CLAVES 139 Julio 2005
La cumbre de las
cumbres, o sea la reunión de los países del G 7 + 1 (Alemania, Canadá, Estados
Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón más Rusia), se realizó en la
primera semana de este mes en Gleneagles, cerca de Edimburgo, Escocia. Como se
sabe, el grupo está integrado por esos grandes países industriales-militares,
cuatro de los cuales son potencias nucleares y a la vez miembros permanentes
del Consejo de Seguridad con derecho de veto. Estaban, así, los principales
responsables del reparto de África en la Conferencia de Berlín (nov. 1884 –
feb. 1885), dos de los cuales también destaparon la caja de Pandora en Medio
Oriente con el acuerdo secreto Sykes-Picot (may. 1915).
¿Qué papel juega el
Grupo de los 7 en la política internacional? Si hubiera que trazar un esquema
de dónde se juega el poder mundial, habría coincidencia de ubicar en pole
position al eje Fondo Monetario Internacional – Banco Mundial, Organización
Mundial de Comercio y Organización del Tratado del Atlántico Norte. En esos
organismos multilaterales siete de aquellos estados son socios mayoritarios:
vendrían a ser entonces una ‘superestructura’, los que de última mandan en
serio. Rusia aún no tiene el mismo status en FMI, BM y OMC y tampoco integra la
OTAN, mas no puede quedar afuera de aquella por su extensión territorial, sus
hidrocarburos y arsenales nucleares; aunque aún padezca los dramas de su
reacomodamiento sistémico, al igual que a los futuros protagonistas de la
política internacional a veinticinco años vista. No en vano fueron convocados a
Escocia, los mandatarios de Brasil, China, India, Méjico y Sudáfrica, a los que
se sumó el presidente de la Unión Europea (dato éste de especial significado).
Como sea, el Grupo se
reúne formalmente desde hace más de tres décadas para monitorear los asuntos
mundiales, no solo económicos sino todos los temas que requieran definiciones y
acuerdos primigenios entre ellos. En esta ocasión, fueron variados y difíciles:
la pobreza africana, el cambio climático, los subsidios agrícolas, el alza
constante del precio del crudo, Irak, la proliferación nuclear y la economía
china.
Finalmente, en su
carácter de anfitrión, un conmocionado A. Blair anunció la creación de un fondo
de u$ 50.000 millones, mitad para África mitad para el resto, la cancelación de
las deudas de 18 países pobres y la fijación de una fecha tentativa (2010) para
poner fin a los subsidios agrícolas. Tema especial fue el debate sobre el
cambio climático, habida cuenta de que EEUU no ha ratificado el Protocolo de
Kyoto -que debe concluir en 2012- siendo responsable del 25% de la emisión de
dióxido de carbono. La idea del premier británico es lograr “un nuevo y genuino
consenso” para esa fecha, que involucre además a las potencias menores
invitadas, cuyos mandatarios sintieron que el precio de jugar en ligas mayores
incluye ‘bajada de línea’. En fin, estas cumbres parecen concluir con
resultados chirles y declaraciones de compromiso, pero a la larga termina
sucediendo lo que allí se acuerda.
Y mientras los
anarquistas antiglobalización desbordaron el impresionante operativo de
seguridad con su violencia de primer mundo, el siniestro desparpajo del
terrorismo de Al Qaeda golpeó justo donde sabe que duele: a inermes ciudadanos
comunes yendo o viniendo a sus casas o trabajos en los transportes de la
capital británica. Así, a Buenos Aires, Nueva York y Madrid (en orden
cronológico) se sumó Londres, el mismo día en que la consagraban sede de los
Juegos Olímpicos 2012. Fue un cachetazo para las grandes potencias, cuyos
líderes –algunos devaluados, otros exhaustos- carecen hoy de respuestas
políticas para este fenómeno. Pues, ¿qué tiene de nuevo el enfrentamiento de la
periferia con las metrópolis? Las causas, por cierto, deben buscarse en otro
lado: no es tanto cuestión de preguntar cómo ocurre sino porqué ocurre. Un
grave problema mundial es la enorme concentración de riqueza. Los países ricos
siguen siendo cada vez más ricos y los pobres más pobres, vaticinó Paulo VI en
marzo de 1967. Y no se equivocó.
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