19 de septiembre de 2019

¿Qué nos hace más Nación?





En un marco de agobiante incertidumbre política, económica y social, el pasado sábado 14 clausuró la XXII Jornada de Pastoral porteña, convocada por el arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli. Más de 700 dirigentes políticos y sociales habían debatido, en la sede de FOETRA, acerca de un nuevo pacto social que sea producto de una gran mesa de diálogo.

Más allá de énfasis y epítetos, descartamos que los concurrentes actuaron de buena fe y sin reservas mentales (lo cual se verificará tarde o temprano). Los principales polos políticos contendientes llevaron a dos de sus primeras espadas, el Sr. Federico Pinedo de un lado y el Sr. Felipe Solá del otro, quienes concentraron la mayor atención por razones obvias.

Si otra vez damos vuelta alrededor del pacto social, significa que antes hubo otros. ¿Y qué pasó con ellos? ¿Acaso hubo alguno que funcionara y fuese suficientemente representativo de la inmensa variedad que es la Argentina?

Está comprobado que cuando el agua nos llega a la nariz, las dirigencias recurren a la misma fórmula. Y empezamos diseccionar el acuerdo venezolano del Punto Fijo de 1958, el Frente Nacional Colombiano que operó entre 1958 y 1974, los archimeneados Pactos de La Moncloa (1977), o la experiencia de la Concertación chilena en tiempos de Patricio Aylwin.

Ninguna de esas experiencias, y tantos antecedentes invocables, es transferible. Además, ninguna logró cabalmente sus objetivos (la realidad actual de los países involucrados lo comprueba), si bien contribuyeron a descomprimir realidades complejas y lacerantes. Pero no se trata solo de zafar de coyunturas sino de preparar a nuestro país para proyectos de largo plazo. Allí, entonces, se tranca la burra.

Por eso, y a los efectos de esta nota, me centraré en las expresiones de F. Solá, según las reprodujo La Nación del 15 de septiembre: “El pacto –dijo- será para debatir el modelo económico y social. Todo lo demás se puede discutir después”, y continuó “No vamos a hacer un acuerdo para educación, uno para salud, uno para el trabajo. Haremos un acuerdo global. Primero es lo prioritario: qué modelo económico y social queremos”. Adviértase que, dos veces, utilizó la palabra “modelo” la misma persona que en enero de 2009 se plantaba como alternativa del kirchnerismo.

¿Qué tiene eso que ver? Puede que el Sr. Solá hable de modelo como sinónimo de “proyecto”, tal como ocurriera con “crecimiento” y “desarrollo”, conceptos distintos y que nuestros dirigentes no terminan de distinguir.

Pero puede también que Solá haya querido expresar exactamente eso al hablar de “modelo”. A estar por la experiencia vivida durante la gestión de la Sra. Cristina Fernández -quien reiteradamente proponía profundizar su modelo e ir por todo-, no es una buena señal a estar por las calamidades que tampoco supo resolver el gobierno de Cambiemos. Fracaso un modelo y fracasó su modelo contrapuesto. Si el futuro modelo albertista necesita de una reforma constitucional sesgada (como parece se va gestando), la preocupación debiera ser mayor.

Entendamos de una vez: modelo alude a un “modo” propuesto para gobernar que se construye de arriba para abajo e implica políticas de gobierno. Si gustan o no, es otra cosa: los votos habilitan para imponerlo y cambiarlo las veces que sea necesario en los planos político, económico y social.

En cambio “proyecto” es algo cualitativamente distinto y refiere  a una construcción social, de abajo hacia arriba, que se expresa con políticas de Estado. Las políticas de gobierno son variables, las de Estado no más de una veintena de objetivos estratégicos. Estas últimas son las que debemos consagrar en un pacto social serio y pensado para medio siglo al menos. Ese es el acuerdo que vale la pena analizar, debatir, consensuar y aplicar. 

En aquellos lejanos años iniciáticos de militancia política, la Gran Dupla (Frondizi-Frigerio) nos exhortaba a pensar como hombres de acción y a actuar como hombres de pensamiento. Difícil tarea que debía empezar con una pregunta-consigna que habilitaba la aplicación del “método” desarrollista: ¿qué nos hace más Nación?

Esto significa básicamente salir del círculo vicioso de enfrentamientos históricos aún insuperables: puerto–interior, campo–industria, unitarismo–federalismo, secularismo–laicismo, ortodoxia–heterodoxia, proteccionismo–librecambismo, izquierda–derecha, alianza de clases–lucha de clases, Estado Nacional–globalismo, América Latina–Unión Europea/ALCA. La lista, desde que la empezara Victor Masuh en La Argentina como sentimiento, queda abierta para sumar otras grietas.

Aquella pregunta resulta básica para intentar la síntesis histórica de democracia representativa republicana y federal, desarrollo económico y justicia social, que sigue esperando algún grupo audaz que la asuma y promueva. Sin proyecto –NO modelo- será una tarea imposible.

La capacidad destructiva de los maniqueísmos quedó evidente con la insólita escalada que disparó la homilía de Monseñor Cargnello, en pleno Triduo del Milagro,  y frente a las máximas autoridades del país y de la provincia. Tirios y troyanos se despacharon a gusto: la pobreza sigue siendo huérfana.

Mientras seguiremos penando en este valle de lágrimas arrastrando nuestras cadenas con fantasmas incluidos (irresponsabilidad, mezquindad, testarudez, falta de patriotismo y varias rémoras más). No hay caso, y como se dice, en el pecado está la penitencia.

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