REVISTA CLAVES Abril 03
Eugenio
Pacelli fue elegido Papa en marzo de 1939, poco antes de que Hitler lanzara su blitz
krieg contra Polonia. De familia aristocrática, inteligencia y formación
intelectual inmejorables, su difícil pontificado se extendió hasta octubre de
1958. Tras su muerte, la sucesión de Pío XII se planteó en circunstancias
históricas verdaderamente complejas y novedosas. La idea de los cardenales era
encontrar una figura de “transición”, que en los hechos significaba alguien que
no complicara demasiado las cosas en un mundo que también parecía transcurrir
una transición.
Para
entenderlo mejor, hay que retroceder unos años. La 2ª Guerra Mundial había concluido
durante 1945 de la peor manera: Europa estaba desbastada y se había usado dos
veces la tecnología nuclear con fines militares en Japón. Los países aliados
habían construido una compleja organización internacional –Naciones Unidas-
sobre tres pilares: la prohibición del uso de la fuerza como instrumento de la
política de los estados, la solución pacífica de controversias y la cooperación
internacional. En realidad, el pretendido orden de la posguerra empezó a
delinearse en Yalta, febrero de ese año, ocasión en que EUA y la URSS sentaron
las bases de su primer entendimiento de posguerra.
A pocos años
de creada, el esquema de seguridad colectiva de la ONU fue puesto a prueba en
dos graves sucesos como fueron la crisis de Berlín de 1948 y la cruenta guerra
de Corea de 1950. Dentro de las recidivas de ese contexto fue elegido Papa
Angelo Roncalli, nacido en el seno de una humilde familia de contadini
de Sotto il Monte, provincia de Bérgamo. Tenía 77 años cuando fue
elevado al solio pontificio tomando el nombre de Juan XXIII. Desde 1953 era el
patriarca de Venecia, pero contaba con una importante experiencia diplomática
como delegado apostólico en Bulgaria (1925/34), Turquía (1935/44) y como nuncio
en Francia desde la finalización de la guerra. Su selección calmó la puja entre
las líneas tradicionales y progresistas de la curia romana.
De modo casi
inesperado, el Papa de la transición empezó a moverse con una energía
renovadora asombrosa, plasmada en tres acontecimientos principales: la
publicación de la Encíclica Mater et Magistra (Madre y Maestra, 15-5-61,
pocos meses antes de la construcción del muro de Berlín), la convocatoria y
realización de la primera parte del Concilio Vaticano II (octubre-diciembre de
1962) y la Encíclica Pacem in Terris (Paz en la Tierra, 11-4-63),
casi dos meses antes de su fallecimiento
ocurrido el 3 de junio siguiente.
Paz en la
Tierra, a cuarenta años vista, describió y anticipó el mundo globalizado.
Cuando se conoció, había acontecido otro grave suceso: la crisis de los cohetes
de Cuba de 1962, punto de inflexión en la política internacional (tanto en este
caso como en el anterior de Corea, el uso de armas nucleares constituía algo
más que una hipótesis). A partir de allí, el eje de conflicto giró de
este-oeste a norte-sur, iniciándose un ciclo histórico de coexistencia y
competencia pacíficas inaugurado con la comunicación directa entre la Casa
Blanca y el Kremlim: el mundo militarmente bipolar sería políticamente
multipolar.
Juan XXIII
percibió cabalmente estas variaciones y estaba dispuesto a contribuir con la
Encíclica a la consolidación de un precario esquema de seguridad más que de un
nuevo orden. Su mensaje decididamente ecuménico -dirigido a su grey “y a todos
los hombres de buena voluntad”- fue recibido con entusiasmo por todas las
naciones y confesiones.
Paz en la
Tierra complementaba Madre y Maestra continuando la línea de Rerum Novarum
(de León XIII, 15-5-1891) y Quadragesimo Anno (de Pío XI, 15-5-1931).
La Encíclica
consta de una Introducción (números 1-7), una parte 1ª titulada La Convivencia
Humana (8-45), 2ª Relaciones entre los poderes públicos y el ciudadano (46-79),
3ª Relaciones entre los estados (80-129), 4ª Establecimiento de una Comunidad
mundial (130-145), 5ª Recomendaciones Pastorales (146-162) y un Epílogo
(163-172).
Lo novedoso
del lenguaje papal fue la descripción de los problemas terrenales y las
propuestas para superar las contradicciones y tensiones que, en definitiva,
generaba tanto en 1963 como en la actualidad la enorme brecha que separa los
países ricos -cada vez más ricos- de los pobres -cada vez más pobres-, como
ratificó después Pablo VI con su no menos importante Populorum Progressio.
En lo que
respecta a la visión del mundo expresada en la tercera y cuarta partes, Juan el
Bueno señalaba que las relaciones internacionales entre los estados deben
basarse en cuatro grandes principios: el de la verdad, que implica la
condena de todo racismo, la reafirmación de la igualdad natural de todos los
estados y la necesidad del conocimiento mutuo entre los pueblos; la justicia,
pues cada estado tiene el derecho-deber de ser respetado y respetar a los demás
y ninguno puede zanjar diferencias por la fuerza; la solidaridad,
expresada en la cooperación internacional entre estados, procurando fomentar
los intercambios, facilitar que los capitales acudan a la actividad productiva,
especialmente la que requiere mano de obra y crea alimentos y detener y
proscribir el armamentismo nuclear; la libertad, basada en los
principios de no intervención y libre determinación. En la parte cuarta, la Encíclica reafirma la
necesidad de una autoridad mundial dado el nivel de interdependencia que existe
entre los estados y plantea por primera vez el concepto de bien común
universal de la humanidad. Este bien encuentra fundamento en la necesidad
primordial de proteger en todo tiempo y lugar los derechos esenciales de la
persona humana. Dedica un párrafo a la Organización de las Naciones Unidas y al
papel que ésta deben jugar en la protección de los derechos del hombre y en el
gobierno universal.
A principios
de este año, Juan Pablo II publicó un Mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz, titulado “Pacem in Terris, una tarea permanente”, avanzando sobre
los conceptos de su antecesor, el actual papa sostiene que lo que el mundo
necesita imperiosamente hoy es un “nuevo
orden moral internacional”, lo que a la luz de los acontecimientos actuales
constituye imperativo de nuestro tiempo.
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