Revista Claves Nº 95 noviembre 2000
¿La lucha armada
de ETA forma parte de un proceso revolucionario “clásico” o es una guerra “de
liberación nacional” al estilo de los ’50 y ‘60?. ¿Se trata de un fenómeno
típicamente español o, por el contrario, de otro signo de la posguerra fría?.
Ciertamente el debate va extendiéndose –y extenuando- a la intelectualidad
española en particular. ¿“Fin de las certidumbres”
políticas?. Los procesos separatistas de Europa, ¿buscan su justificación en
las exclusiones e inclusiones inconsultas, generadas por las políticas de poder
decimonónicas que perduraron hasta avanzado el siglo XX?. ¿O acaso responden a
causas más profundas? .
En los años siguientes a la
conclusión de la Segunda Guerra Mundial, Europa –con el decisivo aporte de los
Estados Unidos- inició su reconstrucción. Avanzando ese proceso, sus líderes
advertían la necesidad de integrar las respectivas economías nacionales ante una
competencia que preanunciaba su trilateralidad: Estados Unidos y Japón, con sus
respectivas zonas de influencia, y Europa Occidental con un, hasta entonces,
inimaginado bloque único. Los padres fundadores de la integración
europea no habían equivocado el diagnóstico: a partir del entendimiento básico
franco- germano fue posible intentar mecanismos de convivencia que dejaban
atrás las fórmulas conocidas, incluida la división tripartita de poderes
adoptada desde Montesquieu. La nueva Europa nació con las Comunidades, y su
rasgo definitorio sería un poder público común, independiente de los estados
que la integraban, con órganos comunitarios supranacionales, cuyas decisiones
serían obligatorias tanto para los países miembros y los individuos. El proceso
se fue perfeccionando con la incorpora-ción de otros estados[1]
hasta que, en febrero de 1992, en la ciudad holandesa de Maastricht, se adoptó
el texto del Tratado de la Unión Europea. Ríos de tinta corrieron para
justificar el replanteo de la cuestión nacional y del Estado Nación ante
la consumada Europa Comunitaria, afirmándose una Europa de Estados con
algo de confederación.
Abierto el cepo que aprisionaba a
Europa Oriental, se destapó la caja de Pandora. Estallaron, entre otras
consecuencias, los antiguos límites trazados para soportar la Guerra Fría,
muchos de los cuales provenían de arreglos forzosos, de la fusión o fisión de
antiguas casas reales y de procesos de unificación nacional (belga, francés,
italiano, alemán). ¿La remozada furia localista preanuncia una Europa de
Naciones?
Aunque la perspectiva de incorporar a la Unión
a los estados euro orientales es difícil siquiera a mediano plazo, el
resurgimiento de los nacionalismos (según se califica, con poca precisión
científica, a este fenómeno finisecular) agrega más dificultades a la
unificación continental que las propias de un proceso de semejante naturaleza.
Salto
en el tiempo. A principios de octubre del año pasado, representantes de 18
grupos secesionistas oriundos de Bretaña, Córcega, Guyana, Martinica, País
Vasco y Polinesia, se reunieron para acordar una alianza tendiente a la
independencia total de esas regiones, usando la violencia si fuera menester.
Dentro de esas agrupaciones, habían formaciones clandestinas poco conocidas,
como el Ejército Revolucionario Bretón (Armeé Revolutionnaire Bretonne),
que exhortaban a colaborar más estrechamente con ETA. En esa reunión se habló
también de la asociación de las regiones catalanas y vascas francesas con sus
pares españolas a fin de plantear su reconocimiento como países independientes
acogidos por la Unión Europea[2].
La
preocupación de gobiernos acosados por las presiones separatistas ha sido
receptada en Maastricht, al introducirse en el Tratado de las Comunidades un
capítulo 4 referido al Comité de las Regiones (art. 198 A/ C), para
atender aquellas situaciones especiales que atañan al interés particular de las
mismas, en especial las menos favorecidas. Está integrado por representantes de
regiones y colectividades locales; tiene funciones de asesoramiento en aspectos
económicos y sociales, e incluye a los municipios por su condición de célula
comunitaria básica.
Pero las expresiones de protesta,
autonómicas o independentistas, con mayor o menor virulencia, se constatan en
varias partes. Gran Bretaña, que no termina de resolver la cuestión de Irlanda
del Norte, tiene en Escocia y Gales dos focos conflictivos. Flamencos y
valones, en Bélgica, ¿se contagiarán del activismo terrorista? Checos y
eslovacos, aunque manejaron su separación con más habilidad, ¿pueden dormir
tranquilos? ¿Concluyeron los pujos secesionistas de la Padania italiana? La
irresuelta situación yugoslava, los conflictos dentro de la Comunidad de
Estados Independientes, dejan entrever que van en escalada. ¿Este proceso
conducirá a una Europa de celtas, bretones, corsos, magyares, lombardos,
ostrogodos o merovingios? ¿Adónde está -–o quién pondrá- el límite, si lo hay?
España en datos mínimos e
imprescindibles.
España posee un territorio de 504.780 km2 y 39.852.651 habitantes a
enero de 1998 (su tasa de natalidad es preocupantemente baja). Su gobierno es
una monarquía constitucional, en la que el rey es el jefe de estado; el jefe de
gobierno conduce la administración. Su sistema parlamentario es bicameral (las
Cortes): una cámara de senadores con 250 integrantes, y una de diputados de 350
miembros.
La región del País Vasco incluye tres provincias: Álava (con capital en
Vitoria), Guipúzcoa (San Sebastián) y Vizcaya (Bilbao). En total, hacen 7.261
km2, es decir una superficie tres veces más pequeña que Tucumán. A la fecha sus
habitantes llegan a las 3 millones de personas (2.140.00 a mediados de los
’80). Los vascos consideran integrante de su País a la Comunidad Foral de
Nafarroa (Navarra), con capital en Pamplona (10.421 km2, 650.000 habitantes,
aproximadamente), aunque la opinión de los navarrenses al respecto dista de ser
unánime. A los efectos comparativos, las otras dos grandes regiones autonómicas
reflejan estos números: Galicia, integrada por la provincias de La Coruña,
Lugo, Orense y Pontevedra, cuenta con 29.434 km2 y casi 2.800.000 habitantes;
Cataluña (Tarragona, Barcelona, Lérida y Gerona) 31.930 km2 y 6.200.000,
aproximadamente.
Estas
tres regiones constituyen la parte rica de España, aunque entre sí hay
diferencias. En 1999 el producto interno bruto era, en millones de pesetas,
16.778.607 para Cataluña, 5.268.653 para el País Vasco y 4.584.436 para
Galicia; el total de España 83.483.607, algo más de 550 mil millones de dólares
[3].
El
País Vasco tiene una muy buena infraestructura industrial, caminera y
financiera. Los grandes negocios están en las manos de familias que no han
demostrado mayor interés por la independencia. Empresas emblemáticas de la
región (ubicada entre las doce regiones europeas de mayor crecimiento) pero
también de España son el Banco Bilbao Vizcaya (BBVA) y la energética Iberdrola.
El conjunto de empresas exporta casi el 80% del PBI, superando en 10 puntos el de
España [4].
El
12 de mayo de 2000, el Partido Popular de José María Aznar obtuvo un
contundente triunfo electoral. Desde entonces controla el Congreso de los
Diputados con 183 de los escaños. Perdió solamente en tres de las 17 regiones
(Andalucía, Cataluña y País Vasco)[5].
A partir de estas elecciones, dicen los observadores, cambió el perfil político
de España, que estuvo en manos socialistas prácticamente desde la restauración
democrática. En este contexto, el gobierno de Aznar está en una lucha sin
cuartel contra el terrorismo vasco. En septiembre de ese mismo año, una
encuesta revelaba que para el 81,5% de los españoles es la cuestión central[6].
Reseña histórica
imprescindible.
Para
una aproximación al complejo “caso vasco”, tal vez sea conveniente partir de la
fecha de fundación del Partido Nacionalista Vasco (PNV), creado por el
legendario Sabino Arana en 1895. El surgimiento del PNV coincidió con dos
especiales circunstancias históricas que habían enrarecido el clima
sociopolítico de la región: la resistencia al esquema liberal de entonces,
considerado la causa del debilitamiento de los derechos forales de las
provincias vascas, y la creciente industrialización localizada en la ciudad de
Bilbao. Los años que transcurrieron hasta la Guerra Civil Española, siguiendo a
Giovanni Giacopuzzi[7],
estuvieron signados por la confrontación de dos grandes líneas. Por un lado,
los nacionalistas y, por el otro, una alianza implícita de la alta burguesía,
monárquicos, fascistas y el ejército[8].
La primera experiencia autonómica fue efímera y se inició en octubre de 1936
con una coalición antifascista integrada por el PSOE, el PC, la Izquierda
Republicana y Acción Nacionalista Vasca. Concluyó con la toma de Bilbao por las
tropas del general Francisco Franco, en junio del año siguiente. Esta derrota
abrió una herida lacerante en la memoria colectiva de los vascos, pues de inmediato
se desató una feroz represión, obligando al exilio de la dirigencia. Los
exiliados apostaron ilusoriamente a que Franco cayera con el nazifascismo. Sin
embargo, con el inicio de la guerra fría, Estados Unidos decidió pasar por alto
las diferencias con el gobierno español frente a las urgencias de la seguridad
estratégica europea. El Generalísimo empezó a recibir apoyo de todo tipo a
medida que España crecía y demostraba interés por formar parte de la CEE y del
esquema colectivo de la OTAN.
La
situación descripta descolocó al PNV y, consecuencia de su inmovilismo o
incompetencia, los tiempos maduraron para la aparición de grupos radicalizados.
Así, en un momento de sostenido crecimiento económico, surgió el grupo EKIN con
la intención de reelaborar el nacionalismo vasco, pero sin eludir la acción
directa. Este grupo integraba formalmente la rama juvenil del PNV, pero sus
posturas díscolas provocaron la ruptura con el partido y a una escisión
importante. Entonces nace Euskadi ta Askatasuna, en 1959. La ETA
empezó tomando distancia de la política pronorteamericana del régimen
franquista y del “pacifismo” del PNV. Sus consignas eran las siguientes: el
retorno inmediato a la democracia, la reconstrucción de la identidad nacional a
partir del euskera y el afianzamiento de la cultura vasca, y la
autonomía. En esos años la organización, aparte de un creciente activismo
terrorista, decidió debatir en “Asambleas” sus posiciones políticas. En las
cinco primeras fue notorio advertir cómo ETA se iba endureciendo progresivamente.
Ese proceso de afirmación no fue lineal ni pacífico y, como tantas agrupaciones
de izquierda, soportó escisiones, marchas y contramarchas. En la Vª Asamblea,
realizada entre diciembre de 1966 y marzo de 1967, la ETA declaró a la suya una
“lucha de liberación nacional” para instalar el socialismo como un proyecto
vasco y obrerista. En esta evolución quedó a un costado la “guerra
revolucionaria” y la mera lucha de clases, a la vez que procuraban el apoyo de
la pequeña burguesía vasca, cuyo sentimiento nacionalista nunca fue puesto en
duda. En el ínterin, la organización fue afianzando sus órganos de conducción y
su organización celular, pero también se profundizaban las diferencias de
criterio en cuanto a tácticas y estrategias.
Hacia
fines de los ‘60, la ETA ya había concitado la adhesión de buena parte de la
sociedad vasca, cansada de la represión sistemática y del “estado de
excepción”, que en varias oportunidades fue una suerte de piedra libre para las
fuerzas represoras. Un momento de conmoción interna ocurrió en agosto de 1970,
cuando en la VIª Asamblea la porción trotskista decide adherirse a la Liga
Comunista Revolucionaria, despegándose de ETA. Nuevamente el debate ideológico
había precipi-tado la decisión ya que, para ese grupo, la lucha revolucionaria
no podía dejar afuera al resto de los trabajadores y obreros españoles.
El
asesinato del almirante Luis Carrero Blanco (segundo de Franco, considerado el
garante de la continuidad del franquismo), sucedido en enero de 1973, dividió
la historia reciente de España en un ante y un después. Quienes esperaban que
el régimen se consumiera con la muerte natural del líder percibieron que,
después del atentado, los tiempos políticos serían inmanejables. En ese tiempo se produjo otra ruptura en el seno de la ETA,
producto de la divergencia de los grupos internos frente a un eventual retorno
a la democracia. El dilema era sostener la lucha armada o prepararse para la “opción institucional”. La
posibilidad de crear un partido político fue tratada en la VIIª Asamblea,
septiembre de 1976, que originó a Herri Batasuna, una alianza electoral
de la izquierda que giraba en torno de la adhesión al nacionalismo
irreductible. Con todo, esta coalición reconocía la conducción política de la
Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS), creada en 1975 para nuclear a toda la
izquierda vasca, encargada -en definitiva- de bajar la línea política.
En los años ‘90, los sectores más radicalizados empezaron a reclamar un
nuevo estatus político institucional para Euskal Herria (Patria del
Pueblo Vasco Trabajador). Euskal Herritarrok, actual brazo político de
ETA en la legalidad, mantiene como posición oficial la línea secesionista e
independentista aunque reconociendo la autodeterminación basada en el Estatuto
de Gernika, o sea una comunidad autónoma integrada por las tres
provincias vascas españolas más la región vasca francesa (Labourd, Baja
Navarra y Soule) y Navarra.
Un síntoma del desgaste etarra
–consecuencia de la acción de las fuerzas de seguridad españolas y francesas,
más el hartazgo general por los atentados, secuestros e “impuestos
revolucionarios” (sus fuentes de financiamiento)- es la cada vez mayor juventud
de sus cuadros. Los jóvenes terroristas se entrenan en la kale borroka
(violencia callejera) y, según se dice, mueven 15.000 cuadros que insumen más
de 150 millones de dólares anuales de presupuesto. En abril del 2000, unas 20.000 personas de la gasterriak
(juventud) se reunió en la ciudad francesa de Cambón Les Bains, donde se
fusionaron con jarrai (los militantes juveniles) para constituir Haika.,
cuya cúpula parce que ha sido recientemente desarticulada[9].
Cuando
el juez Garzón inició el operativo “Lobo negro”, desmantelando la conducción
político-militar de ETA, los guerrilleros respondieron, en septiembre de 1998,
con una tregua unilateral, recibida con más entusiasmo que realismo. Se trató,
por cierto, de un mutis temporal para preparar la reorganización interna. En el
ínterin hubieron reuniones secretas en suiza con delegados de José María Aznar,
pero sin resultados concretos[10].
Entonces, en diciembre de 1999, también unilateralmente, abandonaron el cese
del fuego para entrar en una espiral de violencia impiadosa. Es ostensible que
la ETA ha programado su ofensiva militar en el territorio español, manteniendo
comandos que se trasladan de un lado a otro cometiendo atentados selectivos e
impactantes. Con todo, la táctica de exacerbar a los nacionalistas catalanes o
gallegos para plegarlos a la lucha armada carece de eco hasta el momento[11].
Según
sondeos de opinión, el 70 % de los vascos, aunque aspira a una autonomía
efectiva, no desearía separarse del Estado español, de allí que el plebiscito
aparece como el instrumento más indicado para dirimir las posiciones. Se lo
menciona seguido, pero las condiciones políticas no han madurado lo suficiente
como para una inminente convocatoria. De hecho, todo indica que la ETA lo
boicoteará. Mientras tanto, la autonomía quedó como posición oficial del PNV,
cuyos adherentes siguen siendo la mayoría electoral del País Vasco.
¿Dónde están las
respuestas?
Una revista española especializada
publicó un interesante y aleccionador contrapunto, realizado entre varias
personalidades[12]. El
debate giraba, en última instancia, en torno de la siguiente pregunta: ¿España
es una nación única o varias naciones dentro de un Estado?
Por caso, Ramón Parada asegura que la Constitución de 1978 terminó con el esfuerzo centralizador de tres siglos, al conceder a las regiones una autonomía política y fiscal que éstas ni imaginaban. La unidad española se empezó a consolidar a partir de 1812, año que marcaría el surgimiento de España como nación política. Esa concepción se afianza en las constituciones posteriores: la de 1869, que proclama la monarquía como forma de gobierno de la “nación española”; la Constitución de la Restauración de 1876, que adopta el sistema político unitario; la de 1931 que había consagrado la “República de Trabajadores” con regiones autónomas, pero sin los privilegios concedidos más tarde por la de 1978, no obstante la definición del art. 2º (ver recuadro).
España -dice Ramón Parada- nunca padeció los avatares de la monarquía austrohúngara, por lo que corresponde dilucidar si las diferencias étnicas, lingüísticas, culturales o religiosas de las tres regiones principales son de suficiente entidad como para justificar la secesión, o basta con los estatutos de autonomía. Además, España ha estado sometida a lo largo de su historia a conquistas y reconquistas, emigraciones e inmigraciones, que, paradójicamente, le ha conferido una identidad basada en la mezcla cultural y étnica, en la cual la Iglesia Católica actuó como fuerza cohesionante, más allá de sus errores y complicidades.
Los defensores de la unidad española han hecho hincapié en los elementos diferenciadores que los independentistas consideran argumentos de secesión. ¿La lengua?, en el caso vasco tal parece que apenas un 27% de la población lo domina. ¿La cultura?, sería un buen argumento si no existiera el avance de “lo europeo”, como unidad identificatoria de escala superior llamada a resistir, incluso, la penetración cultural norteamericana. ¿Cuánto puede resistir la cultura vasca frente a esas dos tendencias, regional europea y universal?. ¿El territorio?. ¿Es viable históricamente un Estado Vasco con las dimensiones de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya?. ¿Está asegurada, por lo demás, la reunión con los vascos franceses?.
De todas maneras, los españoles
tienen claro que la cuestión vasca no concluye con las metamorfosis de ETA ni
con la discusión sobre sus tácticas y estrategias. Vascos y catalanes, y aún
gallegos, consideran al nacionalismo una obviedad, que se potencia y justifica
precisamente con la globalización mundial. Para ellos la confrontación se da
entre el “cosmopolitismo uniformador” y un “universalismo basado en la diferencia”.
Por ende, la respuesta debe encontrarse en el decaimien-to del Estado Nación,
que se ve superado por el “auge de lo local”. Los nacionalistas autonómicos
sostienen que el actual estado español es una realidad plurinacional,
pluricultural y plurilingüe, y constituye un despropósito negar esa realidad en
el actual contexto internacional. Mucho menos cuando existen partidos como el
PNV y Convergencia i Unió (CiU) catalán, que rescatan su vocación democrática y
capacidad para gobernar resolviendo los problemas concretos de la gente sin
necesidad de asistencia del gobierno central español. Para González Txabarri,
la reivindicación de la identidad vasca posee proyección europea, puesto que
los estados-nación modernos no se constituyen como naciones de voluntad:
“Los actuales trazados de fronteras en la Europa Continental –dice- son
consecuencia de guerras, de vencedores y vencidos, que en aras de la paz
aceptaron unas divisiones territoriales impuestas, que ni de lejos responden a
las voluntades nacionales de los ciudadanos que las componen”. Esta idea
reflota el añejo tema instalado en las organizaciones humanas, el de la
legitimidad política[13].
Con esta apreciación coincide el filósofo Fernando Savater, uno de los
principales referentes del movimiento cívico “¿Basta Ya!”, que suele movilizar
multitudes ante cada atentado de ETA[14].
Los “nacionalismos radicales” han
sido un fenómeno de la historia humana, pues se ha dado en numerosas partes a partir del momento en
que fue posible conceptuar a la Nación y al Estado Nación. Su diferencia con el
“nacionalismo tradicional” radica en que éste último se halla vinculado al
concepto de “nación política”. Justificar el “nacionalismo étnico” es una tarea
más compleja y cuando adquiere una dinámica incontrolable, no es de extrañar
que el nacionalismo radical lleve a la secesión. ¿Pasa esto en el País Vasco?.
Para un pensador como Gustavo Bueno, el pueblo vasco ha contribuido de manera
especial a la configuración de España durante ese largo trayecto que va desde
la reconquista hasta nuestros días. Hicieron aportes significativos para la
configuración de la nación española. “Los vascos actuaron como españoles desde
el momento mismo en que ingresaron en la vida histórica, de modo que es
imposible aceptar que se consideren en la condición de colonia dentro de la
península”[15]. En
tal sentido Bueno es contundente al sostener que cualquier proyecto de
nacionalismo radical siempre está basado en una mentira, que puede ser la raza,
etnia, cultura o lengua. Por tal razón el nacionalismo radical pasa a ser
“fraccionario” o sea secesionista. De modo que “no es el nacionalismo la raíz
del separatismo, sino que es el separatismo la raíz del nacionalismo
fraccionario”. Entonces ¿qué o quién está detrás del separatismo vasco?. En la
historia hay sobrados ejemplos de potencias que han fomentado desde las sombras
y en secreto la secesión de países donde tenían intereses. ¿Hasta dónde es
real el mito de los odios irracionales en distintas partes. ¿No es
acaso una forma excelente de disfrazar
el intervencionismo de las grandes potencias?
LAS
COMUNIDADES AUTÓNOMAS EN LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1978
El art. 2º de
la Constitución Española, cuyo texto fue aprobado por las Cortes el 21 de
julio de 1978, establece: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble
unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los
españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía y regiones que la
integran y la solidaridad entre todas ellas”. En el mismo título, los
artículos siguientes establecen la misma lengua y bandera para todos los
españoles, sin perjuicio de considerar también oficiales las demás lenguas
españolas y los símbolos de cada comunidad autónoma. El Título VIII (‘De la
organización territorial del Estado’) fija como principio general la
organización en municipios, provincias “y en las comunidades autónomas que se
constituyan” (art. 137). Estas últimas gozarán de una amplia autonomía para
la gestión de sus intereses. A su vez, el Capítulo Tercero de ese título (arts.
143 a 158) está dedicado a las “Comunidades Autónomas”. La iniciativa de un
proceso autonómico corresponde a los órganos legislativos (todas las
diputaciones interesadas y las dos terceras partes de los municipios “cuya
población represente, al menos, la mayoría del censo electoral de cada
provincia o isla”). El derecho a unirse en comunidad autónoma les compete,
pues, a las provincias limítrofes que tengan una historia, cultura y economía
comunes. La iniciativa de congregación estará supeditada a la autorización de
las Cortes Generales, y deberán guiar sus destinos por lo previsto en la
Constitución y los Estatutos que cada comunidad autónoma dicte en
consecuencia, estando prohibida la federación de comunidades autónomas. Los
artículos siguientes tratan aspectos puntuales sobre la constitución y
competencia de las comunidades, cuyos estatutos les permites denominar y
delimitar la comunidad autónoma, organizar y fijar las sedes de sus
instituciones. El art. 148 establece veintidós competencias específicas, que
hacen al gobierno y gestión de sus recursos naturales y humanos. Cabe señalar
que esta reforma constitucional no hizo mella en los sectores radicalizados
del País Vasco. Por supuesto, Euskal Herritarrok rechazó esta parte de la Constitución por
centralista y antivasca. Para el PNV, en principio, es suficiente la
definición del art. 1º del Estatuto de Gernika: “El Pueblo Vasco o
Euskal-Herria, como expresión de su nacionalidad, y para acceder a su
autogobierno, se constituye en comunidad autónoma dentro del estado español
bajo la denominación de Euskadi o País Vasco, de acuerdo con la Constitución
y con el presente Estatuto, que es su norma institucional básica”.
|
[1] Desde la Europa de los Seis (Alemania, Bélgica, Francia, Holanda,
Italia y Luxemburgo) se fueron incorporando Dinamarca, Gran Bretaña y Rep. de
Irlanda (1973), Grecia (1981), España y Portugal (1986), Austria, Finlandia y
Suecia (1995).
[2] “Ofensiva separatista en Francia”, La Nación, 4/10/00, pág. 6.
[3] Fuente: Instituto Nacional de Estadística de España.
[4] Datos extraídos de “Vivir en el País Vasco”, Revista La Nación,
24/09/00.
[5] Las restantes son: Aragón, Canarias, Cantabria, Castilla La Mancha,
Castilla y León, Madrid, Comunidad Foral de Navarra, Comunidad Valenciana,
Extremadura, Galicia, Islas Baleares, La Rioja, Principado de Asturias y Región
de Murcia.
[6] Si bien la ETA “domina” ese terreno, debe computarse la reaparición
del GRAPO (Grupo Revolucionario Antifascista Primero de Octubre), que en pocos
meses cometió varios atentados, tres de ellos mortales.
[7] Giacopuzzi, Giovanni, ETA: Historia política de una lucha armada,
Navarra, Ed. Txalaparta, 1998.
[8] Giacopuzzi incorpora a esa alianza a la Iglesia Católica. Sin embargo
en el pensamiento nacionalista influyó la condición católica. El propio Sabino
Arana lo confirmaría. De hecho, algunos sostienen que ETA nació en un convento.
[9] Los militantes juveniles de ETA no habían aceptado la tregua de los
mayores. “Desarticulan a los ‘cachorros’ de ETA”, La Nación, p. 2,
7/3/01.
[10] Una de las principales reivindicaciones era el reintegro de los
cuadros activistas detenidos a las prisiones vascas (de los 430, 340 de hallan
fuera de la región).
[11] Cuando
el 21/9/00 un comando asesinó en Sant Adriá a José L. Ruiz, edil del PP de
Aznar, la reacción de todas las fuerzas políticas catalanas se expresó en una
manifestación multitudinaria por las calles de Barcelona, en la que no faltó
nadie. Esta “lección de unidad”, como tituló La Vanguardia dos días
después, fue una demostración de que los catalanes no están dispuestos a
dejarse arrastrar a la violencia. Por esos días, la policía había detectado
-luego de una prolija tarea de inteligencia- cuarenta objetivos catalanes. Las
marchas de repudio congregan en toda España a cientos de miles de personas de
toda clase y condición.
[12] Se trata de la Revista de Política Exterior, y los autores: a)
Parada Vázquez, José Ramón, catedrático de Derecho Administrativo de la
U.N.E.D., “España, ¿una o trina?”, Nº 53, sept.-oct./96; b) González Txabarri,
J., diputado del PNV, “El nacionalismo democrático vasco”, Nº 57, may.-jun./
97; c) Vidal Quadras, A., físico nuclear y diputado en el Parlamento de
Catalunya, “La Nación traslúcida”, id.; d) Pujol, J., presidente de la
Generalitat, “El futuro de las naciones”, Nº 61, ene.-feb./ 98.
[13] Una diferencia entre la ETA y el PNV reside en el rescate que hace
este último del Estatuto de Guernica, apto para
la integración social vasca como lo demuestra dos décadas de
funcionamiento.
[14] “Todos juntos, contra
el terror”, Clarín, 1º/02/01. Savater recordaba una frase de Erasmo de
Rotterdam: “[...] ¿Qué pueblo no ha expulsado alguna vez a alguien de su
territorio?¿Cuántas veces hemos emigrado de un lugar a otro? ¿Cuántas veces los
imperios han sido desplazados aquí o allá por el azar de los tratados? ¡Los
paduanos pueden reclamar suelo troyano, argumentando que, en otro tiempo,
Antenor fue troyano! [...]. Llamamos patrimonio hereditario aquello que es
administración efectiva. No tenemos igual derecho sobre los hombres –libres por
naturaleza- que sobre las manadas de animales”.
[15] Bueno, Gustavo, España frente a Europa, cap. II, Barcelona,
Alba Editorial, 1999.
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