24 de julio de 2006

Las rebeldías de Corea del Norte

CLAVES Nº 150  Julio de 2006

En nuestros análisis de la situación mundial con el Director de CLAVES, pensamos que el tema de este mes debía ser la incertidumbre electoral en México. Pero los erráticos misiles lanzados desde Corea del Norte al Mar de Japón nos decidió por este asunto. Sin embargo, concluida la nota en el tiempo previsto, el mundo se azora con otro cruce violento entre israelíes y palestinos. Lacerante cantera inagotable, varias veces nos ocupamos de ella en esta columna. Quedará entonces para una próxima entrega.
 
Un poco de geografía e historia.

No es la primera vez que el gobierno de Pyongyang adopta actitudes de rebeldía adolescente y juega con fuego. Ya en otras ocasiones incomodó con su modesto arsenal a vecinos regionales y extra regionales. ¿Es un real peligro para el mundo, un eslabón de la cadena del mal tipificada por la superpotencia militar?

La Península de Corea está ubicada en una estratégica posición: una cuña de 220.000 km2 de superficie que se adentra en el Pacífico, separando al Mar de Japón hacia el este del Mar Amarillo al oeste; tiene casi 900 kilómetros de largo por una extensión promedio de 360 de ancho. Ese territorio (similar al de Chubut) limita mayoritariamente con la Manchuria y una pequeña franja de la Federación Rusa, cercana a Vladivostok. El Estrecho de Corea enfrenta el sur de la península con archipiélago japonés, distante a unos 300 kilómetros. El relieve general de la península es escarpado y montañoso y la población coreana en un 98 %.

Desde 1948, el paralelo 38º dividió la península en dos partes: Corea del Norte, 120.538 km2 y unos 25 millones de habitantes, con capital en Pyongyang; Corea del Sur, 99.484 km2 y el doble de población, capital en Seúl. Hablan el mismo idioma (coreano) y ambas son repúblicas sui generis, una socialista y otra presidencialista. Son países con importantes recursos naturales (hierro, carbón, tungsteno), pero sin hidrocarburos. Practican la agricultura en las tierras planas (arroz y sorgo, en especial); la pesca es una actividad de exportación muy importante, sobre todo para el Norte.

Víctima de su ubicación y circunstancias.

Precisamente por su ubicación, la Península padeció las ventajas y desventajas de tener vecinos como China, Japón y Rusia. Su unidad es una antigua aspiración, decisión política afianzada durante el reino de Koryo, desde fines del siglo IX a finales del siglo XIV. Entre 1392 y 1920 fue absorbida por China (dinastía de los Yi) y objeto de constante disputa entre ésta y Japón. En varios tramos de ese lapso vivió como “un reino ermitaño”, situación que perdura -motu proprio- para Corea del Norte.

El imperio nipón guerreó -y triunfó- dos veces a causa de Corea: contra China en 1894/95 y luego contra Rusia en 1904/05. Hacia 1910, Japón la anexó y usó de base para la posterior aventura en Manchuria (septiembre 1931), instalando el imperio títere del Manchukuo. Concluida la segunda guerra mundial, Corea quedó a merced de las superpotencias emergentes, las cuales habían convenido que, luego del embate definitivo contra las tropas japonesas, éstas se rindieran a la URSS si estaban apostadas al norte del famoso paralelo y a los EE.UU las ubicadas al sur. Esta decisión inoculó el inevitable germen patógeno de la “lógica” de la Guerra Fría.

En realidad, su destino de posguerra empezó a tejerse en la Conferencia de El Cairo (diciembre 1943), ocasión en que Churchill, Roosevelt y Chiang Kaishek convinieron una Corea libre e independiente “a su debido tiempo”. Concluidas las acciones militares, Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética celebraron otra reunión en Moscú (diciembre 1945) en la cual reafirmaron la independencia total de Corea y el establecimiento de un gobierno provisional democrático único, previa consulta a todos los sectores sociales. Se creaba un fideicomiso por cinco años, siempre bajo mando soviético al norte y norteamericano al sur, cuyas tropas debían retirarse completamente de la península en 1948. Una comisión bilateral sería la encargada de elevar informes periódicos a esos tres gobiernos y al de China. En 1947, Naciones Unidas apoyó la propuesta y en agosto de 1948 la parte sur -denominada República de Corea- eligió el primer gobierno libre después de cuatro décadas de dominación japonesa. En ese mismo año, la parte norte también eligió gobierno declarándose socialista como República Popular Democrática de Corea. La tensión fue creciendo con acusaciones y desafíos recíprocos, hasta que el 25 de junio de 1950 tropas norcoreanas traspasan el paralelo 38 e invaden el sur, ocupando Seúl, ciudad ubicada a escasos 80 km del límite.

Los sucesos posteriores son conocidos. El mundo estuvo al borde de una tercera guerra mundial, con amenazas de uso de armas nucleares. Tres años y dos millones y medio de bajas militares después se celebró el armisticio del 27 de julio de 1953, en el cual resultó relevante la presencia china, que, con los 180 mil soldados que había aportado, suplantó en adelante y hasta hoy la influencia soviética.

Hasta la propia ONU tambaleó apenas a cinco años de creada, debido a la ineficacia del Consejo de Seguridad para encauzar el conflicto. Hubo que inventar un mecanismo -el de la Resolución 377 de la Asamblea General, conocida como “Unión pro Paz”- para salvar la situación. (De esa resolución surgió la evolución posterior, en sus distintas formas, de las operaciones para el mantenimiento de la paz, bajo mando de la organización). Recién en agosto de 1990, el Consejo de Seguridad recomendó la admisión de las Coreas en la ONU, miembros plenos a partir de septiembre de 1991. Para la misma época, los gobiernos de Pyongyang y Seúl firmaron un histórico acuerdo de reconciliación, no agresión, cooperación e intercambio, apuntando a la reunificación.

La cuestión de la seguridad estratégica.

Luego del armisticio del ‘53, China y la URSS asistieron militarmente al régimen; en ese contexto, no extrañe, pues, que Corea del Norte necesite resguardar su viabilidad histórica con armas atómicas y misiles porta ojivas. Tampoco requiere misiles intercontinentales para complicar a la región.

Corea del Norte adhirió al Tratado de No proliferación Nuclear en 1985 y previamente había concentrado su mejor actividad de investigación en la planta nuclear de Yongbyion. Por su condición de país adherente, está obligado a las inspecciones periódicas de la Organización Internacional de Energía Atómica. Sin embargo, luego de que Estados Unidos denunciara en 1992 a Pyongyang de haber obtenido plutonio, materia prima indispensable para construir artefactos nucleares, el gobierno empezó a retacear colaboración y, posteriormente, negarse a las inspecciones de la OIEA amenazando con retirarse del TNPN en 1994. En julio de ese mismo año  murió el “Presidente Eterno” Kim Il Sung, héroe de la guerra contra Japón; la incertidumbre que produjo su desaparición dejó las cosas como estaban. Asumido al poder su hijo y continuador, Kim Jong Il tuvo un gesto de descompresión al celebrar un convenio marco con Estados Unidos (Ginebra, 1994) a fin de cerrar algunas fábricas de elementos combustibles, recibiendo a cambio suministros de Corea del Sur. En la actualidad Pyongyang reprocha a la Casa Blanca el incumplimiento de partes esenciales del acuerdo (abastecimiento de combustible para sus usinas, construcción de dos plantas de agua liviana, reconocimiento diplomático del país), razón por la cual Kim Jong Il decidió continuar con sus experimentos nucleares.

Estas relaciones han sido de constantes marchas y contramarchas, situación que le ha valido la calificación de país imprevisible. El régimen norcoreano anunció en varias oportunidades que posee misiles con ojivas nucleares capaces superar los 10.000 km de distancia. Ya en 1998 tensó los nervios al lanzar un cohete “experimental”, que pasó por el espacio aéreo japonés para perderse en el océano. Los expertos coreanos saben que hay que experimentar y gastar mucho dinero en las tres etapas del desarrollo misilítico (cohetería impulsora, control direccional del misil, carga explosiva) para lograr precisión y estabilidad en el desarrollo de esos vectores. La economía de Corea del Norte no parece preparada para resistir una carrera armamentista unilateral. El actual misil Taepodong II es versión mejorada del sistema Frog soviético y sus variantes Scud.

El aumento de la escalada militar misilística agrava las tensiones existentes entre Corea del Norte y Japón e incomoda a China. De todos modos no se sabe a ciencia cierta cuánto plutonio, cuántas ojivas y cuántos misiles con qué grado de efectividad posee el régimen de Kim Jong Il. Semejante posibilidad obligó a instalar barreras antimisiles en las dos fronteras, haciendo así más difícil cualquier negociación por la paz.

Un cierto futuro incierto.

Hacia el año 2000 el PBI norteño era de u$ 21.800 millones contra u$ 624.000 millones del Sur; mientras en 2002 el PNB per cápita de Corea del Sur llegaba a u$ 14.000 dólares, Corea del Norte es uno de los países que más ayuda recibió del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, sobre todo después de la mortífera hambruna de 1995 y 1998. He aquí la matriz del problema. Entonces, ¿cómo apostar a la unidad perenne sin definir condiciones económicas -y de seguridad militar- considerando las enormes diferencias actuales?

Corea del Sur exhibe un importante desarrollo industrial con gigantes como Samsung, Hyundai o Daewoo; en los años ’80 -junto con Hong Kong, Taiwán y Singapur- ya eran los admirados Tigres Asiáticos. Sin embargo, la historia política contemporánea de esta Corea es igualmente compleja y convulsiva, con presidentes dictatoriales, gobiernos militares despóticos, represiones y fraudes electorales. La llegada al poder de Kim Dae Jung, Premio Nobel de la Paz en 2000, trajo una bocanada de aire fresco que implicó el mayor acercamiento entre las partes separadas trasuntado en acciones concretas a partir de la cumbre bilateral celebrada en Pyongyang en junio de 2001. Pero el presidente surcoreano sabe que Corea no es Alemania y por tanto la unidad no puede ser sino progresiva. La estampida inmigrante, por caso, viene despertando resquemores en el sur pese a los lazos de sangre existentes, y quejas en China y Rusia hacia donde norcoreanos se están desplazando en forma constante.

Así, pues, ¿por dónde empezar? Se trata de un círculo vicioso, un rompecabezas complejo ante al cual los jugadores (las dos Coreas, China, Japón, Rusia y Estados Unidos) saben que la reunificación es un destino nacional y única posibilidad para la paz y estabilidad permanentes de la región. Pero a la vez esos mismos protagonistas, por distintos motivos, no están preparados para aceptarla. Por ende, no pondrán demasiado empeño de su parte tras ese objetivo en el corto o mediano plazos.

El contexto regional constituye otro interrogante: ¿la unidad coreana se construirá antes, durante o después de resolverse la vuelta de Taiwán a China? Por su lado, las economías japonesa y surcoreana están muy imbricadas: hace poco la Bolsa de Tokio comunicó la intención de llegar a una alianza o fusión con la Bolsa de Seúl. Este dato revela por sí solo que la unidad no puede serle indiferente a Japón. Desde el punto de vista militar y de la seguridad estratégica, Estados Unidos y Rusia tampoco se sustraerán de un proceso que desbalancee el precario equilibrio vigente desde la guerra del ’50: el primero, porque necesita mantener presencia militar en la región para no dejar el campo libre a China; la segunda porque necesita recuperar el protagonismo  perdido hace años.

George Kennan, aquel Mister X que ideó la “doctrina de la contención” en 1947 (“Enfrentar a Rusia donde ésta muestre indicios de querer perjudicar los intereses del mundo pacífico y estable”), señaló en una conferencia -enero 1984- que su concepto había apuntado más a la expansión política del comunismo que a la militar. Sin embargo, tanto en la Casa Blanca como en las Secretarías de Estado y Defensa prevaleció el criterio de que la URSS inexorablemente iba a plantear una guerra nuclear y por tanto Japón no podía quedar desguarnecido. En 1950 esta suposición había arraigado en los altos mandos, en consecuencia los rusos alentaron la invasión a Corea del Sur para contrarrestar la presencia norteamericana en Japón. O sea, ambas superpotencias basaron sus cálculos en un miedo recíproco antes que en la negociación.

Resabio de la bipolaridad estratégica, las crisis que provoca la Corea “mala” requiere otras miradas. Los problemas recurrentes que genera no se resolverán con eficacia perdurable utilizando la lógica de la Guerra Fría en la era de la Globalización. Como los adolescentes, Corea del Norte está llamando la atención por que no puede consigo misma. El reino ermitaño del imprevisible Kim Jong Il en realidad parece, con sus bravuconadas, preparar terreno para que sus interlocutores obligados le aseguren unos cuantos años más de permanencia redituable en la extraña y férrea dinastía estalinista del pensamiento juche que inventó su padre (basada en la confianza en si mismo). No obstante, no es para dormir tranquilos por aquello del libre albedrío...

Bibliografía consultada
Alfredo Ortiz Barili (director), Las luchas de posguerra, T. 1, cap. 4, p. 289, Buenos Aires, 1969, Codex.
George Kennan, Al final de un siglo, p. 103, México, Fondo de Cultura Económica, 1996. 
Paul Nitze, De Hiroshima a la glasnost, cap. 6, Buenos Aires, 1991, GEL. 
Xulio Ríos, “¿Uno más uno, igual a uno? Hacia la reunificación coreana”, Rev. Política Exterior, pág. 32, nº 81, mayo-junio 2001, Madrid.
Francisco Seminario, “El insondable hombre de Pyongyang”, La Nación, Sec. Enfoques, 16/07/06.
VER EN LA NACIÓN DEL 14 02 07 INFORMACIÓN DEL ACUERDO NUCLEAR QUINTUPARTITO.

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