CLAVES
Nº 137 Mayo 2005
De tanto en
tanto alguien del gobierno norteamericano nos recuerda que Brasil es un líder
regional en Sudamérica. El último fue el ya conocido Roger Noriega, luego del
regreso de Condoleeza Rice de su periplo por El Salvador, Colombia, Brasil y
Chile a fines de abril último. Y allí está Brasil, con sus 8.511.965 km2 (la
quinta superficie mundial) y sus casi 170 millones de habitantes (también
quinto en población), consolidando su poder nacional y avanzando hacia un
destino mayor de potencia mundial.
Cada tanto,
Argentina y Brasil tienen cortocircuitos, sea por causas políticas o
económicas. Y cuando se llega a ese punto, los mutuos reclamos elevan la
tensión a puntos críticos, arriesgando los escasos logros alcanzados desde que
Raúl Alfonsín y José Sarney habilitaron la ineludible vía del entendimiento,
coronado en 1991 con la firma del Tratado de Asunción, dentro del marco de los
acuerdos de complementación económica previstos en la ALADI.
Brasil posee un unívoco pensamiento
geo-político-estratégico implementado desde el fondo de su historia, y los
distintos gobiernos –de facto o civiles- que ha tenido en los últimos setenta
años lo han apoyado, sin perjuicio de los
matices de cada uno. Así son los proyectos nacionales, dependen siempre
de la lucidez, esfuerzo, responsabilidad y patriotismo de las dirigencias
políticas y sociales.
Proyección Continental del Brasil (El Cid Editor, Buenos
Aires, 1978) es un libro de apenas 100 páginas, escrito por el entonces
capitán Mario Travassos en 1931. Las ideas de Travassos constituyeron el eje
central de la ubicación brasileña en el siglo XX, y se puede resumir en dos
premisas básicas: 1ª, la necesidad de integrar y desarrollar el enorme espacio
interno brasileño y 2ª, su avance hacia las fronteras vinculantes con
prácticamente todos los países sudamericanos. En lo que hace a la segunda
cuestión, Travassos consideraba que la clave del control de Sudamérica se
asienta en el triángulo Cochabamba - Sucre - Santa Cruz de la Sierra (puerta de
entrada de los intereses brasileños en Bolivia). El obstáculo para ese control
era la Argentina, que hacia aquellos años ejercía la mayor influencia sobre
Bolivia y Paraguay. Travassos pensó entonces que Brasil debía privilegiar los
ejes transversales este-oeste como modo de debilitar la influencia argentina,
expresada en el eje norte-sur que involucra a la Cuenca del Plata.
Concluida dramáticamente la experiencia populista
del Estado Novo con el suicidio de Getulio Vargas, a duras penas asume
el gobierno la dupla Juscelino Kubitschek y Joâo Goulart, como presidente y
vice, en 1955. Fue una primera versión de políticas desarrollistas a la
brasileña, o sea énfasis especial en la industrialización del país, encarnada
por un fuerte impulso a la industria del acero en Volta Redonda, a la industria
naviera, energía eléctrica y la construcción de una red de carreteras para
vertebrar el vasto territorio. Kubitscheck dejó muy endeudada a la economía
brasileña pero no se olvidó de Travassos. Un claro ejemplo fue el traslado de
la capital al interior, en plena meseta central, surgiendo de la nada Brasilia,
símbolo de la potencialidad brasileña.
Luego de la efímera presidencia de Janio
Quadros y del tensionante período de Jango Goulart, en marzo de 1964
empezó el largo período militar con la instalación de Umberto Castelo Branco en
la presidencia. El principal objetivo de la asonada fue limpiar de todo
vestigio izquierdista la política del país, por una parte; por la otra,
profundizar el desarrollo económico y el liderazgo regional de otra manera.
Para mayor abundamiento, es útil la consulta de Argentina – Brasil: cuatro
siglos de rivalidad, de Miguel A. Scenna (Ediciones La Bastilla, Buenos
Aires, 1975).
Sobrevenidos los gobiernos de Arthur da Costa
e Silva y de Ernesto Geisel, cobra gran importancia la presencia del general
Golbery do Couto e Silva, continuador intelectualmente sólido y políticamente
sagaz de la concepción geopolítica de Travassos, cuyo pensamiento ha quedado en
el libro Geopolítica del Brasil (El Cid Editor, Buenos Aires, 1978).
De hecho, todos los gobiernos militares, desde Castelo Branco a Joâo B.
Figueiredo (último de la zaga, 1979-1983), respetaron aquel libreto original,
que -en definitiva- no hacía más que refrendar las constantes del pensamiento
geopolítico brasileño: las cuestiones nacionales están fuertemente
condicionadas por la coyuntura internacional y la incorporación del pueblo a la
Nación solamente se puede hacer a través del desarrollo económico. Sin embargo,
de ningún modo las tesis desarrollistas fueron patrimonio militar. La
intelectualidad civil también abundó en su teoría y práctica. Tal el caso de
los notables Celso Furtado (Desarrollo y subdesarrollo, EUDEBA,
Buenos Aires, 1964) o Hélio Jaguaribe (Desarrollo económico y
desarrollo político, Eudeba, 1964). A esta breve lista se puede
incorporar a Fernando H. Cardoso. Todos tuvieron una fuerte incidencia en el
pensamiento económico de las élites brasileñas, más allá de las posiciones
políticas y de su ubicación en el espectro ideológico.
En esa tendencia general, no extrañe que Brasil haya
mantenido una política de estrecho acercamiento con Estados Unidos (lo había
demostrado cuando envió tropas a Italia, en plena 2ª Guerra Mundial); en primer
lugar, por la profunda aversión de sus fuerzas armadas hacia el marxismo y,
segundo, porque sabían que frente a la imposibilidad de contar con ahorro
interno suficiente para producir el desarrollo económico, la alianza con
Washington era imprescindible “para su
comercio, su desarrollo económico, su progreso técnico y cultural e incluso
para su propia seguridad”, sostenía do Couto e Silva, para quien Brasil depende
de Occidente y Occidente necesita a Brasil. En esos años fue cuando H.
Kissinger profetizó que donde se inclinara Brasil se inclinaría Latinoamérica.
A la luz de los cambios producidos desde la
caída de la Unión Soviética, tanto Travassos como Couto e Silva erraron con su
apreciación sobre la importancia de la cuenca del Pacífico, a la que habían
restado significación, pero el núcleo central de sus teorías no falló. Eso está
a la vista, pese a la pobreza y los disturbios sociales provocados aún hoy por
las desigualdades.
Ahora Brasil está siendo observado como una de las
potencias futuras, que tendrán fuerte incidencia en los asuntos internacionales
de un cuarto de siglo en adelante. Junto con China, India, Estados Unidos y la
Unión Europea ampliada, integra el selecto grupo de estados que tendrán poder
de decisión mundial, según afirman analistas de importantes consultoras
económicas occidentales como Goldman Sachs.
Nuestro país, siendo la novena extensión
mundial, es un enorme espacio vacío con población mal distribuida, sin
proyectos de mediano y largo alcance, es decir sin futuro. Dentro de ese
contexto, el gobierno del presidente Kirchner parece haberse cansado del
pretencioso Lula y, después de una reunión reservada que el canciller Bielsa
mantuvo en Washington con un grupo de embajadores de carrera de extracción
peronista, habría empezado la contraofensiva para poner coto a las pretensiones
hegemónicas de Brasil.
Cabe preguntar legítima y sanamente cómo
ocurrirá eso en el estado de descalabro político, social y económico en que nos
hallamos. Político, pues se trata de un país atado a los avatares del peronismo
bonaerense y en el que solo tres provincias pueden armar y desarmar candidatos
con chances; social, con altos índices de pobreza y violencia, entre otros
indicadores; económico, con una economía que posiblemente crece pero no
desarrolla el país, que es asunto distinto.
Brasil actúa como lo hace porque se siente
potencia. Siente que continúa un proyecto histórico y que su sino es el
liderazgo. Para equilibrar la balanza, Argentina debe realizar un profundo
replanteo de sus rumbos. Si en algo podemos imitar a nuestro vecino, es en
aquellas dos premisas: una buena lectura de la realidad internacional -¿dónde
estamos parados?- y acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas, o sea
planificación para los próximos 50 años.
Brasil y Argentina, aunque a veces no
parezca, todavía se necesitan aunque se recelen. Tal vez sea un suicidio de a
dos enmarañarnos en disputas por aranceles de calzados y electrodomésticos,
cuando ambos países seremos víctimas de los acuerdos con China, celebrados por
los respectivos gobiernos hace menos de un año.
Y si de unidad sudamericana se trata, de
imposible perdurabilidad sin el previo entendimiento argentino-brasileño,
Argentina debe propiciar la ampliación de su ámbito para incluir a Méjico, cuya
presencia servirá nuevamente para equilibrar a Brasil, sin que ello implique la
reedición automática del eje A-BRA-MEX.
¿Tiene nuestro país un destino peninsular?
¿Cuál será el futuro de nuestra proyección antártica y en las islas del
Atlántico Sur? ¿Qué haremos con nuestros desiertos? ¿Qué pasará con el
progresivo descenso de la natalidad? ¿Cómo redefinir el federalismo argentino?
¿Habrá un proyecto para el Bicentenario? ¿Seguiremos atados a los commodities?
¿Y de la inversión en educación, ciencia y técnica, qué? Preguntas y más
preguntas.
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