14 de abril de 2020

El Mundo en Pandemia


La globalización mostró una de sus facetas más oscuras. La pandemia no puede pasar sin consecuencias, sin que se sepa realmente cómo y por qué llegamos a semejante situación, descartando cualquier teoría conspirativa.

Es el momento adecuado para reflexionar sobre su incidencia en la política internacional, por un lado; por otro, cómo aprovecharemos las oportunidades que genere esta crisis… si las detectamos.

Por primera vez en la historia, una catástrofe biológica produce tamaña conmoción por los presumibles efectos sociales y económicos sobrevinientes. Imposible prever con certeza el comportamiento de la economía mundial pos pandemia, salvo que será duro para todos los países; de hecho, los “emergentes” la pasaremos peor.

Las desorientadas dirigencias gubernamentales y no gubernamentales vacilan, contagian incertidumbres y la gente se asusta. Cientos de análisis y propuestas, que circulan como virus, poseen una fuerte carga ideológica. No es buena señal.

En circunstancias dramáticas nunca faltan quienes pronostican que el mundo cambiará para siempre. ¿Preludio del nuevo orden? ¿Acaso vivimos en orden internacional? Mejor observemos un poco el mundo arrasado por el Covid19, pues antes que cambios drásticos cabría intentar una vuelta de tuerca.

En la actualidad este diablo mundo no está en “orden”. Existirá siempre y cuando la comunidad internacional acuerde regularse mediante principios de convivencia erga omnes, adaptados a los requerimientos de la primera mitad del siglo XXI.

Un orden mundial será confiable si además conlleva un equilibrado esquema de seguridad estratégica, para resguardo de la paz y seguridad internacionales. Tampoco lo hay con esas características.

En realidad lo que subsiste es el desvencijado “sistema” de Naciones Unidas, surgido en la inmediata posguerra. Un año antes, junio de 1944, le precedió otro, económico-financiero, que con los años demostró eficacia para ordenar la economía de posguerra a gusto de las grandes potencias industriales. De los Acuerdos de Bretton Woods surgieron el FMI, el Banco Mundial y el GATT (hoy OMC), mecanismos multilaterales cuestionados desde hace tiempo y que hoy son parte del problema.

Así se gobierna “institucionalmente” el mundo. Hay otros actores internacionales, también de dudosa eficacia, comandados por grupos más reducido de países que operan como poder mundial superestructural: G 7 + 1, G 20, OTAN, OCDE y similares. Es un aspecto para considerar con atención, pues no hay propuestas claras para los graves problemas humanos.

Lo otro es la geopolítica. Difícil que surja un nuevo orden -seguro y confiable, solidario y responsable- mientras las grandes potencias disputen como lo están haciendo. ¿Es solo tarea de China y Estados Unidos; el resto meros espectadores? ¿Qué sobrevendrá de la renovada confrontación entre potencias marítimas y potencias territoriales? 

Después de la autoproclamada unipolaridad norteamericana de los años ’90 (el “fin de la historia”), ¿habrá que asumir con resignación una bipolaridad? ¿Con Trump y Xi Jinping a la cabeza? ¿Confiaremos en ellos aunque acomoden bien sus cargas? 

La geopolítica implica una construcción desde los Estados en función del poder nacional. Habiendo oportunidad para la multipolaridad de países o de bloques de países, ¿cuál será la opción de la Argentina: asimilarnos a lo que venga, asumir otra alianza carnal con Estados Unidos, negociar con China o con Rusia, o la Unión Europea? ¿Qué pasará con Brasil? Estos son movimientos tectónicos independientes de virus y parece que no lo advertimos.

Por lo demás, vaticinios de viejos y nuevos augures, típicos de círculos intelectuales y mass media de Europa y Estados Unidos, llegan enlatados a estos pagos y los consumimos sin beneficio de inventario. Ese etnocentrismo cultural, del que somos solícitos tributarios, a la postre termina imponiendo una agenda que nos desenfoca de nuestro problema central y sus derivaciones. Y al comprar cualquier verdura, resignamos el manejo de los propios tiempos y prioridades, enredados en discusiones sobrecargadas (por ejemplo, si los niños son del Estado o de las familias que debate la España de Pedro Sánchez, aborto libre y gratuito, políticas de género radicalizadas, intangibilidad de los recursos naturales, más Estado o menos Estado, etc.).

A fines de 2019, la pobreza atrapó al 35,5% de los argentinos; diez puntos más en Salta. ¿Nadie se hará cargo? Pero la pobreza y la indigencia son consecuencias directas del subdesarrollo: ¿cuándo asumiremos que ese es nuestro centenario problema central que requiere nuestro mayor esfuerzo? ¿Nos olvidamos ya de las causas de las crisis que sacudieron Latinoamérica y otros países del mundo en 2019? No obstante, sigue creciendo la obscena brecha entre los más ricos y los más pobres, personas o países.

Así las cosas, los países que pugnan por zafar del subdesarrollo, ¿pueden emerger sin nuevas reglas de juego cooperativas y solidarias? En tales condiciones, ¿cómo participar equitativamente en foros internacionales para acordar medidas para la coyuntura económica y sanitaria? Basta de jugar con naipes marcados.

En semejante contexto, del fárrago de lecturas consideradas para esta nota, muchas ayudan a pensar. Desde H. Kissinger advirtiendo una alteración del orden mundial “para siempre”, requiriendo más cooperación internacional para planificar una nueva época; hasta el inclasificable Slavoj Zizek pronosticando que la pandemia será un golpe fatal al capitalismo y “podría conducir a la reinvención del comunismo”; pasando por The Economist que, en editorial del 26 de marzo pasado (“El estado en el tiempo del covid19”) se preocupaba por la “expansión” del Estado y cuándo y cómo ponerlo en su lugar; o Yuval Harari advirtiendo sobre el peligroso advenimiento de un mundo orwelliano. Más provecho saqué de Mariana Mazzucato (“La triple crisis del capitalismo”) y David Harvey (“Política anticapitalista en tiempos de coronavirus), quienes desde su óptica ofrecen aportes interesantes y necesarios a la hora de discutir el futuro inmediato.

Se impone una agenda coyuntural con temas de urgente abordaje, sin perjuicio de ser también de largo plazo: 1º imprescindible analizar el futuro inmediato de las relaciones de trabajo y el mantenimiento del empleo, cualesquiera sean sus modalidades; 2º la inversión de capital debe orientarse a la producción de bienes y servicios, acotando la prevalencia del capitalismo financiero; 3º a propósito, resolver del modo más equitativo las deudas externas estatales, poniendo en caja a los insaciables fondos especulativos; 4º implementación impostergable de medidas que aseguren un uso responsable de los recursos naturales nacionales; 5º replantear la demografía, apuntando a la desconcentración humana en las grandes metrópolis. Esta lista no es taxativa.  

Finalizamos acá con una vieja muletilla, que en esta ocasión aplica mejor que nunca: el mundo no se adapta a cada doctrina de los Estados, sino que las políticas se adecuan a los hechos. Nunca habrá un orden mundial justo y pacífico con Estados nacionales que boguen a la deriva. 

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