Claves
nº 220 – junio 2013
¿Adónde vamos,
entonces?
En la primera
parte intentamos describir el escenario en el cual América del Sur puede jugar
un papel relevante como bloque político-económico, en el nuevo esquema de poder
y seguridad mundiales que se está gestando sin prisa pero sin pausa. Obviamente
la pretendida meta –quizás más necesaria que merecida- requiere una dirigencia
de superior
clarividencia. ¿La tenemos? ¿Estamos en
condiciones de proponer un proyecto común que nos sea útil y a la vez le sirva
a una humanidad con serios problemas de convivencia y de suministros vitales?
Los
doce países del subcontinente suman 17.819.100 km2 (algo más que
Rusia, el país más extenso del mundo) y 357.000.000 de habitantes (150 millones
menos que la Europa de los 27)[1].
Estos datos elementales anticipan por qué las partes involucradas deben
converger en un mismo ideario. En tan vasta superficie territorial y sus
espacios marítimos adyacentes existe una riqueza monumental en materia de agua
potable, recursos energéticos, alimentos y minerales estratégicos, para
aprovechar y defender con responsabilidad y racionalidad. Sin embargo las
dirigencias (toda dirigencia, no solo la política de mayor responsabilidad) muchas
veces no parecen estar a la altura del mayor desafío: compatibilizar los distintos
“modelos” nacionales con un proyecto común para el largo plazo.
Asumiendo
que la suma de pobrezas no hace una riqueza, el debate setentista de fondo confrontó la integración nacional previa a la
integración regional inspirada por los centros financieros internacionales, que
buscaban reorganizar la escala sobre la base de la eficiencia relativa y la
eficacia selectiva de cada economía, reproduciendo a nivel regional aquella
división internacional del trabajo que condenaba a depender de los productores
de manufacturas. En esos tiempos[2]
nació, por ejemplo, el Banco Interamericano de Desarrollo (1959), gestor e ideólogo
de la integración con su Instituto para la Integración de América Latina
(INTAL, 1965).
A
medida que el deterioro de la relación de intercambio viró con la globalización,
al tope de los precios se ubicaron las commodities:
petróleo y soja cotizan mejor que el acero. Sin embargo, la concentración de la
riqueza -que produce inestabilidad social- y la intolerancia ideológica más el
afán de perpetuación en el poder[3]
-que produce inestabilidad política-, son una constante en nuestros países.
Los experimentos
Si
apostamos por la multipolaridad (en contraposición a la propuesta “cosmopolita”,
de la que hablamos antes), veamos lo hecho hasta ahora, recordando que el orden
continental se asentaba en el trípode constituido por el Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca (TIAR - 1947), la Organización de Estados Americanos y
el Tratado Americano de Solución Pacífica de Controversias (Pacto de Bogotá), ambos
de 1948.
Aventada
la Crisis de los Cohetes de 1962, la presión de los centros financieros y
académicos apuró los procesos de integración económica, inspirados en la
experiencia de las Comunidades Europeas, pero siempre atados a la estrategia
norteamericana.
Cada
una de las instituciones que se mencionan a continuación pueden ser tema para
un trabajo aparte; en esta ocasión solo las enumeraremos: Asociación Latinoamericana
de Libre Comercio (ALALC – 1962) y su sucesora la Asociación Latinoamericana de
Integración (ALADI – 1980), la Comunidad Andina de Naciones (CAN – 1969), el
Sistema Económico de Latinoamericano y del Caribe (SELA – 1975), el Mercado
Común del Sur (MERCOSUR – 1991), la reciente Alianza del Pacífico (surgida con
la Declaración de Lima – abril 2011)[4].
Salvo la última, las otras integran el paisaje latinoamericano, con idas y
venidas, encuentros y desencuentros, entradas y salidas de sus partes, pero
ninguna consolidada como motor genuino de progreso y desarrollo regional. Un
caso patético es el del MERCOSUR, cuya parálisis -rayando el estado vegetativo-
obedece antes a la falta de visión política de las dirigencias que a su
complejidad jurídica, que la tiene. Por eso los gobiernos de Paraguay y Uruguay
–cansados de las desavenencias entre sus elefantes vecinos- iniciaron contactos
para arrimarse a la Alianza del Pacífico, cuyo avance presienten más promisorio
(siete cumbres presidenciales ya en su corta vida) porque miran hacia las
playas del inmenso mercado asiático.
Consideremos
igualmente estas otras organizaciones de carácter político: el Mecanismo
Permanente de Consulta y Concertación Política (Grupo Río – 1986, basado en el
Grupo Contadora), en cuya XXI cumbre presidencial se decidió la creación de la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC - Playa del Carmen,
México, febrero 2010), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América - Tratado de
Comercio de los Pueblos (ALBA – TCP, La
Habana 2004), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR – Brasilia
2008) pensada como alternativa suramericana a la deslucida OEA[5].
Todas estas organizaciones contribuyen al contacto fluido entre cabezas de
Estado, que no es poca cosa, pero sus objetivos se superponen y las decisiones
no terminan de fructificar en la práctica. Suena duro llamarlos “experimentos”,
pero a la luz de sus resultados no parecen más que eso.
No
será posible la unidad política, económica y social de Suramérica si no se cierran
los conflictos pendientes de cualquier naturaleza, que calaron hondo en los
pueblos involucrados y malquistados por la retórica nacionalista de distintos
gobiernos en cualquier tiempo: Venezuela y Colombia respecto del archipiélago
de Los Monjes y la península de Guajira en el golfo de Venezuela; Venezuela y
Guyana por el territorio del Río Esequibo; Colombia y Nicaragua por los
espacios marítimos de las islas de Providencia, San Andrés y Santa Catalina;
Chile y Perú por su frente lateral marítimo que espera inminente sentencia de
la Corte Internacional de Justicia; el añejo reclamo de Bolivia a Chile por una
salida al Pacífico y con Brasil por el territorio del Acre.
Si
a los mencionados les sumamos la cuestión bilateral por las Islas Malvinas que,
si bien cuenta con apoyo generalizado para nuestro país, no deja de complicar
las relaciones regionales. El aprovechamiento de los mares y de las grandes
cuencas hidrográficas (Amazonas, del Plata y Orinoco), las selvas amazónicas, los
acuíferos, la proyección antártica, son cuestiones novedosas y representan
conflictos latentes, exacerbables en tanto las partes no los aborden con clara
idea de rumbo común.
A
esta lista podríamos sumar conflictos políticos, como el recurrente enfrentamiento
entre Argentina y Brasil, expresado en la retirada de las empresas Vale,
Petrobrás y Alianza Latina Logística, o la demanda a Dilma de la poderosa
Federación de Industrias del Estado de Sâo Paulo (FIESP), de liberarse de esa
“camisa de fuerza”. También los habituales cruces entre Bogotá - Caracas y
Bogotá - Quito por las andanzas de las guerrillas, las migraciones o las
tensiones que genera la desatención de la cuestión indígena de preocupante
tendencia secesionista en algunos casos.
Entre
los conflictos nacionales de potencialidad contaminante, la cuestión FARC es en
sí misma un tema de imprescindible y urgente resolución, ante la evidencia de su
anacronismo. La nueva ronda de negociaciones (y van…) tiene a Cuba y Nicaragua
como “garantes” del proceso, y a Chile y Venezuela como países “acompañantes”.
La reforma agraria acordada opera como un “empate” para que las FARC depongan
las armas con mínima dignidad.
Súmese
a la lista al narcotráfico con su capacidad corruptora, condicionantes de la
estabilidad política de los países productores, fabricantes y consumidores, que
son de hecho y a esta altura casi todos los de la región.
Seguridad
continental
Desde
la finalización de la Guerra de Malvinas yace un cadáver insepulto: el TIAR,
resabio de la Guerra Fría. Si los futuros conflictos vendrán por el lado de la
defensa de los recursos naturales, superadas las hipótesis de conflictos
regionales, parece obvio pensarlo con óptica más amplia. Así, dentro del marco
de la UNASUR, el Consejo Suramericano de Defensa -propuesto por Lula en
diciembre de 2008- fue implementado con la Declaración de Santiago (marzo
2009), cuyas medidas de confianza mutua se inspiran en la Organización para la
Seguridad y Cooperación Europea (OSCE)[7].
Con
todo, ninguno de los países –salvo Argentina- descuida la renovación y
equipamiento de sus fuerzas armadas. Desde este aspecto bien puede decirse que
hay carreras armamentistas y que Brasil, Chile y Colombia poseen las fuerzas
armadas mejor equipadas y preparadas.
Esta
problemática es riesgosa pues el equilibrio militar, guste o no, inspira las
políticas de poder, aunque ambos equilibrios
obedezcan a matrices conceptuales distintas: uno compensa armas y equipos al
nivel de confrontar en igualdad de condiciones; el otro apunta al reparto de
poder para mantener privilegios[8].
El problema ya está instalado.
Final abierto
Si,
como dijimos en la nota anterior, un orden internacional implica un patrón de
conductas asentado en reglas creadas y observadas por todos sus componentes,
Suramérica puede tener sus propias reglas que nunca serán muy distintas de las
aplicables en el orden mundial. El Protocolo de Ushuaia sobre el Compromiso Democrático
en el Mercosur (julio 1998) marca la tendencia, más allá de desaguisados como
la suspensión de Paraguay luego de la destitución de Lugo. En todo caso, la
diferencia estará en cómo se define la seguridad colectiva.
Hasta
la recuperación casi unísona de la democracia a principios de los ’80, el orden
continental respondía a los criterios de la Guerra Fría asentada en el trípode
TIAR – OEA – Pacto de Bogotá, inspirado asimismo en la Doctrina Monroe y el
corolario de Teodoro Roosevelt: EUA debía custodiar la “buena conducta”
continental. Ese paradigma ya no existe más: Estados Unidos es un jugador
importantísimo en la escena internacional, pero uno más que presiona fuerte para
mantener supremacía. Botones de muestra: en el discurso anual a la Unión de
febrero pasado, Obama anunció que promoverá un tratado de libre comercio e
inversión con la Unión Europea (dejando fuera del trato a México); y ya había
logrado lo mismo con el Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC,
Canberra 1989) o los tratados bilaterales de libre comercio, con los que
desarticula las estrategias integrativas regionales.
Volviendo
al equilibrio de poder, con las prevenciones del caso, en América hay dos
jugadores globales, Brasil y Estados Unidos, y uno que apunta a serlo, México
(¿qué hacer con México: se lo suma a una propuesta Iberoamericana o lo damos
por “perdido?), tres presencias condicionantes. Los dos norteamericanos son
países bioceánicos, al igual que Colombia en el sur. Brasil no lo es y
despliega acciones para serlo: hoy es San Pablo el núcleo geohistórico que lidera la integración suramericana. La
diferencia de potencia con una Argentina (cuya dirigencia, consumida por el
corto plazo, claudicó ante Brasil), la absorción mexicana por su gran vecino
del norte, complican cualquier negociación sensata en el armado de la unidad
suramericana.
Fortalezas,
oportunidades, debilidades, amenazas; todo indica que debemos apurarnos para no
perder el tren. Por eso tal vez sea prudente ir preparando una tercera nota
para más adelante.
[1] Los
datos consignados fueron consultados en Wikipedia,
el 11/06/13 a las 08:00 hs.
[2] Por
cierto durante parte de los ’60 y todos los ’70, la atención estuvo centrada en
sacudirnos los gobiernos militares. El proceso de recuperación democrática se
aceleró a medida en que el gran contradictor –la URSS- iba perdiendo influencia
ideológica y política a causa, inter alia,
de su fracaso económico.
[3] Bolivia,
Cuba y Ecuador sin tapujos; Argentina, Perú y Venezuela tientan la sucesión
matrimonial con Cristina Fernández, Nadine Heredia y Cilia Flores,
respectivamente.
[4] No
incluimos en esa lista al Grupo de los 3, un tratado de libre comercio entre
Colombia, México y Venezuela negociado en 1994, del cual se alejó Caracas para
incorporarse al Mercosur.
[5] Esta
propuesta incluye el Parlamento Suramericano, una Secretaría General, el Banco
del Sur y el incipiente Consejo Energético Suramericano.
[6] A ellos
aludimos en nuestro trabajo “América Latina complicada”, Claves nº 148 – mayo 2006).
[7] La idea
es implementar un mecanismo ágil e idóneo para intercambiar información sobre
los sistemas de defensa nacionales, personal, equipos y armamentos, dentro de
un criterio de flexibilidad que inspira el nuevo concepto de defensa y combina
la seguridad colectiva en sí misma (un ataque a una parte se considera un
ataque a todas) y una amplio esquema de cooperación internacional y ayuda
humanitaria.
[8] Carlos
Garay, “La carrera armamentista entre Argentina, Chile y Brasil”, en http://historiacritica.uniandes.edu.co/view.php/795/index.php?id=795, consultado 07 02 2013 hs 09:00.
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