Revista Claves nº 122 – Junio 2003
(... ¿ o la ardua tarea de transformar relaciones carnales en matrimonio blanco?)
Desde el surgimiento de los
estados nacionales, la vinculación entre ellos es imprescindible en una
comunidad internacional que, con el tiempo, se hizo heterogénea e intrincada.
La diplomacia –conjunto de órganos que instrumentan la política externa-
agiliza los contactos bi o multilaterales, permitiendo a cada gobierno
desplegar sus potencialidades tras objetivos concretos. Un viejo apotegma
sostiene que la política exterior de un país es el reflejo de sus políticas internas: lo que se hace adentro opera
hacia afuera; cuanta más coherencia alcancen tanto más eficaz será la actividad
fronteras afuera. ¿Cuáles políticas internas inciden más en la política
externa?; sin duda todas aquellas acciones que acrecientan los recursos de
poder del estado, tangibles e intangibles, las que a su vez requieren tener
bien identificado el interés nacional. Tal vez la percepción que el presidente
Néstor Kirchner posee del vacío patagónico le inspire en la tarea de
(re)construir una Nación desarticulada por los desaciertos del último decenio.
La persistencia de la violencia, las hambrunas infantiles que conmovieron al
mundo y ahora, por caso, los forcejeos en la Corte Suprema de Justicia,
describen nuestra situación actual mejor que cinco premios Nóbel o la calidad
de nuestros ganados y mieses.
Hay cuestiones diplomáticas de
atención prioritaria, las cuales, sin desmerecer su seriedad, están impulsadas
por las urgencias de coyuntura antes que por un adecuado planeamiento de
agenda. La lista se ha confeccionado sola y el orden de atención lo impuso el
propio peso de cada tema. Muchos intereses presionan por una rápida ‘reinserción’
de la Argentina en el mundo, de modo que desatender esa consigna conspiraría
contra la gestión de Kichner. De allí la priorizada relación con Brasil y por
extensión con los países del Mercosur. Las visitas a Da Silva y Lagos antes de
asumir (¿explorando un nuevo eje A-B-Ch?), el regreso posterior a Brasilia en
visita de estado y la expectativa por la cumbre del Mercosur en Asunción con
Bolivia y Chile más Venezuela[1], son
datos definitorios del rumbo trazado.
“¿Quién es Bielsa?”, se
preguntaban en algunos despachos de Washington. No se saben las razones exactas
de la designación de Rafael Bielsa, que tuvo algo de sorpresiva: su
personalidad y estampa da con el tipo requerido, es un reconocido jurista,
posee cierta experiencia internacional, no está involucrado con la burocracia
ni conoce las ‘internas’ del Palacio San Martín, es la contrafigura de un
Ruckauf; todo esto se dijo al respecto. Su estilo en algo se asemeja al del
presidente, según lo comprobó el sonado reportaje que le hiciera Carmen de Carlos
para el ABC de Madrid[2].
Trabajo tendrá y mucho. Ya se vio dos veces con Colin Powell, primero en
Santiago cuando la reunión de la OEA y luego viajando juntos a Buenos Aires
para una breve escala técnica en la Casa Rosada, oportunidad en que –sugestivamente-
se preocupó por la seguridad jurídica de nuestro país. Estuvo después en el
Comité de Descolonización de la ONU para reiterar los derechos irrenunciables
sobre las Islas Malvinas y a la vez expresarle al Secretario K. Annan que no se
enviarán tropas a Irak, sin perjuicio de proveer ayuda humanitaria o
colaboración técnica. Más síntomas de despegue del alineamiento automático con
la Casa Blanca, que sigue teniendo llaves para negociar con el FMI. Ese velo se
descorrerá con el arribo de H. Köhler en los próximos días. Pero la mejora de
las relaciones con los EE.UU tendrá un costo adicional: en el corto o mediano
plazo afectará la alianza estratégica con Brasil, a la que nos estamos
supeditando en demasía.
A no equivocar: una política
exterior independiente no progresa sin recursos de poder. Las grandes potencias
–en especial los Estados Unidos- activan sus relaciones a través de alianzas o
acuerdos –explícitos o implícitos- con estados de cierta relevancia. Argentina
no integra la lista de estados pivot, los cuales –según Paul Kennedy-
son aquellos cuyas decisiones inciden tanto en su entrono regional como en la
estabilidad internacional: Brasil y Méjico; Argelia, Egipto y Sudáfrica;
Turquía; India, Pakistán e Indonesia. Una muestra de dónde estamos parados fue
la reciente reunión del G 8, en la ciudad de Evian, a la que concurrieron
precisamente Brasil, Egipto y Méjico, invitados por el propio Chirac. Para este
mundo trilateralizado, somos un país contradictorio gobernado por gente
imprevisible. El tándem Kichner-Bielsa deberá moverse con mucho tino en el
fangoso terreno de la política mundial de estos tiempos. Por eso no será fácil
la transición de las relaciones carnales al matrimonio blanco. Bien se sabe que
éste suele derivar en un inevitable ménage
a trois.
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