8 de marzo de 2018

Otra vez el extravío del aborto

Diario El Tribuno, 8 de marzo de 2018


El presidente Macri habilitó debatir sobre la sensible cuestión del aborto y admitió que sus legisladores de Cambiemos voten a conciencia (¿!). “Alguien” le habrá soplado que la cuestión viene al pelo, una vía de escape para zafar de los atolladeros que el propio gobierno se procura. Si así fue, la carencia de estrategias para el largo plazo confirma que el nuestro es un país sin proyecto.
De inmediato se disparó otro debate vocinglero all’uso nostro en diarios, radios y tv de penetración nacional, colapsando una agenda política que arde. Todo es liviano, confuso y con buena dosis de cinismo, pese a que -por la esencia del tema- debiera ser reflexivo, transparente, sin apuros ni chicanas. La sorprendida opinión pública volvió a quedar descolocada.

Pero las grietas pagan bien a cualquiera que las sepa utilizar para su provecho. Es previsible que, el 8 de marzo, las futuras marchistas, proclives al desborde según sabemos, vayan por todo: aborto libre seguro y gratuito. 
La Casa Rosada dio este paso en el peor contexto, agregando a la infranqueable grieta vigente la producida dentro de sus propias filas. No hay punto medio en esta materia: se defiende o no se defiende la vida desde la concepción. Abortar implica provocar la muerte de un feto, de cualquier manera y en cualquier etapa; y eso no se disfraza con el eufemismo “interrupción voluntaria del embarazo”.
Se trata por cierto de una problemática multifacética. En esta nota solo mencionamos algunas que dan para un debate particular exhaustivo, con la amarga sensación de que nos madrugaron. 
Empecemos con la oportunidad política. Frente a la agobiante conflictividad económica y social, es inoportuno hacerla ya y limitada al Congreso Nacional. ¿Cuántos legisladores nacionales salteños expresaron su posición en campaña de modo inequívoco? El electorado, frente al hecho consumado, deviene en mero espectador, como sucediera con el “matrimonio igualitario”. 
Entonces, ¿por qué no considerar una consulta popular vinculante con pleno respeto de las autonomías provinciales si sus habitantes lo rechazan? ¿Cuál es, pues, el interés nacional en juego para defender? ¿Por qué uniformarnos en una Argentina que contiene un vasto mosaico cultural? La modernidad progresista de Buenos Aires vs. conservadorismo provinciano, ¿es eso lo que confronta? ¿Quién y con qué derecho se nos juzga? ¿Es la mala relación de Macri con el Papa Bergoglio, o simplemente laicidad vs. religión?
Ahora bien, desde el punto de vista jurídico, ¿qué se debatirá?: ¿otras causales exculpativas?, ¿despenalizar o legalizar?, ¿convertir en ley el inicuo fallo de la Corte Suprema de 2012 por aquel caso de Chubut? Nada está claro.
Argentina es Estado parte del Pacto de San José de Costa Rica (1969) recién desde 1984 y le concedió jerarquía constitucional en la reforma de 1994. El art. 4.1 de ese tratado –referido al “Derecho a la vida”- establece que ella estará protegida por la ley a partir del momento de la concepción, o sea desde la fecundación misma. Cualquier legislación que vaya contra este clarísimo principio y habilite la interrupción del embarazo requeriría la denuncia del Pacto. [Por eso se da vueltas alrededor del art. 86 del Código Penal, que penaliza el aborto salvo en las dos causales previstas en esa norma y subsiste por su precedencia respecto del Pacto. Una fórmula “alternativa” conducirá a la lisa y llana legalización].
Para abrir ese cepo, la consigna de los abortistas consiste en depreciar la inmanencia del feto, anticipo de la trascendencia de esa persona. Ocurrida la fecundación, existe ya un ser de la especie humana, no un bicho desechable. Eso se consta por la “novedad biológica” del embrión, por su individualidad (cuyo centro coordinador es el genoma) y continuidad (ese ser será el mismo hasta su muerte), autonomía (respecto de la madre), especificidad (su cariotipo –conjunto de cromosomas de la especie- responde a la naturaleza humana) y biografía (ocurrida la concepción, el ser es “viviente”). Esos datos embriológicos son incontrastables.  
Una faceta más para considerar engarza con la incertidumbre: ¿cuántas muertes por aborto ocurren realmente por año en la Argentina? ¿Son confiables las estadísticas que circulan con intermitencias? ¿Incide la pertenencia a una determinada clase social? Va de suyo que, como en el caso de los desaparecidos, una sola muerte por aborto clandestino ya es repudiable, tanto como inadmisible la manipulación de cifras.
Saber dónde estamos parados habilita la consideración de políticas complementarias, empezando por una educación sexual a-ideológica de los adolescentes, respetando el derecho de sus familias para decidirla cómo y dónde.
El embarazo adolescente es, desde luego, un despropósito por donde se lo mire. La protección integral de niñas y adolescentes en esa situación es tarea elemental de cada familia, pero genera la responsabilidad del Estado, que debe facilitar la contención psicosocial de aquellas madres-niñas gestantes de un hijo no querido, y de sus familias. Si el embarazo se debe a una agresión sexual, la problemática es más vasta pues involucra a la política de seguridad y al funcionamiento de los juzgados penales. En estas materias continuamos aplazados.
Asimismo, es imprescindible una legislación que permita que esas criaturas no deseadas, nacer y crecer sanas de cuerpo y alma en el seno de una familia sustituta. Los mecanismos de adopción legal son engorrosos e ineficientes y no dejan margen para que la gestante decida darla sin traumas irreversibles. 
Otra arista insoslayable, ausente en el debate de una dirigencia que no mira más que el árbol de la coyuntura, es la perspectiva geopolítica. Lo plantearemos hasta el hartazgo: para un país que es la 8ª extensión territorial del planeta, su baja población y la pésima distribución de los núcleos humanos es suicida, a la luz del movimiento de piezas que se advierte en el tablero del poder mundial. El casi 1.400.000 habitantes de Salta, 6ª superficie continental del país, limita nuestra viabilidad como provincia rectora.
Hoy pretendemos el estatus de supermercado del mundo y gustosamente asumiríamos esa nominación, funcional a los intereses de las grandes potencias. Mientras tengamos capacidad para alimentar a 400 millones de personas, nos tolerarán todos nuestros desconcertantes vaivenes. 
Cabe recordar que el empeño abortista integra el colectivo “control de natalidad”, inspirado en las usinas ideológicas del establishment internacional a partir del Informe Meadows (“Los límites del crecimiento”) de 1972 y el Informe Kissinger (“Consecuencias del crecimiento mundial de la población para la seguridad de los estados Unidos y sus intereses de ultramar”), de 1974, trasladados a las políticas del Banco Mundial en tiempos de R. McNamara. El paquete incluía la esterilización masiva en los países más pobres de África, las píldoras anticonceptivas, el aborto, la eutanasia y cuanto subterfugio permita eliminar gente. Hambrunas y enfermedades también aportaron lo suyo.
Resultado: la inversión de la pirámide demográfica está ocasionando graves trastornos sociales y económicos en los principales países europeos, a los que la progresía criolla tanto se quiere parecer.
Aparte de consideraciones éticas y morales, Argentina no puede darse el lujo de impedir nacimientos con el argumento de la libertad de decidir sobre el cuerpo (un absurdo por donde se lo mire), sea que la mujer resida en un country o en una villa, sea que el embarazo provenga de una agresión o de una noche de jarana. De allí la urgente necesidad de planificar políticas demográficas, equilibradas y sostenibles, para el largo plazo, asignatura pendiente desde el llamado alberdiano a poblar el país. 
Por último y más importante, precisamente la cuestión moral. El choque cósmico entre el valor libertad y el valor vida comenzó con la crisis de la modernidad. Si se privilegia la libertad (¿puede haber libertad sin vida?), una sociedad se condena a sí misma. 
No se trata solo de un compromiso de la religión católica, que lo es y cómo, también de la buena conciencia de ateos y agnósticos. Gustavo Bueno Martínez, reconocido filósofo español fallecido en 2016, ateo y marxista, sostuvo -cuando se dio el debate en España- que el aborto era una perversión de la democracia.
La moral cristiana –y la moral musulmana, en esto coinciden- rechazan el aborto según su respectiva teología y los fieles de ambas representan casi la mitad de la población mundial. El dato no puede pasar desapercibido. 
En su libro La política en el siglo XXI (pág. 228), el gurú Jaime Durán Barba sostiene que “Los valores no tienen que ver con la lógica, sino que normalmente están más vinculados a la superstición”. Con este estratega diseñando la agenda oficialista, media batalla está perdida. 

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