Claves nº 163 Septiembre de 2007
Hace tiempo ya, dedicamos dos notas seguidas a la
cuestión colombiana, motivadas por la presencia de Javier Calderón en Salta
(“Colombia; ¿el reencuentro de la historia?”, nº 85 - nov./99, y “La vecindad
de Colombia”, nº 86 - dic./99). Desde entonces se sucedieron los gobiernos y la
cuestión de fondo continuó inextricable; pero Colombia es siempre noticia: en
dos o tres meses hubo una sucesión de situaciones que parece converger hacia el
objetivo de alumbrar un proceso de paz y concluir de una vez casi medio siglo
de convulsión política y social. ¿Es algo espontáneo, una ‘acción psicológica’
o se articula en altos niveles políticos?
Un témpano desmesurado va al garete en ese mar
proceloso que es Colombia; lo que sobresale, se sabe, es apenas el tercio de su
volumen. En la punta de ese iceberg sobresalen las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP), imprimiendo ritmos
-de un modo u otro- a la agenda del país. Debajo del agua, los tercios
restantes (narcotráfico, paramilitares, corrupción, pobreza, labilidad
institucional) son sayos que le caben a la América Latina entera.
En los últimos
meses, sonoras novedades centraron de nuevo la atención continental en torno de
la guerrilla y del narcotráfico, una combinación revulsiva que a nuestro
criterio frustró hasta hoy cualquier intento de salida política razonable. En
efecto, la lucha de las FARC es un tema esencialmente político, en cambio la
actividad de los carteles lisa y llanamente delictiva. El cóctel se potencia a
extremos intolerables, aunque ambos sectores -por los motivos que sean- se
vigilen, recelen, negocien y quizás protejan.
Todos nos habremos
preguntado alguna vez cómo una guerrilla marxista-leninista “clásica” pudo mantener durante decenios una
fuerza insurgente de 17.000 soldados, prolijo, bien entrenado y equipado, con
capacidad logística y de movilización. ¿Habrá que buscar respuesta en la liaison
que ambas partes niegan con énfasis? Tal vez hubiera sido distinto si viviera
Pablo Escobar o anduviesen sueltos los Rodríguez Orejuela. Anulados éstos, los
grandes carteles fueron remplazados por ‘cooperativas’ de recolectores
devenidos en pequeños fabricantes de pasta base en usinas domésticas. Las FARC
tuvieron pues una ventaja adicional con el nuevo escenario y su control
territorial incidió en la producción de
cocaína: todo vale en la lógica de la guerra revolucionaria.
Por su parte, los
líderes narcos se enriquecen, caen estrepitosamente y aparecen otros para
ocupar el espacio vacío, cada cual con su estilo. Juan Carlos Ramírez Abadía
(44), (a) Chupeta, fue detenido en San Pablo a principios de agosto[1];
un mes después, en las estribaciones montañosas del Valle del Cauca, fue
apresado Diego León Montoya[2],
verdadero “capo” del cartel del Norte del Valle, responsable de unos 1.500
asesinatos y del 70 % de los embarques de cocaína a los Estados Unidos, al cual
respondía el otro; ambos, por su propia salud, esperan ser extraditados por la
justicia norteamericana[3].
No hay que ilusionarse demasiado: las cabezas se renuevan con más velocidad que
las del monstruo del lago de Lerna. Sin embargo, no deja de llamar la atención
la proximidad de estas detenciones justo en el momento en que, por un lado,
avanza la posibilidad de un canje humanitario de prisioneros, involucrando a
Hugo Chávez con la venia de Álvaro Uribe y, por otro, las FARC preparan una
reunión con la senadora opositora Piedad Córdoba[4]
para el próximo 8 de octubre, justo en el 40º aniversario de la muerte del Che.
Desde la presidencia de Andrés Pastrana (1998 – 2002) no había tanto movimiento
al respecto, no obstante la terquedad de los irreductibles de ambos bandos.
Las FARC y las reglas de juego
La guerrilla colombiana protagoniza la lucha revolucionaria más antigua del mundo, desde que cuarenta y ocho personas enfrentaran al ejército regular en Marquetalia, a fines de mayo de 1964; ha sobrevivido milagrosamente a la caída del Muro y la demolición de la URSS. En sesenta años la insurgencia aún sigue encapsulada en los territorios que controlan los de Tirofijo (ni en el sitio web oficial de las FARC pudimos verificar la cantidad exacta de km 2), pero no logró expandirse al resto de una sociedad, que le ha tomado el gusto a la incipiente y frágil pax uribeana. Con todo, esos insurgentes nunca protagonizaron algo como un asalto al Palacio de Invierno ni a un Cuartel Moncada; tampoco hubo toma de La Bastilla, aunque el intento de hallar una fórmula de convivencia canalizada por la izquierda ‘tradicional’ a lo mejor absorba o recicle la dirigencia guerrillera, sin padecer la frustrada experiencia de la Alianza Democrática M 19 en los ‘90. El Polo Democrático Alternativo (PDA) se ofrece sin complejos[5].
El 28 de mayo de
2006, Álvaro Uribe Vélez logró su reelección con el 62,2 % de los votos. Su
triunfo estuvo precedido de negros presagios pues un mes antes había sido
asesinada a balazos Liliana Gaviria, hermana del ex presidente y ex secretario
de la OEA, César Gaviria Trujillo, uno de los líderes del opositor Partido
Liberal, hasta ese momento principal fuerza de oposición. Nunca se supo quienes
fueron los autores materiales y menos los intelectuales, pero la violencia
sigue siendo el escenario. La sorpresa fue sin dudas el 22 % que obtuvo otro
Gaviria, Carlos, candidato del PDA, superando por diez puntos al Partido
Liberal[6].
La paz interna que
exhibió Uribe promediando su primer mandato se logró militarizando Colombia,
política que apenas se sostiene en las principales ciudades del país.
Desgastado por la falta de respuesta de las FARC, el presidente formalizó un
pedido de diálogo con la guerrilla a principios de agosto pasado, que tenía
como condición la previa liberación de una cincuentena de secuestrados
(“rehenes políticos” para la insurgencia) internados en la selva; a cambio el
gobierno liberaría a casi quinientos guerrilleros. Si esto aconteciera, habría
condición propicia para negociar un armisticio que encamine hacia la paz
interna definitiva. Las FARC aceptarían la propuesta siempre y cuando el
gobierno despeje un corredor de 780 km 2
en donde ocurriría el canje humanitario. Condición de cumplimiento imposible:
el gobierno nunca lo aceptará ante la mínima posibilidad de que la guerrilla
termine ocupando esa franja estratégica.
Opinión
pública nacional e internacional
Chávez y Uribe no
han tenido una relación fácil, sobre todo desde que Rodrigo Granda, uno de los
jefes de las FARC, fue apresado en suelo venezolano (dic./2004) por un grupo
comando desconocido y entregado a las autoridades colombianas a cambio de una
recompensa dineraria[7]. La
furia de Chávez fue explícita, no sólo por la forma en que se llevó a cabo la
operación sino porque fue evidencia que las FARC están protegidas en Venezuela.
El entredicho se zanjó con la Declaración de Santa Marta en diciembre de 2005,
ocasión en que ambos presidentes recompusieron sus relaciones, para bien
general. Hoy, paradójicamente, Chávez se ha transformado en un aliado de
Colombia y, si logra mediar entre las partes, habrá potenciado su liderazgo
regional. Siendo una problemática estrictamente interna, Uribe necesita apoyo
externo y el bolivariano es casi una pieza clave.
Entre el 26 y el 27
de agosto, el periodista de Clarín Pablo Biffi logró entrevistar nada menos que
a Raúl Reyes, segundo comandante de las FARC en su propio asentamiento
castrense[8].
En el reportaje que publicó ese diario, Reyes no salió del libreto, pero en
Buenos Aires el embajador de Colombia, Jaime Bermúdez, no dudó en reaccionar
por el contenido de la transcripción, exponiendo la situación de modo
exactamente contrario al comandante guerrillero: hay vínculos entre las FARC y
el narcotráfico, promueven secuestros extorsivos y, en general, descree de su
escasa o nula vocación real de diálogo[9].
Sin embargo, el miércoles 29 de agosto, el diario venezolano Últimas Noticias
reveló que Chávez había recibido un mensaje de las FARC vía Pilar Córdoba,
pidiendo su participación en el canje de rehenes.
Hay en Colombia un
cierto status de convivencia que a veces las FARC exacerban para mejorar su
capacidad negociadora. ¿Están dispuestas a sumarse a la vida política
tradicional? Ahora que Uribe ha logrado desactivar fracciones paramilitares
importantes, el terreno estaría abonándose. ¿Podrán convivir posiciones ideológicas
tan disímiles en una sociedad signada por una violencia estructural? Las FARC
no son ETA, no buscan la independencia del la República de Marquetalia, no
reivindican cuestiones de raza, lengua y cultura, de modo que su reinserción no
debiera ser tan traumática. Al fin y al cabo en nuestra Latinoamérica se han
reciclado y adaptado hasta el asombro a la era de la globalización, militantes
setentistas que habían optado por el cambio revolucionario de nuestras
sociedades por las armas.
Colombia, en verdad, merece un seguimiento permanente
no solo porque su pueblo debe reconquistar la paz sino por la estabilidad misma
de América Latina. La opinión pública colombiana se ha conmocionado por la
actitud de familiares de rehenes de las FARC: la marcha a pie de Gustavo
Moncayo, padre de un cabo secuestrado hace diez años, recorriendo 800
kilómetros, sensibilizó a los colombianos; la propuesta del gobierno de Sarkozy
para mediar por la libertad de Ingrid Betancourt, secuestrada en febrero de
2002 siendo candidata presidencial, o la entrega a sus familias de los cuerpos
de los legisladores muertos en “situación confusa”; el reclamo angustioso de
Clara González de Rojas, madre de Clara Rojas, vocera de prensa de Ingrid y
secuestrada con ella, para conocer a su nietito nacido en cautiverio hace un
par de años[10].
Todo suma a la hora de derretir con suavidad un témpano al garete.
El recordado Cardenal Samoré, en su ajetreada tarea de
mediación entre Argentina y Chile por la cuestión del Beagle, allá por 1980, en
un momento respondió a una consulta periodística “Veo una lucecita al final del
túnel”. ¿Será igual en este caso?
[1] “Cae el capo del mayor cartel colombiano”, La Nación, 8/8/07, p. 2.
[2] “Cayó en Colombia uno de los grandes zares de la droga”, La Nación,
11/8/07, p. 4.
[3] “Brasil y sus fantasmas”, Claves nº 162, ago./07.
[4] Senadora del Partido Liberal, abogada fuertemente crítica del gobierno
de Uribe, no ha dudado en contribuir al proceso de pacificación. Tal vez hoy
sea una de las figuras políticas más aceptadas por la sociedad colombiana, con
perfil presidencial.
[5] Pablo Biffi, “El centroizquierda apoya la idea de que las FARC se
sumen a un gobierno”, Clarín, 28/8/07, p. 24).
[6] “Arrasó Uribe y logró un segundo mandato”, La Nación, 29/5/06, p. 2.
[7] J.A. Sánchez Román, “La política de seguridad democrática de Álvaro
Uribe y el conflicto armado en la región andina”, ensayo publicado por el
Centro de Investigación para la Paz, www.euro-colombia.org.
[8] Un elemento a tener en cuenta: las FARC están debatiendo quién
remplazará la jefatura histórica e indiscutible de Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo.
[9] “El escenario colombiano no es de guerra civil”, Clarín 30/8/07, p.
29.
[10] “Emmanuel de la selva”, Veintitrés Internacional, nº 20, junio 2007.
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