CLAVES Nº 132 – Octubre 2004
No se ama lo que no se conoce, no
se defiende lo que no se ama.
Los días 8 y 9
de octubre pasado se realizó en la ciudad de Ushuaia un importante Simposio
Científico-Jurídico que sus convocantes titularon “A cien años de la presencia
permanente e ininterrumpida de la Argentina en la Antártida”, organizado por la
Asociación Argentina de Derecho Internacional y la Legislatura de la Provincia
de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur”. Con el marco de la
imponente belleza de la más austral de las ciudades argentinas, el encuentro
fue realmente intenso y, como suele suceder, no tuvo una repercusión nacional
comparable con las expectativas que había generado en la joven provincia, pese
a que el lema lo ameritaba largamente.
Pero fue el séptimo panel el más
revelador, en el cual intervinieron personas radicadas en la Ushuaia y un
experto de la Dirección Nacional de la Antártida. Así pudimos advertir
cabalmente lo que representa para esta provincia la cuestión antártica. En
efecto, no es exagerado considerar que su destino y futuro se hallan asociados
en gran medida a toda la actividad en el continente blanco y, por suerte, los
fueguinos están concientes de ello y trabajan en esa dirección con la carga
histórica adicional de recordarle al resto del país que aquellos territorios
tan lejanos forman parte de nuestro patrimonio nacional. Para un país de
enormes espacios vacíos y una población peligrosamente baja para su dimensión,
la cuestión antártica parece una utopía. Pero nuestros hermanos del extremo sur
tienen arraigada su conciencia espacial considerándose la provincia más extensa
además de ser el centro de la Argentina, equidistante entre La Quiaca y el Polo
Sur. Por lo demás, se trata también de un imperativo constitucional según lo
refieren los artículos 1 y 2 de la Constitución Provincial, que a su vez se
corresponden con los artículos 13 y 75 inc. 15 de la Constitución Nacional.
Cabe señalar que la Argentina ha mantenido al respecto una política nacional
muy coherente y activa, lo que se reflejó en la designación de Buenos Aires
como sede de la Secretaría permanente del Tratado, a partir de mayo del
presente año.
Se puede hablar muchísimo sobre
la complejidad del Sistema Antártico, que nació como otra etapa del
enfrentamiento estratégico entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en la
fase más dura de la guerra fría. El Tratado fue suscripto en Washington, el 1º
de diciembre de 1959, entre doce estados (Argentina, Australia, Bélgica, Estados
Unidos, Francia, Japón, Noruega, Nueva Zelanda, Reino Unido, Unión Soviética y
Unión Sudafricana), entrando en vigencia a partir de 1961. Esos países tienen
el estatus de signatarios originales y a la vez parte consultiva, lo que los
habilita a participar en las reuniones periódicas en las que, con el correr del
tiempo, se fueron tomando decisiones que estructuraron y completaron el sistema. En la actualidad
son más de 40 los estados adheridos, algunos de los cuales son también parte
consultiva.
La Antártida no sólo es el más
incontaminado laboratorio científico del mundo sino también un sistema jurídico
sui generis que hasta la fecha ha funcionado razonablemente bien. Desde siempre
hubo una fuerte presión para lograr su internacionalización y tras ello la
declaración de Patrimonio Común de la Humanidad, lo cual obedece a los enormes
recursos renovables y no renovables que encierran el suelo y las aguas
adyacentes. Sin embargo, pese a los avances técnicos, su fragilidad ecológica
impide iniciar políticas extractivas masivas.
Argentina posee un sector que se
superpone con el chileno y con los reclamos británicos, sosteniendo derechos
con títulos perfectos derivados de la herencia española, el principio del uti
possidetis iuris, la ocupación efectiva y la continuidad y contigüidad
geográficas. Aparte de los tres mencionados, también sostienen reclamos con
fundamentos variados Australia, Francia, Nueva Zelanda y Noruega. De los
restantes signatarios originales, Estados Unidos y Rusia (en un principio partidarios
de la internacionalización, junto a Nueva Zelanda y el Reino Unido) no
reconocen derechos pero hacen reserva de los que les pudieran corresponder. La
República Sudafricana no hace ni admite reclamaciones; Japón renunció a
efectuar reclamos y Bélgica carece de una posición definida. Todo ha quedado
cautelado en el art. IV del Tratado, que congela las cuestiones de soberanía a
la par que establece que no pueden haber otros reclamos ni aumentarse los
esgrimidos con las actividades que allí se realiza cada estado.
Existe en nuestro país una
concepción de la política internacional actual sostenida por académicos y algún
sector político, que considera que el mundo será lo que los EE.UU decidan y,
por tanto, propician el alineamiento automático con la Casa Blanca. No
obstante, la situación de Irak hoy revela que nuestro pobre planeta necesita
aún del multilateralismo. Esta segunda concepción es más propicia para sostener
nuestros derechos antárticos: todavía vivimos un mundo de estados y por ende
territorio y recursos naturales siguen siendo fuentes primordiales del poder
nacional.
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