24 de marzo de 2005

La política nuclear argentina

CLAVES Nº 135 - MARZO DE 2005        

     
En diciembre pasado, y luego de varios forcejeos, tuvo sanción legislativa el convenio nuclear celebrado entre la empresa argentina INVESTIGACIONES APLICADAS SOCIEDAD DEL ESTADO (INVAP SE) y la AUSTRALIAN NUCLEAR SCIENCE AND TECHNOLOGY ORGANIZATION (ANSTO), destinado a la provisión de un reactor nuclear de investigación y producción de radioisótopos.

Entre los recursos tangibles de poder con que cuenta un país están sus industrias, si proveen tecnología de punta tanto mejor; entre los intangibles adquieren relevancia la calidad y cantidad de científicos y técnicos. Los aportes de ciencia y tecnología poseen un efecto acelerador del desarrollo industrial nacional, y si los capitales de inversión son propios y los científicos se forman en centros académicos también propios, ese país ejercerá influencia en la comunidad internacional. Pese a todas las presiones y dejadeces de parte de nuestra dirigencia, el desarrollo nuclear argentino se ha sostenido desde su nacimiento contra viento y marea.
La aprobación del convenio INVAP-ANSTO incluyó una dura confrontación con el lobby de Greenpeace, que habitualmente arrastra tras de sí una cierta opinión de tintura progresista políticamente correcta. Finalmente se aprobó el acuerdo, terminando –por el momento- la acción psicológica tergiversadora de la realidad y contraria al interés nacional. No conocemos exactamente cómo votaron nuestros legisladores nacionales, pero parece que los 7 diputados y los 3 senadores salteños lo hicieron a favor del convenio. De todos modos, sería interesante que, en temas de este calibre, desciendan al llano que los ungió y expliciten sus posiciones.

Cuando están claros los objetivos políticos y más claro aún el interés nacional, los emprendimientos que provienen del ámbito tecnológico alcanzan rango de política de estado por derecho propio. Sin embargo, en esos años iniciales resultaba paradójico que un país en el cual persistían –con toda su gravedad- los indicadores del subdesarrollo y una marcada inestabilidad política, pudiese acreditar logros en una materia que produce escozor en la comunidad internacional, particularmente en las 5 grandes potencias nucleares, a la sazón miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.

Un plan nuclear inteligente

¿Qué fue que hicimos tan bien para estar ubicados entre las industrias nucleares más competitivas y seguras del mundo? La clave está, a nuestro criterio, en haber optado desde el inicio por un camino más largo y costoso pero ciertamente de mayor autonomía y que -a la postre- nos permitió ‘escribir los manuales’ antes que comprarlos ya hechos. Por lo demás, esa vía se adecuaba al temperamento argentino, demasiado proclive a pendular entre la euforia inconsistente y la depresión consentida.

Los países lanzados a la carrera nuclear, empezaron la travesía con la instalación de reactores experimentales, los cuales permiten controlar una reacción en cadena en pequeña escala usando mínima cantidad de uranio enriquecido (U-235). Aparte de tal experiencia, los neutrones liberados durante la fisión permitían producir radioisótopos para uso medicinal, una de las principales aplicaciones pacíficas del ingenio.
Por otro lado, el uso pacífico de la energía nuclear se orientó a la producción de energía eléctrica mediante dos líneas de reactores de potencia: los reactores rápidos, refrigerados con agua liviana o común y alimentados con U-235; los reactores lentos alimentados con uranio natural (U-238) y enfriados con agua pesada (dióxido de deuterio DO2).

¿Por qué el uranio?; es uno de los pocos elementos que emite radiaciones en estado natural. Argentina tenía bien cubicados los yacimientos del mineral en Córdoba (Los Gigantes), Chubut (Los Adobes), La Rioja (Los Colorados), Mendoza (Malargüe y San Rafael), Salta (Don Otto), San Juan (Jáchal) y San Luis (La Estela). Los recursos razonablemente asegurados y los adicionales posibles nos ponían en situación de autoabastecimiento, algo primordial para iniciar y sostener un desarrollo nuclear independiente. Hoy, salvo Los Colorados y San Rafael, todos fueron desactivados con el transcurso de los años. La extracción de uranio se había iniciado en Don Otto y Malargüe, en 1955.

El dióxido de uranio (UO2), materia primea básica para la fabricación de combustible nuclear, –natural o enriquecido- cuenta con una ventaja adicional: quemado en forma de pastillas en tubos de zircaloy alineados dentro el reactor, producen un residuo estratégico, plutonio (Pu), apto para alimentar reactores de segunda o tercera generación y así producir mayor cantidad de energía eléctrica y más barata. Además, la producción de plutonio habilitaba teóricamente para obtener la bomba atómica. Por aquellos años, los países que operaban usinas termonucleares eran sospechosos de desvío del material para uso militar; con mayor razón si no habían ratificado el Pacto de Tlatelolco (Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares para América Latina, febrero 1967) y el Pacto de No Proliferación Nuclear (agosto 1968); tal el caso de Argentina, aunque eso puede ser tema para otra nota.

Hacia 1970 el procedimiento para enriquecer uranio tenía un costo inaccesible aparte de dificultades técnicas insalvables. Desde luego se podía adquirir tecnología en los países nucleares, pero ello implicaba una evidente subordinación tecnológica. Nuestro país optó, entonces, por seguir la línea de los reactores morigerados con agua pesada, y mediante el desarrollo de la investigación en los centros atómicos adquirir la experiencia y técnica necesarias para el enriquecimiento de uranio.

En un principio fue la CNEA

La CNEA fue creada durante el primer gobierno de Perón, el 31 de mayo de 1950, con el objetivo de regir desde ella toda actividad nuclear en Argentina. La importancia de sus tareas fue respaldada por la Revolución Libertadora y el siguiente gobierno constitucional de A. Frondizi, quien en 1960 declaró a sus actividades de “alto interés nacional”, bajo directa dependencia de la Presidencia de la Nación. Esto corrobora que la cuestión nuclear fue una verdadera política de estado, más allá de los gobernantes de turno. Las aplicaciones en materia energética, agrícola-ganadera, salud y medio ambiente, dan la pauta de la amplitud e importancia del uso civil.

Los principales hitos de la actividad atómica institucional en el país fueron, entre otros, la creación en abril de 1955 del Centro Atómico Bariloche, en el cual funciona el prestigioso Instituto Balseiro, producto a su vez de un acuerdo académico entre la CNEA y la Universidad Nacional de Cuyo. En mayo de 1958 inicia su actividad el Centro Atómico Constituyentes, Partido de San Martín en la Prov. de Buenos Aires, al que se suma el Centro Atómico Ezeiza, inaugurado en diciembre de 1967. Los tres cuentan con reactores experimentales y no sólo forman recursos humanos sino que desarrollan variadas aplicaciones de la energía nuclear.

En mayo de 1957 la República Argentina se incorpora a la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), organismo especializado de la ONU encargado de fijar las salvaguardias para todos los países que fabrican, compran o venden tecnología nuclear.

En mayo de 1968 la CNEA contrata con Siemens la construcción de la usina de Atucha I de 346 MW de potencia bruta, operativa desde junio de 1974. El 14 de marzo de 1973 se adjudicó la central nuclear de Embalse (Río Tercero, Córdoba) a la Atomic Energy of Canada Limited, operativa desde enero de 1984, también cuenta con un reactor PHWR y una potencia de 648 MW. En julio de 1980 la CNEA contrata nuevamente con Siemens la construcción de Atucha II, con reactor nuclear previsto para generar 745 MW en la línea del U 238, y cuya puesta en marcha debió ocurrir en 1987. En julio de 2001, la gestión De la Rúa decidió invertir alrededor de u$ 800 millones para terminarla y ponerla en marcha. Esta central también fue objeto de la presión de Greenpeace, que a punto estuvo de lograr su desmantelamiento.  

En septiembre de 1976 se constituye INVAP S.E., de la que hablaremos más adelante. Ese mismo mes y año se aprobó el contrato entre la CNEA y una empresa suiza, destinado a construir una planta de fabricación de agua pesada, en la localidad neuquina de Arroyito. Inaugurada en marzo de 1993, tiene capacidad para producir 250 tn de DO 2. Con ella, Argentina se asegura como principal proveedor mundial de este elemento. En noviembre de 1983, la industria nuclear nacional dio un salto cualitativo al anunciar  la capacidad técnica para enriquecer uranio en el Centro Tecnológico de Pilcaniyeu, Prov. de Río Negro.

Argentina y Brasil, que siempre habían recelado de sus respectivos planes nucleares, firmaron –julio 1991- un acuerdo bilateral para el uso pacífico de la energía atómica. Este acuerdo abrió camino para que Argentina ratificara poco después el Pacto de Tlatelolco (ley 24.272) y el Tratado de No Proliferación Nuclear (ley 24.448).

En junio de 1996, la CNEA pasa a depender de la Secretaría de Ciencia y Tecnología del Ministerio de  Educación de la Nación. Cabe señalar que ya en 1994, la CNEA había dejado de ser la única entidad con competencia única y total para todo lo que fuera actividad nuclear en Argentina. Ese año se creó la Autoridad Regulatoria Nuclear, órgano regulador y fiscalizador de la actividad nuclear. Asimismo, como consecuencia de la ola privatizadora de la gestión Menem, se creó Núcleo Eléctrica Argentina SA para operar las centrales nucleares. Por último, en octubre de 1999 se aprueba por ley 25.018 el régimen de gestión de residuos radiactivos.

El contrato INVAP-ANSTO y el convenio de cooperación con Australia[1]

Desde su creación el INVAP se dedica a la tecnología de avanzada en distintos campos. Sus dos principales áreas,  nuclear y espacial, están calificadas bajo las normas ISO 9001.

El INVAP es una sociedad estatal de la provincia de Río Negro, dirigida por un directorio integrado por siete miembros, dos elegidos por el gobierno rionegrino, cuatro por la CNEA y uno por el personal de la empresa.

La actividad del INVAP, dentro del cual la participación de la CNEA es muy importante, le ha permitido ganar mercados internacionales por el nivel de la tecnología que desarrolló, en especial la de enriquecer uranio. Ha construido varios reactores experimentales, instalados ya en la propia Argentina, en Argelia, Egipto y Perú.

En el año 2000 ganó una licitación internacional convocada por la ANSTO para el diseño, construcción e instalación de un reactor experimental, compitiendo con empresas de Alemania, Canadá y Francia. Esa venta, llave en mano, representa un ingreso de u$ 180 millones. Se trata de un contrato de naturaleza privada, ajeno a la aprobación de ambos gobiernos, cuyo pliego licitatorio requería al adjudicatario la gestión del combustible nuclear gastado (CNG). La ANSTO tiene contratada esa gestión con una empresa de Francia; pero si se lo requiere en algún momento, debe el INVAP hacerse cargo del tratamiento del CNG. Dicho servicio motivaría  un nuevo contrato, e implicará además la intervención de los entes reguladores con competencia para intervenir en tal circunstancia. Según los expertos, esa posibilidad no se dará  antes de 10 años de operado el reactor.

Mientras se desarrollaba ese proyecto, nuestro país celebró en junio de 2000 un convenio de cooperación nuclear con Australia, el cual, por ser interestatal, se rige por el derecho internacional. Por su proximidad con el contrato del INVAP, se tendió a identificar este tratado, de alcance mucho más amplio, con la construcción del reactor. Las críticas de Greenpeace no apuntaban tanto a la construcción del reactor (que, por lo demás, tiene una cláusula de confidencialidad jurídicamente inobjetable) sino a la firma del acuerdo gubernamental. En efecto, el art. 12 del mismo prevé las posibilidades de tratamiento de combustibles y residuos nucleares y según la ONG viola el art. 41 de la Constitución Nacional, cuyo último párrafo textualmente prevé “Se prohíbe el ingreso al territorio nacional de residuos actual o potencialmente peligrosos, y de los radiactivos”. Lógicamente que si el convenio de cooperación no se ratificaba, posiblemente la provisión del reactor a la ANSTO hubiera tenido contratiempos.

Ese art. 12 prevé distintas alternativas para el tratamiento de elementos combustibles, pero establece el regreso del combustible tratado a Australia, sin perjuicio de las salvaguardias previstas por el mismo acuerdo. El conflicto con los adversarios al convenio se centró en definitiva en la  asimilación del CNG con los desechos radiactivos (DR), lo cual conceptualmente es distinto. Las explicaciones técnicas, en verdad, son amplias y complicadas, pero hay un entendimiento general de que los CNG poseen materiales susceptibles de ser recuperados y reutilizados en las mismas u otras instalaciones. Entonces, cuando el material nuclear es imposible de recuperar nada es entonces un DR, que requiere otro tratamiento muy específico también sujeto a salvaguardias.

Todos los países poseedores de reactores nucleares de potencia están obligados a contar con un sistema de enfriamiento de los combustibles quemados en tanques de agua, próximos a los reactores, para disminuir la temperatura del combustible y su radioactividad. El proceso de acondicionamiento posterior se realiza  bajo normas técnicas muy precisas y no se conoce ningún caso en el mundo  en el que la radioactividad haya fugado de esas piletas o de las etapas siguientes del depósito de los residuos, incluso de su transporte a los repositorios. El fantasma de Chernobyl, siempre meneado en estos casos, obedeció a las características del diseño del reactor ruso; ese accidente no podría acontecer en los usados en nuestras usinas.

Sería un mayúsculo despropósito seguir frenando o retrasando una de las actividades en las que hemos demostrado altísima calidad y seriedad empresaria. Pocos son los países que pueden exhibir esta decisiva ventaja tecnológica, en un mundo en el que cada vez más el liderazgo se asocia con el conocimiento.
 

[1] Para completar información al respecto, es muy recomendable la lectura de “El Acuerdo entre la República Argentina y Australia sobre la cooperación en los usos pacíficos de la energía nuclear. Su adecuación a la Constitución Nacional”, de los abogados Luis F. Cigogna y Mario A. De Antoni, publicado en El Derecho, nº 10.619, del 30 de octubre de 2002.

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