24 de agosto de 2006

Líbano: insensato y brutal

CLAVES Nº 151 Agosto de 2006


¿Qué se puede decir ahora que no se haya dicho -y en todos los lenguajes- sobre el conflicto de Medio Oriente? Por nuestra parte, en esta modesta columna vallista nos hemos ocupado de la tragedia en varios artículos[1]. Su relectura abruma al constatar la incapacidad de los gobiernos principalmente involucrados, que se sucedieron sin jugarse a fondo por una salida equitativa y perdurable.


La incidencia de los asuntos internos

El título de esta nota vale, rotundamente, para los dos bandos y no pretende quedar bien con tirios y troyanos: insensato y brutal, como todo lo que proviene de la obcecación de los que se sienten dueños absolutos de la verdad y arrastran al resto a los precipicios. Y la Verdad no se apropia, se busca con constancia. Así están las cosas en Medio Oriente, a partir del asesinato y secuestro de soldados israelíes por milicianos de la Resistencia Islámica (RI), brazo armado de Hezbolá, a principios de julio. En una región inflamable, cualquier pretexto desata furias y eso no es nuevo.

Todo empezó el 25 de junio, cuando un grupo extremista del partido Hamás (hoy cogobernando Palestina) secuestró al soldado Shalit y mató a otros dos. Ambos  justificaron sus acciones en el argumento de siempre: están en guerra contra un estado que tiene desplegadas tropas en sus respectivos territorios. La reacción israelí no se hizo esperar y, alegando la tenebrosa legítima defensa preventiva, respondió con una contraofensiva desproporcionada en el sur del Líbano. El argumento de siempre.

Quienes sigan los sucesos de esta hipersensibilizada región recordarán la simetría con la ofensiva israelí de 1982, cuando el objetivo fue sacar de allí a Yasser Arafat y los suyos. En ese año justamente surgió el chiíta Partido de Dios[2] -Hezbolá-, el que luego de las elecciones de junio de 2005 cuenta con catorce representantes en el Parlamento unicameral libanés y dos ministros en el gabinete. Cámbiese, pues, OLP por Hezbolá y lo demás es casi calcado: mismas justificaciones, mismas acciones, mismas reacciones, mismo atolladero, mismo sufrimiento, ningún resultado.

En esta ocasión los sucesos han estado, a nuestro criterio, bastante condicionados por cuestiones internas. La reacción de la RI en realidad constituía un boicot a un proyecto del primer ministro Ismael Haniye (perteneciente a Hamás) con Al Fatah, el partido del presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, tendiente a buscar un acuerdo entre sí que, de concretarse, podría implicar un reconocimiento del Estado de Israel (Jean Daniel, “¿Qué quiere verdaderamente Hezbolá?”, El País, Opinión, Madrid, 21/07/06. Para Marwán Bishara -“Israel al ataque”, revista Debate nº 175, Buenos Aires, 20/07/06- ese acuerdo tampoco le interesa a Israel pues le obligaría a negociar un status para Palestina). Hezbolá, por su parte, buscaba entorpecer una maniobra política del gobierno, cuyo objetivo era desmilitarizar a sus milicianos.

En la contraparte, Ehud Olmert, que en enero pasado remplazó nada menos que a Ariel Sharon, aprovechó rápido la oportunidad para mejorar su baja aceptación popular -del 35 % según medición de la Universidad de Tel Aviv- y dar imagen de duro con los duros (Guillermo Lipis, “Héroes de la sociedad civil”, La Nación, Sec. Enfoques, Buenos Aires, 09/07/06): ordenó un ataque masivo contra las bases y arsenales subterráneos de Hezbolá y ocupar una franja territorial de casi 30 km hasta el río Litani. En esa ofensiva brutal, la población civil fue la víctima propiciatoria.

No sería exagerado considerar que, entre los problemas internos de Israel, hay que considerar los conlifctos de intereses... dentro del gobierno norteamericano. James Petras ha denunciado en un artículo muy difundido (“El caso Libby y la guerra interna en Estados Unidos”, Rebelión, dic. 2005), la presión de los Zioncons -el lobby judío-conservador que rodea al presidente Bush, vinculado a los sectores duros del Likud-, al cual le asigna buena parte de responsabilidad en los dramas de Medio Oriente, en especial la invasión a Irak y la promoción de invadir Irán y Siria.

Siempre sostuvimos que la política externa refleja las políticas internas, sus necesidades, intereses y recursos. Pero se necesita mucha lucidez y sensatez para saber diferenciar los niveles y calidad de los problemas, de modo que los focos de incendio internos no terminen en una escalada indetenible, potenciada por los vientos de la obnubilación y la insensatez.

La Resolución 1701

Mientras avanzaba la escritura de esta nota, retrocedían las expectativas de negociación: el fracaso de las conversaciones celebradas en Roma, una aproximación entre los EE.UU y Francia para proponer una resolución consensuada, la contraoferta libanesa. Finalmente, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1701 -11/08/06- que impuso un volátil cese del fuego a partir de las 5 de la mañana del 15 de agosto.

El extenso documento (de 18 puntos) resolvió una cuestión prioritaria para la coyuntura: el cese de hostilidades por los dos bandos, a lo cual se irá sumando con los días la liberación de los soldados secuestrados, el intercambio de prisioneros, el retorno de los desplazados, una eficaz implementación de la ayuda humanitaria y la cuestión de la Granja de Sheba. El nº 2 de la Res. 1701 exhorta al gobierno libanés a desplegar 15.000 efectivos militares propios “en toda la región meridional” del país a medida que las tropas israelíes se retiren detrás de la Línea Azul[3], acompañado por la FPNUL (Fuerza Provisional de Naciones Unidas en el Líbano, creada por Res. 425 del CS en marzo de 1978 con tropas de Fiji, Finlandia, Francia, Ghana, India, Irlanda, Italia, Nepal, Polonia y Ucrania), autorizada a su vez a mejorar y aumentar los suyos hasta un máximo de 15.000 hombres (nº 11).

Después vendrá la dura y costosa tarea de reconstruir Líbano, en especial su infraestructura de transportes. El país ya tuvo asistencia -a principios de los ’90- del Fondo Rotatorio Central para Emergencias de la ONU; el nº 6 de la resolución pide a la comunidad internacional a prestar al Líbano suficiente ayuda financiera y humanitaria.

Dos aspectos constituyen la hipótesis de máxima: por un lado, el retiro total de las tropas israelíes del Líbano y de Gaza y demás territorios palestinos, y por el otro el desarme también total de las milicias de Hezbolá. Estas son condiciones imprescindibles para un acuerdo sólido para el largo plazo.

Pero, ¿cómo lograr una solución perdurable si los interlocutores se niegan entre sí y declaman su mutua destrucción? ¿Cómo resolver un problema de este calibre con tantos intereses de distintos países entrecruzados? ¿Qué dirigencia política está en condiciones de negociar la paz definitiva a largo plazo, mirando más allá de las elecciones siguientes y de los negocios? Un aspecto adicional importante será definir al interlocutor: ¿Hassan Nasrallah, jefe de Hezbolá, o el premier Fuad Siniora? ¿conformará a la ANP el papel de mera espectadora?

¿Y ahora, cómo sigue?

Líbano estaba en un proceso de reconstrucción socio-político-económico cuando sobrevino esta hecatombe, justamente cuando la dirigencia  procuraba la convivencia entre diecinueve confesiones, expresadas a su vez en facciones políticas varias de las cuales con grupos armados; buena parte de ellas participó activamente en la guerra civil de 1975 (de allí el uso del vocablo “libanización” para referir una instancia de disolución nacional).

La tensión con su vecino del sur aumentó cuando, terminado el conflicto interno, fueron instalándose en campamentos unos 300 mil refugiados palestinos. Las matanzas ocurridas en Sabra y Chatila están grabadas en la memoria colectiva.

Después de Palestina, Líbano es el lugar donde más fuertemente repercute la tensión con Israel: ocupada alternativamente por tropas sirias o israelíes, tiembla y se fractura cada vez que éstas se retiran o regresan. Así no puede nunca terminar de consolidar su viabilidad histórica. La actual fragilidad política intestina requiere entonces de alguna cobertura multilateral -que por cierto ya existe en programas de la ONU- para garantizar su integridad territorial, soberanía e independencia política exigida en el n° 5 de la Res. 1701 y en numerosas resoluciones anteriores y vigentes del Consejo de Seguridad[4].

La base del conflicto entre Israel y Palestina es territorial; en cambio con  Líbano el problema es de seguridad, ya que los dos países tienen límites internacionales reconocidos en el Acuerdo General de Armisticio de marzo de 1949. Este dato de la realidad induce a pensar que la fórmula –tantas veces intentada- Paz por Tierra resulta insuficiente porque se asienta en una incoherencia: Israel cambia paz por tierras que no le pertenecen.

David Day sostiene en su libro Conquista: una historia del mundo moderno (Ed. Crítica, Barcelona, 2006), que a esta altura de los tiempos ningún pueblo o nación puede asegurar la pureza de sus títulos de dominio territorial. En efecto, la historia humana es la de las “sociedades suplantadoras”. De modo tal, que -en este caso- cabe establecer mínimamente una fecha de “corte” a los reclamos. Pese a su debatido origen, la creación del Estado de Israel, reconocido por la mayoría de los países del mundo, le concede desde 1948 también el derecho a la integridad territorial, soberanía e independencia política dentro de los límites de su creación (que nunca negó los derechos palestinos, dicho sea de paso). Israel nunca tendrá seguridad definitiva sin la creación de un Estado Palestino, cuyo presupuesto es harto difícil: el reconocimiento incondicional de Israel por todos los países árabes, para lo cual Israel a su vez debe cumplir al pie de la letra la Res. CS 242 de 1967[5]. Mientras facciones como Hamás y Hezbolá busquen la desaparición del rival recurriendo incluso a la vía de la inmolación fanática y en Israel subyazga el “espíritu de Masada” en cada represalia, no habrá caso. Violan de modo contumaz al Derecho Humanitario.

¿De qué vale debatir si Hezbolá es o no una organización terrorista? Para Israel-EE.UU lo será y bajo esa óptica prepararán sus políticas; para los árabes es un grupo de liberación nacional, que realiza en el sur libanés  tareas que el estado formal no puede. “Esta vez –dicen C. Dickey y R. Nordland en “La guerra va mucho más allá”, Newsweek Argentina, 02/08/06- hay otra realidad aún más grande: ahora la lucha no es sólo por algunas laderas poco lucrativas en el sur de Líbano, sino por la opinión pública en un mundo mucho más dividido e interconectado”, para así justificar la dureza israelí y la necesidad del “cambio más amplio en la región”, que propicia la Casa Blanca. Mientras persista esta línea de acción, nunca tendrán una solución equitativa y perdurable, en la cual los términos de entendimiento, una última etapa quizás, sea Paz por Paz.

Por ahora resta una mínima esperanza en la reacción de la sociedad civil de ambas comunidades, las que contra viento y marea, hastiadas de la incompetencia de sus dirigentes, se organiza y lucha contra los prejuicios y la intolerancia como lo hacen en la aldea árabe de Meitzer y el Kibutz de Metzer (La Nación, Sec. Enfoques, 30-7-06).


[1] Entre otros: nº 23 – oct./93 El difícil camino de la paz; nº 108 – abr./02 ¿Alguna vez habrá solución?; nº 113 – sept./02 La tragedia norteamericana, un año después; nº 117 – mar./03 A la hora señalada; nº 119 – may./03 ¿Y ahora qué?; nº 124 - dic./ 03 Irak, el atolladero; nº 133 – nov./04 La muerte de Yasser Arafat.
[2] G.E. Barbarán, “Líbano: crisis recurrente, Semanario Propuesta, Salta, 09/09/83; Loretta Napoleoni, “Una historia de dos guerras”, El País, Opinión, Madrid, 27/07/06. El apoyo de Irán, país de mayoría chiíta, fue determinante.
[3] Marca la frontera entre Israel y el sur de Líbano. Tiene 69 kms de largo y va desde el Mediterráneo hasta las faldas del Monte Hermon. Se basa en la Res. 425 del Consejo de Seguridad, aprobada en 1978. Las tropas de FPNUL vigilan desde entonces la zona al norte de la Línea.
[4] Nos. 425/78, 426/78, 520/82, 1559/04, 1655/06, 1680/06 y 1697/06.
[5] Esta resolución ordenó a Israel a respetar las fronteras como estaban antes de la Guerra de los Seis Días.

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