24 de septiembre de 2006

El Tapir de Borneo

CLAVES Nº  152 Septiembre de 2006

 IN MEMORIAM,  Rogelio Frigerio 1914 – 2006

Esta es de esas notas que deben escribirse en primera persona. No puede ser de otro modo, pues se refiere a alguien que ha influido fuertemente en mi formación política e intelectual y en la de muchísimos compañeros de ruta, más allá de los logros que podamos exhibir en ambos campos.

Rogelio Frigerio murió el 14 de septiembre, viejo y achacado por enfermedades; de hecho, hace aproximadamente una década que empezó a ralear su presencia pública y, según sucede en estos casos, también el público a olvidarse de él. Sic transit gloria mundi. Con Rogelio se fue un  protagonista de la historia nacional del siglo XX, desde una posición -digamos- privilegiada: fue ideólogo y político, esto es, hombre de pensamiento y acción, tal vez de los últimos de una raza en extinción -como el tapir de Borneo- en la Argentina posmoderna y del casi Bicentenario.

Me enteré de su muerte estando en Buenos Aires, por una radio AM, tuve la íntima satisfacción de advertir el postrer trato respetuoso de los medios de prensa y las semblanzas de las personalidades entrevistadas (en especial de Raúl Alfonsín, con quien desarrolló una amistad tardía pero entrañable). Hubiera sido realmente injusto que su deceso pasara inadvertido y pocos días antes la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo había declarado -a instancias de un diputado macrista- Ciudadano Ilustre. Lo velaron en el imponente Salón Juan D. Perón del mismo lugar: todo un símbolo de convivencia cívica.

A Rogelio Frigerio le decían “El Tapir” por su personalidad volcánica y decidida. Hombre de carácter, jamás anduvo calculando ni midiendo ventajas cuando tenía que salir a decir sus verdades, aún cuando políticamente pareciera inoportuno. Aún guardo un recorte del diario Clarín, de mayo de 2002, en el cual explicaba con sencilla síntesis por qué iba a fracasar el Plan de Convertibilidad de la dupla Menem-Cavallo. A pocos meses de implementado, nuevamente hacía sentir su voz “agorera”, de poco rinde partidista pero de enorme calidad doctrinaria y política. Y como ése, cientos de ejemplos.

Frigerio nació a la vida política desde la izquierda clásica, en lejanos días juveniles integrando el grupo Insurrexit de la UBA. A mediado de los ‘40 percibió que debía revisar sus posturas y, junto a otros desilusionados de igual valía como Eduardo Aragón, Baltazar Jaramillo, Jacobo Gringauz, Carlos Hojvat, Narciso Machinandiarena y Ernesto Sábato, fueron adoptando el desarrollismo. Así nació la revista Qué sucedió en siete días, cuyo primer número fue publicado en agosto de 1946, con Frigerio como subdirector. Desarticulado ese grupo, se agregaron después Marcos Merchensky, Ramón Prieto y Juan José Real, y más tarde Eduardo Calamaro, Oscar Camilión, José Giménez Rébora, Carlos Zaffore y otros, constituyendo la que después sería la famosa “usina” de Av. Córdoba. Reaparecida años más tarde como Qué a secas, RF la dirigió con pasión hasta que, llegada la hora de gobernar, cedió el puesto a R. Scalabrini Ortiz.

Es que estaba naciendo una de las más afiatadas duplas políticas, a partir del momento en que se conocieron con Arturo Frondizi a instancias de Machinandiarena. El ex presidente decía que “ese día había nacido el desarrollismo”; y -a fuer de justos- yo agrego que el partero fue Frigerio, sin dudas.

Su aporte en la construcción del triunfo electoral de la UCRI fue nada menos que el pacto con Perón, por el cual el apoyo del proscripto peronismo debía expresarse en medidas concretas como la devolución de la CGT a los gremios. Esa intervención le valió para siempre la desconfianza y antipatía de los militares, que no le perdonaron el puente con el “tirano prófugo”.

Frigerio fue un prolífico autor de una treintena de libros, no solo de economía y política sino también de poesía popular y tango, dos debilidades que compartía con su amigo Ernesto Sábato, quien le dedicó la novela El Túnel. A los efectos de este recordatorio, no puedo dejar de mencionar dos libros Las condiciones de la victoria (4ª Ed. A. Monteverde & Cía., Montevideo, 1963, 1ª Ed. Buenos Aires, 1959) y Estatuto del Subdesarrollo (J. Álvarez Editor S.A., Buenos Aires, 1967), obras paradigmáticas de lectura imprescindible para el análisis del proceso económico-político-social argentino. Sintetizo con palabras de Guillermo Gasió, extraídas de su ensayo sobre los 40 años del primero:

“Frigerio presenta al desarrollismo como una propuesta política diferenciada, como un hilo conductor que hace comprensible el proceso histórico y ofrece un diagnóstico y una solución para la crisis argentina; como un programa revolucionario, básicamente diferente a las postulaciones electorales del historial político argentino. Según Frigerio, el problema básico de la Argentina radica en la ubicación del país frente a la división internacional del trabajo, y en la estructura que se ha conformado a partir de ese hecho. Conforme su análisis, el rasgo esencial del subdesarrollo argentino es cualitativo y no cuantitativo: la insuficiencia de su estructura productiva para generar un crecimiento autosostenido con los resultados del comercio exterior. Para Frigerio, desarrollo implica una estructura productiva integrada vertical y horizontalmente; una estructura que incluya los sectores industriales básicos y se implante de manera armónica en toda la geografía nacional. Para ello, es necesario dar prioridad al desarrollo y a la integración nacional por sobre la integración regional y las diversas formas de apertura de la economía. La formación de capital, como problema básico del desarrollo, implicaba para el caso argentino, entre otras medidas, fomentar la inversión extranjera, la libre empresa (protegiéndola en particular del monopolio financiero “que por su magnitud exceda o esté próximo a los niveles del poder financiero del propio Estado”), y liberar precios y salarios. [...] En la concepción de Frigerio no cabía ni el espontaneísmo ni el gradualismo: el ritmo es condición primordial del desarrollo en el mundo contemporáneo”.

Los académicos nunca se atrevieron, salvo honrosas excepciones, a llevar a sus cátedras las originalidades de esa concepción. Hubiera sido deseable que, antes de las maestrías en Chicago o en Harvard, los alumnos accedieran al estudio del pensamiento económico nacional. Nos hubiéramos ahorrado varios dolores de cabeza.

Tuvo errores humanos, por cierto, generó discusiones apasionadas e inconclusas, fue implacable con la partidocracia, pero el balance de su vida es altamente positivo. Descanse en paz, Maestro.

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