REVISTA CLAVES Nº 117 Marzo
2003
¿Cómo
se llegó a este punto sin retorno?. Las situaciones complejas, por lo general,
no reconocen una sola causa, del mismo modo que las consecuencias pueden
ramificarse hacia situaciones más o menos previsibles pero también a otras
insospechadas. En esta pulseada por el poder mundial, las potencias centrales
olvidan una consigna central de la política internacional –expuesta varias
veces en esta columna-: el mundo no se adecua a cada política de los estados,
sino que las doctrinas se adecuan a los hechos. La diferencia de aceptar o no
el criterio es la misma que separa la vida de la muerte.
Empezamos esta nota con la oprobiosa
sensación de un mal inevitable. Cuando esté impresa, probablemente los Estados
Unidos habrán saciado otra vez su destino manifiesto, pese a la oposición de
millones de personas expresada en la mayor parte del planeta. No obstante, es
alentador que esa misma gente haya exigido la observancia de la ley
internacional, en esta oportunidad la Carta de Naciones Unidas. Esta situación
contribuye de modo singular al afianzamiento de la conciencia jurídica
universal en la línea de la federación de estados soberanos, anticipada un par
de siglos atrás por Emanuel Kant en su Ensayo
sobre la Paz Perpetua. Con todo, la “hora señalada” no pasaría de mediados
de abril -dice Collin Powell con conocimiento de causa- porque desde esa fecha
el calor y las tormentas de arena hacen insoportables los desiertos de Irak...
pero, sobre todo, porque EUA ha movilizado en demasía a la opinión pública y a
sus tropas como para dar marcha atrás.
¿El resquemor a ese destino manifiesto es
acaso producto de una visión antinorteamericana o ideologizada de la realidad
mundial?. Luego de los brutales atentados del 11 de septiembre de 2001, George
W. Bush (h.) elaboró la doctrina de la guerra preventiva (‘The National Security Strategy of USA’) que expuso en su mensaje
anual, justificándola con estas palabras: “Una vez más estamos llamados a
defender la seguridad del pueblo norteamericano y las esperanzas de la
humanidad, y aceptamos esa responsabilidad”. Expresiones como éstas hubieron en
distintos momentos de la historia norteamericana, en especial cuando sus
gobiernos dirigentes decidieron tomar una participación activa en los asuntos
mundiales a partir de 1890 (los conflictos con España por Cuba, Puerto Rico y
Filipinas a fines del siglo XIX, son paradigmáticos), disputando espacios con
las potencias colonialistas de turno.
Son muchas las preguntas dando vuelta por las
cabezas de los analistas: ¿hay una ‘madre de todas las razones’ para que EUA
emprenda esta guerra?; ¿el control de arsenales nucleares, bacteriológicos y
químicos en países infiables?. ¿La lucha sin cuartel y sin tiempo contra el
terrorismo?. ¿Se trata del control de la producción y del precio del petróleo?,
¿la caída de Saddam Hussein y la democratización de Irak?, ¿el reordenamiento
definitivo de Medio Oriente?. ¿Estamos frente a una irreflexiva vocación
liderazgo?. Todas estas cuestiones -y otras más derivadas de ellas- están en
juego en distintas proporciones.
Responder exhaustivamente a cada pregunta
daría para un tratado, pero en un esfuerzo de síntesis comencemos con la causa
disparadora de la acción militar del eje Washington- Londres- Madrid: el
desarme de Irak y la lucha contra el terrorismo, como primera cuestión. Si se
trata de lo primero sería mejor dejar hacer a Hans Blix y sus muchachos; si lo
segundo, una mínima sensatez exige comprobar las vinculaciones del régimen
Hussein con el terrorismo en general y Osama Bin Laden en particular.
La parsimoniosa destrucción de misiles, la
autorización para inspeccionar palacios y fábricas o entrevistar científicos,
abona la necesidad de conceder más tiempo a los técnicos de la OIEA, antes que
padecer los sufrimientos directos e indirectos de una guerra. En esto hay
coincidencia mayoritaria entre Francia, Rusia, China y algunos de los miembros
no permanentes del Consejo de Seguridad[1].
Pero convéngase –si de respeto al derecho internacional se
trata- que hay una resolución del Consejo de Seguridad (la nº 1441) que el
régimen de Bagdad no puede incumplir o cumplir a medias. En tal caso, una
expedición punitiva ordenada por el Consejo, aunque apareje las mismas funestas
consecuencias, estaría justificada con una resolución posterior que autorice el
uso de la fuerza. En cuanto a lo otro, el eficiente servicio de
inteligencia inglés ha sido claro y dejó filtrar su informe: no hay evidencias
de que la red Al-Qaeda opere o se esconda en territorio iraquí; a la misma
conclusión habría llegado la CIA.
Segunda cuestión. Cualquier asunto que
involucre a países de Oriente Medio tiene tufillo a petróleo. Sin duda que está
presente en este caso, pero no lo es todo. Irak es el séptimo productor del
mundo y la segunda reserva más grande. Pero no se trata sólo de los
hidrocarburos iraquíes, la guerra también involucrará por su inmediatez a la
política petrolera del resto de los países vecinos del Golfo Pérsico. Bagdad
hoy tiene restringida la venta de su petróleo por el embargo de Naciones Unidas
impuesto luego de la invasión a Kwait. Pese a ello, se da mañas para exportar
de contrabando en buques de importantes navieras griegas; ¿con qué destino?.
Sami Nair, un eurodiputado francés de origen
árabe, señalaba en un reportaje que Irak es el único país petrolero que
invierte en su territorio los ingresos del petróleo. No ha sido casual, pues,
que Bagdad acordara con China, Francia y Rusia contratos de producción a buen
precio, pagaderos en euros u otras monedas distintas al dólar. Por eso resulta
algo ingenuo suponer que EUA controlará sin resistencias la producción y venta
de Irak. Asimismo, y pese a la invasión anunciada, la OPEP seguirá existiendo y
funcionando según sus reglas e intereses. El abastecimiento de las principales
potencias juega mucho en esto: ¿admitiría Beijing, por ejemplo, que se le
condicione su ritmo de desarrollo cerrando el grifo de su principal proveedor?.
Tercera cuestión. EUA carece hasta el momento
de justificación legal para emprender una acción unilateral (aunque cuente con
el decidido apoyo del premier inglés y de un socio menor como el Sre. Aznar[2],
el 90 % del esfuerzo bélico será
norteamericano).
La Carta de la ONU es explícita: toda acción
que requiera el uso de la fuerza está asignada al Consejo de Seguridad, que
necesita para autorizarla el voto de 9 miembros incluidos los votos afirmativos
de los 5 permanentes (China, EUA, Francia, Reino Unido y Rusia). ¿Autoriza la
Res. 1441 del CS -que dispuso el desarme de Irak- un uso de la fuerza
automático e inmediato en caso de desobediencia? No. Lo están proclamando los
gobiernos francés y ruso: vetarán cualquier proyecto que proponga una acción
militar al gusto de Washington. Frente a esto, el presidente Bush invoca la
salida que brinda el art. 51 de la Carta, que resguarda el derecho a la
legítima defensa individual o colectiva. Sin embargo, la invocada ‘guerra
preventiva’ no es equiparable a lo que el derecho internacional exige para
encuadrar la legítima defensa. Juan Pablo II no anduvo con vueltas cuando
afirmó que, en las actuales condiciones, un ataque a Irak será una guerra de
agresión, tipificada en la Res. 3314 de la Asamblea General de la ONU.
Cuarta cuestión:
democratizar Irak y, por extensión, a los países de Medio Oriente. Paul
Wolfowitz, actual subsecretario de defensa, declaró hace poco que Irak podría
ser la primera democracia árabe que proyectaría una sombra benéfica hacia Siria
e Irán, y luego por todo el mundo árabe. ¿Puede Estados Unidos esgrimir esta
clase de argumentación, con su historial de apoyo a desestabilizaciones e
intervenciones que originaron cruentas dictaduras o democracias de opereta?. La
peligrosidad de este mensaje reside en una falta de pudor y de límites: ¿por
qué no continuar la cruzada –después de Corea del Norte e Irán, los otros ‘ejes
del mal’- en Colombia y Venezuela, y así siguiendo?. Los principios de no
intervención y de libre determinación, consagrados también en la Carta de la
ONU, son jurídicamente obligatorios y operativos, tienen tanto valor como el de
no uso de la fuerza y ha costado sangre su aceptación sin restricciones.
Por otra parte, los países islámicos no son
idénticos. Hay monarquías, absoluta como la saudí, la parlamentaria jordana o
la constitucional marroquí; democracias parlamentarias (Líbano), régimen
presidencialista autoritario (Siria), presidencialista con fuerte presencia
militar (Argelia), presidencialista tradicional (Egipto), semi presidencialista
(Pakistán), teocrático con formas de democracia parlamentaria (Irán),
parlamentario unicameral (Turquía), régimen militar (Libia), dictadores como
Saddam Hussein, etc. Sólo un interesado
desconocimiento de esta realidad puede meter a todos esos estados en una misma
bolsa. Y dicho esto sin entrar a considerar los matices religiosos o étnicos,
que también abonan la complejidad política.
Quinta
cuestión. Lo desconsolador de la posición norteamericana, por lo expuesto
precedentemente, es que pasa el tiempo y se acentúa su tendencia a simplificar
maniqueamente la complejidad de los países islámicos. Aún concediendo que de
buena fe quiera reordenar, solo o acompañado, el mapa de Medio Oriente, hay un
problema que lo inhibe y es que hace rato ha tomado partido por Israel.
Mientras no se negocie un status para Palestina, EUA jamás contará con la
confianza de los países islámicos, aunque siga haciendo buenos negocios con
algunos de ellos. En gran medida, la historia de oriente medio es resultado de
la ceguera de las grandes potencias, desde el momento en que el imperio otomano
dejó de controlar la región.
...y cosechando
tempestades.
En otra oportunidad[3]
sostuve que los ataques del 11 de septiembre no habían cambiado el mundo y,
mirando con perspectiva histórica, la situación no deja de ser otra vuelta de
tuerca: la historia no se ha detenido en la zona
cero[4].
Los atentados demostraron que el territorio de los Estados Unidos no era
invulnerable ni se hallaba exento de acciones terroristas. Más allá de esta
penosa constatación, la soez concentración de riqueza con su secuela de hambre
y desigualdades de toda clase sigue siendo la constante en un mundo que no
respeta las diversidades y el derecho a una existencia en paz.
Desaparecido el contendor soviético, EUA
advirtió pronto la necesidad de reemplazar su enemigo global por otro que
justifique un orden internacional. Cuando los dirigentes norteamericanos hablan
del ‘nuevo orden’, no parecen considerar que su diseño sea tarea de la
comunidad internacional en conjunto. Para colmos, no entra en el esquema mental
de los actuales, que el mundo es demasiado diverso como para sostener un modelo
de democracia basado en los parámetros del Consenso de Washington. Santiago
Kovadloff ha escrito una lúcida reflexión a propósito del fanatismo
occidentalista desplegado por Oriana Fallaci en su libro La rabia y el orgullo, en la cual –como tantos intelectuales-
advierte sobre la inutilidad y peligro de uniformar en nombre de la democracia[5].
La inminente acción contra Irak se
inscribe en dirección del nuevo escenario internacional, en el cual las grandes
potencias están midiendo fuerzas: ¿sobrevendrá un redivivo Congreso de Berlín,
una nueva Declaración de Balfour, una remozada Yalta o la instauración
definitiva de la ‘república imperial’?.
La guerra contra un país de segundo
rango, posible poseedor de armas prohibidas y de mucho petróleo, tiene bastante
de escarmiento. Alguien debe pagar las consecuencias del 11 S, y Saddam da
justo en el tipo de villano para buscar vivo o muerto. ¿Por qué se optó por él
y no por el régimen de Piongyang, por ejemplo? Obviamente no es lo mismo atacar
un país gobernado por un déspota represor, recelado por sus vecinos, que
meterse con un vecino de China y Japón.
¿Cómo repercutirá la guerra en la crisis palestina?. ¿Quién se hará cargo si la
cuestión kurda se torna inmanejable?.
Esa visión distorsionada de aceleraría otra
consecuencia no querida, advertida hasta el cansancio por Juan Pablo II: el
enfrentamiento entre cristianos y musulmanes. El domingo 16 de marzo, el Papa
fue inusualmente duro al condenar una guerra que provocará tremendas
consecuencias por las muertes de civiles y militares y el extremismo que podría
emerger de ella.
Un nuevo ataque suicida en jurisdicción
norteamericana, que está dentro de las probabilidades, impactará fuertemente en
sus ciudadanos, con posibilidad de generar una crisis institucional,
enfrentando halcones y. palomas de todos los ámbitos. Está claro que no toda su
dirigencia piensa igual. La diversidad de pensamiento y la tolerancia que la
dirigencia norteamericana ha demostrado a partir de la vida independencia de
ese país, es una de las claves de su estabilidad democrática. En este tiempo
debe haber equipos completos en las cancillerías –también en la nuestra,
espero- investigando las fuentes intelectuales en que abrevan funcionarios como
el vicepresidente Richard Cheney, Colin Powell, Condoleeza Rice, Donald
Rumsfeld, Paul Wolfowitz y los demás que ponen su cerebro al servicio del
gobierno republicano; una buena tarea para saber a qué atenernos de acá en más.
Lo propio correspondería respecto de Irak, donde Saddam tiene adversarios y
enemigos políticos que estarían muy satisfechos con su partida.
Cuando Rumsfeld aludió peyorativamente a la
Vieja Europa, iba más allá de la mera bravuconada. Algunos expertos, como el
periodista Bob Woodward y la escritora Susan Sontag, sostienen que la invasión
a Irak se decidió mucho antes del 11 S, aunque aquel suceso sea ahora el
pretexto[6].
La guerra unilateral obtendrá otra víctima: el propio sistema de Naciones
Unidas, cuyo capítulo VII (acciones en caso de amenazas a la paz,
quebrantamientos de la paz o actos de agresión) demostrará tanta utilidad como
el TIAR invocado por nuestro país cuando la guerra de Malvinas. Para colmos, el
golpe final ocurrirá por lo siguiente: si EUA ejerce una acción susceptible de
ser considerada un acto de agresión debe ser sancionado. ¿Tendrá el Consejo de
Seguridad la firmeza suficiente para aplicarle las sanciones condignas?
Las dos grandes guerras mundiales del siglo
XX han dejado huellas profundas en la conciencia colectiva europea; los
europeos en general no quieren más muertes por objetivos nacionales. Además,
los principales países se decidieron a construir la unidad de Europa sobre la
base de su diversidad, dejando atrás siglos de prevenciones, genocidios y sabotajes recíprocos. La Unión Europea es un
tramo de un proceso histórico aún no concluido, y en el esfuerzo que implica su
construcción cabe destacar la decisión de ceder porciones de prerrogativas
soberanas, impensables hasta 1950, al ente comunitario. Europa se ha edificado
a partir del acuerdo primigenio franco-germano. Hoy nuevamente Francia[7]
y Alemania están exponiendo el punto de vista continental (al lado de EUA, tal
vez, pero nunca detrás). Esta posición se acerca a la hipótesis central de
Brezinsky en La Era Tecnotrónica: la
caída inexorable de la URSS planteará un mundo trilateral (EUA, Japón, Europa),
marco que hoy interfiere la prevalencia norteamericana. Por ende lo que estamos
viviendo en estos días no es más que una formidable pulseada para dirimir el
control económico del mundo, tanto en lo que hace al tema petrolero, como al
manejo del sistema financiero y del comercio internacionales.
Tampoco podía durar mucho la ficción de
mantener una alianza -la OTAN- luego de desaparecido el motivo de su creación.
Entonces no sería inimaginable que el incipiente escenario la absorba hasta su
desaparición o, al menos, la redefina su alcance geográfico y objetivos.
“A la hora señalada” (High nooon) era el título argentino de un extraordinario western. George W. Bush no interpreta
hoy el recordado papel de Gary Cooper, el sheriff desencantado y pacifista.
[1] Aparte de los cinco permanentes, el Consejo cuenta con 10 miembros no
permanentes que se eligen siguiendo un criterio de distribución geográfica.
Duran dos años en su mandato y no son reelegibles. Entre los que al 11 de marzo
rechazaban un ultimátum a Irak estaban Alemania, Angola, Siria y Pakistán. Se
computaban como indecisos a Camerún, Chile, Guinea y Méjico; con EE.UU, Bulgaria
y España.
[2] Carlos Herrera, un reconocido analista español, reporteado desde
Buenos Aires decía que, aparte de la ambición (un poco holgada, por ahora) de
que España sea pronto incorporada al Grupo de los 7, la común aflicción por el
terrorismo ha llevado al gobierno de J. M. Aznar a pedir a Washington la
colaboración de la CIA en la lucha contra la ETA; tal vez también cuente con
ayuda de Bush para resolver los problemas pendientes con Marruecos.
[3] Claves, nº 103, septiembre 2001.
[4] “El mundo no se ha detenido en la zona cero”, análisis de Roberto
Rotondo, Revista 30 Giorni , n° 8
2002.
[5] Kovadloff, S., “Oriana Fallaci o la derrota del pensamiento”, La
Nación, Sec. Cultura, 3/11/02, p. 8.
[6] “La guerra no es democrática”, reportaje a Susan Sontag, realizado por
Carolin Emcke y Gerhard Spörl para Der
Spiegel, reproducido en La Nación, Sec. Enfoques 9/3/03, p. 6.
[7] La reciente e histórica visita de J. Chirac a Argelia, primera que
hace un presidente francés desde su independencia, revela en donde est6án las
preferencias francesas.
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