Diario El Tribuno, 16 de diciembre de 2019
Se abrió otra etapa en la Argentina
binaria para los próximos cuatro años y, es obvio, se renovaron esperanzas,
expectativas e incertidumbres. Por mi parte reconozco que tengo poco de las dos
primeras y bastantes de la última, por varias razones largo de explicar. Lo
cual no inhibe el ferviente deseo de que podamos finalmente salir de nuestro
empantanamiento. Pero sin cheque en blanco.
La composición del gabinete
nacional y la puesta en escena para la asunción de Axel Kicillof, aún asumiendo
cierta dosis de preconcepto, parecen anunciar que prevalecerá la impronta
unitaria de una cuasi república amarrada a la escala económica.
La economía en general y la deuda
púbica y privada condicionan al gobierno de Alberto Fernández, que se juega el
resto de entrada nomás. De allí la necesidad de una convivencia bien cimentada
entre presidente y vicepresidenta
En tal contexto, la Nación sigue
padeciendo la madre de todas las grietas que la parten en dos. Una es la que
decide y concentra poder político y económico, merced a la reforma constitucional
de 1994: los electorados de la CABA, Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Santa Fe
se bastan para designar presidente y colonizar el Congreso Nacional. El otro
país, de San José de la Dormida para arriba y desde Huinca Renancó para abajo
(dos tercios del territorio nacional), se halla extramuros y fuera del “cuerno
de oro” del Mercosur.
Desde la recuperación de la
democracia, cada gobierno federal propuso su modelo de gestión, impuesto
de arriba hacia abajo. A estar por los resultados -gobernase quien lo hiciera-
fueron más los retrocesos que los avances. Tal vez se explique por desatender
el análisis geopolítico, imprescindible en el mundo actual. La dirigencia
argentina jamás pudo elaborar un proyecto nacional, cualitativamente
distinto y construido de abajo hacia arriba.
En este siglo oceánico debemos
asumir como meta nuestra condición
“peninsular”, bioceánica y antártica, planteada por el Gral. Juan E.
Guglialmelli en los años ‘60. Detrás de esa visión, ¿qué papel juegan los dos
tercios postergados de la otra Argentina (el “interior profundo”, según la
jerga metropolitana)?
En este esquema geopolítico, el
papel del NOA y el NEA es la definitiva vertebración con América del Sur: si el
mundo avanza hacia la multipolaridad, ese es nuestro polo que urge reconstruir
con pragmatismo e ideas claras. Pero la Argentina del cuerno de oro, víctima
alegre del coloniaje cultural, todavía da la espalda a un subcontinente que no
es referencia para la intelectualidad del eje Buenos Aires-Rosario-Córdoba.
De allí la enorme importancia que
NOA y NEA -pobres y postergados- propusieran hace tres décadas la Región del
Norte Grande Argentino (RNGA). El pasado 8 de noviembre tuvimos ocasión de
rescatarla con motivo de un Seminario realizado en la UCASal, en el que se
analizó la política exterior vista desde las unidades subnacionales. [Me había
ocupado del tema en una nota publicada el 9 de marzo de 2015, titulada “NorteGrande: política, geografía, pobreza”].
La vasta región constituye casi un
tercio del territorio nacional (759.883 km²) con apenas el 20% de la población
nacional (8.272.476 habitantes a 2010). Cuenta con 27
pasos internacionales que la conectan con Brasil (12 por Misiones, 1
Corrientes), Bolivia (2 por Salta, 1 Jujuy), Chile (1 por Catamarca, 2 por
Salta, 1 por Jujuy) y Paraguay (1 por Salta, 4 por Formosa, 1 por Corrientes, 1
por Misiones), y una red de 2.500 km de rutas nacionales (16, 51, 52, 60, 66,
81 y 89) para la conectividad este-oeste y norte-sur. Hay tres aeropuertos con
conexiones internacionales directas (Iguazú, Salta, Tucumán) y sus principales
ríos -Bermejo, Pilcomayo, Paraná, Iguazú, Uruguay, Salado- integran la Cuenca
del Plata.
La RNGA fue
institucionalizada cuando los gobernadores de las provincias de Catamarca, Corrientes, Chaco,
Formosa, Jujuy, Misiones, Salta, Santiago del Estero y Tucumán iniciaron la
negociación de un tratado interprovincial con el objeto de alcanzar una serie
de objetivos, plasmada en la Declaración de Salta del 10 de octubre de 1986. Es
altamente recomendable su lectura, pues constituye un verdadero programa de
integración nacional y desarrollo integral. Aunque produzca la desazón de
constatar que, en conjunto, continuamos estancados.
Años después, el 9 de abril de 1999, se
firmó el Tratado Parcial Interprovincial de Creación de la Región del Norte
Grande Argentino (NOA-NEA), aprobado por la Legislatura salteña mediante ley nº
7079 del 10 de mayo de 2000. Cabe destacar que este acuerdo se concretó estando
ya vigente el art. 124 de la Constitución reformada, que a la vez lo justifica.
Se abre así una ocasión inmejorable
para que las provincias involucradas lo asuman como política de Estado. La
RNGA, trabajada como geoestrategia regional, en conjunción geopolítica con la
Argentina Peninsular, permitirá nivelar los históricos desequilibrios
argentinos, pues se trata de una conexión suramericana norte a sur y
atlántica-pacífico.
El nuevo gobierno
provincial debe reasumir aquel anterior protagonismo para promover el
funcionamiento pleno del Tratado Interprovincial. Como provincia fundante y
extensa tenemos que asumir el compromiso de vertebrar los intereses de las
nueve provincias involucradas. Valdría la pena someter el asunto a nuestro
Consejo Económico y Social.
No hay forma de
compatibilizar una agenda común si no hay reuniones de trabajo continuas y
perseverantes, huyendo de la tentación del sálvese quién pueda en esta crítica
etapa. Cinco provincias están gobernadas por el Frente de Todos, dos adscriptas
a Juntos por el Cambio y dos por coaliciones provinciales. No habría mayores
problemas de entendimientos. Todas reconocen el denominador común de pobreza,
desempleo, estructura económica primaria y poco diversificada, deficiente
institucionalidad.
Por último, y como si
fuera poco, la RNGA entera integra ese otro desafío estancado (y casi
desvirtuado) que es la ZICOSUR. Son demasiadas oportunidades como para dejarlas
pasar por miopía o, peor, incuria, y los gobernadores no son convidados de
piedra.
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