24 de marzo de 2014

Traslado de la Capital Federal (primera parte): ¿Bomba de humo, globo de ensayo?



Revista Claves nº 227 - marzo de 2014

¿Es conveniente, justo y necesario un traslado de la capital federal argentina? ¿Por qué?, ¿a dónde?, ¿cuándo? ¿Solucionará las todavía irreductibles diferencias económicas-socioculturales del país?; ¿el traslado resolverá la insoportable levedad e incompetencia del “ser” argentino, incapaz de asumir el largo plazo? ¿La propuesta de traslado sacudirá por fin las criollas neuronas y nos pondrá en la ardua tarea de recuperar el tiempo perdido? En verdad no queda mucho, si consideramos el plazo simbólico del 9 de julio de 2016. El tema da para largo, pero igual incito a sumarnos al debate desde esta columna… ¡y que salga el sol por Antequera!

¿Huyendo para adelante?

Resulta aún inextricable si la propuesta de alguien con el rango institucional de Julián Domínguez ha sido previamente tratada y consensuada en alto nivel o es apenas otra huida para adelante de una dirigencia que se acomoda en las vidrieras pensando en 2015. Poco se sabe de algún cenáculo corifeo u oficina decisiva donde haya quienes le estén dando vueltas al tema, sea para una propuesta de sopetón y llave en mano, sea para concretar de una vez el debate. El titular de la Cámara de Diputados de la Nación, sin decir agua va, lanzó el tema y al voleo señaló que debía ubicarse en Santiago del Estero[1].

La lista de dirigentes referenciales sumados a la iniciativa fue modesta; varios la justificaron en la manda del art. 75 incisos 18 y 19 de la Constitución Nacional, esto es hacer de la Argentina un país armónico y con regiones equilibradas. Se quedaron cortos, pues.

En verdad, el pesado clima político, económico y social desde la enfermedad presidencial da margen para la suspicacia. A nuestros aturdidos oídos, la parada sonó a maniobra distractiva enmarañada en la escasez de tomates, cortes de luz y de calles generalizando el entendible malhumor de los porteños. Una vez más Buenos Aires era la Argentina: el padecimiento de la gran urbe fue excluyente temática durante un largo y agobiante mes.

De todos modos, tenga o no carnadura, si hay un tema clave para reflexionar en tiempos de bicentenarios, puede ser éste[2]. No solo por la cuestión en sí misma sino también por sus presuposiciones y consecuencias, siempre que se lo encare integralmente, con amplitud, buena fe y seriedad intelectual.

Estamos consumiendo con más pena que gloria años cruciales para repensar, discutir, diseñar e implementar un proyecto de país para los próximos cincuenta y más. Quizás ésta sea  una de las últimas oportunidades para replanteárnoslo todo. Por eso, una bomba de humo, una maniobra distractiva, aparte de cachetazo en el rostro, sería la infausta comprobación de que no estamos predispuestos ni preparados para las grandes hazañas. A mitad ya de la segunda década del siglo XXI, trasladar la Capital Federal resulta bastante más complejo que jibarizar la cabeza de Goliat. No se trata de desplazar de un lugar a otro la burocracia estatal con la ingente movilización de bienes y servicios que implica, además se entiende que una burocracia eficiente es un inestimable recurso intangible de poder, cuya eficacia dependerá de la clase de país al cual sirva.

Ojalá la idea de Domínguez sea al menos un globo de ensayo, algo mínimamente elaborado, para que los argentinos zafemos de esa angustiante convicción de “no podemos hacerlo” y superemos aquello de que el futuro ya no es lo que era. La cita de P. Valéry, con su carga sarcástica, parece metida en nuestro inconsciente colectivo, nos baja la estima e implica una claudicación lisa y llana, abandonados al nostálgico temperamento rioplatense de llorar el pasado, la mina que  se piantó del bulín mistongo.

Para colmos, la gesta fundacional expresada en el “modelo” inaugurado en 2003 está hoy atrapada, como la nave del cuento de W.H. Hodgson, en la asfixiante atmósfera de un mar de sargazos, con tripulación amotinada y desconcertada. ¿Cómo se sale, cómo se sigue?

Leer con atención los signos nuestro tiempo

La mise-en-scène rusa en ocasión del juicio a los activistas de Greenpeace y el más dramático despliegue militar en la península de Crimea, la angustia de Berlín ante el derrumbe económico europeo, el giro de Washington hacia la cuenca del Pacífico, son más que indicios de una formidable reconstrucción de la geopolítica mundial; hasta la Santa Sede moviliza la suya. Y todo apunta a un multipolarismo con bloques de referencia. Transitamos una etapa de definiciones y alineamientos en función –siempre- de intereses nacionales y regionales contrapuestos. A mediano plazo surgirá una sociedad internacional con reglas de juego que serán consecuencia de la modificación de la actual estructura de poder y dominación[3].

En nuestro caso, ¿tenemos claro hacia dónde queremos ir?, ¿lideraremos o nos arrimaremos, a quién y en qué condiciones? Partir de un diagnóstico estricto y realista, por doloroso que sea, es elemental para que el resto no sea silencio. En consecuencia, no conviene tomar ninguna decisión trascendente sin una previa y ajustada lectura de los tiempos que corren y en otra ocasión describí como de cambio epocal[4].

Desde esa óptica, mover la Capital sería en todo caso la coronación de un proyecto geopolítico y no su presupuesto, una proclama urbi et orbi de que Argentina ha decidido jugar fuerte en el contexto mundial. El impacto no solo repercutiría puertas adentro, también  sería una fuerte señal hacia afuera, en especial a los países vecinos y de la región, lo cual implica prepararnos para evitar obstáculos y reacciones adversas. Piénsese por caso en la disputa con Gran Bretaña por las islas del Atlántico Sur, la Antártida y los espacios marítimos y plataformas adyacentes. De allí que reducir el problema al cambio de una ciudad por otra, aparte de un error garrafal, sea obviar la parte del iceberg bajo el agua.

Así las cosas, ¿tiene sentido cambiar la capital con la misma visión unitaria, instalada en 1860 y sellada en el cruento proceso de su federalización? ¿Podrá el cambio de la capital corregir los desequilibrios del esquema decimonónico radial antinacional, con eje en el puerto de Buenos Aires, aún vigente?, ¿y hasta cuándo esta Aduana, paradigma del centralismo? ¿La nueva capital seguirá siendo la única puerta de entrada y salida de la Argentina[5]? ¿Tiene sentido cambiar la capital federal sin criterios de poblamiento y redistribución humana? ¿Tiene sentido con fuerzas armadas en el estado al que las han reducido, desmanteladas y sin poder disuasivo? ¿Tiene sentido cambiarla en un país desintegrado por falta de vías de comunicación, que nos vertebren de norte a sur y de este a oeste? ¿Seguirá confrontando el campo con la industria? ¿Qué implica hoy desarrollo? ¿Tiene sentido, por fin, sin apuntar a una síntesis histórica que nos resguarde de revanchas e ineptitudes?[6]

El proyecto de la generación del 80 necesitó 50 años para imponerse y otros 50 para anquilosarse. Desde el golpe contra Yrigoyen hasta la recuperación democrática hubo tres “módulos” (democratismo republicano, justicia social, desarrollismo) de lo que debió ser el proyecto del siglo XX. Estamos pagando feo las consecuencias de la improvisación y de la miopía de no haber intentado una síntesis de aquellos tres momentos.

La propuesta de Raúl Alfonsín

Hay que retroceder unos cuantos años para encontrar el antecedente inmediato, bastante más elaborado que la reciente iniciativa. Resulta entonces conveniente exhumar la decisión del ex presidente, impulsando el traslado de la capital al eje Viedma-Guardia Mitre/Carmen de Patagones. Es una referencia ineludible y me sumo a quienes lamentan no haberle dado crédito en su momento, más allá de los reparos que tal propuesta todavía despierte.

Alfonsín obtuvo el 52 % de los sufragios en la elección general de octubre de 1983. Ese importante caudal de votos incluyó apartidarios,  indecisos, y también a muchos que provenían de distintas filiaciones, muchos de los cuales formaron parte de los cuadros del nuevo gobierno.

Durante 1984, el entusiasmo alfonsinista barrió con la dirigencia de varios partidos políticos. Ese primer atisbo de transversalidad llevó al presidente y a su equipo más allegado a imaginar la construcción de un Tercer Movimiento Histórico, entendido como una síntesis superadora del peronismo clásico y del radicalismo línea Alem-Yrigoyen. Dato no menor: planteado como “movimiento” era un volver al origen (luego abandonado con la adscripción de la UCR a la Internacional Socialdemócrata): tanto el yrigoyenismo como el peronismo se nutrieron de personas de un variado origen político y socioeconómico.

Acuciado por la coyuntura, el 15 de abril de 1986 Raúl Alfonsín pronunció un discurso ante el Consejo para la Consolidación de la Democracia[7], mediante el cual sentó las bases de su Plan para la Segunda República. Básicamente consistía en reformar la Constitución Nacional procurando un régimen semi-parlamentario, la reforma del Estado y del Poder Judicial, la provincialización de Tierra del Fuego, el traslado de la Capital Federal y la creación de una provincia rioplatense con la ciudad de Buenos Aires y su conurbano. El traslado a su vez concretaría el Proyecto Patagonia, consistente en la ubicación de la nueva capital en el sitio arriba mencionado.

Para ese año, los jefes militares ya cumplían condena perpetua y la economía empezaba a ponerse inmanejable. La mayoría de la dirigencia argentina se opuso a la idea sin mayores fundamentos, en parte por el enorme costo y el mal momento macroeconómico. Una infidencia apuró los tiempos y la Casa Rosada apuró la ley específica que propone el art. 3 de la CN. El primer alzamiento carapintada de aquella Semana Santa de abril de 1987 anunció lo difícil que sería para el gobierno radical concretar “su” refundación y, como un modo de exhibir normalidad, el 27 de mayo el Congreso Nacional sancionó la ley nº 23.512, de fácil acceso en internet, cuya lectura de fundamentos es necesaria pues explicita la concepción de aquel gobierno radical[8].

La propuesta de Alfonsín y la del diputado Domínguez difieren en la mayor preparación de la primera y la brumosa presentación de la segunda, y convergen en su justificación en la concentración de poder económico y político, la necesidad y conveniencia de separarlos, el desequilibrio poblacional y un unitarismo de hecho que neutralizó el federalismo originario. No obstante, el frustrado proyecto avanzó en algunas consideraciones geopolíticas más que lo poco dicho hasta ahora por el diputado Domínguez para plantar la capital en Santiago. Por último, la propuesta de Alfonsín fue llave en mano y la lanzó “cocinada” a todo el país; no se sabe si la del diputado Domínguez será sometida a un debate de mayor escala.

A guisa de resumen conclusivo

Sintetizo esta primera nota, en lo siguiente:

1º Sería muy torpe e injusto que un tema de esta envergadura sea una bomba de humo. Si se trata de un globo de ensayo, asumo convencido que en la Argentina hay gente preparada y predispuesta  para asumir la ardua tarea de repensar nuestro destino nacional.

2º El traslado de la capital federal, con lo que implica tamaño esfuerzo, no debe inducir al error de considerar que el cambio de ciudad, lo mismo que una reforma constitucional, ha de resolver problemas estructurales de la noche a la mañana.

3º Por el contrario, la cuestión debe enmarcarse en un escenario superior: un proyecto estratégico nacional, a diferencia de un modelo, es una construcción colectiva y ello implica que crece desde el pie. La sabiduría consistirá en cómo organizar la participación: la sociedad no solo debe ser informada sino también involucrada. Ese proyecto definirá en consecuencia si Buenos Aires debe seguir siendo o no nuestra capital federal.

4º La discusión vale la pena y corresponde encararla, encausarla, generalizarla; no debe cajonearse ni dilatarse sine die. Una propuesta de esta envergadura no puede improvisarse ni sesgarse.

5º No haya cabida para manías re-fundacionales de mesiánicos de cualquier especie y color. Por ende, prohibidas las aventuras personales o de grupos iluminados.


[1] Así lo expuso en una reunión partidaria, en Cafayate. El legislador convocó a “repensar” el Norte Grande para insertarlo en “[…] la nueva geopolítica que inauguró el ex presidente Néstor Kirchner… en relación con China, India y los países del mundo árabe” (Nuevo Diario, 26/2/14, págs. 24 y 25). Domínguez comentó además que está trabajando con equipos técnicos, y probablemente explicitará en algún momento tal concepción.
[2] Nos ocupamos algo en “La agenda de los Bicentenarios: nación, identidad y futuro”. Claves nº 184, octubre 2009.
[3] En este aspecto seguimos un ensayo de Celestino del Arenal: “Poder y relaciones internacionales: un análisis conceptual”; Revista de Estudios Internacionales, vol. IV nº 3, julio-septiembre 1983. Madrid.
[5] Ver a propósito “Abriendo más puertas”. Claves nº 189, mayo 2010.
[6] A propósito de la síntesis “30 años de democracia: entre las formas y el fondo”, en http://noticias.iruya.com/ newnex/opinion/colaboraciones/10961-30-anos-de-democracia-entre-la-forma-y-el-fondo.html
[7] Ese Consejo fue creado en 1985 para constituirlo en órgano asesor del PEN. Estaba coordinado por el filósofo Carlos Nino e integrado por personalidades de distintos partidos políticos y sectores sociales. Fue disuelto en 1989, poco antes de la asunción de Carlos Menem.
[8] En el año 2007, el diputado justicialista entrerriano Raúl Solanas presentó un proyecto para derogar la ley nº 23512, nunca tratado. Desconozco si la ley fue efectivamente derogada alguna vez, por lo  que seguiría vigente.    

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