espiritualidades y religiones. Un polo en sentido
geoestratégico, concluye, “[...] supone que el mapa del mundo futuro debe estar
estructurado de modo que haya varios centros de poder que no posean el dominio
absoluto, en relación de unos a otros, y que permita que diferentes sociedades
puedan unirse a un bloque por libre elección”. Esto diferencia al
multipolarismo del sistema westfaliano, en tanto desconoce que un solo estado
nacional sea “polo” de pleno derecho.
¿Vamos a un mundo unipolar con
Estados Unidos a la cabeza (más G7, OTAN, G20, FMI, BM, OMC, OCDE), bipolar
(Estados Unidos-China), tripolar, cuadripolar? Nuevamente, el mundo no se
adecua a cada doctrina de los Estados sino que las políticas se adaptan a los
hechos.
Entiéndase además que cualquier orden
también se construye. Dificultosamente, en tiempos en que para la mayoría de
los países, y por razones multicausales, la problemática pasa por la
gobernabilidad de sus sociedades antes que por la dialéctica
democracia-autocracia, como pretende el establishment occidental.
Ancien ŕegime
Dos ensayos dan la pauta de cómo se
acomodan argumentos en función de intereses geopolíticos. Uno es de Madeleine Albright, secretaria de estado de B.
Clinton, fallecida a fines de marzo: “El próximo
renacimiento democrático. La oportunidad de Estados Unidos para liderar la
lucha contra el autoritarismo” (Foreing Affaires, nov.-dic. 2021). Allí
despliega la consigna mesiánica de llevar democracia -antes el “progreso”- a
todos los países del mundo, como si nunca hubieran ocurrido Vietnam,
Afganistán, Balcanes, Irak, Siria y sigue la lista. Para ella, China y Rusia son los países más autoritarios
del mundo que desperdiciaron
la oportunidad de establecerse como modelos globales, “una alternativa
atractiva a la democracia liberal”, con Trump en la Casa Blanca y atascada
Europa en disputas internas. Al poco transparente gobierno chino y su tendencia
a la intimidación, concluye, “lo han dejado con más contratos que amigos”. A la
vez, el régimen de Moscú, igual de corrupto y poco confiable, está manejado por
“un solo hombre que se acerca rápidamente a su telón final”; lo cual no deja de
ser una verdad pues Putin no tiene sucesor y menos Rusia una alternancia.
El
otro ensayo, de Francis Fukuyama (el de El fin de la historia), se
titula “La guerra de Putin contra el orden liberal” (Financial Times,
04/03/2022). A la profesión de fe democrática de la finada, éste suma mística
liberal “atacada por izquierda y derecha”, considerando que el espíritu de 1989
no ha muerto: “la Rusia de Putin se ve claramente ahora no como un estado con
quejas legítimas sobre la expansión de la OTAN, sino como un país resentido y
revanchista que intenta revertir todo el orden europeo posterior a 1991”. No
más preguntas, Señoría. La invasión rusa -pronostica- terminará en un desastre
para Rusia; y para Ucrania, agrego modestamente, por lo de Bertrand Russell “La
guerra no determina quién tiene razón, sino quién queda”.
Esas
opiniones, obviamente, no representan la voz oficial de la Casa Blanca, pero
sus autores integran un establishment al que no le cuadra la multipolaridad.
Del capítulo “Conclusión”, del libro Orden mundial (Debate, 2016), cito
esta otra frase de Kissinger, quien expresa una posición más realista de las
relaciones internacionales hacia la cual posiblemente derive la política
exterior norteamericana y de la UE: para construir un orden mundial, “una
cuestión clave inevitablemente concierne a la esencia de sus principios
unificadores, que implica una distinción cardinal entre los enfoques
occidentales y no occidentales del orden”. Compatibilizarlos es la fórmula
sensata aplicable en esta instancia histórica.
Con
el correr de los meses chequearemos el impacto negativo de esta absurda
decisión militar en la economía mundial, ya afectada por la pandemia. Pero eso
sería tema para otra nota.
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