24 de mayo de 2005

¡Ay, Brasil, Brasil!

CLAVES Nº 137 Mayo 2005

                                                                                                                                  
De tanto en tanto alguien del gobierno norteamericano nos recuerda que Brasil es un líder regional en Sudamérica. El último fue el ya conocido Roger Noriega, luego del regreso de Condoleeza Rice de su periplo por El Salvador, Colombia, Brasil y Chile a fines de abril último. Y allí está Brasil, con sus 8.511.965 km2 (la quinta superficie mundial) y sus casi 170 millones de habitantes (también quinto en población), consolidando su poder nacional y avanzando hacia un destino mayor de potencia mundial.

Cada tanto, Argentina y Brasil tienen cortocircuitos, sea por causas políticas o económicas. Y cuando se llega a ese punto, los mutuos reclamos elevan la tensión a puntos críticos, arriesgando los escasos logros alcanzados desde que Raúl Alfonsín y José Sarney habilitaron la ineludible vía del entendimiento, coronado en 1991 con la firma del Tratado de Asunción, dentro del marco de los acuerdos de complementación económica previstos en la ALADI. 

Años después, ante la presión norteamericana y la incertidumbre argentina, Fernando H. Cardoso tranquilizó los ánimos cuando sostuvo que para Brasil el ALCA era una oportunidad y el Mercosur su destino. ¿Qué ha variado desde esa definición hasta la opción del presidente Da Silva por la Confederación Sudamericana de Naciones? Más allá de la retórica de Fernando Henrique, lo concreto es que Brasil tiene un proyecto y, como lo tiene bien claro, avanza hacia su concreción en todos los frentes, sea en el propio nivel sudamericano (mediando en casi todos los conflictos de sus vecinos), sea en el ámbito de la ONU (donde procura un asiento permanente en el Consejo de Seguridad), sea en su proyección hacia el África (Angola y Mozambique, básicamente), y, sobre todo, en su especial relación con los EE.UU.

Brasil posee un unívoco pensamiento geo-político-estratégico implementado desde el fondo de su historia, y los distintos gobiernos –de facto o civiles- que ha tenido en los últimos setenta años lo han apoyado, sin perjuicio de los  matices de cada uno. Así son los proyectos nacionales, dependen siempre de la lucidez, esfuerzo, responsabilidad y patriotismo de las dirigencias políticas y sociales.

Proyección Continental del Brasil (El Cid Editor, Buenos Aires, 1978) es un libro de apenas 100 páginas, escrito por el entonces capitán Mario Travassos en 1931. Las ideas de Travassos constituyeron el eje central de la ubicación brasileña en el siglo XX, y se puede resumir en dos premisas básicas: 1ª, la necesidad de integrar y desarrollar el enorme espacio interno brasileño y 2ª, su avance hacia las fronteras vinculantes con prácticamente todos los países sudamericanos. En lo que hace a la segunda cuestión, Travassos consideraba que la clave del control de Sudamérica se asienta en el triángulo Cochabamba - Sucre - Santa Cruz de la Sierra (puerta de entrada de los intereses brasileños en Bolivia). El obstáculo para ese control era la Argentina, que hacia aquellos años ejercía la mayor influencia sobre Bolivia y Paraguay. Travassos pensó entonces que Brasil debía privilegiar los ejes transversales este-oeste como modo de debilitar la influencia argentina, expresada en el eje norte-sur que involucra a la Cuenca del Plata.

Concluida dramáticamente la experiencia populista del Estado Novo con el suicidio de Getulio Vargas, a duras penas asume el gobierno la dupla Juscelino Kubitschek y Joâo Goulart, como presidente y vice, en 1955. Fue una primera versión de políticas desarrollistas a la brasileña, o sea énfasis especial en la industrialización del país, encarnada por un fuerte impulso a la industria del acero en Volta Redonda, a la industria naviera, energía eléctrica y la construcción de una red de carreteras para vertebrar el vasto territorio. Kubitscheck dejó muy endeudada a la economía brasileña pero no se olvidó de Travassos. Un claro ejemplo fue el traslado de la capital al interior, en plena meseta central, surgiendo de la nada Brasilia, símbolo de la potencialidad brasileña.  

Luego de la efímera presidencia de Janio Quadros y del tensionante período de Jango Goulart, en marzo de 1964 empezó el largo período militar con la instalación de Umberto Castelo Branco en la presidencia. El principal objetivo de la asonada fue limpiar de todo vestigio izquierdista la política del país, por una parte; por la otra, profundizar el desarrollo económico y el liderazgo regional de otra manera. Para mayor abundamiento, es útil la consulta de Argentina – Brasil: cuatro siglos de rivalidad, de Miguel A. Scenna (Ediciones La Bastilla, Buenos Aires, 1975).

Sobrevenidos los gobiernos de Arthur da Costa e Silva y de Ernesto Geisel, cobra gran importancia la presencia del general Golbery do Couto e Silva, continuador intelectualmente sólido y políticamente sagaz de la concepción geopolítica de Travassos, cuyo pensamiento ha quedado en el libro Geopolítica del Brasil (El Cid Editor, Buenos Aires, 1978). De hecho, todos los gobiernos militares, desde Castelo Branco a Joâo B. Figueiredo (último de la zaga, 1979-1983), respetaron aquel libreto original, que -en definitiva- no hacía más que refrendar las constantes del pensamiento geopolítico brasileño: las cuestiones nacionales están fuertemente condicionadas por la coyuntura internacional y la incorporación del pueblo a la Nación solamente se puede hacer a través del desarrollo económico. Sin embargo, de ningún modo las tesis desarrollistas fueron patrimonio militar. La intelectualidad civil también abundó en su teoría y práctica. Tal el caso de los notables Celso Furtado (Desarrollo y subdesarrollo, EUDEBA, Buenos Aires, 1964) o Hélio Jaguaribe (Desarrollo económico y desarrollo político, Eudeba, 1964). A esta breve lista se puede incorporar a Fernando H. Cardoso. Todos tuvieron una fuerte incidencia en el pensamiento económico de las élites brasileñas, más allá de las posiciones políticas y de su ubicación en el espectro ideológico.

En esa tendencia general, no extrañe que Brasil haya mantenido una política de estrecho acercamiento con Estados Unidos (lo había demostrado cuando envió tropas a Italia, en plena 2ª Guerra Mundial); en primer lugar, por la profunda aversión de sus fuerzas armadas hacia el marxismo y, segundo, porque sabían que frente a la imposibilidad de contar con ahorro interno suficiente para producir el desarrollo económico, la alianza con Washington era  imprescindible “para su comercio, su desarrollo económico, su progreso técnico y cultural e incluso para su propia seguridad”, sostenía do Couto e Silva, para quien Brasil depende de Occidente y Occidente necesita a Brasil. En esos años fue cuando H. Kissinger profetizó que donde se inclinara Brasil se inclinaría Latinoamérica.

A la luz de los cambios producidos desde la caída de la Unión Soviética, tanto Travassos como Couto e Silva erraron con su apreciación sobre la importancia de la cuenca del Pacífico, a la que habían restado significación, pero el núcleo central de sus teorías no falló. Eso está a la vista, pese a la pobreza y los disturbios sociales provocados aún hoy por las desigualdades.

Ahora Brasil está siendo observado como una de las potencias futuras, que tendrán fuerte incidencia en los asuntos internacionales de un cuarto de siglo en adelante. Junto con China, India, Estados Unidos y la Unión Europea ampliada, integra el selecto grupo de estados que tendrán poder de decisión mundial, según afirman analistas de importantes consultoras económicas occidentales como Goldman Sachs.

Nuestro país, siendo la novena extensión mundial, es un enorme espacio vacío con población mal distribuida, sin proyectos de mediano y largo alcance, es decir sin futuro. Dentro de ese contexto, el gobierno del presidente Kirchner parece haberse cansado del pretencioso Lula y, después de una reunión reservada que el canciller Bielsa mantuvo en Washington con un grupo de embajadores de carrera de extracción peronista, habría empezado la contraofensiva para poner coto a las pretensiones hegemónicas de Brasil.

Cabe preguntar legítima y sanamente cómo ocurrirá eso en el estado de descalabro político, social y económico en que nos hallamos. Político, pues se trata de un país atado a los avatares del peronismo bonaerense y en el que solo tres provincias pueden armar y desarmar candidatos con chances; social, con altos índices de pobreza y violencia, entre otros indicadores; económico, con una economía que posiblemente crece pero no desarrolla el país, que es asunto distinto.

Brasil actúa como lo hace porque se siente potencia. Siente que continúa un proyecto histórico y que su sino es el liderazgo. Para equilibrar la balanza, Argentina debe realizar un profundo replanteo de sus rumbos. Si en algo podemos imitar a nuestro vecino, es en aquellas dos premisas: una buena lectura de la realidad internacional -¿dónde estamos parados?- y acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas, o sea planificación para los próximos 50 años.

Brasil y Argentina, aunque a veces no parezca, todavía se necesitan aunque se recelen. Tal vez sea un suicidio de a dos enmarañarnos en disputas por aranceles de calzados y electrodomésticos, cuando ambos países seremos víctimas de los acuerdos con China, celebrados por los respectivos gobiernos hace menos de un año.

Y si de unidad sudamericana se trata, de imposible perdurabilidad sin el previo entendimiento argentino-brasileño, Argentina debe propiciar la ampliación de su ámbito para incluir a Méjico, cuya presencia servirá nuevamente para equilibrar a Brasil, sin que ello implique la reedición automática del eje A-BRA-MEX.

¿Tiene nuestro país un destino peninsular? ¿Cuál será el futuro de nuestra proyección antártica y en las islas del Atlántico Sur? ¿Qué haremos con nuestros desiertos? ¿Qué pasará con el progresivo descenso de la natalidad? ¿Cómo redefinir el federalismo argentino? ¿Habrá un proyecto para el Bicentenario? ¿Seguiremos atados a los commodities? ¿Y de la inversión en educación, ciencia y técnica, qué? Preguntas y más preguntas.

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