CLAVES Nº 143 - NOVIEMBRE 2005
“Como
lo señaló alguna vez Alberto Sorel, quienes imaginan que el mundo debe
adaptarse a su política ceden el paso a quienes corrigen su política para
adaptarla a las realidades del mundo. Agreguemos nosotros que toda la historia de la política internacional
es una lenta pero progresiva adecuación de las doctrinas a los hechos y que la
trayectoria de este acomodamiento es un verdadero ‘cementerio de estrategias’
al decir de Amitai Etzioni” (Isidro J. Ódena, 1976, Entrevista con el mundo en transición,
pág. 171, 2ª edición. Buenos Aires, Ed. Crisol).
No es la primera vez que recurrimos en esta
columna a la frase transcripta, expuesta
en un libro imperecedero. El diablo mundo, que observaba
Ódena, era aquel cuando empezaba a derretirse el hielo de la guerra fría,
superada la Crisis de los Misiles de 1962. Se trataba ciertamente de un mundo
en transición, por los sucesos cambiantes que se fueron dando en un contexto de
multipolaridad política y bipolaridad militar.
Dicho de otro modo,
esa visión es refractaria de los países “ptolomeicos”, o sea aquellos
autoconsiderados centros del universo. Curiosamente -bien que por diferentes
motivos: una por el “síndrome del enemigo externo”, el otro por la prepotencia
de su aparato militar- Argentina y Estados Unidos tienen bastante de eso. Ódena
y sus citados dirían “¡tontos, adviertan que todo gira alrededor del sol!”.
En estos inicios del siglo XXI, parece
que estamos nuevamente en un mundo en transición y que nadie puede afirmar con
certeza que, luego del derrumbe de la Unión Soviética, el unipolarismo
norteamericano constituye “el” orden internacional que remplaza al de la
segunda posguerra, aunque así lo proclamen en especial los ocupantes
republicanos de la Casa Blanca. En fin, todo esto nos venía a la cabeza
asistiendo a la distancia a la cuarta cumbre de presidentes americanos
realizada en Mar del Plata en el marco de la devaluada Organización de los
Estados Americanos, durante el primer fin de semana de noviembre. Nos llamó la
atención la forma en que la prensa en general presentó al acontecimiento:
superficialidad informativa, desconocimiento de códigos elementales de la
diplomacia y de la agenda prevista. Cholulismo político, para decirlo
gráficamente (¿se acuerda del fervoroso debate sobre el derribo de aviones no
identificados?). Pero también hubo un sesgo divertido: la corraleada
chavista–maradoniana en el estadio de fútbol. Sin embargo, el circo se empañó
con los incidentes de grupos de la paleoizquierda irreductible, reaccionaria y
por ende antisistema.
Una cumbre presidencial es la más alta
y antigua expresión de la política exterior de los estados, que usualmente
corona una actividad diplomática anterior. En efecto, la preceden trabajos sobre una agenda predeterminada, que
concluyen los mandatarios y se expresa en una declaración final. Esta última,
aparte de exponer los acuerdos logrados, presenta por lo general líneas de
acción que los países irán trabajando hasta la próxima cumbre, en la que se
vuelve a repetir el esquema. Así, deviene ineludible la pregunta ¿sirven las
cumbres, entonces? De mucho, pues es la ocasión en que los estados despliegan
sus recursos de poder en función de intereses permanentes. Y el instrumento
para compatibilizarlos con otros igualmente legítimos es la negociación. Ésta
no será solo multilateral, pues las delegaciones aprovechan encuentros
bilaterales a través de los cuales los presidentes acomodan cargas con quienes
les interesan. Estamos en un continente con demasiadas asignaturas pendientes y
no vale la pena repasarlas para esta nota.
Una cumbre fracasa si en la
negociación un estado impone su voluntad mediante presiones incompatibles con
la naturaleza de la reunión (en Mar del Plata eso no ocurrió: Brasil, Chile,
Méjico y Uruguay, por caso, sostuvieron posiciones muy próximas), o cuando no
se sabe negociar (esto sí ocurrió de parte de todos los presentes, incluyendo a
José M. Insulza, secretario general de la OEA, contrario a incluir el ALCA en Mar
del Plata) o no hay qué negociar (lo que de por sí constituiría un verdadero
desastre diplomático).
En esta ocasión, la “contracumbre” tuvo un efecto que
nadie podía imaginar inesperado, al tensar la ideologización a la violeta de
los temas de la cumbre oficial, cuyo lema era toda una definición
latinoamericana: “Crear trabajo para enfrentar la pobreza y fortalecer la
gobernabilidad democrática”. ¿Por qué razón ocurrió ésto? Tal vez una primera
respuesta sea porque no estamos en condiciones de negociar temas que nos
exceden; quizás porque tampoco tenemos definida una posición respecto del
futuro de los procesos de integración que nos involucran (con Mercosur a la
cabeza). Por lo demás, desde que la globalización irrumpió para quedarse por
siempre, cada vez que hay una reunión de esta magnitud en cualquier parte del
planeta, se le opone una contracara. Allí está el ejemplo de las reuniones del
Grupo de los 8.
¿Manejó bien el presidente Néstor Kirchner, como
anfitrión, los debates en la cima? Vicente Fox sospechó que no; y en algo tenía
razón: más allá de sus afectos políticos, NK debió procurar algún tipo de
acuerdo final, incluso respecto de los tiempos del ALCA, que en definitiva se
impuso como centro del debate.
Nuestro país necesita reposicionarse ante la comunidad
internacional en varios aspectos, especialmente por su imagen de
imprevisibilidad. Los errores que se cometen en el juego de poder
internacional, tarde o temprano se pagan. Y eso puede ser grave para un país
cuyo ahorro interno no alcanza para expandir una actividad económica que aún no
‘derrama’. Cerramos esta nota nuevamente con Ódena (pág. 61): “No hay otra
política internacional auténtica que la que articula y concilia los intereses
nacionales”. Para lograrlo, es imprescindible que la política interna sea
necesariamente coherente y eso requiere una dirigencia preparada y un pueblo
bien informado.
Colofón: Lula fue el último en llegar a “La Feliz” y
el primero en retirarse para recibir a Bush en su terreno; ahí, un presidente
norteamericano por milésima vez ratificó el liderazgo subcontinental de Brasil.
¡Ah!, y del ALCA hablaremos en otra ocasión, que no ha de faltar: después de la
apertura económica de los ’90, propiciada por el tándem Menem-Cavallo, uno ve
una vaca y llora a los gritos.
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