24 de noviembre de 2008

Acerca del triunfo de Barack Obama


Claves nº 175 – Noviembre de 2008

"Nos ha tomado mucho tiempo, pero esta noche, por lo que hemos hecho en este día, en esta elección, en este momento definitorio, el cambio ha llegado a Estados Unidos" (Discurso en el Parque Grant de Chicago, madrugada del 5 de  noviembre).

La última vez que se aludió a cuestiones internas de EUA en esta columna, fue en ocasión del resonante triunfo del Partido Demócrata en las legislativas de noviembre de 2006, que encumbró en la presidencia de la Cámara de Representantes a Nancy Pelosi, primera espada demócrata en ese ámbito (“Estados Unidos: otra vuelta de tuerca”, CLAVES nº 156 – febrero 2007). En esa ocasión referíamos la caída libre de la popularidad de George W. Bush, del 70 al 30 %. Había empezado el principio del fin de la gestión republicana. Demasiados errores: el Partido Republicano no podía soportar otro más, y menos si venía en el formato de una crisis financiera de magnitud cataclísmica. Empezadas las duras primarias del PD,  parecía que esa mitad de la vida política norteamericana estaba más preparada para proponer al país una candidata antes que un candidato afroamericano (dicho en jerga políticamente correcta). Después del 4 de noviembre se vio claro: para sacar a los republicanos luego de ocho años de un gobierno azaroso, más chances tenía Barack Obama que Hillary Rodham-Clinton.


Se analizó mucho en el transcurso de estos días la composición del voto de ambos partidos antes de la contienda, pero ni todo el voto negro y femenino se orientó a los candidatos del PD, ni todo el voto latino o religioso lo hizo por el PR. Había sí preocupación en los demócratas por la respuesta del voto negro, ya que un 8 % constante del electorado jamás votará a un afroamericano por más que sea de su afinidad partidaria o ideológica. Aunque la historia lo recordará como el primer presidente negro, BO fue lo suficientemente astuto para no hacer de su negritud un caballito de batalla; esa prudencia le rindió bien y lo hizo aún más aceptable. Por otra parte, el voto latino todavía no decide elecciones; si bien la población de tal ascendencia ha superado ya a la de color y será la primera minoría dentro de una generación, el 15 % actual solo expresa el 9 % del padrón electoral. El voto hispano fue decisivo en Colorado, Florida y Nevada; en el resto se repartió, aunque siempre con preferencia por los candidatos demócratas. La sorpresa en esta elección fue el voto juvenil -18 a 24 años- siempre más proclive al cambio, alrededor del 17 % del electorado, inclinado masivamente a BO en un 68 % contra un 30 a favor de John McCain.

La fórmula Obama-Biden obtuvo un triunfo rotundo en tanto le permitió asegurarse 349 de los 270 votos necesarios para controlar el Colegio Electoral, contra 162 de JMC. Consiguió también una cantidad suficiente de representantes (diputados) y senadores, para empezar a gobernar sin zozobras y con una cómoda mayoría en el  Congreso. Los números a la fecha son 56 senadores PD, 40 PR, cuatro bancas aún sin definición; en la Cámara de Representantes, 258 contra 177.  Sin perjuicio de la contundencia de esos números, en el marco de una inédita participación popular que llegó al 64 % de los electores en condiciones de votar sin obligatoriedad, sólo el 52 % del padrón votó a Obama, el 46 % lo hizo por McCain y el 2 % restante se distribuyó entre ocho ignotos candidatos independientes. Eso indica una ciudadanía dividida y, en ciertos temas, fragmentada. Una vez que  pase el shock y se reacomoden las cargas, los republicanos seguro que han de movilizar a su porcentaje para recuperar terreno en las legislativas dentro de un par de años.

El entusiasmo por BO llegó a extremos hiperbólicos más fuera que dentro de los EUA. Con todo, la gestión de BO no ha de cambiar al mundo como algunos comentaristas repiten desde la noche misma del histórico martes 4. Su interés prioritario será cambiar políticas internas y modo de hacerlas, que a lo mejor después repercutan afuera. Muchos observadores habían pronosticado igualmente cambios sustanciales para el mundo cuando los atentados terroristas del 11 S. El mundo tampoco cambió aquella vez, pero Norteamérica sintió por primera vez y en carne propia su vulnerabilidad desde aquella cruenta guerra civil que estuvo a punto de partirla en dos, entre 1861 y 1865. Vencido para siempre el proyecto de país agrícola y esclavista, los sucesivos gobiernos conquistaron las dos costas contrapuestas y poco a poco fueron ocupando los espacios intermedios. Salieron al mundo de la mano del presidente electo más joven (42 años), el calvinista Teodoro Roosevelt, y a partir de entonces ninguna gran decisión en política mundial pudo tomarse sin al menos consultar a la Casa Blanca. Aquel proceso decimonónico parió la gran potencia del siglo XX; hoy BO debe regir los destinos de su república imperial cuando está afirmándose China como gran potencia del XXI.

¿Podrá asumir la nueva gestión de la Casa Blanca que, en el esquema de poder mundial perfilado de a poco, no hay margen para el mesianismo unilateral? En la escena internacional hay muchos actores que desean participar en las grandes decisiones y no van a pedir permiso. El riesgo de no entender la necesidad de un nuevo multilateralismo está latente. En la reciente Cumbre del G 20 sobre Mercados Financieros y Economía Mundial, estos temas se anunciaron pero las dificultades para concretar algo preanuncian desencuentros. El mundo no está para confrontar bloques económicos y políticos; al contrario quizás sea tiempo de reeditar el paradigma de la post guerra: coexistencia, cooperación y regionalismo. Los números son claros: la tasa de crecimiento de las economías capitalistas más desarrolladas indican un 3,72 entre los años 1950-1973, contra el 1,98 de la época neoliberal (1975-1998). Si Obama lo entiende y apuesta a ello, habrá ganado con mejor derecho que por su piel su lugar en la historia. 

Ganó, pues, el reclamo de cambios en los Estados Unidos, pero qué cambios. ¿Los norteamericanos votaron por un mero cambio de equipo o por un cambio de políticas, y con qué profundidad? ¿Qué cambios pueden ser tan significativos para un país como Estados Unidos? Aun con todos los contratiempos del segundo mandato de G.W. Bush, y dada la posición de primera potencia económica y militar, ¿puede BO introducir cambios que afecten esa condición? No tiene mucho margen para producir cambios rotundos en materia de política externa; por ejemplo, ¿podría retirarse de Irak de la noche a la mañana? Y aunque así fuese, es casi seguro que concentre más tropas en Afganistán y Pakistán, mientras Bin Laden siga vivo. ¿Podría ser más parejo con los palestinos, restando apoyo al gobierno de Israel? No reanudará relaciones con Cuba de la noche a la mañana (aunque tal vez desmantele la insostenible prisión de Guantánamo, como se anuncia), ni adherirá de golpe y raja al Protocolo de Kioto; tampoco agilizará trámites para ratificar el Estatuto de la Corte Penal Internacional; por largos meses –salvo quizás más viajes de plenipotenciarios a la región- América Latina no figurará en su agenda. En suma, no parece que el pueblo estadounidense tenga esos temas como prioritarios (de hecho, en la campaña -salvo Irak- los otros no estuvieron en la primera fila de la preocupación ciudadana), que para los no norteamericanos serían indicios fenomenales de un cambio de conducta. La inocente visión demócratas-buenos vs. republicanos-malos no sirve para entender los Estados Unidos. Hay cosas que los demócratas, buenos y malos, y los republicanos, buenos y malos, no pueden hacer ni para adentro ni para afuera. Entonces habrá que considerar, más allá del carisma de BO y de su capacidad de liderar, qué cambios acepta esa sociedad.

A medida que pasan los días crecen las especulaciones acerca de la composición del futuro gabinete. BO no tiene demasiado margen temporal para anunciar uno que responda al perfil que imprimirá a su gobierno y,  a la vez, conforme a las expectativas de sus seguidores. La principal ansiedad reside en el acierto de  las primeras medidas económicas que tome y que afectará al conjunto más empobrecido del país que debe afrontar sus hipotecas. En su primer discurso, BO se curó en sano al advertir que los cambios no serán fáciles ni se darán rápido. Sabe que a pesar de la mayoría en el Capitolio, le costará conseguir leyes para controlar el potro desbocado de la economía. Es ahora o nunca: producción o especulación financiera, o sea diseño de un nuevo país y entierro del paradigma neocon. Se habla de un nuevo Roosevelt (por Franklin D.), del neokeynesianismo en relación con la crisis del 29 del siglo pasado y muchas cosas más. Nuevamente en los Estados Unidos “Es la economía, estúpidos”, aunque en situación mucho más compleja que cuando Bill Clinton usó la muletilla para acceder a su primer mandato en 1992. En estas horas el desvelo de BO pasa más por salvar la industria automotriz reactivándola que por ocuparse de las políticas migratorias, de fuerte impacto en las minorías raciales que lo eligieron. Hay medidas urgentes que deben tomarse antes de que asuma en enero, y están relacionadas a la distribución del monumental fondo de rescate que aduras pena Bush le sacó al Congreso por la friolera de u$ 700.000 millones. Notorios pensadores de la izquierda, como Noam Chonsky, con más incidencia en la inteligentzia demócrata que sobre sus bases, está desencantada: no quieren apostar al fracaso de Obama pero tampoco le ven intención de hacer los cambios.

Change, fue el grito de guerra electoral y el pueblo norteamericano optó por él. No va a ser el primero que gane elecciones prometiéndolo y después desilusione a sus electores porque  sencillamente no pudo o no supo hacerlos. De tanto querer cambios, otra vez  resuena en la alta política aquel comentario de Tancredi cuando su tío, el príncipe Fabrizio di Salina, le reprochaba su adhesión garibaldina: “Si vogliamo che tutto rimanga com´è, bisogna che tutto cambi. ¿Así será también en este caso?

Fuentes consultadas:
Diarios Clarín, El Tribuno, La Nación y Perfil, en especial días 4, 5 y 6 de noviembre de 2008.
Revista Newsweek Argentina, 06/11/08, págs. 32 a 36.
Revista Veintitrés Internacional, nº 35, octubre 2008, p. 29.
Revista Ñ, nº 268, 15/11/08, p. 10.

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