24 de noviembre de 2007

Guatemala

Claves nº 165 - noviembre 2007

Mientras el mundo aguarda impaciente algún desenlace -seguramente nefasto- del ultimátum de la Casa Blanca por el programa nuclear de Ahmadinejah, Guatemala concluyó en tensa calma su ballotage en el que se impuso el socialdemócrata Álvaro Colom, para el cual la tercera fue la vencida. Frente a la tensión con Irán, al crescendo de violencia en Myanmar y Pakistán o al sainete de Santiago de Chile… ¿qué puede importar lo que ocurra en Guatemala?

Tierra del quetzal

Guatemala es un país bioceánico de 108.890 km2 (poco más que Catamarca) que padece aún la interferencia británica en Belice, su piedra en el zapato y resabio de antiguas torpezas de la corona española, impidiéndole un acceso más franco al Atlántico. Según el Censo Nacional de 2002 (último que figura en la página oficial del Instituto Nacional de Estadísticas), a ese año tenía 11.237.196 habitantes equilibrados entre varones y mujeres; de ese número, un 53 % es población urbana y el 40% es indígena de ascendencia maya. En la actualidad la población pasó los 13 millones y lo hace el país más poblado de América Central; de ellos, un 10 % reside en los Estados Unidos. El índice de desarrollo humano de la ONU la ubica en el puesto 118; según datos del INE de 2006, el 51 % de la población se halla bajo de la línea de pobreza (70 % si se trata de indígenas) y los indicadores de educación, salud, seguridad y distribución de riqueza de los peores de Latinoamérica; el 0,5 % más rico concentra el 20 % de los ingresos (Claudio Aliscioni, “La inseguridad y otros dramas en juego”, Clarín, 5/11/07, p. 20).

Las elecciones

Catorce postulantes lidiaron en la elección general convocada para el 9 de septiembre pasado, ocasión en que Colom, candidato de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), logró con sus consignas a favor de la unidad y conciliación el 28,24 % de los votos contra el 24,39 % del militar retirado Otto Pérez Molina del Partido Patriota, un referente de la mano dura. Tercero había salido Alejandro Giammatei, postulado por el oficialista Partido de Avanzada Nacional, con un magro 7,67 % de los votos. Al no obtener la mitad más uno de los votos, el Tribunal Supremo Electoral fijó la segunda vuelta para el 4 de noviembre.

Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz 1992, fue la gran derrotada: apenas raspó el 3 % de los votos como candidata de una alianza de centro izquierda, Encuentro por Guatemala, basada en su Movimiento Winaq (“integridad”, en lengua quiché) y en la ONG Grupo de Apoyo Mutuo de la diputada Nineth Montenegro. En esta su primera incursión electoral quedó fuera de carrera, aunque los observadores creen que por su edad -48 años- aún tiene futuro en la política, en especial si aprovecha las experiencias de Evo Morales y Rafael Correa (cuya proximidad ella relativizó en esta ocasión). Rigoberta se consideró víctima de los “aparatos” partidarios que le hicieron la vida imposible durante la campaña, y tiene bastante razón (I. Benítez, “Rigoberta llegó para quedarse”, Inter Press News Agency, 28/8/07).

Llegado el ballotage, se impuso finalmente el candidato de la UNE sobre el del PP (52,83 contra 47,17). Preocupó la baja asistencia del 50 % de un padrón de casi seis millones de electores habilitados, por más que allí el voto no sea obligatorio. El dato de la inasistencia electoral, por caso, es consecuencia de un lábil sistema de partidos políticos  que no termina de entusiasmar a la gente; la persistencia del analfabetismo y marginación social impiden cualquier intento perdurable de institucionalización. El ganador y su vice, 158 diputados y 332 alcaldes asumirán sus cargos por cuatro años, el 14 de enero próximo. Remplazará a quien le ganó a su vez en segunda vuelta a fines de 2003, el actual presidente Rafael Berger Perdomo, un “Macri” guatemalteco perteneciente a la alta burguesía con intereses en azúcar y café, fundador -junto con el ex presidente Álvaro Arzú- del PAN.

36 años de sufrimientos

Desde una perspectiva geopolítica, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua exudan interdependencia; su pasado, presente y futuro está imbricado más allá de las delimitaciones decimonónicas. En ellos, las élites criollas -de progresiva dependencia económica de los Estados Unidos- agotaron la paciencia de pueblos que no tuvieron otra salida que la insurrección, potenciada en los ’50 por la irrupción del castrismo. Los acuerdos de Esquipulas I y II, suscriptos en esa ciudad del Departamento de Chiquimula por los respectivos presidentes siendo Cerezo el de Guatemala, constituyen la demostración de esa necesidad histórica de entendimiento subregional. El primero se firmó el 25 de mayo de 1986 e instituyó las cumbres presidenciales como “una instancia necesaria y conveniente” para tratar todos los problemas sociales, políticos y económicos que atañen a esos países, reivindicando a tal fin los principios de soberanía e integridad territorial, libre determinación y no intervención. A los efectos de esta nota, centraremos la atención en el segundo, firmado el 7 de agosto de 1987 por los mismos gobernantes.

¿Cómo se llegó a esa instancia? Cuando en 1954 Jacobo Arbenz sucedió en el mando a Juan J. Arévalo, apuró una reforma agraria que afectó a la emblemática United Fruit Co. Una medida semejante en América Central, en los años duros de la Guerra Fría, equivalía al suicidio colectivo. Una expedición golpista organizada en Honduras y auspiciada por la CIA de A. Dulles, siendo secretario de estado su hermano John F. accionista de la empresa, derrocó a Arbenz en junio de 1954 y  desató las furias, calmadas recién después de tres largas décadas. Entonces, para enfrentar a los sucesivos gobiernos golpistas, distintas fracciones constituyeron movimientos revolucionarios: las Fuerzas Armadas Rebeldes (1962), el Ejército Guerrillero de los Pobres (1972) y la Organización del Pueblo en Armas (1979), los cuales convergieron años más tarde en una conducción centralizada al crear en 1982 la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Poco a poco, la URNG se transformó para los gobiernos siguientes en lo que las FARC son para Colombia. Jamás se quiso denominar “guerra civil” a lo que de hecho lo era desde 1960.

Entre 1954 y 1982, las luchas intestinas dejaron un tendal de 80.000 almas. En mayo de ese último año un nuevo fragote militar llevó al poder al general E. Ríos Montt, que desató una represión terrorífica y produjo un desbande social con exilios forzados a Méjico principalmente, huidas a las selvas y decenas de miles de muertos más. Guatemala no daba más pero intentó una reacción de la mano de una reforma constitucional en 1984, que introdujo los recursos de amparo y habeas corpus entre otras conquistas. Convocadas elecciones para noviembre de 1985, triunfó el democristiano Vinicio Cerezo, un soplo de aire fresco en esa atmósfera enrarecida por la falta de grandeza. ¿De qué otra cosa, si no?

Así llegó Esquipulas II para impulsar un “Procedimiento para establecer la paz firme y duradera en Centroamérica”, el cual debía ser adaptado a cada realidad nacional según sus tiempos y necesidades. Estos acuerdos permitieron a Guatemala instituir un Consejo Nacional de Reconciliación, integrado por el Gobierno, las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica, el que de inmediato instó a un compromiso mutuo de cese de hostilidades, a la democratización plena y al desarme de los paramilitares de las Patrullas de Autodefensa Civil. Para lograr estos objetivos era imprescindible que los gobiernos vecinos vedaran el uso de su territorio para ayudar a los bandos enfrentados.

El plan de Esquipulas II significó un largo y paciente recorrido de negociaciones “paso a paso”, que fueron plasmándose en acuerdos parciales negociados en distintas ciudades del mundo. Esos instrumentos están mencionados en el art. 15 del acuerdo final, y fueron los siguientes: 1) Acuerdo Marco sobre Democratización para la Búsqueda de la Paz por Medios Políticos, suscripto en Querétaro, México, 25/7/91; 2) Acuerdo Marco para la Reanudación del Proceso de Negociación entre el Gobierno de Guatemala y la UNRG, México DF, 10/1/94; 3) Acuerdo Global sobre Derechos Humanos, México DF, 29/3/94; 4) Acuerdo para el Reasentamiento de las Poblaciones Desarraigadas por el Enfrentamiento Armado, Oslo, 17/6/94; 5) Acuerdo sobre el Establecimiento de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de las Violaciones a los Derechos Humanos y los Hechos de Violencia, Oslo, 23/6/94; 6) Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas,  México DF, 31/3/95; 7) Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria,  México DF, 6/5/96; 8) Acuerdo sobre Fortalecimiento del Poder Civil y Función del Ejército en una Sociedad Democrática, México DF, 19/9/96; 9) Acuerdo sobre el Definitivo Cese al Fuego, Oslo, 4/12/96; 10) Acuerdo sobre Reformas Constitucionales y Régimen Electoral, Estocolmo, 7/12/96; 11) Acuerdo sobre Bases para la Incorporación de la URNG a la Legalidad, Madrid, 12/12/96; y 12) Acuerdo sobre Cronograma para la Implementación, Cumplimiento y Verificación de los Acuerdos de Paz, Guatemala, 29/12/96.

Para evitar los picos de tensión, las partes acordaron requerir a la ONU su intervención como garante y mediadora, a cuyo efecto -para cumplir con el acuerdo de cese definitivo del fuego- el Consejo de Seguridad estableció la MINUGUA, una misión de ayuda humanitaria, mediante Resolución 1094 de 1997, siendo secretario general Boutros Ghali. Los distintos acuerdos convergieron finalmente en el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, firmado en la ciudad de Guatemala el 29 de diciembre de 1996, el cual, con marchas, contramarchas y rebrotes de violencia, sigue guiando el proceso político del país.

El estentóreo final de la XVII Cumbre Iberoamericana realizada en Santiago de Chile pasará al recuerdo por las miopías de Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez o por el enojo regio y tonante de Don Juan Carlos; sin embargo, el motivo de la convocatoria había sido debatir nada menos que sobre la cohesión social de y en estos países. En su discurso inaugural, la presidente Bachelet había señalado que “Nuestra región ha sido marcada por la construcción de sociedades que a lo largo de la historia han reproducido patrones de inequidad y exclusión, y nos ha convertido en la región más desigual del planeta”; y más adelante, destacando la recuperación democrática y el fuerte crecimiento económico regional de los últimos años, aceptó que la ausencia de políticas sociales debilitó “los sentimientos de solidaridad, pertenencia e identidad social”, afianzando “un cierto sentimiento de desencanto con la democracia y con la política”. Parece que la injusticia social es un grave problema continental y ningún estado puede resolverla por sí solo.

¿Quién se acuerda de la guerra civil más larga y cruenta de América Latina con sus 200.000 muertos? Guatemala reproduce en carne viva la historia de nuestras crueles provincias latinoamericanas; todo lo bueno y malo se refleja allí en su  escala. En el desmadre que producen la desigualdad y la discriminación se han entronizado la corrupción, la ineficiencia del aparato estatal y una delincuencia incontrolable: un espejo válido para mirarnos y definir qué se debe y no se debe hacer con nuestros pueblos. ¿Cómo que no importa Guatemala?

Bibliografía consultada:
- V. Bacchetta (editor), Guía 1996/97- El Mundo visto desde el Sur, Lumen, Buenos Aires 1996.
- J. Castañeda, La utopía desarmada, Ariel, Buenos Aires, 1993.
- N. Gibelli, Las Luchas de posguerra, tomo II, Ed. Codex, Buenos Aires, 1969.
- A. Gonen, Diccionario de los pueblos del mundo, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1996.

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