2 de enero de 2015

Cuba: la pelota en su campo


La nueva relación con Estados Unidos y el mundo abre grandes desafíos a los cubanos y a su Gobierno, que los obligan a enterrar las viejas estrategias y crear nuevas.

El anuncio simultáneo -al más alto nivel- del 17 de diciembre acerca de la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, rotas en enero de 1961, es un hecho auspicioso, inscripto en un contexto de cambio epocal con orientación multipolar aún vacilante. Aunque viéndolo en perspectiva, es otra comprobación de que el mundo, como dijo alguien, es un cementerio de estrategias.

Auspicioso sobre todo para los países involucrados, cuyas recíprocas zancadillas durante cinco décadas subrayan las torpezas ideológicas frente a los hechos: por un lado, la innegable inutilidad del embargo fortaleció el liderazgo de Fidel justificándole además sus limitaciones e incompetencias; por otro, el controvertido modelo cubano duró lo que la Unión Soviética, arrastrando en su caída al paradigma revolucionario castro-guevarista (valga el término) y su seguidilla de frustraciones, la última de las cuales aún vegeta en la selva colombiana. El régimen comunista a 170 kilómetros de Miami le implicó al Kremlin un módico subsidio de US$5.000 millones anuales, con los que el régimen se dio vuelta durante 30 años.

De a poco conoceremos detalles del minucioso trabajo de los negociadores, asistidos por el gobierno de Canadá principalmente, en cuyo territorio deliberaron: apertura de las sedes y de las comunicaciones, visas, giro de remesas a parientes, turismo, fueron temas de la primera agenda. ¿Y el embargo? Posiblemente sea en adelante el regulador de las relaciones bilaterales.

El papa Francisco también cumplió un papel importante promoviendo conversaciones para destrabar el canje de Alan Gross por tres prisioneros cubanos, decisivo para cerrar el paquete.

Hitos previos, firmes indicios

Roto el cordón umbilical con la URSS, Fidel empezó a girar lentamente el timón, constatado por distintos acontecimientos, algunos espontáneos, otros inducidos.

La histórica visita de Juan Pablo II a Cuba, en enero de 1998, abrió las puertas de la Iglesia Católica, erigida por Fidel -y luego Raúl- en interlocutora todo terreno (Francisco había resaltado la postura dialoguista en su ensayo "Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro", escrito siendo J. Bergoglio en el mismo año del viaje del Papa polaco. Habrá que conseguirlo).

La asunción de Hugo Chávez en 1999 fue un regalo del cielo, por dos motivos: el bolivariano planteó un "socialismo del siglo XXI" continuador de la revolución cubana y remplazó la asistencia económica rusa con 100.000 barriles diarios de petróleo. A partir de allí, el astuto Fidel le cedió gustoso la retórica antinorteamericana.

En agosto de 2006, a poco de cumplir 80 años y gravemente enfermo, Fidel cedió el mando a su hermano menor; y lo que parecía una transición temporaria fue la sucesión misma. Raúl se rodeó de incondicionales, consciente de que la cuestión no era tanto el cambio cuanto la capacidad de controlarlo y que sea pacífico (así lo aprecia Carlos Alonso Zaldívar, exembajador español en La Habana y lúcido analista de la realidad cubana). Mientras tanto Fidel lo legitima con solo aparecer cada tanto al lado de su ñaño.

Otro hito fue cuando la Asamblea General de la OEA -en su 39ª sesión anual (junio de 2009)- dejó sin efecto la exclusión de Cuba del sistema interamericano, ocurrida en aquella famosa 8ª Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores celebrada en Punta del Este de enero de 1962 (en la cual la abstención de Argentina precipitó el descerebrado golpe militar al presidente Arturo Frondizi). A partir de esa fecha Cuba espera su reingreso triunfal confirmado por esta habilitación norteamericana.

La política externa refleja la interna

El paso de ambos gobiernos obedece por cierto a sus respectivas necesidades políticas internas. Después de la dura derrota en las legislativas de principios de noviembre, Barack Obama recuperó la iniciativa, aunque no le será fácil lidiar con un Congreso en contra que deberá prestar acuerdo al futuro embajador y, más difícil aún, derogar las leyes más pesadas sobre bloqueo económico: la ley Torricelli, impulsada en octubre de 1992 durante el gobierno de Bush padre, y la ley Helms-Burton de marzo de 1996, siendo presidente W. Clinton.

Mientras las cosas no están nada bien y las tímidas medidas de Raúl Castro van a contrapelo de las expectativas de la gente, la situación económica es clave y todavía no está claro el calibre de la apertura.

Hoy una Venezuela de economía tambaleante es el principal socio comercial de Cuba, seguido de China. Otros países latinoamericanos colaboran por diferentes razones: Brasil, necesitado de mostrarse jugador global, es ya el tercer socio comercial; Colombia, cuyo interés se entiende por los buenos oficios de La Habana en el diálogo de paz con las FARC; y un México siempre cercano, puente de Cuba con el mundo durante la Guerra Fría.

Una salida a lo China parece imposible para un país de 12 millones de habitantes, cuya economía representa el 0,06% de la economía mundial. Carlos Mesa-Lago, profesor emérito de la Universidad de Pittsburg, quien sigue de cerca el ritmo de la economía cubana ("La reforma de la economía cubana: secuencia y ritmo", Política Exterior n§ 161, Madrid, septiembre/octubre 2014), destaca siete medidas de inexorable abordaje en lo inmediato, pero que apuntan también al corto, mediano y largo plazos: 1- la obvia actualización del modelo económico, 2- distribución de tierras fiscales improductivas, 3- reacomodamiento y despidos en el sector público y expansión del empleo no estatal, 4- reducción salarial, de los servicios sociales y del racionamiento para sostener el costo creciente de los servicios sociales, 5- activación del mercado inmobiliario, 6- inversión extranjera directa, 7- unificación de la doble moneda (desde 1995 circulan el peso nacional y el peso convertible).

Cada enunciado indica la envergadura de la tarea, enorme pero a la vez convocante y provocadora para quienes apuestan a un cambio gradual. Pero no todas son pálidas pues Cuba goza de la simpatía del conglomerado de los No Alineados, un apoyo de hecho importante. Además, un país con el 98% de la población alfabetizada y una salud pública que funciona muy bien cuenta con una buena base para empezar.

En fin, hoy la pelota está más en campo cubano. Resta ver cómo su pueblo -antes que sus líderes- asumirá aquella faena de dos dimensiones que Ortega y Gasset proponía a cada generación: una, recibir lo vivido (en este caso durante cinco décadas de castrismo); otra, dejar fluir su propia espontaneidad.

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