12 de mayo de 2019

Población: la más sensible cuestión geopolítica

Lanzado el proceso electoral, las principales espadas de la aturdida política argentina plantean su esgrima para recrear el diálogo, construir consensos, acordar políticas de Estado, combatir la pobreza y la inseguridad. Lo mismo de siempre en estas ocasiones.
Si, por milagro, sentáranse todos en la misma mesa, probablemente les cueste acordar siquiera una agenda de trabajo. Eso quedó expuesto con la oportunista convocatoria presidencial de estos días.
¿Por qué cuesta tanto? Porque la Nación Argentina carece de meta y, por ende, no hay cómo articular los objetivos estratégicos (eso son las “políticas de Estado”) propuestos al voleo. Dicho de otro modo, la ausencia de visión geopolítica nos condena al marasmo en que vivimos y sin miras de zafar.
Así las cosas, parece improbable que algún conglomerado político encare uno de los más graves problemas de la Argentina: la ausencia de políticas demográficas, siendo la población el mayor recurso tangible de poder con que cuenta un país.
Comprobación de nuestra imprevisión e impericia es la Patagonia vacía, cuyas cinco provincias constituyen casi la mitad del territorio continental argentino; pero la densidad poblacional en el 57% de esa área es menor a 1 h/km2, porcentaje casi igual hasta la fecha.
La República Argentina -octava superficie del planeta- cuenta apenas con 44.494.502 personas a 2018, población que no guarda proporción con su tamaño y recursos. Ocupamos la 32ª posición poblacional con este dato negativo: la mitad de los habitantes se concentra en menos de un tercio del territorio y esa escala económica posterga el desarrollo equilibrado del país. En el nuevo esquema de poder mundial, que se va configurando sin que nos demos cuenta, serán protagonistas centrales los países de mayor población e importante territorio.
Tomás Malthus (1766-1834) había planteado en su tiempo que la población mundial crecía más que los recursos. Por ende, la sobrepoblación -sobre todo en las grandes concentraciones urbanas- impactaba en las clases bajas y podía originar riesgos sociales e institucionales inmanejables. Los neomalthusianos del siglo XX –con su documento liminar el Informe Meadows “Los límites del crecimiento”- implantaron ese temor en un mundo desconsiderado con la naturaleza, la cual da signos de agotamiento sumiendo en la indigencia a millones de seres humanos.
Ocurrida la implosión soviética, Estados Unidos proclamó de hecho un orden unipolar. Y coincidente con esa pretensión, sucedió la Conferencia de Naciones Unidas sobre Población y Desarrollo en El Cairo, septiembre de 1994. A partir de esa cumbre, se intensificó el control de la natalidad a como dé lugar, que ya estaba actuando en los países del tercer mundo con campañas masivas de esterilización.
Entre las organizaciones utilizadas para ese embate estaba el propio Fondo de Naciones Unidas para la Población y el Desarrollo, la OMS, UNESCO y UNICEF; la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID) del gobierno norteamericano promotora de campañas de planificación familiar con financiación del Banco Mundial; la sibilina Federación Internacional de Paternidad Planificada (IPPF), ong con sede en Londres, que financia similares en varios estados. Esas entidades cuentan con un catálogo de argumentos para presionar a los países en vías de desarrollo a fin de que adopten las políticas de control que aconsejan a cambio de proyectos, préstamos y facilidades.
Sin embargo, a inicios de este siglo, el temor a la bomba poblacional mutó por la bomba del envejecimiento (excepto en África), dato acentuado a partir de la segunda mitad del siglo XX. La población joven se reduce dramáticamente y las pirámides poblacionales de cualquier parte lo reflejan.
Nuestro comprovinciano Jorge Paz, en su necesario libro ¡7.500 millones de personas! Qué es y para qué sirve la demografía (Siglo XXI Editores; Buenos Aires, 2018), considera al envejecimiento un fenómeno multicausal de consecuencias impredecibles, la primera de las cuales es obviamente cómo mantener a los viejos si se reduce la fuerza de trabajo.
Muchos países (Francia, por caso, desde Chirac en adelante) han replanteado sus políticas demográficas, asumiendo que el “ritmo” poblacional debe sostener la gobernabilidad pues las consecuencias económicas y sociales del envejecimiento son imprevisibles. La prolongación de la vida puede resultar estratégicamente peligrosa si –al mismo tiempo- disminuye la tasa de fecundidad.
La fecundidad es motor del cambio estructural de una población. El proceso de reproducción -o recambio- generacional ocurre con una tasa de 2,1 o más; menos que eso es regresiva. Indicadores del Banco Mundial a 2016, comparados con 1960, daban estas cifras: la natalidad en Alemania era a esa fecha de 1,50 (contra 2,37 de 1960); España, 1,33 (2,86); Francia, 1,96 (2,85); Gran Bretaña, 1,80 (2,69); Italia, 1,35 (2,37). Como se advierte, en más de seis décadas, la disminución de nacimientos fue drástica.
En ese mismo informe, la tasa argentina en 1960 era de 3,11 y a 2016 2,29, todavía sobre la tasa de recambio. Pero en el área metropolitana y conurbano bonaerense –a 2014- ya es negativa (1,9) y con tendencia a seguir bajando. Coincidimos con Paz cuando señala que los planificadores estatales –cuando los hay- no saben muy bien qué hacer con su demografía frente a “megatendencias” como la globalización, la urbanización de las sociedades, la industrialización o las migraciones internas y externas.
¿Y qué pasa en Salta? Según estimaciones del INDEC para 2019, Salta desplazó a Entre Ríos del séptimo lugar nacional en población (1.406.584 contra 1.373.270). No obstante, dadas nuestra extensión, conexiones camineras, aéreas y ferroviarias, y recursos naturales, nuestra Provincia debiera tener –mínimo- tres millones de habitantes. Una población de semejante tamaño equilibraría el poder político nacional, consolidaría un mercado interno provincial sustentable y afirmaría nuestra posición de bisagra suramericana. No es solo interés de Salta; también lo es para la Argentina.
No podemos esperar más la construcción de una política demográfica, que resulte de una concertación federal. Siendo probable que la problemática no figure en las agendas de campaña, lo hagamos por nuestra cuenta.
Empecemos por crear condiciones suficientes para que nuestros comprovincianos permanezcan en sus lugares de residencia. Estamos repitiendo a escala provincial el mismo defecto que a escala nacional: en el Valle de Lerma -menos de un tercio de la superficie provincial- concentramos la mitad de la población salteña, con todos los problemas que eso acarrea y están a la vista.
Salta es una provincia física y poblacionalmente invertebrada, pero tiene ecúmenes históricas en las cuales centrar el esfuerzo generando condiciones de arraigo para su gente. La lista está constituida por varios ejes: 1) Galpón–Metán-Rosario de la Frontera–Candelaria-El Tala; 2) la cuenca del río Calchaquí desde Cafayate a La Poma; 3) el nodo San Antonio de los Cobres; 4) el Valle de Lerma de punta a punta; 5) el nodo Gral. Güemes–Campo Santo–El Bordo; 6) Iruya–Santa Victoria; 7) Aguas Blancas–Orán–Pichanal–Embarcación–Aguaray–Tartagal–Salvador Mazza; 8) las poblaciones asentadas sobre la RN 81; 9) Apolinario Saravia-Lajitas-JV González; 10) el caso especial de Rivadavia-Santa Victoria Este, que junto con la puna salteña son vacíos poblacionales. Bordes, desiertos y pasos internacionales, merecen atención especial por razones culturales y de defensa. 
La cuestión poblacional –por exceso o defecto- es una problemática de cada Estado. A ellos le corresponde exclusivamente, y sin interferencias, abordar políticas demográficas acordes a sus respectivos proyectos e intereses nacionales. La planificación demográfica es la más básica pues permite conocer con qué recursos humanos contamos, su distribución territorial, situación educativa, sanitaria, etcétera.
Nuestra escasez poblacional es funcional con el papel de productores de alimentos para 400 millones de personas, que parece tenemos asignado. Hoy en día contar con extensas superficies terrestres y marítimas sin relación adecuada con la población, es demasiado peligroso. El caso argentino es casi suicida.

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