25 de febrero de 2024

Ucrania y la geopolítica multipolar

 

          Escribe Gustavo E. Barbarán

                                                                     “Todo orden internacional debe afrontar, tarde o                                                                     temprano, el impacto de dos tendencias que desafían su                                                                               cohesión: o la redefinición de su legitimidad o un cambio                                                                                                significativo en el equilibrio de poder” (H. Kissinger).      

El Tribuno, 14 de abril de 2022

                                       

En “Ucrania: resabios de guerra fría” (El Tribuno, 30/03/2022), expresé que la comunidad internacional carece de reglas fiables para equilibrar poder en este mundo globalizado, en donde despunta un orden multipolar.

El sistema internacional preparado en las Conferencias de Bretton Woods (1944) y de San Francisco (1945) -sobre la base del orden westfaliano- preserva la primacía occidental, incapacitada de afrontar la calidad de problemas que acechan en este siglo XXI.

También adelanté algunas conclusiones provisorias: a- la crisis de Ucrania suscita un primer ensayo de resolución con lógica multipolar; b- Estados Unidos y sus aliados consideran a China contrincante global; c- Europa no termina de cerrar su identidad democrática, nacional y comunitaria, mientras Rusia prefiere un polo euroasiático.

En tal marco, aunque parezca un conflicto de “baja intensidad” de la Guerra Fría, lo de Ucrania expresa las tensiones derivadas de reacomodamientos geopolíticos. Kissinger lo planteó en la frase del epígrafe y la invasión del 24 de febrero expuso esa fractura.

La OTAN, buen pretexto

La Alianza Atlántica se había planteado “nuevos objetivos” en la cumbre de Londres (1990), comprometiéndose a no expandirse más allá de la Alemania recién unificada. Al mismo tiempo, el unipolarismo norteamericano proclamado por George H.W. Bush finalizada la Guerra del Golfo Pérsico, duró acaso hasta el derrumbe de las Torres Gemelas y la crisis financiera de 2008. No obstante las consignas democracia, derechos humanos y libre comercio perduran como matriz ideológica de la diplomacia norteamericana.

En diciembre de 1991, la URSS se disolvió con los Acuerdos de Belavezha  restableciéndose la plena soberanía de los países involucrados; meses antes había cesado de hecho el Pacto de Varsovia. Pero ni la unificación alemana, ni la desaparición de la Unión Soviética o el desbarajuste en los Balcanes replegaron a la OTAN. Al contrario, desde su cuarta ampliación de 1990 hasta la séptima en 2017, sumó trece países euro-orientales, desplegando misiles en Polonia y Rumania para “prevenir ataques extra continentales”. Putin, ya en el poder, antes que Iván el Terrible es un oso acorralado, lo cual no justifica semejante agresión. La intervención de la Corte Penal Internacional será un dolor de cabeza para los altos mandos rusos.

Como sea, la OTAN dio buenos pretextos para que Moscú pateara el tablero tal como lo hizo Z. Brzezinski en su recordado ensayo “La Guerra Fría y sus secuelas”, escrito en 1992, bregaba para que la OTAN acompañara los esfuerzos de Ucrania de construirse como nación en “el antiguo imperio soviético”.

Los Acuerdos de Paz de Minsk (2014) y su Protocolo (2015) -bajo auspicio de la Organización para la Seguridad y Cooperación de Europa- tampoco estabilizaron las relaciones Moscú-Kiev. Los doce puntos negociados todavía son base para acordar el estatus de Donets, Luganks y Crimea, y el futuro relacionamiento de Ucrania con la Unión Europea y la OTAN. Las partes aceptaron el ofrecimiento turco para las incipientes negociaciones en Estambul, con el acompañamiento de los gobiernos de Alemania, Canadá, Israel y Polonia, tras un alto el fuego y ayuda humanitaria. ¿Cómo  evolucionará? Difícil acordar sin plenas garantías. 

Veinte días antes de la invasión, Xi Jingping y Putin habían emitido una Declaración Conjunta en Pekín, en la cual rechazaban cualquier ampliación futura de la OTAN y  la “influencia” negativa de Estados Unidos para la paz y seguridad de la región del Asia Pacífico. ¿Se arriesgará China a una mayor confrontación con Occidente?

¿Unipolar, multipolar?

Mientras la globalización “sucede” constatando hechos vinculados a los avances en ciencia, tecnológica y finanzas, la geopolítica implica una construcción colectiva, vinculada con la geografía, la política y los recursos de poder disponibles por cada país. Las sociedades desarrolladas, institucionalmente estables y con poderío militar disuasivo, son las que cuentan con una geopolítica adaptada a los tiempos.

En su libro Geopolítica del mundo multipolar (Ed. Fides, Tarragona, 2016), Alexander Duguin expuso claves para entender los movimientos de Rusia y otras potencias que desean superar el (des)orden actual.

Duguin sostiene el multipolarismo como forma de terminar con la centralidad de Occidente en todos los planos, incluso el cultural, fuertemente resistido por pueblos identificados raigalmente con sus respectivas espiritualidades y religiones. Un polo en sentido geoestratégico, concluye, “[...] supone que el mapa del mundo futuro debe estar estructurado de modo que haya varios centros de poder que no posean el dominio absoluto, en relación de unos a otros, y que permita que diferentes sociedades puedan unirse a un bloque por libre elección”. Esto diferencia al multipolarismo del sistema westfaliano, en tanto desconoce que un solo estado nacional sea “polo” de pleno derecho.

¿Vamos a un mundo unipolar con Estados Unidos a la cabeza (más G7, OTAN, G20, FMI, BM, OMC, OCDE), bipolar (Estados Unidos-China), tripolar, cuadripolar? Nuevamente, el mundo no se adecua a cada doctrina de los Estados sino que las políticas se adaptan a los hechos.

Entiéndase además que cualquier orden también se construye. Dificultosamente, en tiempos en que para la mayoría de los países, y por razones multicausales, la problemática pasa por la gobernabilidad de sus sociedades antes que por la dialéctica democracia-autocracia, como pretende el establishment occidental.

Ancien ŕegime

Dos ensayos dan la pauta de cómo se acomodan argumentos en función de intereses geopolíticos. Uno es de Madeleine Albright, secretaria de estado de B. Clinton, fallecida a fines de marzo: “El próximo renacimiento democrático. La oportunidad de Estados Unidos para liderar la lucha contra el autoritarismo” (Foreing Affaires, nov.-dic. 2021). Allí despliega la consigna mesiánica de llevar democracia -antes el “progreso”- a todos los países del mundo, como si nunca hubieran ocurrido Vietnam, Afganistán, Balcanes, Irak, Siria y sigue la lista. Para ella, China y Rusia son los países más autoritarios del mundo que desperdiciaron la oportunidad de establecerse como modelos globales, “una alternativa atractiva a la democracia liberal”, con Trump en la Casa Blanca y atascada Europa en disputas internas. Al poco transparente gobierno chino y su tendencia a la intimidación, concluye, “lo han dejado con más contratos que amigos”. A la vez, el régimen de Moscú, igual de corrupto y poco confiable, está manejado por “un solo hombre que se acerca rápidamente a su telón final”; lo cual no deja de ser una verdad pues Putin no tiene sucesor y menos Rusia una alternancia.

El otro ensayo, de Francis Fukuyama (el de El fin de la historia), se titula “La guerra de Putin contra el orden liberal” (Financial Times, 04/03/2022). A la profesión de fe democrática de la finada, éste suma mística liberal “atacada por izquierda y derecha”, considerando que el espíritu de 1989 no ha muerto: “la Rusia de Putin se ve claramente ahora no como un estado con quejas legítimas sobre la expansión de la OTAN, sino como un país resentido y revanchista que intenta revertir todo el orden europeo posterior a 1991”. No más preguntas, Señoría. La invasión rusa -pronostica- terminará en un desastre para Rusia; y para Ucrania, agrego modestamente, por lo de Bertrand Russell “La guerra no determina quién tiene razón, sino quién queda”.

Esas opiniones, obviamente, no representan la voz oficial de la Casa Blanca, pero sus autores integran un establishment al que no le cuadra la multipolaridad. Del capítulo “Conclusión”, del libro Orden mundial (Debate, 2016), cito esta otra frase de Kissinger, quien expresa una posición más realista de las relaciones internacionales hacia la cual posiblemente derive la política exterior norteamericana y de la UE: para construir un orden mundial, “una cuestión clave inevitablemente concierne a la esencia de sus principios unificadores, que implica una distinción cardinal entre los enfoques occidentales y no occidentales del orden”. Compatibilizarlos es la fórmula sensata aplicable en esta instancia histórica.

Con el correr de los meses chequearemos el impacto negativo de esta absurda decisión militar en la economía mundial, ya afectada por la pandemia. Pero eso sería tema para otra nota.

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