Revista Claves Nº 178 - Abril de 2009
OPINIÓN
RESUMIDA DE GEB
Que la economía mundial se halla en una crisis de
magnitud, no caben dudas; como tampoco que su pronóstico es impredecible. Sus
causas y la consideración acerca de si era o no previsible-evitable (en lo
personal intuyo que sí), excede el espacio de esta reflexión. El portentoso
desfalco de B.L. Madoff o la caída no menos escandalosa de Lehman Brothers fueron
algunos de los temblores que preanunciaron el terremoto. ¿Quién recuerda ahora a
WorldCom y Enron Corp. en Estados Unidos, Vivendi Universal en Francia o
Parmalat en Italia, todas variaciones sobre el mismo tema? Si hay algo que
pueda denominarse “capitalismo salvaje” (v.
Claves nº 105, nov./2001), están esos casos para definirlo a la vez que reclaman
controles más rigurosos de un sistema financiero internacional ciego, sordo y
mudo. Buscar los responsables parece un ejercicio saludable. El castigo, sea de
cárcel o una condena moral internacional, indicará hasta dónde introducir el
bisturí. Mucha plata sucia dando vuelta por paraísos fiscales, apenas la punta
del iceberg de cuestiones más complejas, reclama cuán dispuestas están las grandes
potencias a inducir cambios de fondo y perdurables.
Cuando se reflexiona sobre esta crisis,
automáticamente las miradas vuelven hacia atrás buscando similitudes y
diferencias con la de los años ‘30, por una parte; por otra, se enjuicia
también el funcionamiento de los organismos multilaterales de crédito,
particularmente al Fondo Monetario Internacional. Es razonable considerar la
necesidad de una reforma de los estatutos del FMI y del Banco Mundial y, por
extensión, de otros entes regionales como el Banco Interamericano de
Desarrollo. Lo que nadie arriesga es cuán profunda debiera ser y esto implica
una divisoria de aguas. Después de todo, el orden impuesto por los Acuerdos de
Bretton Woods en una etapa muy especial del siglo XX, prácticamente ha muerto en
1971, cuando EE.UU abandonó el patrón oro y devaluó el dólar. Al imponer el FMI
en 1978 la obligatoriedad de la libre fluctuación de monedas, aquellos
paradigmas quedaron in desuetudo. La
devaluación del peso mexicano en 1994; la crisis financiera asiática de 1997 que
empezó con la devaluación de Tailandia y siguieron las de Malasia, Indonesia y
Filipinas; la crisis rusa de 1998, consecuencia según especialistas de la
asiática; la de Brasil de ese mismo año; la hecatombe argentina, en fin todo
fue producto de las recetas del Fondo, enancadas a las “sugerencias” del “Consenso
de Washington” (v. Claves nº 149,
jun./2006), una demostración de la ineficacia de reglas de juego
cortoplacistas y etnocéntricas. Hay que entender que la crisis actual no es
solo financiera, afecta a la economía mundial en todos sus aspectos; roza la
estabilidad política de los estados por la incidencia social que implica la
caída de grandes empresas y el cierre de fábricas de cualquier tamaño.
La primera cumbre del G 20, Washington – noviembre
de 2008, fue un fracaso; por eso la siguiente convocatoria para Londres, el
pasado 2 de abril, fue más cautelosa. Si bien hubo lugar para la retórica
(Gordon Brown sepultando al Consenso de Washington), los acuerdos logrados
entre los líderes presentes no dejan de apuntar a la coyuntura. De hecho,
varios puntos eran más que necesarios: en lo financiero, control de los fondos
de riesgo (hedge funds), de los
paraísos fiscales, calificadoras de riesgo y honorarios de banqueros; en lo
comercial nuevamente apuntar a la conclusión de la Ronda de Doha y frenar el
proteccionismo; triplicación de los recursos del FMI hasta u$ 750.000 millones.
Se dio un paso importante, pero insuficiente para declarar superada la crisis,
porque si el 85 % de la riqueza mundial se concentra en el 10% más rico y el
50% de los más pobres solo participa del 1%, algo no funciona y exige
respuestas cualitativamente distintas.
En este tiempo de multilateralismo no hay margen
para “muñequeos” como el de EE.UU y el Reino Unido en 1942, cuando diseñaron el orden económico-financiero
de la posguerra. Hoy son varias las potencias
en condiciones de “rectorar” (aparte de los Estados Unidos, la Unión Europea,
el grupo BRIC con China y Rusia a la cabeza) en condiciones de imponer reglas
de juego para el corto y mediano plazos, mientras que para el largo (20 años
vista) se arma un nuevo esquema de poder mundial. Quizás esto sea lo más
interesante de todo el debate.
No hay comentarios:
Publicar un comentario