Claves nº 175 – Noviembre de 2008
"Nos ha tomado mucho
tiempo, pero esta noche, por lo que hemos hecho en este día, en esta elección,
en este momento definitorio, el cambio ha llegado a Estados Unidos" (Discurso en el Parque Grant de Chicago, madrugada del 5 de noviembre).
La última vez que se aludió a cuestiones
internas de EUA en esta columna, fue en ocasión del resonante triunfo del
Partido Demócrata en las legislativas de noviembre de 2006, que encumbró en la
presidencia de la Cámara de Representantes a Nancy Pelosi, primera espada
demócrata en ese ámbito (“Estados Unidos: otra vuelta de tuerca”, CLAVES nº 156 – febrero 2007). En esa ocasión referíamos la caída libre
de la popularidad de George W. Bush, del 70 al 30 %. Había empezado el
principio del fin de la gestión republicana. Demasiados errores: el Partido
Republicano no podía soportar otro más, y menos si venía en el formato de una
crisis financiera de magnitud cataclísmica. Empezadas las duras primarias del
PD, parecía que esa mitad de la vida
política norteamericana estaba más preparada para proponer al país una candidata antes que un candidato afroamericano (dicho en jerga políticamente correcta). Después del
4 de noviembre se vio claro: para sacar a los republicanos luego de ocho años
de un gobierno azaroso, más chances tenía Barack Obama que Hillary
Rodham-Clinton.
Se analizó mucho en el transcurso de estos días la composición del voto de ambos partidos antes de la contienda, pero ni todo el voto negro y femenino se orientó a los candidatos del PD, ni todo el voto latino o religioso lo hizo por el PR. Había sí preocupación en los demócratas por la respuesta del voto negro, ya que un 8 % constante del electorado jamás votará a un afroamericano por más que sea de su afinidad partidaria o ideológica. Aunque la historia lo recordará como el primer presidente negro, BO fue lo suficientemente astuto para no hacer de su negritud un caballito de batalla; esa prudencia le rindió bien y lo hizo aún más aceptable. Por otra parte, el voto latino todavía no decide elecciones; si bien la población de tal ascendencia ha superado ya a la de color y será la primera minoría dentro de una generación, el 15 % actual solo expresa el 9 % del padrón electoral. El voto hispano fue decisivo en Colorado, Florida y Nevada; en el resto se repartió, aunque siempre con preferencia por los candidatos demócratas. La sorpresa en esta elección fue el voto juvenil -18 a 24 años- siempre más proclive al cambio, alrededor del 17 % del electorado, inclinado masivamente a BO en un 68 % contra un 30 a favor de John McCain.
La fórmula Obama-Biden obtuvo un triunfo rotundo
en tanto le permitió asegurarse 349 de los 270 votos necesarios para controlar
el Colegio Electoral, contra 162 de JMC. Consiguió también una cantidad
suficiente de representantes (diputados) y senadores, para empezar a gobernar sin
zozobras y con una cómoda mayoría en el
Congreso. Los números a la fecha son 56 senadores PD, 40 PR, cuatro
bancas aún sin definición; en la Cámara de Representantes, 258 contra 177. Sin perjuicio de la contundencia de esos
números, en el marco de una inédita participación popular que llegó al 64 % de
los electores en condiciones de votar sin obligatoriedad, sólo el 52 % del
padrón votó a Obama, el 46 % lo hizo por McCain y el 2 % restante se distribuyó
entre ocho ignotos candidatos independientes. Eso indica una ciudadanía
dividida y, en ciertos temas, fragmentada. Una vez que pase el shock y se reacomoden las cargas, los
republicanos seguro que han de movilizar a su porcentaje para recuperar terreno
en las legislativas dentro de un par de años.
El entusiasmo por BO llegó a extremos
hiperbólicos más fuera que dentro de los EUA. Con todo, la gestión de BO no ha
de cambiar al mundo como algunos comentaristas repiten desde la noche misma del
histórico martes 4. Su interés prioritario será cambiar políticas internas y
modo de hacerlas, que a lo mejor después repercutan afuera. Muchos observadores
habían pronosticado igualmente cambios sustanciales para el mundo cuando los
atentados terroristas del 11 S. El mundo tampoco cambió aquella vez, pero Norteamérica
sintió por primera vez y en carne propia su vulnerabilidad desde aquella
cruenta guerra civil que estuvo a punto de partirla en dos, entre 1861 y 1865. Vencido
para siempre el proyecto de país agrícola y esclavista, los sucesivos gobiernos
conquistaron las dos costas contrapuestas y poco a poco fueron ocupando los
espacios intermedios. Salieron al mundo de la mano del presidente electo más
joven (42 años), el calvinista Teodoro Roosevelt, y a partir de entonces ninguna
gran decisión en política mundial pudo tomarse sin al menos consultar a la Casa
Blanca. Aquel proceso decimonónico parió la gran potencia del siglo XX; hoy BO
debe regir los destinos de su república imperial cuando está afirmándose China
como gran potencia del XXI.
¿Podrá asumir la nueva gestión de la Casa
Blanca que, en el esquema de poder mundial perfilado de a poco, no hay margen
para el mesianismo unilateral? En la escena internacional hay muchos actores
que desean participar en las grandes decisiones y no van a pedir permiso. El
riesgo de no entender la necesidad de un nuevo multilateralismo está latente.
En la reciente Cumbre del G 20 sobre Mercados Financieros y Economía Mundial,
estos temas se anunciaron pero las dificultades para concretar algo preanuncian
desencuentros. El mundo no está para confrontar bloques económicos y políticos;
al contrario quizás sea tiempo de reeditar el paradigma de la post guerra:
coexistencia, cooperación y regionalismo. Los números son claros: la tasa de
crecimiento de las economías capitalistas más desarrolladas indican un 3,72
entre los años 1950-1973, contra el 1,98 de la época neoliberal (1975-1998). Si
Obama lo entiende y apuesta a ello, habrá ganado con mejor derecho que por su
piel su lugar en la historia.
Ganó, pues, el reclamo de cambios en los
Estados Unidos, pero qué cambios. ¿Los norteamericanos votaron por un mero cambio
de equipo o por un cambio de políticas, y con qué profundidad? ¿Qué cambios pueden
ser tan significativos para un país como Estados Unidos? Aun con todos los
contratiempos del segundo mandato de G.W. Bush, y dada la posición de primera
potencia económica y militar, ¿puede BO introducir cambios que afecten esa
condición? No tiene mucho margen para producir cambios rotundos en materia de
política externa; por ejemplo, ¿podría retirarse de Irak de la noche a la
mañana? Y aunque así fuese, es casi seguro que concentre más tropas en
Afganistán y Pakistán, mientras Bin Laden siga vivo. ¿Podría ser más parejo con
los palestinos, restando apoyo al gobierno de Israel? No reanudará relaciones
con Cuba de la noche a la mañana (aunque tal vez desmantele la insostenible prisión
de Guantánamo, como se anuncia), ni adherirá de golpe y raja al Protocolo de
Kioto; tampoco agilizará trámites para ratificar el Estatuto de la Corte Penal
Internacional; por largos meses –salvo quizás más viajes de plenipotenciarios a
la región- América Latina no figurará en su agenda. En suma, no parece que el
pueblo estadounidense tenga esos temas como prioritarios (de hecho, en la
campaña -salvo Irak- los otros no estuvieron en la primera fila de la
preocupación ciudadana), que para los no norteamericanos serían indicios
fenomenales de un cambio de conducta. La inocente visión demócratas-buenos vs. republicanos-malos
no sirve para entender los Estados Unidos. Hay cosas que los demócratas, buenos
y malos, y los republicanos, buenos y malos, no pueden hacer ni para adentro ni
para afuera. Entonces habrá que considerar, más allá del carisma de BO y de su
capacidad de liderar, qué cambios acepta esa sociedad.
A medida que pasan los días crecen las
especulaciones acerca de la composición del futuro gabinete. BO no tiene
demasiado margen temporal para anunciar uno que responda al perfil que
imprimirá a su gobierno y, a la vez,
conforme a las expectativas de sus seguidores. La principal ansiedad reside en
el acierto de las primeras medidas
económicas que tome y que afectará al conjunto más empobrecido del país que
debe afrontar sus hipotecas. En su primer discurso, BO se curó en sano al
advertir que los cambios no serán fáciles ni se darán rápido. Sabe que a pesar
de la mayoría en el Capitolio, le costará conseguir leyes para controlar el
potro desbocado de la economía. Es ahora o nunca: producción o especulación
financiera, o sea diseño de un nuevo país y entierro del paradigma neocon. Se habla de un nuevo Roosevelt
(por Franklin D.), del neokeynesianismo en relación con la crisis del 29 del
siglo pasado y muchas cosas más. Nuevamente en los Estados Unidos “Es la
economía, estúpidos”, aunque en situación mucho más compleja que cuando Bill
Clinton usó la muletilla para acceder a su primer mandato en 1992. En estas
horas el desvelo de BO pasa más por salvar la industria automotriz reactivándola
que por ocuparse de las políticas migratorias, de fuerte impacto en las
minorías raciales que lo eligieron. Hay medidas urgentes que deben tomarse
antes de que asuma en enero, y están relacionadas a la distribución del
monumental fondo de rescate que aduras pena Bush le sacó al Congreso por la
friolera de u$ 700.000 millones. Notorios pensadores de la izquierda, como Noam
Chonsky, con más incidencia en la inteligentzia
demócrata que sobre sus bases, está desencantada: no quieren apostar al fracaso
de Obama pero tampoco le ven intención de hacer los cambios.
Change, fue el grito de guerra electoral y el pueblo norteamericano
optó por él. No va a ser el primero que gane elecciones prometiéndolo y después
desilusione a sus electores porque sencillamente
no pudo o no supo hacerlos. De tanto querer cambios, otra vez resuena en la alta política aquel comentario
de Tancredi cuando su tío, el príncipe Fabrizio di Salina, le reprochaba su
adhesión garibaldina: “Si vogliamo che tutto rimanga com´è, bisogna che tutto
cambi”. ¿Así será
también en este caso?
Fuentes consultadas:
Diarios
Clarín, El Tribuno, La Nación y Perfil, en especial días 4, 5 y 6 de noviembre
de 2008.
Revista
Newsweek Argentina, 06/11/08, págs. 32 a 36.
Revista
Veintitrés Internacional, nº 35, octubre 2008, p. 29.
Revista
Ñ, nº 268, 15/11/08, p. 10.
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