24 de abril de 2014

Traslado de la Capital Federal (segunda y última nota) Sí o no: la decisión requiere mucho análisis



Revista CLAVES nº 229 – abril 2014

Han pasado dos meses desde que el diputado Domínguez lanzó en Cafayate la propuesta de llevar la Capital Federal a Santiago del Estero. Como era previsible, la sucesión presidencial –planteada ya en términos de batalla campal- y sus derivaciones políticas, económicas y sociales erradicaron el tema de la agenda, confirmando lo del globo de ensayo. Una lástima. Tozudos, seguiremos insistiendo en la necesidad de un debate amplio y honesto sobre fondo y trasfondo de la cuestión. 

Solo una hipótesis

En las conclusiones de la nota anterior sostuvimos que el debate sobre el posible traslado de la capital federal, si se acota solo a eso, es inconducente. Antes bien debe enmarcarse en un planteo superior: la inserción de la Argentina en un orden internacional distinto y en curso de ejecución; todo lo cual lleva implícita la urgencia de concretar un proyecto de país para el largo plazo con una meta definida y en pos de ella trazados los objetivos para alcanzarla.

Por cierto, la presunción de tal orden, expuesta con reiteración en estas columnas, no deja de ser una hipótesis del autor. El nuevo esquema de poder mundial se expresará en multipolarismo, una de cuyas exigencias puede ser el (re)alineamiento de bloques continentales y nuevas alianzas estratégicas. De allí que el aún nonato proyecto –preservador de nuestros intereses nacionales permanentes- también deba considerar la pertenencia suramericana. Planteado de este modo, la geopolítica argentina tiene por delante un abanico de propuestas desafiantes, en el marco de una integración nacional transversal apta además para conectar los dos océanos.   

Trasladar la capital importa, entonces, una reflexión serena previa a la toma de semejante decisión por sí o por no, apuntando en primer lugar a una visión geopolítica con objetivos concretos y en función de prioridades bien establecidas; luego, considerar que la posible supresión del rango ostentado por Buenos Aires -de hecho y de derecho- desde hace más de 200 años, implica a la vez otra decisión no menos compleja acerca de cuál ciudad podría ocupar ese sitial privilegiado.

Papel de las capitales

Mientras siga vigente el Estado Nacional, en tanto forma de organización e identificación común, pese a los embates interesados en su contra, la ciudad capital posee pleno sentido y justificación. Por eso, al escribir esta segunda nota tenemos más presente a Federico A. Daus que a la abundante pléyade de historiadores y ensayistas argentinos de todas las corrientes ideológicas que atendieron la cuestión, analizando en especial el período posterior a 1853, marcado por la incorporación de Buenos Aires a la Confederación Argentina en 1860 y su posterior federalización a punta de bayonetas en 1880, durante la presidencia de Avellaneda.

Daus, cuyo pensamiento influyó en camadas de geógrafos y estudiosos de la geopolítica,  dedicó la tercera parte de su Geografía y Unidad Argentina (Ed. El Ateneo, Buenos Aires – 1957; 2ª edición 1978) a “Buenos Aires y la unidad”. Allí señaló tres aspectos imprescindibles al considerar que la capital del Estado es su cabeza, que no hay Estado posible sin capital y que la capital da existencia visible al Estado; también que la capital no necesariamente ha de coincidir con el “centro” geográfico. Estas premisas –a nuestro criterio- son a la vez condicionantes y resumen el carácter esencial de una ciudad que aspire a ser capital de su país.

El geógrafo platense mencionaba también dos tipos clásicos de capitales: la natural, que emerge atendiendo a los factores geográficos donde se ubica, y la artificial -frecuente en estados federativos- producto por lo general de una rivalidad. Buenos Aires conjugó ambos tipos desde que Juan de Garay la presintiera “puerta de la tierra” hasta el control definitivo del puerto por los intereses agroexportadores. Nada impide, de todos modos, establecer una capital ex novo, como es el caso de Brasilia, que convive con Río de Janeiro, San Pablo, Belo Horizonte y Porto Alegre, para citar otras principales puertas abiertas en nuestro gigantesco vecino.

No se trata de pasar facturas

Dada la complejidad del tema, más que hacer un balance de Buenos Aires en la historia argentina, tal vez sea más razonable -y práctico- en función de los nuevos tiempos avanzar en la consideración de las condiciones que hoy debe reunir una ciudad para ser la capital argentina, lo cual no significa bajar automáticamente de categoría a la Reina del Plata. Varios autores, intelectuales de primer nivel, han dedicado libros a la “cuestión” Buenos Aires y desde sus respectivas ópticas y con exhaustividad han detallado las facturas pendientes. Es importante releerlos al efecto[1].

El área metropolitana elefantiásica y por tanto deforme concentra lo mejor de la ciencia, industria y cultura en una porción muy reducida del territorio nacional; asimismo, en cuanto a población, contiene casi el 25% del total nacional mientras sigue aumentando el cinturón de pobreza y de necesidades insatisfechas. Además, con el paso de los años, la identificación automática de Argentina con Buenos Aires -aparte de inexacto- generó el costo adicional de retrasar o dificultar los contactos con Iberoamérica. 

La densidad poblacional va descendiendo desde Córdoba hacia el norte y en la Patagonia el despoblamiento es una de las peores amenazas para la seguridad nacional. La pregunta recurrente y obvia es si, para los tiempos que se avecinan, esa Buenos Aires -que a partir de sí misma construyó un Estado (Daus dixit)- con una sola puerta de entrada y salida, es lo que necesita Argentina de los bicentenarios. ¿Resiste un día más la relación dialéctica capital e interior? ¿Garantiza Buenos Aires que “lo interior” salga de su encierro y participe de la renta nacional como es debido? Buenos Aires u otra capital, ¿revertirán el triángulo puerto-aeropuerto-Aduana, gestado por los intereses agroexportadores históricamente funcionales a los países industriales? ¿Podrá Buenos Aires desprenderse de la agenda europea?

Ni Buenos Aires ni una probable nueva capital, convengamos, ofrecen ninguna garantía para revertir la despareja e insostenible situación actual.

El factor identitario

Cabe preguntarnos acá qué aptitud básica debiera reunir la capital para constituirse en garante de la unidad nacional, en un mundo que está desplazando su eje geopolítico hacia la cuenca del Pacífico. Esta disquisición se torna prioritaria y la respuesta será original en la medida en que asumamos aquel destino peninsular aludido por J.E. Guglialmelli[2], cuya construcción requiere afianzar nuestra condición patagónica con la presencia activa en nuestras jurisdicciones territoriales y marítimas del Atlántico Sur y la Antártida, en paralelo con la mejora total de las relaciones con Uruguay y Chile, países con los cuales “compartimos” la península.

Por lo demás, si en el juego de bloques nuestra pertenencia ineludiblemente será suramericana, lo identitario adquiere connotación singular, la cual significa asumir sin complejos el mestizaje como un “todo cultural”[3]. En efecto, Estado Nacional y unidad latinoamericana no son incompatibles y asumir el mestizaje contribuirá a que la integración como proyecto conjunto sea resultado de esa identificación.

¿Qué ciudad argentina garantiza hoy por hoy esta definición? ¿Puede una capital ex novo constituirse en eje vertebrador? En el norte grande argentino el mestizaje está asumido y vivido, y por ende más apegado a la tradición y el sur es un vacío inmenso. ¿Asumirá la Buenos Aires cosmopolita tal condición mestiza como prenda de unidad y de integración continental, en caso de mantener la permanencia en la división? En el otro caso, ¿Buenos Aires se conformaría con el papel de Nueva York, Barcelona o Milán?

Como se advierte, las preguntas son mucho más que las respuestas. Esta nota pretende definir por qué cabría trasladar la capital federal, antes que cuándo y dónde. Ha costado tanto armar esta nota, que ojalá algunos recojan el guante para que no sea la última.


[1] En especial y teniéndolos a la vista, Bonifacio del Carril y su Buenos Aires frente al país, Félix Luna con Buenos Aires y el país y Ezequiel Martínez Estrada y La cabeza de Goliat.
[2] “¿Argentina insular o peninsular?”, en Geopolítica del cono sur, pág. 61. El Cid Editor, Buenos Aires – 1979.
[3] Daniel A. López, “En nuestra América, mestizos somos todos”. Revista Claves nº 213, septiembre 2012.

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