La marcha silenciosa propuesta por los fiscales para las 6 p.m. del 18 de febrero de 2015, pasó ya a la ajetreada historia contemporánea del país de los argentinos. Será recordada con aire entre melancólico-triunfal por buena porción de la sociedad.
Fue una marcha política, desde luego, y nadie debiera sentirse molesto por tal calificación; lo hubiera sido incluso limitada a un homenaje al muerto. Todo es política, más grande, más pequeña, pero política al fin.
Detrás de los fiscales convocantes caminaba empapada, la deshilvanada dirigencia política opositora, que tal vez se anime a articular una alternativa en verdad diferenciada de un "modelo" (algo conceptualmente distinto de un proyecto) enfrentado a su fin de ciclo y sin sucesión definida. La dinastía carece de un heredero ungido y los tiempos se aceleran.
También habrá otra porción que -con igual fervor, pero en sentido contrario- recordará el acto preparándose para la revancha del 1 de marzo próximo.
El mesianismo oficialista rezuma desconcierto sino miedo -como el que también traspasó a los opositores- detrás de un mensaje implícito "tenemos la iniciativa, manejamos la agenda"... lo cual es así pero hasta cierto punto.
Pese a todo, ambas convocatorias la que fue y la que vendrá- no son más que efectos de la muerte del fiscal Alberto Nisman, cuyo suicidio personal/suicidio inducido o asesinato, a estas horas le da lo mismo al ciudadano de a pie. A un mes de su muerte, no estamos ni ahí de intentar una hipótesis sensata. La violencia es el mal absoluto y la Argentina está atosigada de violentos, físicos y morales (que en este último caso son los corruptos). El siniestro suceso es un punto de inflexión que condicionará todo el proceso electoral lanzado al ruedo.
Gobierno, oposición, poder judicial, ministerio público, medios de comunicación y sótanos de la política se han encargado conscientes o no- de revolverlo todo al punto de que quizás nunca sabremos la verdad de lo ocurrido en ese departamento de Puerto Madero. Igual pasó con la AMIA, llave maestra del entuerto sin fin al que nos ha conducido la miseria moral fermentada en la mediocridad.
Si algo faltaba a la deletérea divisoria de aguas argentina era otra manifestación de fragmentación social, absurda por su origen, que tal vez haya cerrado la última posibilidad de hacer algo trascendente por nosotros mismos, mirando más allá de esta gran picadora de carne que es la coyuntura. Los años no solo se ganan o pierden según el punto de vista de cada observador comprometido; también se desperdician y no se recuperan.
Ambos sectores, irreconciliables y variopintos pero que no son más del 50% de la sociedad, no van a dirimir las inminentes elecciones con marchas de indignados por un lado y de convencidos por el otro, en una suerte de plebiscito callejero y oficioso. Y todo se vuelve más patético si se advierte que la agenda del kirchnerismo y de la oposición en el fondo se parecen bastante excepto en la parcialidad de las formas. La pobreza aumenta, la riqueza se concentra, los niños mueren desnutridos.
A todo esto, muchachos, ¿cuál es la madre de todas las batallas? ¿La confrontación cósmica democracia populista -donde lo único que importa es la sumatoria de votos- versus República y respeto por la división de poderes? Ese es apenas un tercio del problema argentino! No habrá salida si no es integral: desarrollo, democracia republicana y justicia social.
La dirigencia argentina social, política, sindical, empresarial- sigue atrapada en su recurrente costumbre de huir para adelante, arrastrando detrás suyo a un pueblo mayoritariamente descomprometido (demasiadas razones lo explican aunque no lo justifiquen), anómico y agobiado por los seis indicadores básicos del subdesarrollo aún inmodificables.
El escritor norteamericano Ralph Emerson escribió el estudio preliminar "El hombre del mundo", que engalana Napoleón, la clásica biografía de Jacques Bainville escrita en 1931 y reeditada por Porrúa en 2005. Analizando sus frases más notorias (como la del epígrafe), Emerson intentaba describir al Gran Corso. Relata que éste solía hablar de la importancia del valor moral, en especial el de las dos de la madrugada, con el cual refería al valor sin preparación, necesario para las ocasiones inesperadas "y que a pesar de los acontecimientos más imprevistos nos permite la completa libertad de juicio y la decisión".
Actuar con prudencia y buen sentido depende de la objetividad para analizar la realidad y sus componentes. La señora de Kirchner desde hace rato se deja llevar por los acontecimientos y, en vez de controlarlos, la atropellan. Mutatis mutandi, a los presidenciables opositores que se disputan la pole position, les ocurre lo mismo. Algo falta; algo les falta.
Frente a tanta vacilación, a tanto hecho insustancial, qué falta hace no una iluminado sino un grupo con coraje madrugador, visionario, que articule una alianza de clases y sectores sociales para reconstruir la Nación del Bicentenario; un grupo con visión geopolítica, decente, decidido, responsable, magnánimo, patriota, prudente. ¿Es mucho pedir?
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