31 de mayo de 2013

Suramérica busca su destino (primera parte)

Claves nº 219 - mayo de 2013

El contexto global

Nicolás Maduro (¿un Bordaberry de gauche?) realizó su primera salida internacional a principios de mayo para visitar Uruguay, Argentina y Brasil, en ese orden lógico. La gira, limitada a tales socios del Mercosur, suponía dos objetivos: agradecer a los tres gobiernos el rápido reconocimiento de su cuestionado triunfo electoral y afianzar la no menos cuestionada membrecía en el sub bloque, gran productor de alimentos necesitado de petróleo. Desde otra óptica, se trata de una vuelta de tuerca en los reacomodamientos políticos de estos años críticos. Buen motivo para reflexionar sobre el destino de Suramérica. ¿Ya está definido el rumbo, quiénes lo están trazando?  

Rehén de la retórica chavista, Maduro no vino a reclamar liderazgo regional, que Chávez mismo ya había reconocido implícitamente a Brasil[1], y lo corrobora dejando la última visita para Dilma, quien lo recibió con una sugestiva frialdad que no pasó desapercibida. “Pareciera una política atada a la política y no a los principios”, se quejaba Capriles en Caracas, recordando que Ollanta Humala, presidente pro tempore de UNASUR, había apoyado la auditoría electoral finalmente denegada[2].

¿Qué liderazgo declamar? El regreso de Maduro no pudo ser más ingrato; lo esperaban asustantes índices: el acumulado de inflación en el primer trimestre de este año llegó al 12,5 %, la escasez de alimentos trepó al 21,3% y la estimación de crecimiento bajó a un desilusionante 0,1 % para este año. Su enemiga no es la oposición sino la economía.  
Así las cosas, la diplomacia venezolana se apoyará sobre la cuenca atlántica donde se ubican la “proveeduría” Mercosur. ¿Qué puede ofrecerle ahora el socio Rafael Correa, seguro anfitrión de la próxima gira?

Venezuela necesita más de la bioceánica Colombia, por una gran cantidad de factores, pero esa relación aún padece los equívocos de Chávez. Asimismo fue un error no haber justificado de alguna manera una escala en Paraguay, socio fundador actualmente suspendido a causa de la destitución del indefendible Fernando Lugo[3]. Perdió la ocasión de mostrarse un estadista o quizás no logró consenso de los otros tres presidentes con cola de paja. Y así se van trenzando alianzas y propiciando reencuentros en este zarandeado continente de los siete colores.

Cambio de paradigmas[4]

No se puede enfocar correctamente el proceso suramericano sin la referencia global, acopiando datos, leyendo sucesos y observando los comportamientos de distintos gobiernos en un mundo nuevamente en transición hacia un orden que aparejará además un esquema de seguridad planetaria distinto. Y si todo cambio en la estructura económica implica a mediano plazo un cambio en la estructura del poder, la emersión de las economías de China e India en especial, estaría anunciando el reacomodamiento de piezas con cambio de paradigmas. Detrás de este dato central, sobrevendrá una cadena de derivaciones para las cuales los países con vocación protagónica deberán prepararse muy bien.

Y mientras se revisan las estrategias, los juegos de poder están lanzados por dos vías, sea reeditando las potencias de siempre una alianza noratlántica como reafirmación del orden eurocéntrico instaurado allá en 1648 con la Paz de Westfalia, en línea con lo que Chantal Mouffe denominó cosmopolitismo; sea abriendo los países emergentes la instancia de un multipolarismo aún invertebrado, pero que conviene más a sus intereses[5].  

La consigna central de aquel señero acontecimiento histórico fue equilibrio de poderes, entendiendo por tal el esfuerzo de impedir la preponderancia de un país sobre otro u otros. Propiciada posteriormente por los teóricos del realismo, presupone que los relacionamientos interestatales son siempre producto de la confrontación y competencia en que prevalecen los más hábiles. Con esa fórmula Europa manejó a piacere los asuntos mundiales hasta que el sistema del Concierto Europeo estalló en la Primera Guerra Mundial, demostrando que la guerra no podía ser más instrumento idóneo para transferir riquezas de un país a otro.

Aunque se trate de un concepto criticado por las consecuencias trágicas que aparejó a los propios súbditos de las metrópolis y a los pueblos colonizados, la política del equilibrio contribuyó a estabilizar la política internacional en distintas épocas por su aptitud de ir acomodándose a los hechos. Frente a la alternativa de la inestabilidad que genera la violación de las reglas de juego, aún hoy es necesaria para evitar las incertidumbres y trabas en los procesos de integración.

Los Tratados de Versalles introdujeron entonces una consigna más adecuada a los tiempos que se supuso superadora: la seguridad colectiva. Esa propuesta no fue asumida con la lucidez necesaria por las potencias vencedoras y así lo comprueba una Segunda Guerra Mundial, más siniestra y devastadora. En abril de 1945, al gobierno universal que proponía Naciones Unidas no le resultaba suficiente sólo el no uso de la fuerza[6], necesitando dos refuerzos elementales: la solución pacífica de controversias y la cooperación internacional. Esos tres principios, base del sistema de la ONU, unificaban la nueva visión de la seguridad colectiva, construyendo una consigna trinitaria epocal para reaseguro de la humanidad durante la Guerra Fría, aunque paradójicamente condenó al fracaso las acciones del Consejo de Seguridad, al no confiarle el monopolio del uso de la fuerza por la redacción del art. 51 sobre legítima defensa. Los atentados terroristas habidos en distintos países la han puesto en crisis, de allí el énfasis en los debates: nuevo orden político y nuevo esquema de seguridad son  más que nunca dos caras de la misma moneda.

Las reglas derivadas de la consigna básica de la segunda mitad del siglo XX, promovidas también en la Resolución 2625 de la Asamblea General (1975), fueron de hecho insuficientes para encarar los desafíos planteados por el uso y abuso de los recursos de poder nacional, en especial la tecnología nuclear.

La implosión de la Unión Soviética y la efímera unipolaridad norteamericana fueron el embrión del mundo que avizoramos y al cual nos referimos tantas veces en estas columnas: el comando de los asuntos mundiales lo tendrán países de mucha extensión territorial y población, habituados a planificar para el largo plazo. Es probable que no actúen solos sino en bloques más o menos afines y sin necesidad de adyacencia geográfica. Lo expone el surgimiento de los BRICS o la reciente convocatoria de B. Obama para construir una alianza estratégica con la Unión Europea[7].

¿Y para el siglo XXI?

La percepción de las cosas expuesta en el párrafo que antecede, implica un reconocimiento previo para destacar: aún en la era de la globalización -y pese a lo que se ha escrito y se escriba- los estados nacionales no son los únicos pero sí los principales actores de la escena internacional.

No obstante, los desafíos del siglo XXI -relacionados al control y administración de los recursos naturales y a la seguridad nacional y colectiva- son de tal envergadura que ningún país estará en condiciones de abordar por sí solo o en grupos reducidos. En efecto, las oportunidades ofrecidas por la globalización no han logrado contrapesar las amenazas de su lado oscuro, advertidas a lo largo y ancho del planeta y que se expresan en recurrentes y todavía insolubles crisis de representatividad, manifestadas en el último lustro en revueltas populares en los países más disímiles. Lo hemos visto en el norte de África, en la indignación de varias ciudadanías europeas, en la inevitable fragmentación social y política de varios países americanos, incluido el nuestro[8].

La gente está cansada de dirigentes incompetentes y tornadizos, que han vaciado el sentido de la política y ha transformado a sus respectivos partidos en meras maquinarias electorales para hacer negocios; y no es un fenómeno latinoamericano sino universal. La pobreza y la corrupción estructurales, en la base de la ineficiencia, están ocasionando más daños que el derretimiento de los polos o el aprovechamiento de los mares y sus plataformas.

Un “orden” implica un patrón de conductas asentado en reglas imprescindibles para la coexistencia pacífica, reconocidas y aceptadas por todos los países. Las surgidas en el origen de los Estados han sido revisadas, revalorizadas y sumadas a las incorporadas con el tiempo: los principios de soberanía, de integridad territorial e independencia política, son aún insoslayablemente necesarios, tanto como la libre determinación, el cumplimiento de buena fe de las obligaciones, cooperación o desarrollo sustentable. Todos han generado conciencia acerca de lo que no se debe hacer, propiciando una suerte de orden público internacional - ius cogens-, reglas imperativas que no admiten acuerdo en contrario.

La consigna de nuestro tiempo – si se quiere impútesela a la teoría idealista (que reconoce al poder apenas un medio para obtener fines)- debiera implicar otro salto cualitativo e insumirse en la responsabilidad solidaria de los Estados, una etapa superior para la política mundial apropiada para la primera mitad de este siglo.

Finalmente, la construcción de una estructura interestatal o supranacional, que represente realmente los legítimos intereses de la gran nación sudamericana, está plagada de inconvenientes y acechanzas no solo por intereses contrapuestos con los de otros componentes de la comunidad internacional sino por nuestros propios fantasmas. Nuestra región contiene ingentes recursos naturales y una población que representa un mercado interno de enorme valor, pero estamos envarados en una contienda ideológica inconducente que nos desenfoca de la magnitud de la construcción que se avecina.

Nadie regala nada, y por eso ningún Estado se jugará en apuntalar una estructura política en la que no pueda desplegar su capacidad política y económica. La tarea es difícil, apasionante y obligatoria.





[2] José Insulza, secretario general de la OEA, en otra demostración de realismo político y a solo dos días de los comicios del 14 de abril, se declaró respetuoso de las formas legales de Venezuela y de la decisión de su Consejo Electoral.

[3] Ocurrida a mediados de junio de 2012; a fines de ese mes la torpe decisión en la 43ª cumbre de jefes de estado del Mercosur, realizada en Mendoza, en la cual se oficializó el ingreso de Venezuela.



[6] Propuesta en el art. 2 de la Carta como la prohibición del uso de la fuerza o de la amenaza de su uso como instrumento de política nacional, contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado.

[7] El gobierno mexicano había pedido ser incluidos, junto con Canadá, en las negociaciones; la Casa Blanca ni lo consideró. ¿Paso en falso del Departamento de Estado o solo una muestra de cómo Washington moverá sus fichas?

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