En un marco de agobiante incertidumbre
política, económica y social, el pasado sábado 14 clausuró la XXII Jornada de
Pastoral porteña, convocada por el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli. Más
de 700 dirigentes políticos y sociales habían debatido, en la sede de FOETRA,
acerca de un nuevo pacto social que sea producto de una gran mesa de diálogo.
Más allá de énfasis y epítetos,
descartamos que los concurrentes actuaron de buena fe y sin reservas mentales
(lo cual se verificará tarde o temprano). Los principales polos políticos
contendientes llevaron a dos de sus primeras espadas, el Sr. Federico Pinedo de
un lado y el Sr. Felipe Solá del otro, quienes concentraron la mayor atención
por razones obvias.
Si otra vez damos vuelta alrededor del
pacto social, significa que antes hubo otros. ¿Y qué pasó con ellos? ¿Acaso
hubo alguno que funcionara y fuese suficientemente representativo de la inmensa
variedad que es la Argentina?
Está comprobado que cuando el agua nos
llega a la nariz, las dirigencias recurren a la misma fórmula. Y empezamos diseccionar
el acuerdo venezolano del Punto Fijo de 1958, el Frente Nacional Colombiano que
operó entre 1958 y 1974, los archimeneados Pactos de La Moncloa (1977), o la
experiencia de la Concertación chilena en tiempos de Patricio Aylwin.
Ninguna de esas experiencias, y tantos
antecedentes invocables, es transferible. Además, ninguna logró cabalmente sus
objetivos (la realidad actual de los países involucrados lo comprueba), si bien
contribuyeron a descomprimir realidades complejas y lacerantes. Pero no se
trata solo de zafar de coyunturas sino de preparar a nuestro país para
proyectos de largo plazo. Allí, entonces, se tranca la burra.
Por eso, y a los efectos de esta nota,
me centraré en las expresiones de F. Solá, según las reprodujo La Nación del 15
de septiembre: “El pacto –dijo- será para debatir el modelo económico y social.
Todo lo demás se puede discutir después”, y continuó “No vamos a hacer un
acuerdo para educación, uno para salud, uno para el trabajo. Haremos un acuerdo
global. Primero es lo prioritario: qué modelo económico y social queremos”. Adviértase
que, dos veces, utilizó la palabra “modelo” la misma persona que en enero de
2009 se plantaba como alternativa del kirchnerismo.
¿Qué tiene eso que ver? Puede que el
Sr. Solá hable de modelo como sinónimo de “proyecto”, tal como ocurriera con
“crecimiento” y “desarrollo”, conceptos distintos y que nuestros dirigentes no
terminan de distinguir.
Pero puede también que Solá haya
querido expresar exactamente eso al hablar de “modelo”. A estar por la
experiencia vivida durante la gestión de la Sra. Cristina Fernández -quien
reiteradamente proponía profundizar su modelo e ir por todo-, no es una buena
señal a estar por las calamidades que tampoco supo resolver el gobierno de
Cambiemos. Fracaso un modelo y fracasó su modelo contrapuesto. Si el futuro
modelo albertista necesita de una reforma constitucional sesgada (como parece
se va gestando), la preocupación debiera ser mayor.
Entendamos de una vez: modelo alude a
un “modo” propuesto para gobernar que se construye de arriba para abajo e
implica políticas de gobierno. Si gustan o no, es otra cosa: los votos
habilitan para imponerlo y cambiarlo las veces que sea necesario en los planos
político, económico y social.
En cambio “proyecto” es algo cualitativamente
distinto y refiere a una construcción social,
de abajo hacia arriba, que se expresa con políticas de Estado. Las políticas de
gobierno son variables, las de Estado no más de una veintena de objetivos
estratégicos. Estas últimas son las que debemos consagrar en un pacto social
serio y pensado para medio siglo al menos. Ese es el acuerdo que vale la pena
analizar, debatir, consensuar y aplicar.
En aquellos lejanos años iniciáticos
de militancia política, la Gran Dupla (Frondizi-Frigerio) nos exhortaba a pensar
como hombres de acción y a actuar como hombres de pensamiento. Difícil tarea
que debía empezar con una pregunta-consigna que habilitaba la aplicación del
“método” desarrollista: ¿qué nos hace más Nación?
Esto significa básicamente salir del
círculo vicioso de enfrentamientos históricos aún insuperables: puerto–interior,
campo–industria, unitarismo–federalismo, secularismo–laicismo,
ortodoxia–heterodoxia, proteccionismo–librecambismo, izquierda–derecha, alianza
de clases–lucha de clases, Estado Nacional–globalismo, América Latina–Unión
Europea/ALCA. La lista, desde que la empezara Victor Masuh en La Argentina como sentimiento, queda
abierta para sumar otras grietas.
Aquella pregunta resulta básica para intentar
la síntesis histórica de democracia representativa republicana y federal,
desarrollo económico y justicia social, que sigue esperando algún grupo audaz
que la asuma y promueva. Sin proyecto –NO modelo- será una tarea imposible.
La capacidad destructiva de los
maniqueísmos quedó evidente con la insólita escalada que disparó la homilía de
Monseñor Cargnello, en pleno Triduo del Milagro, y frente a las máximas autoridades del país y
de la provincia. Tirios y troyanos se despacharon a gusto: la pobreza sigue
siendo huérfana.
Mientras seguiremos penando en este
valle de lágrimas arrastrando nuestras cadenas con fantasmas incluidos (irresponsabilidad,
mezquindad, testarudez, falta de patriotismo y varias rémoras más). No hay caso,
y como se dice, en el pecado está la penitencia.
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