CLAVES nº 162 - Agosto 2007
En nuestra nota
anterior (“Brasil inalcanzable”, Claves, nº 161) abordamos la posición
actual de Brasil y anticipábamos ésta, en la cual referiremos a los urgentes
desafíos que debe afrontar el Palacio del Planalto. Son serias amenazas que entorpecen o
retrasan su proyecto de potencia mundial, dos de las cuales quizás encuentren
al menos un principio de solución antes de finalizar Lula su mandato:
corrupción y violencia; las restantes, la pobreza y la Amazonia, son para el
mediano y largo plazos.
Violencia y narcotráfico
Brasil padece en
sus mega-ciudades, una violencia interminable derivada del tráfico de drogas,
del juego clandestino, la prostitución en todas las escalas y el contrabando de
armas. El descontrol ha empezado a ser enfrentado con más preocupación que
efectividad, luego de sangrientas revueltas callejeras promovidas desde sus
celdas por dos emblemas del desmadre, Fernandinho Beira Mar y Marcola.
Vale la pena un par de trazos del perfil de estos bandidos.
Luiz Fernando Da
Costa (Fernandinho) es el jefe del Comando Vermelho, organización mafiosa que
controla buena porción del negocio de la droga en Río, desde la favela Beira
Mar en la Baixada Fluminense. Las operaciones del “Comando” tienen mucho de
tácticas de insurgencia urbana, aprendidas de los presos políticos durante los
largos años de gobierno militar. Varias veces dado por muerto, fue a prisión
por primera vez en noviembre de 1996, de donde huyó gracias a coimas monumentales
para los carceleros. A partir de entonces amplió los negocios al contrabando de
armas, las cuales entran por Surinam, se acopian en Paraguay y, según informes
de inteligencia, se truecan por cocaína en Colombia directamente con las FARC.
Precisamente su segunda detención por el ejército colombiano en marzo de 2001,
generó zozobra diplomática entre ambos países (E. Gosman, “Golpe al
narcotráfico en la región”, Clarín, 07/01/01).
El otro personaje,
más refinado y ávido lector, es Marcos Williams Herbas Camacho (a) Marcola,
líder del no menos tenebroso Primer Comando de la Capital (PCC), que despliega
sus tentáculos por la inmensidad de San Pablo y justifica su accionar delictivo
con reivindicaciones populares y retórica leninista. Entre las acciones más
violentas del PCC, está la revuelta de tres días que conmocionó la megápolis a
mediados de mayo de 2006; Marcola no solo desató la furia sino que
unilateralmente dispuso la tregua... (“Marcola, el prisionero que logró
poner de rodillas a toda una ciudad”, La Nación, 17/05/06, p. 2).
Frente a tal
panorama, el gobierno de Lula reaccionó aprobando un Programa Nacional de
Seguridad Pública con Ciudadanía; lanzado el 1º de agosto en las once mayores
ciudades de Brasil, implica un gasto anual de u$ 500 millones. El plan prevé
tanto políticas sociales de prevención y asistencia como la represión misma y
la construcción de cárceles (“Ambicioso plan de Lula contra el delito”, La
Nación, Sec. Exterior, 11/07/07, p. 4). Los resultados son inciertos, a
estar por el “pre-estreno” de enero pasado, cuando tropas oficiales avanzaron
sobre la favela Mangueira precipitando una reacción popular de indignación (“Tropas
federales de élite van a Río para combatir narcos”, Clarín, 04/01/07, p.
20).
La penetración
devastadora de los intereses de la droga ha crecido de tal forma, que más allá
de fernandinhos y marcolas, Brasil es territorio ideal para los
narcotraficantes, aunque sin llegar al punto de desplazar a México. En los
últimos días, la detención en San Pablo de “Chupeta” (el colombiano Juan Carlos
Ramírez Abadía) reveló otra vez el nivel de coimas, favores y contrafavores,
vinculados al negocio de la droga y lavado de dinero. Chupeta clama por que lo
extraditen a los Estados Unidos, pues allí se sentirá más seguro que en la
cárcel de Campo Grande de Mato Grosso del Sur, en donde espera tiempos
propicios... junto con Fernadinho Beira Mar (“Brasil, nuevo paraíso del
narcotráfico”, La Nación, 12/01/07, p. 2).
Desde una
perspectiva genérica, Jacqueline Muñiz, experta de reconocidos antecedentes
académicos, trabaja en los equipos gubernamentales que diseñan la nueva
política de seguridad (“Se debe
blindar a la policía del uso político partidario”, La Nación, Enfoques,
20/05/07, p. 8). Ella ha distinguido seguridad de protección,
considerando a la primera más integral e importante que la segunda: “Una cosa
es seguridad, que es necesariamente colectiva, razón de ser del estado, y otras
son las lógicas de protección. Esto último -sostiene- es lo que hacen los
grupos armados, pero la protección es precaria, desigual, provisoria y tiene
como fundamento la amenaza”. Asimismo advierte contra los reduccionismos de
derecha (la represión un fin en sí mismo) y de izquierda (la cuestión es
excluyentemente social), y, abogando por una combinación de ambas visiones,
apunta contra el populismo y la maquinaria política clientelista. Habrá que
seguirla con detenimiento, ya que sus recetas bien pueden aplicarse por estas
latitudes.
Corrupción
El narcotráfico, y
su ínsita estela corruptora, se derrama en dos direcciones “complementarias”:
disputa al estado el monopolio de la fuerza pública (las favelas más pobladas
son territorio ocupado y con reglas propias); el dinero narco financia
campañas políticas de candidatos cariocas y paulistas. Este par de datos
permite apreciar la hondura de la cuestión. Casos resonantes han atosigado al
presidente desde su primer mandato y así continúa, protegido todavía por una
economía en constante crecimiento.
Hay en Brasil una
corrupción enquistada; el propio Lula lo reconoció cuando el diputado federal y
primera espada del PTB, Roberto Jefferson, denunció en mayo de 2005 los sobres
con sobornos que mensualmente se entregaban a algunos legisladores para aprobar
leyes en el congreso. La “mensalâo” le costó la cabeza al Administrador de
Correos, Antonio Osorio y a su segundo Mauricio Marinho. En junio del año
pasado cayó nada menos que el Ministro de Hacienda, Antonio Pelloci, complicado
en una red de tráfico de influencias y lavado de dinero; un año exacto después
fue despedido el Ministro de Minas y Energía, Silas Rondeau, complicando al
presidente del senado Renán Calheiros (principal socio político de Da Silva),
en un fraude en licitaciones de obras públicas.
Como si fuera poco,
Vavá apareció en escena. Genival da Silva es el hermano mayor de los 21
que tiene Lula y, según se dice, por quien él tiene un afecto especial. Se lo
acusa de tráfico de influencias en la instalación de una red de máquinas
tragamonedas que lidera un discutido personaje llamado Nilton Serpo. Según se
dice, Vavá carece de dones naturales como para manejar un lobby de ese nivel;
pero sumado a los demás escándalos que aparejaron las caídas de altos
funcionarios, es evidente que costará mucho erradicar este mal, si no
definitivamente al menos en una buena medida.
Dirigentes europeos
han hecho llegar un claro mensaje con motivo de la reciente consagración de
Brasil como socio estratégico de la UE: Europa no está dispuesta a lidiar con
la corrupción brasileña, una de las causas de la maraña burocrática que
condiciona los trámites en Brasil e impide los buenos negocios (Ramiro
Decarlos, “El misterio de Lula”, Veintitrés Internacional, nº 21, julio
2007, ps. 40/43).
Pobreza y Amazonia
La pobreza en Brasil es un drama que excede
al presidente Da Silva, quien desde los primeros días del primer mandato
pretendió erradicarla con su programa Hambre Cero, de cuya eficacia se duda. Al
igual que en varios países latinoamericanos, la tendencia de la población a
radicarse en las ciudades, acá también es un dato de la realidad. El
hacinamiento y el desempleo, presupuestos de la pobreza, son las consecuencias
inmediatas.
La cinematografía ha servido para pintar la
realidad tremenda de las periferias urbanas y bajos fondos, con Peixote
de H. Babenco, o Ciudad de Dios de H. Meirelles. Sin embargo, la miseria
está desparramada en todo el inmenso territorio. La pobreza ronda el 20 % (casi
toda la población argentina), la esperanza de vida es de 71 años y el
analfabetismo ronda el 13,5 %. Según un informe del BID a enero de este año, el
50 % más pobre percibe solo el 10 % del ingreso agregado, y a la inversa el 10
% más rico el 50 % de aquel.
Una de las razones por las que la gente huye
del campo es la dificultad para acceder a un pedazo de terreno. Pobreza y
propiedad de la tierra están estrechamente ligadas en Brasil. Expresión política de la situación, ha sido el surgimiento del
Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), un conglomerado de
sectores populares desguarnecidos que reclaman tanto la reforma agraria como
denostan la economía globalizada. El MST apostó por el triunfo de Lula, pese a
que en algún momento debatió su transformación en partido político para
distinguirse de los demás. Instalado en el máximo cargo político, Lula fue
halagado con el título de ‘compañero de lujo’; hoy apenas es aliado de ocasión,
cuya política produce el rechazo de los pobres entre los pobres. Lula no avanzó
demasiado en materia de reforma agraria.
Ligado a esa problemática de vieja data,
se encuentra la cuestión de la Amazonia. Su implicancia geopolítica para la
región y el mundo, va adquiriendo cada vez mayor significado; en nuestro país
lo demuestran numerosos trabajos al respecto, publicados en la revista Estrategia
(por ejemplo el nº 33, marzo-abril 1975, Parte II, ps. 44 a 93).
La selva amazónica es una masa verde que
abarca también a Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y Surinam.
De tal superficie, Brasil cuenta con el 70 % (5 millones de km2) y la parte
brasileña se extiende por los estados y territorios de Amazonas, Pará, Acre,
Roraima, Rondonia y Amapá. Allí viven unos 20 millones de habitantes (3.300.000
en 1974) y el 15 % de esa extensión está deforestado, siendo todavía el 69 %
una selva original. Allí está el 16 % de toda el agua dulce del mundo, pero el
75 % de las 250 millones de toneladas de carbono que Brasil expele a la
atmósfera proviene precisamente de la deforestación (Luis Esnal, “Un buen
negocio llamado Amazonia”, La Nacíón – Enfoques, 22/07/07, p. 5).
En cuanto a la titularidad de la tierra, el
37 % es fiscal sin protección, el 33 % es área protegida o reserva indígena, el
24 % es privado y sólo un 6 % está destinado a asentamientos aborígenes y
reforma agraria. Como en la época de la colonia, la pelea por la tierra es
despareja y sin cuartel. Se calcula que
el 3,5 % de los grandes propietarios concentran casi el 60 % de las
tierras aptas para cultivo; el 40 % de campesinos pobres apenas tiene el 1 %
de tierras de igual calidad.
Hace
poco un tribunal estadual de Pará
condenó a 30 años de cárcel a Vitalmiro Bastos da Moura, autor intelectual del
asesinato de Dorothy Stang, una monja norteamericana nacionalizada brasileña,
comprometida con el campesinado pobre. Este precedente ha logrado lo que no se
pudo cuando el legendario Chico Mendes, militando en el PT, fue asesinado en
1988 en similares circunstancias; ahora definirá la Corte Suprema, abriendo una
instancia nueva en la lucha por el reparto de la tierra, que involucra al MST y
abarca todo el territorio nacional (Fabiana Frayssinet, “¿Fallo simbólico
o simple maquillaje?”, Veintitrés Internacional, junio 2007, p. 40).
La Amazonia es una cuestión de alto voltaje
político para los gobiernos brasileños, en especial a medida en que avanza la
presión de ciertos actores internacionales para, precisamente,
internacionalizarla y declararla patrimonio común de la humanidad. Si eso
llegara a suceder, cosa que dudamos, Brasil habrá perdido todas sus batallas
pendientes; es decir, habrá perdido la posibilidad de erigirse en una de las superpotencias
de este siglo.
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