Un auto-acorralado presidente Macri
salió, rápido, a capitalizar el resultado de la votación: Argentina –palabras
más o menos- fue un ejemplo de diálogo democrático amplio, aspiración suya para
los grandes temas de la agenda nacional. O sea, gracias a su visión estratégica
pudimos abordar una cuestión tan áspera y compleja como la del aborto, al cual
se opondría nuestro líquido mandatario.
A estar por las circunstancias (de
la habilitación del debate) y los resultados (que preanuncian endurecimiento
verde), las salidas parecen bloqueadas. No se trataba de debatir o no debatir,
sino sobre qué presupuestos para atender todas las posiciones existentes en una
comunidad nacional heterogénea.
Esta nota procurará poner sobre la
mesa aspectos evidentes -intuidos o sospechados- y trasfondos de una
problemática que traspasó el enfrentamiento entre pañuelos.
Cada cual tendrá sus propias
conclusiones tan válidas como las aquí expuestas. Ese material debiera aprovecharse
para ordenar una amplia agenda de derivaciones, y así evitar un empantanamiento
infranqueable: no sigamos abriendo o profundizando grietas.
Está claro que el presidente Macri,
inducido por “ya sabemos quién”, lanzó una bomba de humo en febrero pasado. Que
fue una maniobra distractiva se comprueba con este dato objetivo: la mayoría de
senadores y diputados poco y nada había dicho en sus discursos de campaña; y en
el juego de la democracia eso es desleal. Primera evidencia.
No fue un debate transparente
(segunda evidencia). El sopetón con que se lanzó a la consideración pública nos
encontró a todos mal preparados para un abordaje sin crispaciones. A ello nos
habíamos referido en nuestra nota “El aborto no admite extravíos ni chicanas” (El Tribuno, 08/03/18). En efecto, la
sociedad argentina está desarticulada y las grietas son profundas, tanto que resultaba
difícil esperar algo distinto. Cinismo, prepotencia, mendacidad, etnocentrismo,
todo sumaba para imponer la legalización del aborto libre y gratuito, punta de
lanza para la ideología de género.
Además hubo un descarado uso de
argumentos científicos y estadísticas falsos, por parte de organizaciones de
apoyo al colectivo abortista, un capítulo más de la inacabable campaña mundial por
el control de la natalidad. El editorial del diario La Nación del 10 de julio
pasado –“Los intereses económicos detrás del aborto”- expuso quiénes y cómo lo
hacen. Remitimos a su lectura, breviatis
causae.
Tercera. Las rondas de consulta en
ambas Cámaras (con notoria inasistencia de diputados y senadores,
curiosamente), sirvió al menos para que la sociedad asuma la gravedad de la
cuestión, involucrándose. El masivo apoyo de brillosas figuras de los medios de
comunicación y de la farándula porteños, de tan tendencioso, terminó
banalizando el debate: era el cosmopolitismo progresista “propio de los
principales países del mundo” (o sea europeos) versus el medievalismo de las
diez provincias del Norte Grande Argentino, sobre todo.
Cuarta: la preocupación del
gobierno a medida que el debate se desmadraba y abría grietas en el propio
espacio de Cambiemos, desbordando la consigna de votar con libertad de conciencia (¿hay otro modo, acaso?). Es
difícil vislumbrar las consecuencias de esa inspiración presidencial, que se
reflejará tarde o temprano en sus vínculos con la gobernadora Vidal y la
diputada Carrió; quizás también la vice Michetti. Para colmos, el desbarajuste
económico reduce drásticamente las apetencias de reelección.
Quinta. El gobierno nacional no fue
prescindente. La exposición de su ministro de salud o la desenfadada defensa de
la legalización en radio y tv públicas, son botones de muestra. Por cada
celeste, desfilaban diez verdes; también sucedió en los otros medios y ese
cuadro hasta repicó en Salta.
Sexta evidencia. A la gente común le
angustia más la inseguridad y la debacle económica, aun percibiendo la gravedad
moral de la temática. Esa situación y la desesperanza que conlleva, persiste
después de la votación. De hecho, el debate fue intenso en las clases medias
urbanas para arriba, pero se pretendió justificar la legalización usando a las
mujeres más vulnerables, supuestas beneficiarias, que la tardía salida al ruedo
del cura Pepe apenas contrarrestó.
La séptima. El sector verde, como
los paisajes de Catamarca, reconoce distintos tonos. Entre ellos es inevitable destacar
su fuerza de choque: sectores anarquistas, trotskistas, ultrafeminismo
transversal, ruidosos y agresivos pero electoralmente irrelevantes. La
exasperación de estos grupos quedó reflejada en escraches, pintadas ofensivas,
convocatorias a la apostasía, laicismo recalcitrante y anticonstitucional.
Tampoco, dicho sea de paso, el celeste fue un color uniforme y sin fisuras.
Esta “aberración de la democracia”
–según calificación del filósofo español G. Bueno Martínez, marxista y ateo,
cuando ocurrió lo propio en España- fue frenada por nuestro pálido federalismo.
Treinta y ocho senadores nacionales sostuvieron la voz de las provincias fundantes;
por eso la descalificación posterior de conservadores, feudales, patriarcales, dependientes
a la Iglesia Católica. No obstante, nuestra idiosincrasia opera como un
reaseguro en tanto tenemos asumido un mestizaje étnico y cultural sin el complejo
de pariente pobre respecto de la centralidad eurooccidental.
Las evidencias citadas han quedado
expuestas en este tiempo con toda su complejidad y variantes. Podríamos seguir ensanchando
la lista, pero las mencionadas son suficientes.
Precipitado el debate como se hizo,
se maniobró para evitar el tratamiento de un proyecto distinto. Por caso, el
proyecto sobre “Protección
integral de los derechos humanos de la mujer embarazada y de los niños por
nacer”, presentado por la Red Federal de Familias, que fuera derivado a media
docena de comisiones para diluir su tratamiento a la par del otro.
La propuesta de “aborto libre,
seguro y gratuito” -atada al derecho a decidir antes que a la vida gestada- fue
derrotada en el recinto. Si respetamos las reglas de la democracia republicana
y actuamos con madurez política, el año que viene -o cuando sea- correspondería
centrar la discusión en la contracara: “educación sexual para prevenir,
contención para no abortar, adopción para sobrevivir”. Por lo demás, es
evidente que, con o sin ley a favor o en contra del aborto, estos seguirán
ocurriendo; de allí la necesidad de la otra mirada. Tampoco descartemos el
mecanismo de la consulta popular.
A la batalla ganada contra el
aborto, le seguirán dos combates en los que –lamentablemente- parece que
tampoco habrá tregua. Y en este bingo, el “sale o sale” apuntará a la reforma
del Código Penal y a la implementación de la educación sexual en escuelas y
colegios.
En cuanto a lo primero, la
ampliación de las causales de despenalización nunca resolverá la cuestión de
fondo. Habrá que ser muy imaginativo para que con los cambios que se
preanuncian, no se termine desvirtuando lo que el Senado rechazó.
Respecto de lo educativo: ¿será aplicará
a todo el país la visión de “género” impuesta hasta ahora?, ¿se tendrá en
cuenta el derecho de los padres a la educación de sus hijos? ¿El INADI operará
como una suerte de comisariado político? Hoy podemos pasarla mal quienes sostenemos
que el sexo no es una construcción cultural, sino un designio de la naturaleza.
[Mensaje a la dirigencia política: urge federalizar ese ente, cooptado desde su
origen por el progresismo criollo. Es inadmisible que en él no esté
representada la vasta interculturalidad del país].
Y aquí un trasfondo: lo que
realmente buscan los sectores ultra, es consolidar a como dé lugar la ideología
de género, sobre la que hay un generalizado desconocimiento. Para ello cabe analizar
el pensamiento de creadoras y referentes del feminismo recalcitrante, como
Shulamit Firestone y Kate Millet. La primera -fallecida en 2012- es la autora
de “La dialéctica del sexo”, una suerte de manifiesto feminista publicado en
1970. Su tesis, con basamento en Federico Engels, Antonio Gramsci, Hebert
Marcuse y Simone de Beauvoir (aquella de “no se nace mujer, se llega a serlo”),
es que la opresión de las mujeres está anclada en su “servidumbre biológica”, y
eso debe originar una dialéctica más radical que la lucha de clases, una guerra
cultural de magnitudes cósmicas.
Hay otro trasfondo mucho más complicado
y definitorio, inabordable para una dirigencia no habituada a observar el
bosque y a pensar para el largo plazo. En el debate geopolítico, que se acelera
cada día, la multipolaridad -de países o de bloques de países- definirá un
nuevo sistema mundial. ¿Estamos atentos a eso?, ¿dónde nos ubicaremos?
¿Apostaremos a un destino iberoamericano? Si así fuese, ¿cuál será su
fundamento cultural?
En ese reacomodamiento general del
tablero mundial, los sostenedores de la globalización pretenden uniformarla
mediante la consigna mentirosa “democracia, derechos humanos y libre mercado”.
No se trata solo de una puja económica, ya que en los futuros alineamientos la
cultura nacional también será frontera. ¿Cuál cultura?: esa es la cuestión.
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