Escribe Gustavo E.
Barbarán
La guerra en Ucrania, todavía convencional y geográficamente acotada, posee componentes suficientemente graves como para expandirse hasta un holocausto, pendiente de un hilo la “contención” nuclear de la Guerra Fría. ¿Podrá resolverse mediante negociaciones bilaterales, cuándo?; ¿sin garantes? ¿Hay líderes globales con talla para conducirlas a buen puerto?
Heridas abiertas en los
‘90 aún no cicatrizan, entretanto los jugadores de este póquer global mueven
sus fichas en un contexto de cambio epocal, ideológicamente sobrecargado y por
eso impide ver el bosque. De allí esta nota, en cuanto propone observar la
arboleda entera para detectar las causales de éste y conflictos similares,
latentes en varias regiones del mundo; anticiparlos y, de ser posible,
desenmascarar a los fulleros (que no necesariamente ocupan cargos gubernamentales).
Por las consecuencias
sociales, políticas y económicas, cuyos efectos están repercutiendo -y muy mal-
en nuestro globalizado diablo mundo en pandemia, esta crisis excede los
intereses de los países involucrados.
Observar con perspectiva
histórica y geopolítica -bastante referenciada y poco precisada- releva de
atender las causas inmediatas de la injerencia rusa en la región del Dombás,
suficientemente difundidas. Atrás de eso, hay siglos de encuentros y
desencuentros, imperios ascendentes y decadencias, guerras interminables,
revoluciones, holodomor, gulags, epifanías.
Historia magistra
vitae
La Primera Guerra Mundial
puso fin al orden imperial europeo, expandido a sangre y fuego, dejando como
lección que la fuerza no debía utilizarse para traspasar riquezas entre países.
La Segunda dejó otra, cualitativamente distinta: jamás la guerra para imponer
objetivos nacionales, aunque nunca se cumplió cabalmente. De ella derivaron
tres pilares básicos de Naciones Unidas: no uso de la fuerza, solución pacífica
de controversias, cooperación internacional.
Tales principios
derivados del concepto de soberanía (integridad territorial, no intervención),
no lograron centralizar y garantizar la seguridad colectiva en el Consejo de
Seguridad, por dos motivos: 1- el desigual sistema de votación en ese órgano,
que concede derecho de veto a sus cinco miembros permanentes (todas potencias
nucleares); 2- la habilitación por la misma Carta -art. 51- de los acuerdos
regionales de seguridad colectiva (TIAR 1947, OTAN 1949, ANZUS 1951, Pacto de
Varsovia 1955, SEATO 1955), constituidos en la inmediata posguerra con la
lógica de “una guerra política y económica por medios no letales”. Sin embargo,
Estados Unidos y la URSS jamás confrontaron militarmente entre sí, dirimiendo
sus esferas de influencia en conflictos de baja intensidad devastadores para
los pueblos atrapados en ellos.
Así funcionaba la Guerra
Fría. ¿Qué lección dejó, entonces? Quizás que las superpotencias industriales
no supieron compaginar una globalización imparable con nuevos mecanismos para
equilibrar poderes sin amenazar con armas de destrucción masiva.
El añejo orden
estatocéntrico instituido con la Paz de Westfalia de 1648 se asentaba en los
principios de soberanía, libre determinación y equilibrio de poderes. Los dos
primeros sirvieron durante siglos para acomodar cargas dentro de cada país; no
obstante, la paz mundial dependió regularmente del tercero, o sea de políticas
de poder de ardua compatibilización.
Tal equilibrio
intra-europeo fue imprescindible cuando los principales países se iban
industrializando obligando el libre comercio. Desde aquella lejana fecha,
Europa diseñó el mundo a su antojo y sigue pagando las consecuencias. A fines
del siglo XIX concluyó el sistema del Concierto Europeo por un nuevo cambio de
circunstancias (ascenso de EE.UU y Japón, entre otras), y por carecer de una
autoridad superior que lo sostuviera; lo cual explica el fracaso posterior de
la Sociedad de las Naciones.
¿Cómo y quién puede
frenar hoy la escalada rusa (“agresión” para el derecho internacional)? ¿Acaso
el Consejo de Seguridad puede ordenar su retiro de Ucrania y a la vez
garantizarle el no ingreso de ésta a la OTAN?
Un orden que se
reacomoda
El orden westfaliano y el
derecho internacional de él derivado -un “discreto civilizador de naciones”-
fueron neta creación europea. Desde entonces, el mundo se rigió en función de
los intereses de aquella Europa expansiva que, así como exprimía pueblos, se
masacró en sucesivas guerras internas, desde las Napoleónicas de 1803-1815 a
las dos fatídicas del corto siglo XX. Parafraseando a Thomas Mann (que aludía a
su patria alemana), Europa ama el orden pero tiene una secreta propensión al
caos.
El derrumbe de la Unión
Soviética no cerró definitivamente la Guerra Fría: desapareció el Pacto de
Varsovia pero no la OTAN por las mismas razones, en tanto se mantiene la
impronta occidental, aumentada con las reglas de Bretton Woods -aplicadas por
el FMI, BM y OMC- y la Carta de Naciones Unidas. Concluirá el día en que se
afiance el nuevo esquema de seguridad mundial, que ya empezó con trabajo de
parto.
Aquel Pacto varsoviano
mutó, a su vez, en Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (1992),
suscripto entre Rusia y países de Asia Central ex URSS. Y, signo de estos
tiempos, en septiembre de 2021, Estados Unidos sacó de su galera el AUKUS, un
acuerdo estratégico con Australia y el Reino Unido para “defender los intereses
compartidos en el Indopacífico” (para furia de Francia, excluida de ese trato y
de una venta multimillonaria de submarinos nucleares a Australia precisamente).
Pensando en China, obvio. ¿Acaso no había concluido la Guerra Fría; o es un
escenario distinto?
Se trata, pues, del
equilibrios de poderes en un mundo en transición, cuyo eje geopolítico se
trasladó del Atlántico Norte a las cuencas del Pacífico e Índico, con
situaciones muy complejas y difíciles de encarar sin reglas de juego que
contemplen tanto los intereses estatales y los de la humanidad.
En suma, vayan estas
conclusiones provisionales: 1 - posiblemente estemos frente al primer
experimento de resolución de un conflicto “de los viejos” con lógica de
multipolaridad; 2 – Estados Unidos seguirá animando un orden bipolar con China
como contrincante global, y 3 – Europa no termina de construir una identidad
compatible con la doble democracia (las nacionales y la comunitaria), mientras
Rusia está definiendo su polo de pertenencia, Eurasia.
Esta nota pudo haberse escrito igual
sin escenario bélico e, incluso, más allá del inevitable resultado desastroso:
cada día de guerra genera un año de resentimiento entre los pueblos
involucrados. Y eso no tiene perdón de Dios.
Continuará…
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