CLAVES Nº 151 Agosto de 2006
¿Qué se puede decir ahora
que no se haya dicho -y en todos los lenguajes- sobre el conflicto de Medio
Oriente? Por nuestra parte, en esta modesta columna vallista nos hemos ocupado
de la tragedia en varios artículos[1].
Su relectura abruma al constatar la incapacidad de los gobiernos principalmente
involucrados, que se sucedieron sin jugarse a fondo por una salida equitativa y
perdurable.
El título de esta nota
vale, rotundamente, para los dos bandos y no pretende quedar bien con tirios y
troyanos: insensato y brutal, como todo lo que proviene de la obcecación de los
que se sienten dueños absolutos de la verdad y arrastran al resto a los precipicios.
Y la Verdad no se apropia, se busca con constancia. Así están las cosas en
Medio Oriente, a partir del asesinato y secuestro de soldados israelíes por
milicianos de la Resistencia Islámica (RI), brazo armado de Hezbolá, a
principios de julio. En una región inflamable, cualquier pretexto desata furias
y eso no es nuevo.
Todo empezó el 25 de junio, cuando un
grupo extremista del partido Hamás (hoy cogobernando Palestina) secuestró al
soldado Shalit y mató a otros dos. Ambos
justificaron sus acciones en el argumento de siempre: están en guerra
contra un estado que tiene desplegadas tropas en sus respectivos territorios.
La reacción israelí no se hizo esperar y, alegando la tenebrosa legítima
defensa preventiva, respondió con una contraofensiva desproporcionada en el sur
del Líbano. El argumento de siempre.
Quienes sigan los sucesos de esta
hipersensibilizada región recordarán la simetría con la ofensiva israelí de
1982, cuando el objetivo fue sacar de allí a Yasser Arafat y los suyos. En ese
año justamente surgió el chiíta Partido de Dios[2] -Hezbolá-, el que luego de
las elecciones de junio de 2005 cuenta con catorce representantes en el
Parlamento unicameral libanés y dos ministros en el gabinete. Cámbiese, pues,
OLP por Hezbolá y lo demás es casi calcado: mismas justificaciones, mismas
acciones, mismas reacciones, mismo atolladero, mismo sufrimiento, ningún
resultado.
En esta ocasión los sucesos han estado, a
nuestro criterio, bastante condicionados por cuestiones internas. La reacción
de la RI en realidad constituía un boicot a un proyecto del primer ministro
Ismael Haniye (perteneciente a Hamás) con Al Fatah, el partido del presidente
de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, tendiente a buscar un
acuerdo entre sí que, de concretarse, podría implicar un reconocimiento del
Estado de Israel (Jean Daniel, “¿Qué
quiere verdaderamente Hezbolá?”, El País,
Opinión, Madrid, 21/07/06. Para Marwán Bishara -“Israel al ataque”, revista Debate
nº 175, Buenos Aires, 20/07/06- ese acuerdo tampoco le interesa a Israel
pues le obligaría a negociar un status para Palestina). Hezbolá, por su parte,
buscaba entorpecer una maniobra política del gobierno, cuyo objetivo era
desmilitarizar a sus milicianos.
En la contraparte, Ehud Olmert, que en
enero pasado remplazó nada menos que a Ariel Sharon, aprovechó rápido la
oportunidad para mejorar su baja aceptación popular -del 35 % según medición de
la Universidad de Tel Aviv- y dar imagen de duro con los duros (Guillermo Lipis, “Héroes de la sociedad
civil”, La Nación, Sec. Enfoques, Buenos Aires, 09/07/06): ordenó un ataque
masivo contra las bases y arsenales subterráneos de Hezbolá y ocupar una franja
territorial de casi 30 km hasta el río Litani. En esa ofensiva brutal, la
población civil fue la víctima propiciatoria.
No sería exagerado considerar que, entre
los problemas internos de Israel, hay que considerar los conlifctos de
intereses... dentro del gobierno norteamericano. James Petras ha denunciado en
un artículo muy difundido (“El caso
Libby y la guerra interna en Estados Unidos”, Rebelión, dic. 2005), la presión de los Zioncons -el
lobby judío-conservador que rodea al presidente Bush, vinculado a los sectores
duros del Likud-, al cual le asigna buena parte de responsabilidad en los
dramas de Medio Oriente, en especial la invasión a Irak y la promoción de
invadir Irán y Siria.
Siempre sostuvimos que la política externa
refleja las políticas internas, sus necesidades, intereses y recursos. Pero se
necesita mucha lucidez y sensatez para saber diferenciar los niveles y calidad
de los problemas, de modo que los focos de incendio internos no terminen en una
escalada indetenible, potenciada por los vientos de la obnubilación y la
insensatez.
La Resolución 1701
Mientras avanzaba la escritura de esta
nota, retrocedían las expectativas de negociación: el fracaso de las
conversaciones celebradas en Roma, una aproximación entre los EE.UU y Francia
para proponer una resolución consensuada, la contraoferta libanesa. Finalmente,
el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1701 -11/08/06- que
impuso un volátil cese del fuego a partir de las 5 de la mañana del 15 de
agosto.
El extenso documento (de 18 puntos)
resolvió una cuestión prioritaria para la coyuntura: el cese de hostilidades
por los dos bandos, a lo cual se irá sumando con los días la liberación de los
soldados secuestrados, el intercambio de prisioneros, el retorno de los
desplazados, una eficaz implementación de la ayuda humanitaria y la cuestión de
la Granja de Sheba. El nº 2 de la Res. 1701 exhorta al gobierno libanés a
desplegar 15.000 efectivos militares propios “en toda la región meridional” del
país a medida que las tropas israelíes se retiren detrás de la Línea Azul[3], acompañado por la FPNUL
(Fuerza Provisional de Naciones Unidas en el Líbano, creada por Res. 425 del CS
en marzo de 1978 con tropas de Fiji, Finlandia, Francia, Ghana, India, Irlanda,
Italia, Nepal, Polonia y Ucrania), autorizada a su vez a mejorar y aumentar los
suyos hasta un máximo de 15.000 hombres (nº 11).
Después vendrá la dura y costosa tarea de
reconstruir Líbano, en especial su infraestructura de transportes. El país ya
tuvo asistencia -a principios de los ’90- del Fondo Rotatorio Central para
Emergencias de la ONU; el nº 6 de la resolución pide a la comunidad internacional
a prestar al Líbano suficiente ayuda financiera y humanitaria.
Dos aspectos
constituyen la hipótesis de máxima:
por un lado, el retiro total de las tropas israelíes del Líbano y de Gaza y
demás territorios palestinos, y por el otro el desarme también total de las
milicias de Hezbolá. Estas son condiciones imprescindibles para un acuerdo
sólido para el largo plazo.
Pero, ¿cómo lograr una solución perdurable
si los interlocutores se niegan entre sí y declaman su mutua destrucción? ¿Cómo
resolver un problema de este calibre con tantos intereses de distintos países
entrecruzados? ¿Qué dirigencia política está en condiciones de negociar la paz
definitiva a largo plazo, mirando más allá de las elecciones siguientes y de
los negocios? Un aspecto adicional importante será definir al interlocutor:
¿Hassan Nasrallah, jefe de Hezbolá, o el premier Fuad Siniora? ¿conformará a la
ANP el papel de mera espectadora?
¿Y ahora, cómo sigue?
Líbano estaba en un proceso de reconstrucción
socio-político-económico cuando sobrevino esta hecatombe, justamente cuando la
dirigencia procuraba la convivencia
entre diecinueve confesiones, expresadas a su vez en facciones políticas varias
de las cuales con grupos armados; buena parte de ellas participó activamente en
la guerra civil de 1975 (de allí el uso del vocablo “libanización” para referir
una instancia de disolución nacional).
La tensión con su vecino del sur aumentó cuando,
terminado el conflicto interno, fueron instalándose en campamentos unos 300 mil
refugiados palestinos. Las matanzas ocurridas en Sabra y Chatila están grabadas
en la memoria colectiva.
Después de Palestina, Líbano es el lugar donde más
fuertemente repercute la tensión con Israel: ocupada alternativamente por
tropas sirias o israelíes, tiembla y se fractura cada vez que éstas se retiran
o regresan. Así no puede nunca terminar de consolidar su viabilidad histórica.
La actual fragilidad política intestina requiere entonces de alguna cobertura
multilateral -que por cierto ya existe en programas de la ONU- para garantizar
su integridad territorial, soberanía e independencia política exigida en el n°
5 de la Res. 1701 y en numerosas resoluciones anteriores y vigentes del Consejo
de Seguridad[4].
La base del
conflicto entre Israel y Palestina es territorial; en cambio con Líbano el problema es de seguridad, ya que
los dos países tienen límites internacionales reconocidos en el Acuerdo General
de Armisticio de marzo de 1949. Este dato de la realidad induce a pensar que la
fórmula –tantas veces intentada- Paz por Tierra resulta insuficiente porque se
asienta en una incoherencia: Israel cambia paz por tierras que no le
pertenecen.
David Day sostiene
en su libro Conquista: una historia del mundo moderno (Ed. Crítica,
Barcelona, 2006), que a esta altura de los tiempos ningún pueblo o nación
puede asegurar la pureza de sus títulos de dominio territorial. En efecto, la
historia humana es la de las “sociedades suplantadoras”. De modo tal, que -en
este caso- cabe establecer mínimamente una fecha de “corte” a los reclamos.
Pese a su debatido origen, la creación del Estado de Israel, reconocido por la
mayoría de los países del mundo, le concede desde 1948 también el derecho a la
integridad territorial, soberanía e independencia política dentro de los
límites de su creación (que nunca negó los derechos palestinos, dicho sea de
paso). Israel nunca tendrá seguridad definitiva sin la creación de un Estado
Palestino, cuyo presupuesto es harto difícil: el reconocimiento incondicional
de Israel por todos los países árabes, para lo cual Israel a su vez debe
cumplir al pie de la letra la Res. CS 242 de 1967[5].
Mientras facciones como Hamás y Hezbolá busquen la desaparición del rival
recurriendo incluso a la vía de la inmolación fanática y en Israel subyazga el
“espíritu de Masada” en cada represalia, no habrá caso. Violan de modo contumaz
al Derecho Humanitario.
¿De qué vale
debatir si Hezbolá es o no una organización terrorista? Para Israel-EE.UU lo
será y bajo esa óptica prepararán sus políticas; para los árabes es un grupo de
liberación nacional, que realiza en el sur libanés tareas que el estado formal no puede. “Esta
vez –dicen C. Dickey y R. Nordland en “La guerra va mucho más allá”, Newsweek
Argentina, 02/08/06- hay otra realidad aún más grande: ahora la lucha no es
sólo por algunas laderas poco lucrativas en el sur de Líbano, sino por la
opinión pública en un mundo mucho más dividido e interconectado”, para así
justificar la dureza israelí y la necesidad del “cambio más amplio en la
región”, que propicia la Casa Blanca. Mientras persista esta línea de acción,
nunca tendrán una solución equitativa y perdurable, en la cual los términos de
entendimiento, una última etapa quizás, sea Paz por Paz.
Por ahora resta una
mínima esperanza en la reacción de la sociedad civil de ambas comunidades, las
que contra viento y marea, hastiadas de la incompetencia de sus dirigentes, se
organiza y lucha contra los prejuicios y la intolerancia como lo hacen en la
aldea árabe de Meitzer y el Kibutz de Metzer (La Nación, Sec. Enfoques,
30-7-06).
[1] Entre otros: nº 23 –
oct./93 El
difícil camino de la paz; nº 108 – abr./02 ¿Alguna vez habrá solución?; nº 113 – sept./02 La tragedia
norteamericana, un año después; nº 117 – mar./03 A la hora señalada; nº 119 – may./03 ¿Y ahora qué?; nº 124 - dic./ 03 Irak, el atolladero; nº 133 – nov./04 La muerte de Yasser Arafat.
[2] G.E. Barbarán, “Líbano: crisis recurrente”, Semanario Propuesta, Salta, 09/09/83; Loretta Napoleoni, “Una historia de dos guerras”, El
País, Opinión, Madrid, 27/07/06. El apoyo de Irán, país de mayoría chiíta,
fue determinante.
[3] Marca la frontera
entre Israel y el sur de Líbano. Tiene 69 kms de largo y va desde el
Mediterráneo hasta las faldas del Monte Hermon. Se basa en la Res. 425 del
Consejo de Seguridad, aprobada en 1978. Las tropas de FPNUL vigilan desde
entonces la zona al norte de la Línea.
[4] Nos. 425/78, 426/78, 520/82, 1559/04, 1655/06, 1680/06 y 1697/06.
[5] Esta resolución ordenó a Israel a respetar las fronteras como estaban
antes de la Guerra de los Seis Días.
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