10 de agosto de 2021

Que no se joda el Perú...

Diario El Tribuno, 10 de agosto 2021

 

Nos sumamos al certero análisis de Pascual Albanese, publicado el domingo 1º, con las reflexiones que siguen. Cuanto ocurra en el país hermano debe interesarnos, preocuparnos y motivarnos, ese Perú tan solidario durante la Guerra de Malvinas. Su memoria colectiva posiblemente vaya olvidando la agachada. Pero pasará tiempo todavía para la absolución, que dependerá claramente de nuestras actitudes.

Cómo no sentirse traicionados por el país de su Libertador argentino, siendo -junto con Brasil, Chile y EE.UU- garante de la paz peruano-ecuatoriana luego del conflicto -a principios de 1995- por la delimitación del Alto Cenepa, en la Cordillera del Cóndor. El contrabando a Ecuador sucedió entre 1991 y 1995: los decretos habían autorizado vender armamento a Panamá y Venezuela, pero en algún recodo del camino las armas se desviaron a Croacia y Ecuador. La escandalosa causa penal dio vueltas durante un cuarto de siglo, sobreseyéndose al presidente Menem.

Y celebrando el Bicentenario de la Independencia asumió finalmente Pedro Castillo, consagrado por el Jurado Nacional de Elecciones, pese a las impugnaciones de Keiko Fujimori y el fogoneo implacable de Mario Vargas Llosa (perdidoso ante Alberto en las elecciones de 1990, sostén de su hija en esta ocasión). La concurrencia de delegaciones gubernamentales disipó las sospechas.

Perú soporta desbarajustes institucionales desde la recuperación democrática en 1980. A partir de Fernando Belaúnde Terry se sucedieron once presidentes, incluyendo los veinte años al hilo del “Chino” Fujimori y dos mandatos alternados de Alan García.

Tras el breve interinato de Valentín Paniagua, Alejandro Toledo asumió la presidencia aventajando por apenas un 6% de votos a García; Alan venció a Ollanta Humala en 2006 por el 5% de sufragios; Humala a Keiko en 2011 con magra diferencia del 3%; Pedro Kuczinsky a Keiko por el 0,3% en 2016 y, en el presente año, ésta pierde su tercera elección ante Castillo por finitos 44.000 votos (0,2%).

Fujimori padre está cumpliendo condena de 25 años por crímenes políticos y corrupción; Toledo con libertad bajo fianza en EE.UU y proceso de extradición abierto, acusado por los sobornos de Odebrecht; Alan García suicidado por el mismo motivo en abril de 2019; Humala manotea en una causa penal también por Odebrecht, lo mismo que Kuczinsky; Martín Vizcarra es investigado por sobornos de otras empresas.

Esos magros márgenes electorales más la retahíla de destituciones y procesos penales, expresan desinterés y desconfianza en la población. En la primera vuelta del 11 de abril había dieciocho candidatos a presidente, ninguno de los cuales llegaba siquiera al 20% de las preferencias del electorado. Pasaron a la segunda del 6 de junio solo Keiko y Pedro con las peripecias conocidas.

En estos días las expectativas son muchas, pero más las dudas, luego de las tres  últimas crisis sucesivas que voltearon a sendos mandatarios, las cuales milagrosamente no se llevaron puesta una macroeconomía bastante afiatada pese al contexto mundial complicadísimo. El Congreso peruano es unicameral; tiene entre otras la facultad de destituir presidentes y convalidar gabinetes; Perú Libre solo cuenta con 37 de 130 escaños, un fuerte condicionante para el nuevo gobierno. Y en eso anda.

Según datos del Banco Mundial, la economía peruana viene ralentizada desde 2014. El PBI cayó un 11% y el empleo alrededor del 20% entre abril y diciembre de 2020. El presidente Sagasti, penúltimo de la zaga, implementó un programa integral involucrando casi un 20% del PBI para compensar tanta pérdida, asistir a los vulnerables y salvar empresas. Resultado: el déficit público aumentó un 8,2%, la pobreza trepando al 27% con una deuda pública en el 35% del PBI, 5 puntos arriba de lo permitido por ley. 

Crisis políticas suceden en todas partes y nos parecen imputables más a las dirigencias que a la democracia como sistema, algo que conviene tener claro. En Perú los partidos tradicionales -salvo Acción Popular- prácticamente desaparecieron y fueron paulatinamente sustituidos por nuevas agrupaciones armadas sobre restos, facciones y defecciones de otras. La política peruana quizás paga la culpa de tanta camándula que replegó a la ciudadanía. Cuando se recorre el mosaico político interviniente en la última elección, se advierte un bajo nivel de representatividad, lo cual usualmente desemboca en ingobernabilidad deslegitimante. 

El ascenso de Pedro Castillo y su partido a las ligas mayores generó los primeros sacudones. ¿Sabe, quiere, puede? ¿Cuál es su margen? La designación de Pedro Francke, un economista moderado que lo asesoró en los tramos finales de campaña,  ¿podrá equilibrar con la del radicalizado Guido Bellido, nuevo presidente del Consejo de Ministros? ¿Se animará contra la autonomía del Banco Central de Reserva? Vladimir Cerrón, castro-chavista radicalizado, líder y fundador de Perú Libre, ya le marcó la cancha.

La retórica vigilada de esa izquierda jurásica lo llevó a negarse a gobernar, como legalmente corresponde, desde la Casa de Pizarro, sede y residencia oficial del presidente, por ser “símbolo mayor del colonialismo”. Mas, en su derrotero histórico, Perú tuvo emperadores incas y virreyes; más recientemente un Odría pero también Haya de la Torre, a Velazco Alvarado y Belaúnde Terry, a Fujimori y los nombrados arriba. La obnubilación ideológica está interfiriendo una visión integral de la historia peruana.

Castillo, desde inicios de su campaña, tuvo en contra al establishment y hoy camina en campo minado: ¿tendrá la pax de los primeros 100 días para acomodarse? Aparte de cuestiones coyunturales y apremiantes, este primer presidente venido del campesinado serrano deberá definir, más temprano que tarde, si seguirá la hoja de ruta que de prepo le trazó Cerrón, con cambio de Constitución incluido e inevitable deriva autoritaria sino totalitaria; o apostará por una síntesis que supere tantos desaguisados acumulados durante decenios.

Si seguirá por zurda, y vale para todas las izquierdas criollas, tendrá que reinventarla apuntando a su reconciliación y convivencia con la democracia republicana, lo que todavía es un oxímoron. No alcanza con la relectura de los Siete Ensayos de Mariátegui o compaginar con el oscuro y activo Sendero Luminoso. Por caso, los candidatos chilenos de izquierda, triunfantes en las recientes elecciones, lo están entendiendo y actuando en consecuencia. ¡Guarda!, que Día del Juicio habrá en que todo saldrá en la colada.

Quizás lo mejor del mentado Vargas Llosa sea su “Conversación en La Catedral”. Sentado en una mesa de esa legendaria confitería limeña, agobiado por una realidad nacional lacerante y sus propios fantasmas, Santiago Zabala, personaje principal periodista de profesión, mascullaba esta pregunta cósmica: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. La frase se inmortalizó y aplicó después -mutatis mutandi- a distintas contingencias nacionales.

Ojalá ese entrañable país, tan ligado a nuestro Norte Argentino, no siga jodiéndose. ¡Fuerza Perú!

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