26 de agosto de 2018

Después de la negativa del Senado: Entre evidencias y trasfondos

Un auto-acorralado presidente Macri salió, rápido, a capitalizar el resultado de la votación: Argentina –palabras más o menos- fue un ejemplo de diálogo democrático amplio, aspiración suya para los grandes temas de la agenda nacional. O sea, gracias a su visión estratégica pudimos abordar una cuestión tan áspera y compleja como la del aborto, al cual se opondría nuestro líquido mandatario.
A estar por las circunstancias (de la habilitación del debate) y los resultados (que preanuncian endurecimiento verde), las salidas parecen bloqueadas. No se trataba de debatir o no debatir, sino sobre qué presupuestos para atender todas las posiciones existentes en una comunidad nacional heterogénea.
Esta nota procurará poner sobre la mesa aspectos evidentes -intuidos o sospechados- y trasfondos de una problemática que traspasó el enfrentamiento entre pañuelos.  
Cada cual tendrá sus propias conclusiones tan válidas como las aquí expuestas. Ese material debiera aprovecharse para ordenar una amplia agenda de derivaciones, y así evitar un empantanamiento infranqueable: no sigamos abriendo o profundizando grietas.
Está claro que el presidente Macri, inducido por “ya sabemos quién”, lanzó una bomba de humo en febrero pasado. Que fue una maniobra distractiva se comprueba con este dato objetivo: la mayoría de senadores y diputados poco y nada había dicho en sus discursos de campaña; y en el juego de la democracia eso es desleal. Primera evidencia.
No fue un debate transparente (segunda evidencia). El sopetón con que se lanzó a la consideración pública nos encontró a todos mal preparados para un abordaje sin crispaciones. A ello nos habíamos referido en nuestra nota “El aborto no admite extravíos ni chicanas” (El Tribuno, 08/03/18). En efecto, la sociedad argentina está desarticulada y las grietas son profundas, tanto que resultaba difícil esperar algo distinto. Cinismo, prepotencia, mendacidad, etnocentrismo, todo sumaba para imponer la legalización del aborto libre y gratuito, punta de lanza para la ideología de género.
Además hubo un descarado uso de argumentos científicos y estadísticas falsos, por parte de organizaciones de apoyo al colectivo abortista, un capítulo más de la inacabable campaña mundial por el control de la natalidad. El editorial del diario La Nación del 10 de julio pasado –“Los intereses económicos detrás del aborto”- expuso quiénes y cómo lo hacen. Remitimos a su lectura, breviatis causae.
Tercera. Las rondas de consulta en ambas Cámaras (con notoria inasistencia de diputados y senadores, curiosamente), sirvió al menos para que la sociedad asuma la gravedad de la cuestión, involucrándose. El masivo apoyo de brillosas figuras de los medios de comunicación y de la farándula porteños, de tan tendencioso, terminó banalizando el debate: era el cosmopolitismo progresista “propio de los principales países del mundo” (o sea europeos) versus el medievalismo de las diez provincias del Norte Grande Argentino, sobre todo.
Cuarta: la preocupación del gobierno a medida que el debate se desmadraba y abría grietas en el propio espacio de Cambiemos, desbordando la consigna de votar con libertad de conciencia (¿hay otro modo, acaso?). Es difícil vislumbrar las consecuencias de esa inspiración presidencial, que se reflejará tarde o temprano en sus vínculos con la gobernadora Vidal y la diputada Carrió; quizás también la vice Michetti. Para colmos, el desbarajuste económico reduce drásticamente las apetencias de reelección.
Quinta. El gobierno nacional no fue prescindente. La exposición de su ministro de salud o la desenfadada defensa de la legalización en radio y tv públicas, son botones de muestra. Por cada celeste, desfilaban diez verdes; también sucedió en los otros medios y ese cuadro hasta repicó en Salta.
Sexta evidencia. A la gente común le angustia más la inseguridad y la debacle económica, aun percibiendo la gravedad moral de la temática. Esa situación y la desesperanza que conlleva, persiste después de la votación. De hecho, el debate fue intenso en las clases medias urbanas para arriba, pero se pretendió justificar la legalización usando a las mujeres más vulnerables, supuestas beneficiarias, que la tardía salida al ruedo del cura Pepe apenas contrarrestó.
La séptima. El sector verde, como los paisajes de Catamarca, reconoce distintos tonos. Entre ellos es inevitable destacar su fuerza de choque: sectores anarquistas, trotskistas, ultrafeminismo transversal, ruidosos y agresivos pero electoralmente irrelevantes. La exasperación de estos grupos quedó reflejada en escraches, pintadas ofensivas, convocatorias a la apostasía, laicismo recalcitrante y anticonstitucional. Tampoco, dicho sea de paso, el celeste fue un color uniforme y sin fisuras.
Esta “aberración de la democracia” –según calificación del filósofo español G. Bueno Martínez, marxista y ateo, cuando ocurrió lo propio en España- fue frenada por nuestro pálido federalismo. Treinta y ocho senadores nacionales sostuvieron la voz de las provincias fundantes; por eso la descalificación posterior de conservadores, feudales, patriarcales, dependientes a la Iglesia Católica. No obstante, nuestra idiosincrasia opera como un reaseguro en tanto tenemos asumido un mestizaje étnico y cultural sin el complejo de pariente pobre respecto de la centralidad eurooccidental.
Las evidencias citadas han quedado expuestas en este tiempo con toda su complejidad y variantes. Podríamos seguir ensanchando la lista, pero las mencionadas son suficientes.
Precipitado el debate como se hizo, se maniobró para evitar el tratamiento de un proyecto distinto. Por caso, el proyecto sobre “Protección integral de los derechos humanos de la mujer embarazada y de los niños por nacer”, presentado por la Red Federal de Familias, que fuera derivado a media docena de comisiones para diluir su tratamiento a la par del otro.
La propuesta de “aborto libre, seguro y gratuito” -atada al derecho a decidir antes que a la vida gestada- fue derrotada en el recinto. Si respetamos las reglas de la democracia republicana y actuamos con madurez política, el año que viene -o cuando sea- correspondería centrar la discusión en la contracara: “educación sexual para prevenir, contención para no abortar, adopción para sobrevivir”. Por lo demás, es evidente que, con o sin ley a favor o en contra del aborto, estos seguirán ocurriendo; de allí la necesidad de la otra mirada. Tampoco descartemos el mecanismo de la consulta popular.
A la batalla ganada contra el aborto, le seguirán dos combates en los que –lamentablemente- parece que tampoco habrá tregua. Y en este bingo, el “sale o sale” apuntará a la reforma del Código Penal y a la implementación de la educación sexual en escuelas y colegios.
En cuanto a lo primero, la ampliación de las causales de despenalización nunca resolverá la cuestión de fondo. Habrá que ser muy imaginativo para que con los cambios que se preanuncian, no se termine desvirtuando lo que el Senado rechazó.
Respecto de lo educativo: ¿será aplicará a todo el país la visión de “género” impuesta hasta ahora?, ¿se tendrá en cuenta el derecho de los padres a la educación de sus hijos? ¿El INADI operará como una suerte de comisariado político? Hoy podemos pasarla mal quienes sostenemos que el sexo no es una construcción cultural, sino un designio de la naturaleza. [Mensaje a la dirigencia política: urge federalizar ese ente, cooptado desde su origen por el progresismo criollo. Es inadmisible que en él no esté representada la vasta interculturalidad del país].
Y aquí un trasfondo: lo que realmente buscan los sectores ultra, es consolidar a como dé lugar la ideología de género, sobre la que hay un generalizado desconocimiento. Para ello cabe analizar el pensamiento de creadoras y referentes del feminismo recalcitrante, como Shulamit Firestone y Kate Millet. La primera -fallecida en 2012- es la autora de “La dialéctica del sexo”, una suerte de manifiesto feminista publicado en 1970. Su tesis, con basamento en Federico Engels, Antonio Gramsci, Hebert Marcuse y Simone de Beauvoir (aquella de “no se nace mujer, se llega a serlo”), es que la opresión de las mujeres está anclada en su “servidumbre biológica”, y eso debe originar una dialéctica más radical que la lucha de clases, una guerra cultural de magnitudes cósmicas.
Hay otro trasfondo mucho más complicado y definitorio, inabordable para una dirigencia no habituada a observar el bosque y a pensar para el largo plazo. En el debate geopolítico, que se acelera cada día, la multipolaridad -de países o de bloques de países- definirá un nuevo sistema mundial. ¿Estamos atentos a eso?, ¿dónde nos ubicaremos? ¿Apostaremos a un destino iberoamericano? Si así fuese, ¿cuál será su fundamento cultural?
En ese reacomodamiento general del tablero mundial, los sostenedores de la globalización pretenden uniformarla mediante la consigna mentirosa “democracia, derechos humanos y libre mercado”. No se trata solo de una puja económica, ya que en los futuros alineamientos la cultura nacional también será frontera. ¿Cuál cultura?: esa es la cuestión.

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