Claves nº 165 - noviembre 2007
Mientras el mundo aguarda impaciente algún desenlace -seguramente nefasto-
del ultimátum de la Casa Blanca por el programa nuclear de Ahmadinejah,
Guatemala concluyó en tensa calma su ballotage en el que se impuso el socialdemócrata Álvaro
Colom, para el cual la tercera fue la vencida. Frente a la tensión con Irán, al
crescendo de violencia en Myanmar y Pakistán o al sainete de Santiago de Chile…
¿qué puede importar lo que ocurra en Guatemala?
Tierra
del quetzal
Guatemala es un país bioceánico de 108.890 km2 (poco más
que Catamarca) que padece aún la interferencia británica en Belice, su piedra
en el zapato y resabio de antiguas torpezas de la corona española, impidiéndole
un acceso más franco al Atlántico. Según el Censo Nacional de 2002 (último que
figura en la página oficial del Instituto Nacional de Estadísticas), a ese año
tenía 11.237.196 habitantes equilibrados entre varones y mujeres; de ese número,
un 53 % es población urbana y el 40% es indígena de ascendencia maya. En la
actualidad la población pasó los 13 millones y lo hace el país más poblado de
América Central; de ellos, un 10 % reside en los Estados Unidos. El índice de
desarrollo humano de la ONU la ubica en el puesto 118; según datos del INE de
2006, el 51 % de la población se halla bajo de la línea de pobreza (70 % si se
trata de indígenas) y los indicadores
de educación, salud, seguridad y distribución de riqueza de los peores de Latinoamérica;
el 0,5 % más rico concentra el 20 % de los ingresos (Claudio Aliscioni, “La inseguridad y otros dramas en juego”, Clarín,
5/11/07, p. 20).
Catorce postulantes lidiaron en la elección general
convocada para el 9 de septiembre pasado, ocasión en que Colom, candidato de la
Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), logró con sus consignas a favor de la
unidad y conciliación el 28,24 % de los votos contra el 24,39 % del militar
retirado Otto Pérez Molina del Partido Patriota, un referente de la mano dura. Tercero
había salido Alejandro Giammatei, postulado por el oficialista Partido de
Avanzada Nacional, con un magro 7,67 % de los votos. Al no obtener la mitad más
uno de los votos, el Tribunal Supremo Electoral fijó la segunda vuelta para el
4 de noviembre.
Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz 1992, fue la
gran derrotada: apenas raspó el 3 % de los votos como candidata de una alianza
de centro izquierda, Encuentro por Guatemala, basada en su Movimiento Winaq (“integridad”, en lengua quiché) y
en la ONG Grupo de Apoyo Mutuo de la diputada Nineth Montenegro. En esta su
primera incursión electoral quedó fuera de carrera, aunque los observadores
creen que por su edad -48 años- aún tiene futuro en la política, en especial si
aprovecha las experiencias de Evo Morales y Rafael Correa (cuya proximidad ella
relativizó en esta ocasión). Rigoberta se consideró víctima de los “aparatos”
partidarios que le hicieron la vida imposible durante la campaña, y tiene
bastante razón (I. Benítez, “Rigoberta
llegó para quedarse”, Inter Press News
Agency, 28/8/07).
Llegado el ballotage,
se impuso finalmente el candidato de la UNE sobre el del PP (52,83 contra
47,17). Preocupó la baja asistencia del 50 % de un padrón de casi seis millones
de electores habilitados, por más que allí el voto no sea obligatorio. El dato
de la inasistencia electoral, por caso, es consecuencia de un lábil sistema de
partidos políticos que no termina de
entusiasmar a la gente; la persistencia del analfabetismo y marginación social
impiden cualquier intento perdurable de institucionalización. El ganador y su
vice, 158 diputados y 332 alcaldes asumirán sus cargos por cuatro años, el 14
de enero próximo. Remplazará a quien le ganó a su vez en segunda vuelta a fines
de 2003, el actual presidente Rafael Berger Perdomo, un “Macri” guatemalteco
perteneciente a la alta burguesía con intereses en azúcar y café, fundador
-junto con el ex presidente Álvaro Arzú- del PAN.
36 años de
sufrimientos
Desde una perspectiva geopolítica, Guatemala, Honduras,
El Salvador y Nicaragua exudan interdependencia; su pasado, presente y futuro
está imbricado más allá de las delimitaciones decimonónicas. En ellos, las élites
criollas -de progresiva dependencia económica de los Estados Unidos- agotaron
la paciencia de pueblos que no tuvieron otra salida que la insurrección,
potenciada en los ’50 por la irrupción del castrismo. Los acuerdos de
Esquipulas I y II, suscriptos en esa ciudad del Departamento de Chiquimula por
los respectivos presidentes siendo Cerezo el de Guatemala, constituyen la
demostración de esa necesidad histórica de entendimiento subregional. El
primero se firmó el 25 de mayo de 1986 e instituyó las cumbres presidenciales
como “una instancia necesaria y conveniente” para tratar todos los problemas
sociales, políticos y económicos que atañen a esos países, reivindicando a tal
fin los principios de soberanía e integridad territorial, libre determinación y
no intervención. A los efectos de esta nota, centraremos la atención en el
segundo, firmado el 7 de agosto de 1987 por los mismos gobernantes.
¿Cómo se llegó a esa instancia? Cuando en 1954 Jacobo
Arbenz sucedió en el mando a Juan J. Arévalo, apuró una reforma agraria que
afectó a la emblemática United Fruit Co. Una medida semejante en América
Central, en los años duros de la Guerra Fría, equivalía al suicidio colectivo.
Una expedición golpista organizada en Honduras y auspiciada por la CIA de A.
Dulles, siendo secretario de estado su hermano John F. accionista de la
empresa, derrocó a Arbenz en junio de 1954 y desató las furias, calmadas recién después de tres
largas décadas. Entonces, para enfrentar a los sucesivos gobiernos golpistas,
distintas fracciones constituyeron movimientos revolucionarios: las Fuerzas
Armadas Rebeldes (1962), el Ejército Guerrillero de los Pobres (1972) y la
Organización del Pueblo en Armas (1979), los cuales convergieron años más tarde
en una conducción centralizada al crear en 1982 la Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca (URNG). Poco a poco, la URNG se transformó para los
gobiernos siguientes en lo que las FARC son para Colombia. Jamás se quiso
denominar “guerra civil” a lo que de hecho lo era desde 1960.
Entre 1954 y 1982, las luchas intestinas dejaron un
tendal de 80.000 almas. En mayo de ese último año un nuevo fragote militar
llevó al poder al general E. Ríos Montt, que desató una represión terrorífica y
produjo un desbande social con exilios forzados a Méjico principalmente, huidas
a las selvas y decenas de miles de muertos más. Guatemala no daba más pero
intentó una reacción de la mano de una reforma constitucional en 1984, que
introdujo los recursos de amparo y habeas corpus entre otras conquistas.
Convocadas elecciones para noviembre de 1985, triunfó el democristiano Vinicio
Cerezo, un soplo de aire fresco en esa atmósfera enrarecida por la falta de
grandeza. ¿De qué otra cosa, si no?
Así llegó Esquipulas II para impulsar un “Procedimiento
para establecer la paz firme y duradera en Centroamérica”, el cual debía ser
adaptado a cada realidad nacional según sus tiempos y necesidades. Estos
acuerdos permitieron a Guatemala instituir un Consejo Nacional de
Reconciliación, integrado por el Gobierno, las Fuerzas Armadas y la Iglesia
Católica, el que de inmediato instó a un compromiso mutuo de cese de
hostilidades, a la democratización plena y al desarme de los paramilitares de
las Patrullas de Autodefensa Civil. Para lograr estos objetivos era
imprescindible que los gobiernos vecinos vedaran el uso de su territorio para
ayudar a los bandos enfrentados.
El plan de Esquipulas II significó un largo y paciente
recorrido de negociaciones “paso a paso”, que fueron plasmándose en acuerdos
parciales negociados en distintas ciudades del mundo. Esos instrumentos están
mencionados en el art. 15 del acuerdo final, y fueron los siguientes: 1) Acuerdo
Marco sobre Democratización para la Búsqueda de la Paz por Medios Políticos,
suscripto en Querétaro, México, 25/7/91; 2) Acuerdo Marco para la Reanudación
del Proceso de Negociación entre el Gobierno de Guatemala y la UNRG, México DF,
10/1/94; 3) Acuerdo Global sobre Derechos Humanos, México DF, 29/3/94; 4) Acuerdo
para el Reasentamiento de las Poblaciones Desarraigadas por el Enfrentamiento
Armado, Oslo, 17/6/94; 5) Acuerdo sobre el Establecimiento de la Comisión para
el Esclarecimiento Histórico de las Violaciones a los Derechos Humanos y los
Hechos de Violencia, Oslo, 23/6/94; 6) Acuerdo sobre Identidad y Derechos de
los Pueblos Indígenas, México DF, 31/3/95;
7) Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria, México DF, 6/5/96; 8) Acuerdo sobre
Fortalecimiento del Poder Civil y Función del Ejército en una Sociedad
Democrática, México DF, 19/9/96; 9) Acuerdo sobre el Definitivo Cese al Fuego,
Oslo, 4/12/96; 10) Acuerdo sobre Reformas Constitucionales y Régimen Electoral,
Estocolmo, 7/12/96; 11) Acuerdo sobre Bases para la Incorporación de la URNG a
la Legalidad, Madrid, 12/12/96; y 12) Acuerdo sobre Cronograma para la
Implementación, Cumplimiento y Verificación de los Acuerdos de Paz, Guatemala,
29/12/96.
Para evitar los picos de tensión, las partes acordaron
requerir a la ONU su intervención como garante y mediadora, a cuyo efecto -para
cumplir con el acuerdo de cese definitivo del fuego- el Consejo de Seguridad
estableció la MINUGUA, una misión de ayuda humanitaria, mediante Resolución
1094 de 1997, siendo secretario general Boutros Ghali. Los distintos acuerdos
convergieron finalmente en el Acuerdo de
Paz Firme y Duradera, firmado en la ciudad de Guatemala el 29 de diciembre
de 1996, el cual, con marchas, contramarchas y rebrotes de violencia, sigue guiando
el proceso político del país.
El estentóreo final de la XVII
Cumbre Iberoamericana realizada en Santiago de Chile pasará al recuerdo por las
miopías de Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez o por el enojo regio y tonante de
Don Juan Carlos; sin embargo, el motivo de la convocatoria había sido debatir
nada menos que sobre la cohesión social de y en estos países. En su discurso
inaugural, la presidente Bachelet había señalado que “Nuestra región ha sido marcada por la construcción
de sociedades que a lo largo de la historia han reproducido patrones de
inequidad y exclusión, y nos ha convertido en la región más desigual del
planeta”; y más adelante, destacando la recuperación democrática y el fuerte
crecimiento económico regional de los últimos años, aceptó que la ausencia de
políticas sociales debilitó “los sentimientos de solidaridad, pertenencia e
identidad social”, afianzando “un cierto sentimiento de desencanto con la
democracia y con la política”. Parece que la injusticia social es un grave
problema continental y ningún estado puede resolverla por sí solo.
¿Quién se acuerda de la guerra civil más larga y cruenta
de América Latina con sus 200.000 muertos? Guatemala reproduce en carne viva la
historia de nuestras crueles provincias latinoamericanas; todo lo bueno y malo
se refleja allí en su escala. En el
desmadre que producen la desigualdad y la discriminación se han entronizado la
corrupción, la ineficiencia del aparato estatal y una delincuencia incontrolable:
un espejo válido para mirarnos y definir qué se debe y no se debe hacer con
nuestros pueblos. ¿Cómo que no importa Guatemala?
Bibliografía consultada:
- V. Bacchetta (editor), Guía 1996/97- El Mundo visto desde el Sur, Lumen, Buenos Aires
1996.
- J. Castañeda, La
utopía desarmada, Ariel, Buenos Aires, 1993.
- N. Gibelli, Las
Luchas de posguerra, tomo II, Ed. Codex, Buenos Aires, 1969.
- A. Gonen, Diccionario
de los pueblos del mundo, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1996.
No hay comentarios:
Publicar un comentario