El año 2020 se fue muy mal de la historia humana, aunque no tenga culpa. [¿De qué podemos culpar al tiempo?]. Cada ciclo que pasa deja cosas muy buenas y otras no tanto, tal sucede desde que los seres humanos nos organizamos socialmente.
Para el caso –y en mi sentir- lo peor fue haberlo cerrado en la Argentina con la aprobación de la oportunista ley del IVE, que pagaremos alto precio como nación. Y lo mejor, que se hayan fabricado vacunas en apenas diez meses.
Por otra parte, ¿por qué 2021 habría de ser una maravilla?, ¿qué lo asegura? Habrá éxitos y fracasos, desafíos, oportunidades, debilidades y acechanzas… con densos nubarrones en el horizonte económico-social.
Así como en la ciencia oceanográfica existe el principio de la continuidad de los océanos, algo similar se me ocurre con el tiempo, el cual transcurre inexorable, segundo tras segundo y pase lo que pase en el mundo y sus alrededores. De modo que, en esa línea de razonamiento, ¿qué más dan horas, días, meses, años, centurias? Tempus fugit como agua entre los dedos, así sea un 24 en febrero, 9 en julio o 31 en diciembre.
Según la mitología griega, Urano generó con Gea, su madre y esposa, a seis titanes y seis titánidas. El menor de los primeros fue Cronos (después padre de Zeus), considerado regidor del tiempo humano medido al inicio de la historia conforme ciclos de estaciones, cosechas o planetas.
Con el transcurso de los siglos y, a través de la delegación que fuimos haciendo a las ciencias, el tiempo se empezó a medir como lo sabemos. Y está bien que así sea: un modo de ordenar e interpretar los acontecimientos humanos en este diablo mundo. Por eso, cuando se aproxima este día clave de la cultura occidental, nos sacuden los diciembre 31 del calendario gregoriano, creación de maestros salmantinos, con vigencia en la mayor parte del mundo desde 1582 (año de la fundación de Salta, recordemos).
Entonces, resulta natural que nuestras fibras se conmuevan cada 31 de diciembre al asumir, siquiera inconscientemente y quizás más que en el día de nuestros propios natalicios, que se fue otro año de vida y lentamente envejecemos marchando hacia el final de cada término, presintiendo también que seremos olvido, según lo asegurara nuestro Borges en magistral soneto.
Por eso es momento de balances, del qué y por qué hicimos lo que hicimos y del qué y por qué no hicimos o haremos. Y ni le cuento el impacto si arrojan enormes pérdidas, como en el caso actual.
El mal recuerdo del 2020 está ligado, obviamente, a la pandemia del covid-19 y sus trágicas consecuencias en todo el planeta, las cuales –dicho sea de paso- obedecen en gran parte a las imprevisiones, incompetencias, inconductas e incontinencias de la gente, se trate de dirigentes o dirigidos.
¿Qué ocurrió y por qué? No se sabe –ni se sabrá- la fecha precisa en que algo o alguien abrió la Caja de Pandora en Wuhan, provincia de Hubei, China. Comparto el criterio del filósofo Alberto Buela, en cuanto a que en el fondo de la caja no estaba la esperanza (traducida al latín como spes), sino la espera (elpis, en griego). Claro, la esperanza es una virtud infusa, desconocida en la cosmovisión de la Grecia clásica pero sustancial para la teología moral, junto con la fe y la caridad.
Dicho todo eso, celebro como un acierto el tradicional Anuario que la mayoría de los diarios edita para la fecha. El Tribuno no lo dedicó a sucesos espectaculares, catástrofes climáticas y sociales, atentados, triunfos deportivos, muertes famosas, líderes en apuro. Apuntó con criterio cinematográfico a una serie de “historias mínimas”, merecedoras de ser contadas.
Se trata de testimonios de personas que atravesaron el encierro –su “destierro”- como pudieron, como les dejaron, contra viento y marea, echando el resto confiados en sus propias fuerzas y revelando lo mal organizados que estamos desde hace decenios.
Servidores públicos, docentes, músicos, vendedores ambulantes, pescadores, cooperativistas, artistas, comerciantes, emprendedores y tantos más, quienes afrontaron adversidades recurriendo además a las cuatro virtudes cardinales (reflexionadas por el mismísimo Platón), para capear sus tormentas personales con fortaleza, templanza y prudencia, aunque en el fragor de sus batallas íntimas quizás no lo advertían. La cuarta, la justicia, tarde o temprano les llegará, de una u otra manera.
Todos ellos “esperan” pero con sentido de prospectiva, dice Buela, esto es, de previsión y mirada hacia adelante, en tanto necesitan respuestas y soluciones en paz social, cuyo basamento será mayor espiritualidad para una sociedad que se desacraliza torpemente.
En la bajada del Anuario se lee: “2020: el año que nos cambió a todos”. ¿Realmente nos habrá cambiado? Ojalá, pero tengo mis serias dudas. Así empieza este 2021 y que Dios nos ampare.
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