28 de junio de 2019

Peronistas somos todos…


Todos peronistas…

Confirmadas las principales fórmulas presidenciables y definidas las candidaturas expectables para las bancas del Congreso Nacional, se confirmó un pronóstico: peronistas hay en todas ellas.


Peronistas de la primera hora (los menos, por razones etarias), de la segunda (heredo setentistas anclados ahora en la izquierda cultural) y tercera (la mélange posmenemista). En fin, peronistas son todos: más o menos nuevos, mutantes y tránsfugas con distinta autonomía de vuelo. A varios se les puede rastrear el origen (PC o UCD, por citar puntos extremos); o de ninguno reconocible, provenientes de movimientos sociales que dan chapa. Esto corrobora la amplitud y generosidad del Movimiento.  

El historiador Fermín Chávez (1924-2006) escribió un pequeño libro muy entretenido “La chispa de Perón” (Ed. Cántaro, Buenos Aires 1990), en el cual recoge “setenta relatos, con humor sarcasmo y sentencia” asignados a Perón. Entre ellas no figura la frase aquí mentada, lo cual no significa que se haya inventado. Habría sido la respuesta del General a un interlocutor cuando su primer regreso a Buenos Aires, en 1972, luego del largo exilio. Entonces Perón había entendido la necesidad de construir un vasto frente electoral y programático para cerrar el ciclo militar Onganía-Lanusse. Así encuentra explicación esa anécdota que, de hecho, lleva el sello de Perón.

Varios notorios candidatos no resisten archivos de prensa ni expedientes judiciales. Desopilante el repaso mediático de lo que unos decían de los otros y viceversa. ¿Tendrá eso algún costo electoral o es solo colorida pintura de época, difícil de modificar?
Pero cada cual con su conciencia. Si poseen convicciones genuinas, demuestran aptitudes y les preocupa el bien común, enhorabuena que entren a la actividad política como máxima expresión de caridad.

Más allá de las chuscadas, advertimos un problema: la confusión reinante hace impredecible el comportamiento de un electorado al que todo le resbalará hasta octubre, lo cual no es bueno. La indiferencia en estos casos no suma en la interminable construcción de la cultura cívica. El 35 % del electorado –millennials, nacidos entre 1980 y 1995, tiene un comportamiento electoral errático. ¿A quiénes elegirá una generación refractaria a la política pero que debiera empezar a involucrarse en los asuntos públicos?

Barajar y dar de nuevo

Una buena porción ciudadana, llevada por su propio olfato, procura entender, para decidirse, qué es hoy el peronismo. Tal pareciera que de la respuesta dependa zafar de nuestro atascamiento como sociedad, considerando que el PJ ha gobernado mayormente el país y las provincias desde 1983 (y aún antes), mediante alternancias dinásticas y comportamientos feudales. Que el peronismo sea la única fuerza capaz de gobernar este país es un corolario de lo otro, una leyenda a estar por números y resultados.

Con todo, quede muy claro que nuestra declinación no es responsabilidad exclusiva del peronismo. ¿Cómo exculpar de sus insensateces e inhabilidades a los que también gobernaron o gobiernan y no lo son? ¿Quién puede tirar la primera piedra en esta sufrida Argentina?

El panorama se complica en el Occidente “líquido” que describe Zygmunt Bauman, una de cuyas características es la de no pensar para el largo plazo; lo cual explica la evidente deslegitimación política de dirigencias despistadas y partidos políticos vaciados de contenidos.

En tal contexto, agobiados por la recesión económica de un gobierno que practicó el ajuste sin un elemental plan de desarrollo, la supuesta polarización -que enfrenta el pasado populista con este presente frustrante- es otra huida hacia adelante y apenas la punta del iceberg.

Para colmos, el debate político insustancial e incapaz de abordar cuestiones de fondo, ignora la reflexión geopolítica, la definición de meta y objetivos, la planificación estratégica. La impronta adversarial, encofrada en la dialéctica derecha-centro-izquierda, progresismo-conservadurismo, heterodoxia-ortodoxia, ahogó el debate de ideas y profundizó las grietas (en plural, pues son varias).

…y radicales y desarrollistas…

En definitiva, ¿qué decimos con “peronistas somos todos” si ningún peronista puede definir al peronismo hoy en día? Si asumimos como corresponde una visión integral de la historia, todos tenemos algo de peronistas, pero también de radicales y de desarrollistas, por subrayar los tres términos de la irresuelta ecuación argentina.

Nadie le puede negar al justicialismo/peronismo el acierto histórico de haber incorporado a los trabajadores a los asuntos públicos. Todos reivindicamos la justicia social, promotora de la “igualdad de oportunidades”, que define la nueva cláusula del progreso prevista en el art. 75 inc. 19 de la Constitución Nacional.

De igual modo, ¿acaso nuestro clamor por más República es marca registrada y patrimonio del radicalismo? Pero cómo negarle a la UCR la gestión histórica de haber sumado a las clases medias e instalado un  triste fervor por la democracia republicana, asumiendo que nuestro déficit no es tanto de democracia cuanto de república.

¿Solo los irredentos seguidores de Frondizi y Frigerio viejo somos los únicos desarrollistas? Fue una torpeza supina haber frustrado la construcción del desarrollo económico en el tiempo histórico indicado, como fueron los años ’50 y ’60 del siglo anterior. Un amplio sector de las dirigencias políticas y sociales así lo entienden y, por tanto, podríamos decir que desarrollistas somos todos… pues no cabe otra solución que movilizar el aparato productivo nacional, con todo lo que implica.

Por cierto, en esta época globalizada, el desarrollo se mide por otras variables difíciles de construir pero no imposibles ni inalcanzables.

¡Urgente, una síntesis!

Tal vez haya llegado el tiempo en que la política criolla se sacuda de sus rémoras y mañas, trace una raya y, de acá en más, las preferencias políticas se encaucen en movimientos, partidos o alianzas que comprendan que trabajen en paralelo esos términos de la ecuación argentina, cada uno con su impronta, con justicia social, república y desarrollo, con una meta única y una docena de políticas de estado como objetivos estratégicos. Mientras definamos y acordemos una meta geopolítica, los melones se acomodarán andando.

Parece sensato, entonces, desterrar de nuestra minusválida cultura política mitos como la frase que titula esta columna, porque -hilando fino- es parcial e injusta a dos bandas: para el propio peronismo y para los que no lo somos. No será sencillo e indoloro dejar atrás nuestra incultura cívica, que degradó la política y por ende la calidad institucional, entendiendo que se trata esencialmente de una construcción e incluye a los sótanos, según advertía Ortega y Gasset.

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