24 de mayo de 2006

América Latina complicada

CLAVES nº 148 mayo 2006

Liderazgos

En los últimos meses ha crecido en múltiples ámbitos la preocupación por el desconcierto que exuda la realidad política latinoamericana. La democracia, nunca consolidada plenamente en la región como sistema institucional, ha resurgido de sus cenizas desde los años ‘80, agotada la ola militarista -tolerada si no inspirada- por una Casa Blanca decidida a finiquitar a su contraparte estratégica. La caída indetenible de la URSS y la consagración norteamericana como potencia unipolar modificó la escena mundial, aunque estableció un orden internacional más justo y solidario. La resistencia a esa unipolaridad es demasiado fuerte como para cristalizar una pax americana que dure mil años; lo comprueba el atolladero de Irak (Claves nº 124, dic./03). Así, un actor ominoso –el terrorismo irracional- vino a complicar el panorama, aparejando a nuestro continente un efecto colateral obvio: el desinterés por una América Latina que -convengamos- nunca fue prioritaria cuando los Estados Unidos emprendían grandes lances; ya nos ocupamos del asunto en esta revista (“Entre la venganza y las lecciones de la historia” nº 103, sept./01 y “La tragedia norteamericana un año después” nº 113 sept./ 02).

El nuevo marco fue aprovechado por Brasil para consolidar su liderazgo regional. Títulos no le faltan: un inmenso territorio y gran población, con una base industrial dinámica. Por cierto padece graves problemas expresados en las tensiones sociales derivadas del desequilibrio en la distribución de la riqueza y abarcan desde el Movimiento de los Sin Tierra hasta el crimen organizado o la corrupción, que tres veces golpeó fuerte al mismo Lula. Los últimos sucesos de San Pablo son aterrantes, pues las bandas delictivas disputan con el estado el monopolio del uso de la fuerza. Con todo, Brasil ha tenido claro su objetivo de ser una potencia proyectada al mundo. No en vano es convocado ahora a las reuniones cimeras del G 8, junto con la China, India y Méjico. ¿Cómo no aspirar así a un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU? América cuenta con un líder universal y, escalones más abajo, con otro regional.

Desintegración

Sin embargo el liderazgo brasileño no ha podido frenar los desentendimientos. En realidad, América Latina nunca logró integrarse seriamente, de modo que el panorama no varía desde hace medio siglo. Esta consideración no es exagerada y fácilmente se comprueba con los magros resultados de emprendimientos tipo ALALC-ALADI, SELA, Comunidad Andina, Caricom, Mercosur. No es motivo de esta nota analizar tales frustraciones, que por lo demás reconocen varias causas, aunque sí cabe considerar una, apoyada en datos de la realidad contundentes, válida para entender ese proceso inconcluso tan alejado del paradigma europeo.

La fragilidad institucional tampoco es única razón de los fracasos (nuestras democracias son “legales” pero nadie se animaría a asegurar que 100 % “legítimas”), sino la miopía de dirigencias que nunca asumieron que una suma de pobrezas no hace riqueza. Dicho de otro modo, nuestros países, por las razones que fuere en cada caso, no lograron completar el ciclo de integración nacional previa, que no es solo físico-espiritual sino también económica, y en los cuales una burguesía nacional sólida y comprometida con su país era condición para el salto cualitativo del subdesarrollo al desarrollo. Los casos de Brasil y Méjico, aún con sus imperfecciones y falencias, comprueban esta hipótesis comparándolos con el resto. No incluimos a Chile pues por sus dimensiones de escala puede llegar a influir mucho y bien en diversos campos, pero no a decidir.

La revancha de los años ‘90

Para ser justos, pobreza, desequilibrio y corrupción son un flagelo continental. Y es también un dato objetivo que las derivaciones políticas de las recetas económicas inspiradas en el Consenso de Washington (v. Claves nº 105, nov./01), impactaron en nuestros sistemas institucionales apenas recuperados. Las recetas del FMI sirvieron para que los mandatarios modelo siglo XXI, ataviados con ropaje progresista e identificados con una izquierda socialdemócrata antes que marxista, buscaran revancha. De hecho, la presión proveniente de los organismos multilaterales de crédito y de buena parte de las economías desarrolladas exportadoras de capitales (muchas de ellas gobernadas... por socialdemócratas), no releva de responsabilidad a las dirigencias nativas incapaces de proponer proyectos atenidos a cada interés nacional. Por eso hubo Menem, Fujimori o Banzer-Sánchez de Losada, variaciones tipo Frei-Lagos y Cardoso-Lula. Todos ellos, mutatis mutandi, aplicaron recetas similares, aunque Fox no se desprendió de Pemex ni Cardoso o Da Silva de Petrobrás; sí acá.

El triunfo de Lula y el acceso de Kirchner a la presidencia argentina, más la consolidación de la línea Lagos-Bachelet, un Chávez reafirmado tras el fracasado putsch de hace unos años y recientemente Evo Morales, hicieron suponer de un modo algo mecánico que al fin América Latina se había reencontrado con su destino de liberación. Sin embargo, las peleas de todos contra todos provienen de situaciones conflictivas con raíces profundas, que responden a rémoras estructurales aún no erradicadas y en las que en realidad la ideología tiene poco que ver.

A todo esto, a Da Silva le salió un challenger que no es otro que el propio Hugo Chávez, quien parado sobre sus petrodólares avanza impetuoso injiriendo en las próximas presidenciales mejicanas a favor de Andrés López Obrador, por Ollanta Humala en Perú, después de haberlo hecho por Evo (en una suerte de alianza de izquierda que opera como maniobra de pinzas hidrocarburífera contra Lula).

Causa pendientes y nuevos problemas

Si bien persisten en América los indicadores del subdesarrollo y a causa de ellos son más las cosas que nos unen que las que nos separan, existen viejas disputas insolubles que, de no encararse y resolverse a mediano plazo, la situación se verá tan complicada que lo único que pueda salvarnos sea ¡el ALCA! Aparte de miopes y torpes, nuestros gobernantes no podrán así detener el avance de acuerdos bilaterales: a Chile se sumó Uruguay, seguirá Paraguay y Perú; Ecuador está en lista de espera por el entredicho con la empresa norteamericana Oxy, ocurrido a mediados de este mes. Colombia hace rato que depende de Estados Unidos y Méjico ni qué decir (para ampliar, ver “México, a vuelo de pájaro”, nº 144, dic./05).

Aparte de los males comunes, subsisten antiguos problemas que afloran a la superficie cada vez que las necesidades políticas internas requieren menearlos; todos poseen potencialidad perturbadora. Por caso los problemas limítrofes entre Chile y Perú por la indefinición de su frente lateral marítimo. El diferendo entre Perú y Ecuador por el límite suroriental de la Cordillera del Cóndor, el cual, resuelto ya por el laudo de los países garantes -Argentina, Brasil, Chile y EE.UU- en octubre de 1998, mantiene activos los recelos producidos por cuatro acciones militares en medio siglo.

Bolivia perdió la Guerra del Pacífico y en consecuencia su litoral marítimo. Desde el interregno de Carlos Mesa viene reclamando una salida a través de acciones diplomáticas en organizaciones internacionales; de acuerdo a los tratados vigentes, no puede acordar directamente con Chile sin la participación de Perú (“Bolivia y el mar”, nº 146 marzo/06). Tampoco olvida Bolivia lo que considera el despojo del Acre por parte de Brasil; ¿exhumará Evo este asunto? Venezuela reclama a Guyana el territorio del río Esequibo; con Colombia debe delimitar los espacios marítimos en el Golfo de Venezuela sobre la península de Guajira.

A estos viejos temas se agregan los “modernos”, como la absurda disputa argentino-uruguaya por las plantas de Fray Bentos. La crisis argentino-chilena por la reducción del suministro de gas boliviano, cuestión que recrudecerá cuando nuestro país intente trasladar a Chile el aumento del gas boliviano, cuyo precio incrementará en un 65 %. Chávez y Toledo se enemistaron al punto del retiro de embajadores a raíz del apoyo del venezolano a la candidatura de Humala (“Las elecciones en Perú”, nº 147, abr./06); de rebote la ligó Alan García, contrincante para la segunda vuelta. Kirchner y Da Silva tienen un compromiso no escrito con Washington para sosegar a un Chávez cada vez más inmanejable. Un Brasil desbordado ve amenazada su posición por la dependencia del gas boliviano (30 % de su consumo interno) y del petróleo venezolano. Paraguay y Uruguay prácticamente se están yendo el Mercosur.

En semejante marco, hay una situación que incide fuerte en los avatares políticos de Latinoamérica: el factor Colombia (“Colombia: el reencuentro de la historia”, nº 85 nov./99 y “La vecindad de Colombia”, nº 86 dic./99). Desde una perspectiva general, gran parte de la tensión tiene allí su origen. No sólo por la incidencia interna de más de cuarenta años de guerra civil, sino por el efecto dominó que empujan guerrilla y narcotráfico. Cuando en diciembre de 2004 Rodrigo Granda, referente de las FARC, fue detenido en Venezuela por agentes colombianos. La tensión entre los dos países llegó a tal extremo que Chávez no vaciló en amenazar con el uso de la fuerza; el gobierno de Álvaro Uribe a su vez acusa a Caracas de proteger a los guerrilleros que se refugian en territorios vecinos. El mismo conflicto está sucediendo con las incursiones de las FARC en selvas brasileñas y ecuatorianas. De esto no se habla mucho, pero se trata de un elemento perturbador hasta ahora insoluble para los países involucrados.

Colombia no es solo guerrilla marxista, también están los paramilitares y narcotraficantes, en un ménage à trois  difícil de controlar. Estados Unidos, el gran ausente omnipresente, monitorea América Latina desde la atalaya colombiana. Para su seguridad nacional, el apoyo al Plan Colombia -iniciado en 2000 para erradicar el tráfico de droga- se ha extendido al Plan Patriota, cuyo objetivo acabar con una redefinida subversión “terrorista”. El apoyo militar y económico que otorga el gobierno norteamericano ocasiona recelos en Venezuela, recientemente castigada por la Casa Blanca que le negó un crédito para la compra de armas. Chávez está molesto no tanto por cuestiones ideológicas sino porque las inquietas son los altos mandos venezolanos, verdadero sustento político del ex coronel. 

A causa de este desbarajuste ha surgido un serio problema social: la emigración de campesinos colombianos, soltados de la mano de Dios, a las fronteras ecuatoriana y brasileña, tema en conocimiento y preocupación del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados. La lista podría aumentarse con otros datos tan lacerantes como los expuestos. Pero, ¿para qué más? ¡Ay, Patria mía!

No hay comentarios: