Todos peronistas…
Confirmadas las principales fórmulas
presidenciables y definidas las candidaturas expectables para las bancas del
Congreso Nacional, se confirmó un pronóstico: peronistas hay en todas ellas.
Peronistas de la primera hora (los menos, por razones etarias), de la segunda (heredo setentistas anclados ahora en la izquierda cultural) y tercera (la mélange posmenemista). En fin, peronistas son todos: más o menos nuevos, mutantes y tránsfugas con distinta autonomía de vuelo. A varios se les puede rastrear el origen (PC o UCD, por citar puntos extremos); o de ninguno reconocible, provenientes de movimientos sociales que dan chapa. Esto corrobora la amplitud y generosidad del Movimiento.
El historiador Fermín Chávez
(1924-2006) escribió un pequeño libro muy entretenido “La chispa de Perón” (Ed.
Cántaro, Buenos Aires 1990), en el cual recoge “setenta relatos, con humor
sarcasmo y sentencia” asignados a Perón. Entre ellas no figura la frase aquí mentada,
lo cual no significa que se haya inventado. Habría sido la respuesta del
General a un interlocutor cuando su primer regreso a Buenos Aires, en 1972,
luego del largo exilio. Entonces Perón había entendido la necesidad de
construir un vasto frente electoral y programático para cerrar el ciclo militar
Onganía-Lanusse. Así encuentra explicación esa anécdota que, de hecho, lleva el
sello de Perón.
Varios notorios candidatos no resisten
archivos de prensa ni expedientes judiciales. Desopilante el repaso mediático
de lo que unos decían de los otros y viceversa. ¿Tendrá eso algún costo
electoral o es solo colorida pintura de época, difícil de modificar?
Pero cada cual con su conciencia. Si poseen
convicciones genuinas, demuestran aptitudes y les preocupa el bien común,
enhorabuena que entren a la actividad política como máxima expresión de caridad.
Más allá de las chuscadas, advertimos un
problema: la confusión reinante hace impredecible el comportamiento de un
electorado al que todo le resbalará hasta octubre, lo cual no es bueno. La
indiferencia en estos casos no suma en la interminable construcción de la
cultura cívica. El 35 % del electorado –millennials,
nacidos entre 1980 y 1995, tiene un comportamiento electoral errático. ¿A quiénes
elegirá una generación refractaria a la política pero que debiera empezar a involucrarse
en los asuntos públicos?
Barajar y dar de nuevo
Una buena porción ciudadana, llevada
por su propio olfato, procura entender, para decidirse, qué es hoy el
peronismo. Tal pareciera que de la respuesta dependa zafar de nuestro atascamiento
como sociedad, considerando que el PJ ha gobernado mayormente el país y las
provincias desde 1983 (y aún antes), mediante alternancias dinásticas y
comportamientos feudales. Que el peronismo sea la única fuerza capaz de
gobernar este país es un corolario de lo otro, una leyenda a estar por números
y resultados.
Con todo, quede muy claro que nuestra
declinación no es responsabilidad exclusiva del peronismo. ¿Cómo exculpar de
sus insensateces e inhabilidades a los que también gobernaron o gobiernan y no
lo son? ¿Quién puede tirar la primera piedra en esta sufrida Argentina?
El panorama se complica en el Occidente
“líquido” que describe Zygmunt Bauman, una de cuyas características es la de no
pensar para el largo plazo; lo cual explica la evidente deslegitimación
política de dirigencias despistadas y partidos políticos vaciados de contenidos.
En tal contexto, agobiados por la
recesión económica de un gobierno que practicó el ajuste sin un elemental plan
de desarrollo, la supuesta polarización -que enfrenta el pasado populista con este
presente frustrante- es otra huida hacia adelante y apenas la punta del iceberg.
Para colmos, el debate político insustancial
e incapaz de abordar cuestiones de fondo, ignora la reflexión geopolítica, la definición
de meta y objetivos, la planificación estratégica. La impronta adversarial,
encofrada en la dialéctica derecha-centro-izquierda, progresismo-conservadurismo,
heterodoxia-ortodoxia, ahogó el debate de ideas y profundizó las grietas (en
plural, pues son varias).
…y radicales y desarrollistas…
En definitiva, ¿qué decimos con
“peronistas somos todos” si ningún peronista puede definir al peronismo hoy en
día? Si asumimos como corresponde una visión integral de la historia, todos
tenemos algo de peronistas, pero también de radicales y de desarrollistas, por subrayar
los tres términos de la irresuelta ecuación argentina.
Nadie le puede negar al justicialismo/peronismo
el acierto histórico de haber incorporado a los trabajadores a los asuntos
públicos. Todos reivindicamos la justicia social, promotora de la “igualdad de
oportunidades”, que define la nueva cláusula del progreso prevista en el art.
75 inc. 19 de la Constitución Nacional.
De igual modo, ¿acaso nuestro clamor
por más República es marca registrada y patrimonio del radicalismo? Pero cómo
negarle a la UCR la gestión histórica de haber sumado a las clases medias e
instalado un triste fervor por la democracia
republicana, asumiendo que nuestro déficit no es tanto de democracia cuanto de
república.
¿Solo los irredentos seguidores de Frondizi
y Frigerio viejo somos los únicos desarrollistas? Fue una torpeza supina haber
frustrado la construcción del desarrollo económico en el tiempo histórico indicado,
como fueron los años ’50 y ’60 del siglo anterior. Un amplio sector de las
dirigencias políticas y sociales así lo entienden y, por tanto, podríamos decir
que desarrollistas somos todos… pues no cabe otra solución que movilizar el
aparato productivo nacional, con todo lo que implica.
Por cierto, en esta época globalizada,
el desarrollo se mide por otras variables difíciles de construir pero no
imposibles ni inalcanzables.
¡Urgente, una síntesis!
Tal vez haya llegado el tiempo en que
la política criolla se sacuda de sus rémoras y mañas, trace una raya y, de acá
en más, las preferencias políticas se encaucen en movimientos, partidos o
alianzas que comprendan que trabajen en paralelo esos términos de la ecuación
argentina, cada uno con su impronta, con justicia social, república y desarrollo,
con una meta única y una docena de políticas de estado como objetivos
estratégicos. Mientras definamos y acordemos una meta geopolítica, los melones
se acomodarán andando.
Parece sensato, entonces, desterrar de
nuestra minusválida cultura política mitos como la frase que titula esta
columna, porque -hilando fino- es parcial e injusta a dos bandas: para el
propio peronismo y para los que no lo somos. No será sencillo e indoloro dejar
atrás nuestra incultura cívica, que degradó la política y por ende la calidad
institucional, entendiendo que se trata esencialmente de una construcción e
incluye a los sótanos, según advertía Ortega y Gasset.
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