Revista CLAVES nº 229 – abril 2014
Han
pasado dos meses desde que el diputado Domínguez lanzó en Cafayate la propuesta
de llevar la Capital Federal a Santiago del Estero. Como era previsible, la
sucesión presidencial –planteada ya en términos de batalla campal- y sus
derivaciones políticas, económicas y sociales erradicaron el tema de la agenda,
confirmando lo del globo de ensayo. Una lástima. Tozudos, seguiremos
insistiendo en la necesidad de un debate amplio y honesto sobre fondo y
trasfondo de la cuestión.
En las conclusiones de la nota anterior sostuvimos
que el debate sobre el posible traslado de la capital federal, si se acota solo
a eso, es inconducente. Antes bien debe enmarcarse en un planteo superior: la
inserción de la Argentina en un orden internacional distinto y en curso de ejecución;
todo lo cual lleva implícita la urgencia de concretar un proyecto de país para
el largo plazo con una meta definida y en pos de ella trazados los objetivos
para alcanzarla.
Por cierto, la presunción de tal orden, expuesta con
reiteración en estas columnas, no deja de ser una hipótesis del autor. El nuevo
esquema de poder mundial se expresará en multipolarismo, una de cuyas exigencias
puede ser el (re)alineamiento de bloques continentales y nuevas alianzas
estratégicas. De allí que el aún nonato proyecto –preservador de nuestros intereses
nacionales permanentes- también deba considerar la pertenencia suramericana.
Planteado de este modo, la geopolítica argentina tiene por delante un abanico
de propuestas desafiantes, en el marco de una integración nacional transversal
apta además para conectar los dos océanos.
Trasladar la capital importa, entonces, una
reflexión serena previa a la toma de semejante decisión por sí o por no,
apuntando en primer lugar a una visión geopolítica con objetivos concretos y en
función de prioridades bien establecidas; luego, considerar que la posible supresión
del rango ostentado por Buenos Aires -de hecho y de derecho- desde hace más de 200
años, implica a la vez otra decisión no menos compleja acerca de cuál ciudad podría
ocupar ese sitial privilegiado.
Papel de
las capitales
Mientras siga vigente el Estado Nacional, en tanto
forma de organización e identificación común, pese a los embates interesados en
su contra, la ciudad capital posee pleno sentido y justificación. Por eso, al
escribir esta segunda nota tenemos más presente a Federico A. Daus que a la abundante
pléyade de historiadores y ensayistas argentinos de todas las corrientes
ideológicas que atendieron la cuestión, analizando en especial el período posterior
a 1853, marcado por la incorporación de Buenos Aires a la Confederación
Argentina en 1860 y su posterior federalización a punta de bayonetas en 1880,
durante la presidencia de Avellaneda.
Daus, cuyo pensamiento influyó en camadas de
geógrafos y estudiosos de la geopolítica,
dedicó la tercera parte de su Geografía
y Unidad Argentina (Ed. El Ateneo, Buenos Aires – 1957; 2ª edición 1978) a “Buenos
Aires y la unidad”. Allí señaló tres aspectos imprescindibles al considerar que
la capital del Estado es su cabeza, que no hay Estado posible sin capital y que
la capital da existencia visible al Estado; también que la capital no
necesariamente ha de coincidir con el “centro” geográfico. Estas premisas –a
nuestro criterio- son a la vez condicionantes y resumen el carácter esencial de
una ciudad que aspire a ser capital de su país.
El geógrafo platense mencionaba también dos tipos clásicos
de capitales: la natural, que emerge
atendiendo a los factores geográficos donde se ubica, y la artificial -frecuente en estados federativos- producto por lo
general de una rivalidad. Buenos Aires conjugó ambos tipos desde que Juan de Garay
la presintiera “puerta de la tierra” hasta el control definitivo del puerto por
los intereses agroexportadores. Nada impide, de todos modos, establecer una
capital ex novo, como es el caso de
Brasilia, que convive con Río de Janeiro, San Pablo, Belo Horizonte y Porto
Alegre, para citar otras principales puertas abiertas en nuestro gigantesco
vecino.
No se
trata de pasar facturas
Dada la complejidad del tema, más que hacer un
balance de Buenos Aires en la historia argentina, tal vez sea más razonable -y
práctico- en función de los nuevos tiempos avanzar en la consideración de las
condiciones que hoy debe reunir una ciudad para ser la capital argentina, lo
cual no significa bajar automáticamente de categoría a la Reina del Plata. Varios
autores, intelectuales de primer nivel, han dedicado libros a la “cuestión”
Buenos Aires y desde sus respectivas ópticas y con exhaustividad han detallado
las facturas pendientes. Es importante releerlos al efecto[1].
El área metropolitana elefantiásica y por tanto
deforme concentra lo mejor de la ciencia, industria y cultura en una porción muy
reducida del territorio nacional; asimismo, en cuanto a población, contiene
casi el 25% del total nacional mientras sigue aumentando el cinturón de
pobreza y de necesidades insatisfechas. Además, con el paso de los años, la
identificación automática de Argentina con Buenos Aires -aparte de inexacto-
generó el costo adicional de retrasar o dificultar los contactos con
Iberoamérica.
La densidad poblacional va descendiendo desde Córdoba
hacia el norte y en la Patagonia el despoblamiento es una de las peores
amenazas para la seguridad nacional. La pregunta recurrente y obvia es si, para
los tiempos que se avecinan, esa Buenos Aires -que a partir de sí misma
construyó un Estado (Daus dixit)- con
una sola puerta de entrada y salida, es lo que necesita Argentina de los
bicentenarios. ¿Resiste un día más la relación dialéctica capital e interior?
¿Garantiza Buenos Aires que “lo interior” salga de su encierro y participe de
la renta nacional como es debido? Buenos Aires u otra capital, ¿revertirán el
triángulo puerto-aeropuerto-Aduana, gestado por los intereses agroexportadores
históricamente funcionales a los países industriales? ¿Podrá Buenos Aires
desprenderse de la agenda europea?
Ni Buenos Aires ni una probable nueva capital,
convengamos, ofrecen ninguna garantía para revertir la despareja e insostenible
situación actual.
El
factor identitario
Cabe preguntarnos acá qué aptitud básica debiera
reunir la capital para constituirse en garante de la unidad nacional, en un
mundo que está desplazando su eje geopolítico hacia la cuenca del Pacífico. Esta
disquisición se torna prioritaria y la respuesta será original en la medida en
que asumamos aquel destino peninsular aludido por J.E. Guglialmelli[2],
cuya construcción requiere afianzar nuestra condición patagónica con la
presencia activa en nuestras jurisdicciones territoriales y marítimas del
Atlántico Sur y la Antártida, en paralelo con la mejora total de las relaciones
con Uruguay y Chile, países con los cuales “compartimos” la península.
Por lo demás, si en el juego de bloques nuestra
pertenencia ineludiblemente será suramericana, lo identitario adquiere
connotación singular, la cual significa asumir sin complejos el mestizaje como
un “todo cultural”[3]. En
efecto, Estado Nacional y unidad latinoamericana no son incompatibles y asumir el
mestizaje contribuirá a que la integración como proyecto conjunto sea resultado
de esa identificación.
¿Qué ciudad argentina garantiza hoy por hoy esta
definición? ¿Puede una capital ex novo
constituirse en eje vertebrador? En el norte grande argentino el mestizaje está
asumido y vivido, y por ende más apegado a la tradición y el sur es un vacío
inmenso. ¿Asumirá la Buenos Aires cosmopolita tal condición mestiza como prenda
de unidad y de integración continental, en caso de mantener la permanencia en
la división? En el otro caso, ¿Buenos Aires se conformaría con el papel de
Nueva York, Barcelona o Milán?
Como se advierte, las preguntas son mucho más que
las respuestas. Esta nota pretende definir por qué cabría trasladar la capital
federal, antes que cuándo y dónde. Ha costado tanto armar esta nota, que ojalá
algunos recojan el guante para que no sea la última.
[1] En especial y teniéndolos
a la vista, Bonifacio del Carril y su Buenos
Aires frente al país, Félix Luna con Buenos
Aires y el país y Ezequiel Martínez Estrada y La cabeza de Goliat.
[2] “¿Argentina insular o
peninsular?”, en Geopolítica del cono sur,
pág. 61. El Cid Editor, Buenos Aires – 1979.
[3] Daniel A. López, “En
nuestra América, mestizos somos todos”. Revista Claves nº 213, septiembre 2012.
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