Diario ElTribuno 19 de mayo 2019
Su proyección más allá de los negocios fue resultado de la habilidad con que encaró el gremialismo empresario desde la Federación Económica de Tucumán, luego sumada a la Confederación General Económica, creada por JBG en agosto de 1952 y con todo el apoyo del gobierno peronista.
Nació en abril
de 1917 en Radomsko, ciudad polaca arrasada durante la 2ª Guerra Mundial. Su
familia judía había escapado a tiempo y, a mediados de los ’30, radicado en el
Noroeste argentino. Parecía un personaje de John Le Carré, con un derrotero
plagado de vicisitudes y claroscuros, aunque siempre ascendiente.
De vendedor
ambulante en Catamarca y Tucumán pasó a ser dueño de una inmensa fortuna. Fue
socio de la familia Madanes en las empresas FATE y ALUAR, la más grande planta
de aluminio primario de Sudamérica ubicada en Puerto Madryn.
Para ese
tiempo, José Ber Gelbard (JBG) –cuadro del Partido Comunista Argentino- era un reconocido
personaje del mundo empresario proyectado a la política.
Jacobo
Timmerman lo recordó como “genio financiero del imperio económico
montado por el comunismo argentino”, confiable para el Mossad, el Departamento
de Estado y el Kremlin, amigo de Fidel Castro y Salvador Allende, conocido de
los Kennedy, opositor de Nixon, aliado de López Rega y Montoneros. Esa versatilidad de “topo” define al personaje.
Su proyección más allá de los negocios fue resultado de la habilidad con que encaró el gremialismo empresario desde la Federación Económica de Tucumán, luego sumada a la Confederación General Económica, creada por JBG en agosto de 1952 y con todo el apoyo del gobierno peronista.
La
idea de nuclear a federaciones de pequeñas y medianas industrias del país fue acertada,
una forma de aglutinar a esa burguesía nacional siempre víctima de la
macroeconomía. De allí su apoyo a la estrategia industrialista de Frondizi, a
cuyo triunfo electoral contribuyó interviniendo –se dice- en el armado del
pacto electoral con Perón.
Pero
su hora más gloriosa llegó cuando asumió la cartera de economía en mayo de 1973,
acompañando a Héctor Cámpora. Continuó con Lastiri y siguió –con más razón- hasta
la muerte de Perón. Asumida María Estela Martínez, lo remplaza por Alfredo
Gómez Morales, al cual sucede poco tiempo después Celestino Rodrigo. Variados
análisis económicos consideran que el plan de Gelbard fue presupuesto necesario
del “rodrigazo”.
Vale,
por tanto, una referencia al famoso Pacto Social, promovido ahora por Cristina
Fernández de Kirchner, con el cual Gelbard quiso apaciguar las tensiones
sociales en esos difíciles años de plomo.
En
abril del ‘71, la CGE había condicionado su apoyo a Lanusse si previamente
convocaba al empresariado nacional para “la concertación de un acuerdo
socioeconómico como complemento indispensable” del Gran Acuerdo Nacional
promovido por Lanusse. Diez meses después Gelbard y los suyos ya estaban en la
vereda del frente, con Perón a punto de reinstalarse en Buenos Aires.
Los
comunicados de la CGE, de fuerte tonalidad política, fueron la base de la
propuesta de La Hora del Pueblo, un conglomerado armado a partir del recordado
encuentro entre Perón y el líder radical Ricardo Balbín. Tal propuesta, conocida
por esos mismos días, tenía un perfil dirigista casi igual -en los trazos
gruesos- con el modelo implementado entre 2007 y 2015.
Contracara
fueron los postulados del documento “La única verdad es la realidad”, inspirado
en la usina frigerista y de corte desarrollista, suscrito por Perón en febrero
de 1972 para convocar al Frente Cívico de Liberación Nacional. Fue descartado por
el Frente Justicialista de Liberación Nacional, vencedor de las elecciones de
marzo de 1973.
Asumido
en el Ministerio de Economía, JBG propuso el Pacto Social –suscripto en el
Congreso Nacional- y un Plan Trienal
“para reconstruir lo destruido” con un arsenal de leyes más retóricas que
pragmáticas, detalladas por Daniel Muchnik en el libro citado al pie, con la
consigna “inflación cero”.
La
firme oposición desarrollista, expresada en las páginas de Clarín, tensionó las
relaciones con Gelbard al extremo de haber intentado reducirle la pauta o clausurarlo.
El viejo Frigerio lo había descalificado: “ensayo populista”, una reedición del
plan Krieger Vasena (ministro entre 1966-1969), de estabilidad sin desarrollo
que tarde o temprano afectaría el salario real y desalentaría las inversiones.
El
populismo de la propuesta gelbardista y la ortodoxia liberal siguiente de
Martínez de Hoz son dos caras de la misma moneda, partían de diagnósticos
equivocados y operaban con recetas monetaristas y fiscales, uno para regular y redistribuir ingresos otro para
liberar la economía; ambos sin atacar las causa estructurales de la inflación,
vinculadas a la recesión y desarticulación del aparato productivo.
El
recordatorio de la ex presidenta en la Feria del Libro resucitó a Gelbard... y constató
la centralidad política de Cristina Fernández, corroborada por la cantidad de
notas (ésta entre tantas) y análisis sobre JBG que se derivaron. Pero nada
quedará finalmente una vez enfriadas nuestras fugaces pasiones. Cosas del
temperamento criollo.
Castro
Madero recuerda un oscuro incidente: en 1976 se denunció en Canadá al
presidente de la AECL (la comisión de energía atómica de ese país), quien tres
años antes había depositado u$ 2.5 millones en una cuenta numerada en Suiza,
por indicación de Italimpianti, empresa italiana adjudicataria de la
construcción de la Central Nuclear de Embalse en Córdoba, que por su parte también
había hecho lo mismo a favor de un “intermediario”. Nada nuevo, dentro de todo.
La
demanda motivó la intervención de la justicia argentina, de nuestra cancillería
y la propia CNEA, pues comprometía al plan nuclear. Tras años de idas y vueltas,
el Trade Development Bank fue obligado en 1985 a dar el nombre del titular de
aquella cuenta: José Ber Gelbard. La revelación fue inconducente pues la acción
penal ya estaba extinguida por su fallecimiento, exiliado en Nueva York, en
octubre de 1977.
La
misma sublimación que elevó a Cámpora a los altares, pretende ahora irradiarse
al ex ministro. Una cosa es resucitarlo, otra redimirlo. ¿Se vendrá La Gelbard?
A
los efectos de esta nota consultamos los siguientes libros: Daniel Muchnik, De Gelbard a Martínez de Hoz (Ariel, Bs. As. 1978); Rogelio
Frigerio, Diez años de la crisis
argentina (Sudamericana, Bs. As. 1983); Carlos Castro Madero, Política nuclear argentina: ¿avance o retroceso? (IPN, Bs. As.
1991); María Seoane, El burgués maldito. La historia
secreta de José Ber Gelbard (Ed. Planeta,
Bs. As. 1998); Mario Morando, Frigerio,
el ideólogo de Frondizi (A-Z, Bs. As. 2013).
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