24 de abril de 2003

Cuarenta años de la Encíclica “Paz en la Tierra”, de Juan XXIII

REVISTA CLAVES Abril 03
                    
Eugenio Pacelli fue elegido Papa en marzo de 1939, poco antes de que Hitler lanzara su blitz krieg contra Polonia. De familia aristocrática, inteligencia y formación intelectual inmejorables, su difícil pontificado se extendió hasta octubre de 1958. Tras su muerte, la sucesión de Pío XII se planteó en circunstancias históricas verdaderamente complejas y novedosas. La idea de los cardenales era encontrar una figura de “transición”, que en los hechos significaba alguien que no complicara demasiado las cosas en un mundo que también parecía transcurrir una transición.

Para entenderlo mejor, hay que retroceder unos años. La 2ª Guerra Mundial había concluido durante 1945 de la peor manera: Europa estaba desbastada y se había usado dos veces la tecnología nuclear con fines militares en Japón. Los países aliados habían construido una compleja organización internacional –Naciones Unidas- sobre tres pilares: la prohibición del uso de la fuerza como instrumento de la política de los estados, la solución pacífica de controversias y la cooperación internacional. En realidad, el pretendido orden de la posguerra empezó a delinearse en Yalta, febrero de ese año, ocasión en que EUA y la URSS sentaron las bases de su primer entendimiento de posguerra.

Se inició así la etapa de la Guerra Fría, cuya característica esencial fue la bipolaridad política y militar. Sin embargo, un mundo tan complejo no sería fácil de controlar por cualquier bloque, ya que muchas de las tensiones sobrevendrían como consecuencia del proceso de descolonización, apurado con la finalización de la contienda. Los nuevos estados, víctimas de las políticas coloniales del siglo XIX, iniciaron cruentas guerras de liberación nacional contra sus ex ocupantes y no menos cruentas guerras civiles para disputar el poder.

A pocos años de creada, el esquema de seguridad colectiva de la ONU fue puesto a prueba en dos graves sucesos como fueron la crisis de Berlín de 1948 y la cruenta guerra de Corea de 1950. Dentro de las recidivas de ese contexto fue elegido Papa Angelo Roncalli, nacido en el seno de una humilde familia de contadini de Sotto il Monte, provincia de Bérgamo. Tenía 77 años cuando fue elevado al solio pontificio tomando el nombre de Juan XXIII. Desde 1953 era el patriarca de Venecia, pero contaba con una importante experiencia diplomática como delegado apostólico en Bulgaria (1925/34), Turquía (1935/44) y como nuncio en Francia desde la finalización de la guerra. Su selección calmó la puja entre las líneas tradicionales y progresistas de la curia romana.

De modo casi inesperado, el Papa de la transición empezó a moverse con una energía renovadora asombrosa, plasmada en tres acontecimientos principales: la publicación de la Encíclica Mater et Magistra (Madre y Maestra, 15-5-61, pocos meses antes de la construcción del muro de Berlín), la convocatoria y realización de la primera parte del Concilio Vaticano II (octubre-diciembre de 1962) y la Encíclica Pacem in Terris (Paz en la Tierra, 11-4-63), casi  dos meses antes de su fallecimiento ocurrido el 3 de junio siguiente.

Paz en la Tierra, a cuarenta años vista, describió y anticipó el mundo globalizado. Cuando se conoció, había acontecido otro grave suceso: la crisis de los cohetes de Cuba de 1962, punto de inflexión en la política internacional (tanto en este caso como en el anterior de Corea, el uso de armas nucleares constituía algo más que una hipótesis). A partir de allí, el eje de conflicto giró de este-oeste a norte-sur, iniciándose un ciclo histórico de coexistencia y competencia pacíficas inaugurado con la comunicación directa entre la Casa Blanca y el Kremlim: el mundo militarmente bipolar sería políticamente multipolar.

Juan XXIII percibió cabalmente estas variaciones y estaba dispuesto a contribuir con la Encíclica a la consolidación de un precario esquema de seguridad más que de un nuevo orden. Su mensaje decididamente ecuménico -dirigido a su grey “y a todos los hombres de buena voluntad”- fue recibido con entusiasmo por todas las naciones y confesiones.

Paz en la Tierra complementaba Madre y Maestra continuando la línea de Rerum Novarum (de León XIII, 15-5-1891) y Quadragesimo Anno (de Pío XI, 15-5-1931).

La Encíclica consta de una Introducción (números 1-7), una parte 1ª titulada La Convivencia Humana (8-45), 2ª Relaciones entre los poderes públicos y el ciudadano (46-79), 3ª Relaciones entre los estados (80-129), 4ª Establecimiento de una Comunidad mundial (130-145), 5ª Recomendaciones Pastorales (146-162) y un Epílogo (163-172). 

Lo novedoso del lenguaje papal fue la descripción de los problemas terrenales y las propuestas para superar las contradicciones y tensiones que, en definitiva, generaba tanto en 1963 como en la actualidad la enorme brecha que separa los países ricos -cada vez más ricos- de los pobres -cada vez más pobres-, como ratificó después Pablo VI con su no menos importante Populorum Progressio.

En lo que respecta a la visión del mundo expresada en la tercera y cuarta partes, Juan el Bueno señalaba que las relaciones internacionales entre los estados deben basarse en cuatro grandes principios: el de la verdad, que implica la condena de todo racismo, la reafirmación de la igualdad natural de todos los estados y la necesidad del conocimiento mutuo entre los pueblos; la justicia, pues cada estado tiene el derecho-deber de ser respetado y respetar a los demás y ninguno puede zanjar diferencias por la fuerza; la solidaridad, expresada en la cooperación internacional entre estados, procurando fomentar los intercambios, facilitar que los capitales acudan a la actividad productiva, especialmente la que requiere mano de obra y crea alimentos y detener y proscribir el armamentismo nuclear; la libertad, basada en los principios de no intervención y libre determinación. En  la parte cuarta, la Encíclica reafirma la necesidad de una autoridad mundial dado el nivel de interdependencia que existe entre los estados y plantea por primera vez el concepto de bien común universal de la humanidad. Este bien encuentra fundamento en la necesidad primordial de proteger en todo tiempo y lugar los derechos esenciales de la persona humana. Dedica un párrafo a la Organización de las Naciones Unidas y al papel que ésta deben jugar en la protección de los derechos del hombre y en el gobierno universal.

A principios de este año, Juan Pablo II publicó un Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, titulado “Pacem in Terris, una tarea permanente”, avanzando sobre los conceptos de su antecesor, el actual papa sostiene que lo que el mundo necesita imperiosamente hoy es  un “nuevo orden moral internacional”, lo que a la luz de los acontecimientos actuales constituye imperativo de nuestro tiempo.

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