CLAVES nº 129
- JULIO DE 2004
A propósito de las leyes de salud
reproductiva:
La ley de salud reproductiva, que la Legislatura
salteña discutía al empezarse esta nota, encierra una complejidad cuyo texto
apenas anuncia, no tanto por sus ocho artículos sino por la naturaleza misma
del tema. Éste y otros proyectos similares se han debatido en el país con
distinta extensión, precisión o convicción. Lo que sigue aborda el tema desde
una perspectiva geoestratégica poco considerada, aclarando que para su autor
también es innecesario recurrir a los poderosos argumentos de orden moral, pues
ya optó por defender la vida.
Mientras se
producía el tratamiento legislativo en Salta, en Santiago de Chile y en La Paz
se polemizaba al más alto nivel, reiterando el choque entre Iglesia Católica y
autoridad pública. Tal confrontación concluye en una bipolaridad impropia que
inhibe otra categoría de análisis. La simplificación, pues, conlleva una fuerte
carga ideológica que impide ver más allá del árbol.
El tema
siguió en toda Latinoamérica casi idéntico derrotero: sectores intelectuales y
políticos instalaron una problemática cuya dinámica desborda el mero marco de
salud reproductiva y paternidad responsable. Ese iter recoge los criterios asumidos en los países centrales sobre la
temida superpoblación mundial. En EE.UU y Europa el control de la natalidad -de
eso se trata, en suma- implicó el abordaje de otras cuestiones que se dieron por
añadidura como el aborto, la eutanasia, suicidio asistido, uso de embriones
humanos, redefinición de la familia clásica y sus secuelas (divorcio, familia
monoparental, iniciación sexual, uniones de hecho, uniones homosexuales,
familias recompuestas, etc.). Con el tiempo, los debates se intensificaron y
cada parte interesada tuvo la oportunidad de decir lo suyo con diverso grado de
buena fe y seriedad.
Ese avance
reconocía desde su inicio un relativismo que apuntó a los valores
‘tradicionales’, presuntamente ineptos para la pos-guerra fría, imponiendo un
cambio drástico en la perspectiva antropológica, por el cual una irrestricta
autonomía de la voluntad avanzó sobre áreas inviolables hasta los años ’70,
según lo apunta bien Alfonso López Trujillo en su documento The family and life in Europe, publicado
en el Vaticano.
La
redefinición, por caso, del más básico relacionamiento humano –la familia-, su
vigencia y sentido, necesariamente obliga en estos momentos a considerar
también las repercusiones políticas, económicas y sociales, en especial si se
observa que en varios países centrales se está reconsiderando lo actuado a la
vista de los resultados.
Las
especulaciones intelectuales en torno de lo que implica ‘control de natalidad’
se originan en la primera mitad del siglo XX. Para Tony Mifsud SJ, la
mentalidad contemporánea, en lo que a sexualidad se refiere, encuentra el mayor
sustento en S. Freud, H. Marcuse y W. Reich, influenciados a su vez A.
Schopenhauer, K. Marx y F. Nietzsche. Luego de leídos, releídos, interpretados
si no distorsionados, aquellos ejercieron influencia en el pensamiento social y
político y, dada la adhesión marxista de los dos últimos, la ‘revolución
sexual’ del siglo XX expresó a su manera el choque entre las ideologías
liberal-capitalista y socialista. La superación de la moral victoriana y de la
represión sexual y la liberación femenina acentuaron la transformación de la
conducta personal a partir de la década de 1970, disminuyendo la trascendencia
de la sexualidad enmarcada en la unión familiar clásica, es decir matrimonio
monogámico de varón y mujer. Desde entonces hasta hoy, la sociedad occidental
vivió un crescendo de erotización, de
modo que el engendrar hijos quedó relegado -en las culturas urbanas,
especialmente- a un segundo plano, ante la opción por una libertad irrestricta.
Para mayor
claridad y abundamiento, nos remitimos a los numerosos pensadores, filósofos o
sociólogos de su preferencia, que han abordado con profundidad estos
condicionantes de la pos-modernidad. Pero la que sigue es otra visión de una
ardua cuestión que no conviene soslayar por las implicancias estratégicas que
posee.
De la bomba poblacional a la bomba de
envejecimiento
La tasa de
crecimiento poblacional hacia mediados de los ‘70 pasó a ser una preocupación
mundial, coincidiendo con el pretendido nuevo orden económico internacional. La
Organización de las Naciones Unidas y sus organismos especializados promovieron
reuniones, conferencias e informes anuales en que la cuestión poblacional, el
medio ambiente y los recursos naturales constituían la nueva agenda. Las más
conocidas son las Conferencias Internacionales sobre Población y Desarrollo,
promovidas cada diez años por la Comisión de Población y Desarrollo dependiente
del Consejo Económico y Social. Existe también un Fondo de Población de
Naciones Unidas (UNFPA) encargado de asesorar y asistir a los estados en la
aplicación de servicios de salud reproductiva, planificación familiar y
políticas poblacionales ‘sustentables’.
Antes de
realizarse la 2ª Asamblea Mundial sobre Envejecimiento en Madrid, abril 2002,
la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de
la ONU (que actúa como secretaría de la Comisión de Población) había publicado
un trabajo referido al envejecimiento de la población mundial entre los años
1950 y 2050. En el primero, la proporción de ancianidad era del 8 %; subió al
10 % en 2000 y llegará al 21 % en 2050, o sea unos 2.000 millones de ancianos.
La tasa de nacimiento global se estabilizará posiblemente hacia mediados del
siglo XXII, entre 7.900 y 10.000 millones de seres humanos, contra los 6.100
millones del 2000.
Al finalizar
el siglo XX, algunos científicos habían proclamado el mayor crecimiento de
población de la historia, dato más perceptible aún en los países
subdesarrollados y en vías de desarrollo. Sin embargo, constatada la progresiva
disminución global, en esa reunión se decidió atender tres temas primordiales:
1º en 2050 el número de ancianos superará al de jóvenes, relación ya comprobada
en varios países europeos; 2º esta desproporción, en relación con la población
en edad laboral, repercutirá en la ‘equidad intergeneracional e
intra-generacional’; 3º tal realidad impactará en los planos económico (ahorro,
inversión, consumo, mercado laboral, jubilaciones e impuestos), político
(cambios en la representatividad política) y social (incidencia de la vejez en
políticas de salud, vivienda y composición familiar). La tasa de reemplazo
generacional quedó en 2,1 a escala mundial (la misma para la Comunidad Europea
en 1980), aunque cada país -en teoría- planifique su propio crecimiento
poblacional.
Por otra
parte, expertos y analistas de la política internacional están reflexionando
sobre el mundo venidero, en el cual tendrán papel preponderante países que
cuenten con un gran territorio y mucha población. Paul Kennedy, uno de ellos,
los denominó países ‘pivot’ y los relacionó a las necesidades estratégicas de
los EE.UU y sobre esa idea empezó a moverse el poder financiero. Se informó
hace pocos días, que el banco de inversiones Goldman Sachs, por caso, planifica
para el ‘área BRIC’, o sea Brasil, Rusia, India y China.
Superficie y
población son elementos que constituyen la base de los recursos ‘tangibles’ del
poder nacional; Brasil, China, la India y la Unión Europea estarán entre esos
protagonistas. Esa posibilidad explica la decisión de la UE por apurar un
espacio único, el cual, con la reciente incorporación de 10 países del este,
aumentó su extensión a más de 4 millones de km2 con una población de casi 453
millones de individuos. Estados Unidos posiblemente descienda al quinto o sexto
lugar (atrapado entre “las paradojas del poder no realizado”, diría Celestino
del Arenal: ya le ha ocurrido en Vietnam y le sucede en Irak).
Más difícil
de prever es si los países de mayor población y espacio serán por eso naciones
desarrolladas; esta incógnita se vincula directamente a la estabilidad política
mundial. De acuerdo con proyecciones de la ONU (Programa sobre Población
Mundial del ECOSOC), al año 2000 los diez primeros países en cantidad de
habitantes eran China, India, Estados Unidos, Indonesia, Brasil, Federación
Rusa, Pakistán, Bangladesh, Japón y Nigeria. Para el 2050, el orden
probablemente sea este otro: India, China, Estados Unidos, Pakistán, Indonesia,
Nigeria, Bangladesh, Brasil, Etiopía y Congo. Cabe aclarar que en la primera
lista todos tenían más de 100 millones de habitantes; en la segunda, otros
países -Méjico (11º), Egipto (12º)- superarán largamente esa cifra. Adviértase
que en las dos listas no figuran países europeos: en el 2000 Alemania aparece
12ª e Italia 22ª; los demás estaban bastante atrás. Pero si se toman las
recientes incorporaciones más las que habrá hasta 2007, la UE obtendrá un
tercer o cuarto puesto hacia 2050 y con EE.UU seguirían siendo espacios
desarrollados del segundo ranking.
En España el
índice de fertilidad es de 1,23 niños por mujer española, pero el crecimiento
constatado en el 2000 se debió al aumento de la inmigración. Un nivel similar
-1,3- de disminución exhibía Rusia (17.075.400 km2, el más grande del planeta,
con apenas 147.434.000 habitantes y tasa en descenso). Francia, con una tasa
del 2,47 en el año 1970, llegó a 1,64 en 1994, registrando a partir del 2000 un
ligero aumento -1,9- después que el gobierno de J. Chirac, consciente de la
inversión de la pirámide social, decidió aumentar los subsidios por nacimiento,
induciendo a los franceses a tener más hijos. Por eso el gran debate nacional
de estos días -más que Irak- es la ley de retiro, ya que el dinero no alcanza para
mantener a la generación que en su momento optó por la libertad hasta el paroxismo, según proponía Nietzsche, y ahora está
para jubilarse.
La
fertilidad promedio ha disminuido en los principales países europeos.
Considerándola en conjunto era de 2,1 coincidiendo con la tasa de remplazo de
1980, para caer al 1,5 en 2003 con tendencia aún en baja. Italia del 2,43 en
1970 llegó a 1,25 en 2000. Alemania 2,03 en 1970 a 1,48 en 1975, 1,25 en 1995 y
1,36 en 1998. Gran Bretaña, país que legalizó el aborto, estaba en 1,64 en
2000; aquí se suponía que el control de natalidad haría disminuir el número de
abortos, sin embargo no ocurrió: los índices se mantienen pero en un contexto
de natalidad en baja.
Por cierto, no es lo mismo controlar la natalidad en países de alto nivel
de vida que en China, donde obviamente los altos índices de pobreza han
obligado a una estricta política del control de la natalidad. La “política del
hijo único”, implementada con carácter coercitivo desde 1979, fue pensada solo
para las ciudades, trajo los siguientes agravantes: esterilizaciones forzadas,
abortos selectivos, implantación obligatoria de dispositivos en mujeres con un
hijo, distorsión de los cocientes de género, no declaración de nacimientos de
niñas, abandono y venta de hijas, discriminación a familias sin varones.
En cuanto a
los países latinoamericanos en el 2000, el mayor fue Brasil (4º de tamaño en el
mundo) con una superficie de 8.511.965 km2 y una población de 165.851.000;
Méjico, con una tasa de fertilidad actual del 1,38 anual, y Colombia -ambos con
menos superficie que nuestro país 1.967.831 km2 y 1.138.914 km2- tenían
95.831.000 y 40.803.000 habitantes respectivamente.
El caso argentino
También en
2000, la Argentina distribuía sus 36.123.000 habitantes en los 2.766.889 km2
continentales (la 9ª superficie mundial). Por su extensión, nuestro país
debiera tener más de 100 millones de personas, pero de acuerdo a esa proyección
ONU, no llegaremos a 53 millones en el 2050. Y aparte de su baja población,
nuestro país la tiene pésimamente distribuida: espacios como la llanura
chaqueña, la meseta patagónica y las zonas cordilleranas, tienen una densidad
menor a 1 hab/ km2, mientras casi la mitad de la población se concentra en
menos de 1/4 del territorio (a 2001, la densidad nacional alcanzaba apenas 9,7
hab/ km2). La tasa de fecundidad llegaba a 3,049 en el quinquenio 1965/ ’70
para descender a 2,619 en 1992/ ’00. A su vez la tasa neta de reproducción de
1,4 en 1985/ ’90 bajó a 1,2 en 1995/ ’00. Aunque hay quienes sostienen lo contrario,
en la Argentina de hoy estamos aún un poco arriba de la tasa de recambio
generacional; por eso es buen momento para un replanteo general. La cuestión de
la pobreza es el principal mal para combatir, pues la cohesión social aumenta
en forma directamente proporcional a lo que disminuya aquélla.
La
problemática que impulsó los tratamientos de las leyes de salud reproductiva
existe y posee aristas lacerantes, como los elevados índices de aborto y de
embarazo precoz. Ningún país puede ser grande si sus niños y jóvenes no pueden
vivir plenamente cada etapa de su vida. Pero es igualmente cierto que en vez de
proponer o mejorar leyes verdaderamente protectoras de la natalidad, nuestro
país la empezó a restringir. Las políticas que no se alientan, implican necesariamente
el desarrollo de las fuerzas productivas; la inversión en salud, educación y
una digna promoción familiar ajena a los avatares políticos de coyuntura.
Frente a este panorama, la pregunta es si no debiera el estado argentino -y la
provincia de Salta, a la cual en escala le ocurre lo mismo- propiciar una
política demográfica racional, sostenida y proporcionada, que a la vez movilice
los recursos naturales para alimentar a la gente. Parece indudable que al
momento de planificar políticas de estado para el corto, mediano y largo
plazos, estas consideraciones ni se atienden ni se entienden, porque en el
fondo requieren una profunda reforma política. Si se trata de llenar espacios
vacíos o distribuir población proporcionalmente, algún cambio profundo cabrá
imaginar –por ejemplo- para los 9 millones de personas del conurbano
bonaerense. Eso y redefinir el federalismo y la división política argentina es
casi la misma cosa. ¿Hasta cuándo se eludirá este debate? ¿Acaso las
dificultades para consensuar la ley de coparticipación no están indicando la
profundidad del problema?
Se advierte,
entonces, que el planteo es mucho más vasto y complejo que lo que contenga una
ley de salud reproductiva. ¿Existe acaso esa voluntad de cambio, reclamada
recurrentemente en cada una de nuestras recientes crisis? En un mundo donde la
riqueza se concentra de manera alarmante, ha ganado el cinismo y el
ideologismo, apañando directa o indirectamente los intereses de las industrias
médica y farmacéutica.
Otro aspecto
que conviene dejar claro es el de la legalidad. La reforma constitucional de
1994, como se sabe, otorgó jerarquía constitucional a varios pactos de derechos
humanos en las condiciones de su vigencia; entre ellos la Convención Americana
sobre Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, cuyo art. 4.1 protege
la vida desde el momento de la concepción, norma que en igual sentido refuerza
al art. 10 de la Constitución de Salta. Pese a que estas normas no ofrecen
dudas, son previsibles durísimas batallas judiciales por la interpretación de
la ley.
El único
estadista argentino que conocemos lo dejó escrito, fue Arturo Frondizi; lo hizo
hace 29 años en “El Movimiento Nacional:
fundamentos de su estrategia” (Ed. Losada, Buenos Aires, julio 1975); allí
sostenía que
“[...] como consecuencia
del poderoso apoyo económico que ha recibido desde diversos centros de poder
mundial, (el control de la natalidad) ha logrado sobrevivir la experiencia de
sus fracasos y la demostración de su inconsistencia teórica. Para descartar la viabilidad
de esta forma de genocidio ingenuo que se postula como sucedáneo del
desarrollo, es innecesario recurrir a los poderosos argumentos de orden moral
que fundamentan la oposición al control de nacimientos. Las razones de tipo
económico y social son más que suficientes para demostrar que cuando se
sostiene que el descenso de la natalidad es una precondición del crecimiento
económico se tiende, en realidad, a postergar éste último al invertir los
términos reales del problema. Porque la
disminución de la natalidad es consecuencia del desarrollo y la urbanización,
no su antecedente [...] (la cursiva es de AF)”.
El ex
presidente no lo dice, pero estaría pensando en el Banco Mundial de la gestión
de R. McNamara. Hacia la misma época de publicación de ese libro, Henry
Kissinger había producido en diciembre de 1974 su mentado memorando nº 200,
titulado “Implicancias del crecimiento de la población mundial para la
seguridad de los Estados Unidos y sus intereses de ultramar”. El documento
abordaba dos cuestiones centrales: los posibles cambios en el equilibrio
político mundial que produciría el crecimiento poblacional de los países en
vías de desarrollo y las probables complicaciones para el acceso a las materias
primas de uso industrial y militar. Pero también propuso acciones concretas,
como fomentar políticas de control de la natalidad y, para que éstas no
parecieran otra derivación del enfrentamiento norte-sur, acompañarlas con
políticas generales de salud pública que tendrían financiamiento gubernamental y
no gubernamental. Casi tres décadas después la cuestión sigue planteada en
iguales términos pero agravada, pues por un extraño giro de la historia esas
propuestas se han instalado en los organismos especializados de Naciones
Unidas.
A poco de
regresar a la Argentina para hacerse cargo de su tercer gobierno, Juan D.
Perón, cuya importancia en la historia nacional también es innecesario
explicar, reclamó que los argentinos llegásemos a 50 millones de habitantes
para el año 2000. Lo tenía bien claro y hemos fallado. ¿Qué diría hoy? ¿Cuándo
aprenderemos a mirar el bosque?
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