Lanzado el proceso electoral, las
principales espadas de la aturdida política argentina plantean su esgrima para
recrear el diálogo, construir consensos, acordar políticas de Estado, combatir
la pobreza y la inseguridad. Lo mismo de siempre en estas ocasiones.
Si, por milagro, sentáranse todos
en la misma mesa, probablemente les cueste acordar siquiera una agenda de
trabajo. Eso quedó expuesto con la oportunista convocatoria presidencial de
estos días.
¿Por qué cuesta tanto? Porque la
Nación Argentina carece de meta y, por ende, no hay cómo articular los objetivos
estratégicos (eso son las “políticas de Estado”) propuestos al voleo. Dicho de
otro modo, la ausencia de visión geopolítica nos condena al marasmo en que
vivimos y sin miras de zafar.
Así las cosas, parece improbable
que algún conglomerado político encare uno de los más graves problemas de la
Argentina: la ausencia de políticas demográficas, siendo la población el mayor
recurso tangible de poder con que cuenta un país.
Comprobación
de nuestra imprevisión e impericia es la Patagonia vacía, cuyas cinco provincias
constituyen casi la mitad del territorio continental argentino; pero la
densidad poblacional en el 57% de esa área es menor a 1 h/km2, porcentaje casi
igual hasta la fecha.
La República Argentina -octava
superficie del planeta- cuenta apenas con 44.494.502 personas a 2018, población
que no guarda proporción con su tamaño y recursos. Ocupamos la 32ª posición
poblacional con este dato negativo: la mitad de los habitantes se concentra en
menos de un tercio del territorio y esa escala económica posterga el desarrollo
equilibrado del país. En el nuevo esquema de poder mundial, que se va configurando
sin que nos demos cuenta, serán protagonistas centrales los países de mayor
población e importante territorio.
Tomás Malthus (1766-1834) había
planteado en su tiempo que la población mundial crecía más que los recursos.
Por ende, la sobrepoblación -sobre todo en las grandes concentraciones urbanas-
impactaba en las clases bajas y podía originar riesgos sociales e
institucionales inmanejables. Los neomalthusianos del siglo XX –con su
documento liminar el Informe Meadows “Los límites del crecimiento”- implantaron
ese temor en un mundo desconsiderado con la naturaleza, la cual da signos de
agotamiento sumiendo en la indigencia a millones de seres humanos.
Ocurrida la implosión soviética,
Estados Unidos proclamó de hecho un orden unipolar. Y coincidente con esa
pretensión, sucedió la Conferencia de Naciones Unidas sobre Población y Desarrollo
en El Cairo, septiembre de 1994. A partir de esa cumbre, se intensificó el control
de la natalidad a como dé lugar, que ya estaba actuando en los países del
tercer mundo con campañas masivas de esterilización.
Entre las organizaciones utilizadas
para ese embate estaba el propio Fondo de Naciones Unidas para la Población y
el Desarrollo, la OMS, UNESCO y UNICEF; la Agencia Internacional para el Desarrollo
(AID) del gobierno norteamericano promotora de campañas de planificación
familiar con financiación del Banco Mundial; la sibilina Federación
Internacional de Paternidad Planificada (IPPF), ong con sede en Londres, que
financia similares en varios estados. Esas entidades cuentan con un catálogo de
argumentos para presionar a los países en vías de desarrollo a fin de que adopten
las políticas de control que aconsejan a cambio de proyectos, préstamos y
facilidades.
Sin
embargo, a inicios de este siglo, el temor a la bomba poblacional mutó por la
bomba del envejecimiento (excepto en África), dato acentuado a partir de la
segunda mitad del siglo XX. La población joven se reduce dramáticamente y las
pirámides poblacionales de cualquier parte lo reflejan.
Nuestro
comprovinciano Jorge Paz, en su necesario libro ¡7.500 millones de personas! Qué es y para qué sirve la demografía
(Siglo XXI Editores; Buenos Aires, 2018), considera al envejecimiento un
fenómeno multicausal de consecuencias impredecibles, la primera de las cuales es
obviamente cómo mantener a los viejos si se reduce la fuerza de trabajo.
Muchos países (Francia, por caso,
desde Chirac en adelante) han replanteado sus políticas demográficas, asumiendo
que el “ritmo” poblacional debe sostener la gobernabilidad pues las
consecuencias económicas y sociales del envejecimiento son imprevisibles. La prolongación
de la vida puede resultar estratégicamente peligrosa si –al mismo tiempo- disminuye
la tasa de fecundidad.
La fecundidad es motor del cambio
estructural de una población. El proceso de reproducción -o recambio-
generacional ocurre con una tasa de 2,1 o más; menos que eso es regresiva. Indicadores
del Banco Mundial a 2016, comparados con 1960, daban estas cifras: la natalidad
en Alemania era a esa fecha de 1,50 (contra 2,37 de 1960); España, 1,33 (2,86);
Francia, 1,96 (2,85); Gran Bretaña, 1,80 (2,69); Italia, 1,35 (2,37). Como se
advierte, en más de seis décadas, la disminución de nacimientos fue drástica.
En ese mismo informe, la tasa argentina
en 1960 era de 3,11 y a 2016 2,29, todavía sobre la tasa de recambio. Pero en
el área metropolitana y conurbano bonaerense –a 2014- ya es negativa (1,9) y
con tendencia a seguir bajando. Coincidimos con Paz cuando señala que los
planificadores estatales –cuando los hay- no saben muy bien qué hacer con su
demografía frente a “megatendencias” como la globalización, la urbanización de
las sociedades, la industrialización o las migraciones internas y externas.
¿Y qué pasa en Salta? Según
estimaciones del INDEC para 2019,
Salta desplazó a Entre Ríos del séptimo lugar nacional en población (1.406.584
contra 1.373.270). No obstante, dadas nuestra extensión, conexiones camineras,
aéreas y ferroviarias, y recursos naturales, nuestra Provincia debiera tener –mínimo-
tres millones de habitantes. Una población de semejante tamaño equilibraría el
poder político nacional, consolidaría un mercado interno provincial sustentable
y afirmaría nuestra posición de bisagra suramericana. No es solo interés de
Salta; también lo es para la Argentina.
No podemos esperar más la
construcción de una política demográfica, que resulte de una concertación
federal. Siendo probable que la problemática no figure en las agendas de
campaña, lo hagamos por nuestra cuenta.
Empecemos por crear condiciones
suficientes para que nuestros comprovincianos permanezcan en sus lugares de
residencia. Estamos repitiendo a escala provincial el mismo defecto que a
escala nacional: en el Valle de Lerma -menos de un tercio de la superficie
provincial- concentramos la mitad de la población salteña, con todos los
problemas que eso acarrea y están a la vista.
Salta es una provincia física y
poblacionalmente invertebrada, pero tiene ecúmenes históricas en las cuales
centrar el esfuerzo generando condiciones de arraigo para su gente. La lista
está constituida por varios ejes: 1) Galpón–Metán-Rosario de la
Frontera–Candelaria-El Tala; 2) la cuenca del río Calchaquí desde Cafayate a La
Poma; 3) el nodo San Antonio de los Cobres; 4) el Valle de Lerma de punta a
punta; 5) el nodo Gral. Güemes–Campo Santo–El Bordo; 6) Iruya–Santa Victoria;
7) Aguas Blancas–Orán–Pichanal–Embarcación–Aguaray–Tartagal–Salvador Mazza; 8) las
poblaciones asentadas sobre la RN 81; 9) Apolinario Saravia-Lajitas-JV González;
10) el caso especial de Rivadavia-Santa Victoria Este, que junto con la puna
salteña son vacíos poblacionales. Bordes, desiertos y pasos internacionales,
merecen atención especial por razones culturales y de defensa.
La cuestión poblacional –por exceso
o defecto- es una problemática de cada Estado. A ellos le corresponde
exclusivamente, y sin interferencias, abordar políticas demográficas acordes a
sus respectivos proyectos e intereses nacionales. La planificación demográfica
es la más básica pues permite conocer con qué recursos humanos contamos, su
distribución territorial, situación educativa, sanitaria, etcétera.
Nuestra escasez poblacional es
funcional con el papel de productores de alimentos para 400 millones de
personas, que parece tenemos asignado. Hoy en día contar con extensas
superficies terrestres y marítimas sin relación adecuada con la población, es
demasiado peligroso. El caso argentino es casi suicida.
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