CLAVES Nº 153 Octubre 2006
Después que Benedicto XVI terminó su discurso en la ciudad bávara de
Regensburg, sobrevino un áspero desencuentro con el mundo islámico fogoneado
por la prensa occidental. ¿La cita del Papa fue intencional?, ¿mal
intencionada?, ¿desafortunada? ¿La ofensa al “mundo” islámico fue acaso
manipulada? En realidad, ¿era el islamismo el destinatario final de la
conferencia?
El discurso titulado “Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones” fue pronunciado el 12 de septiembre pasado en la Universidad de Ratisbona, ante un público de alto nivel académico. Aparte de rememorar su paso por la Facultad de Teología y de recordar las pullas de algunos profesores de entonces, interrogándose sobre ‘la racionalidad de la fe’ encuadró de entrada nomás su exposición en el siguiente fragmento definitorio: “Esta cohesión interior en el cosmos de la razón tampoco quedó perturbada cuando se supo que uno de los colegas había dicho que en nuestra universidad había algo extraño: dos facultades se ocupaban de algo que no existía: Dios. En el conjunto de la universidad era una convicción indiscutida el hecho de que, incluso frente a un escepticismo así de radical, seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón y en el contexto de la tradición de la fe cristiana”. A continuación el Papa precipitó el embrollo al referir al diálogo entre el emperador bizantino Manuel II Paleólogo y un sabio persa (según referencia del profesor T. Khoury), a propósito de la sura 2, 256 del Corán (1), con la conflictiva frase -que a la postre no era suya- sobre la yihad (2): “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”.
Siguió luego con disquisiciones sobre el encuentro entre la fe bíblica y la filosofía griega, a partir de la traducción del Antiguo Testamento a ese idioma, en Alejandría, para afirmar más adelante: “Ese acercamiento recíproco interior, que se ha dado entre la fe bíblica y el interrogarse a nivel filosófico del pensamiento griego, es un dato de importancia decisiva no sólo desde el punto de vista de la historia de las religiones, sino también desde el de la historia universal, un dato que nos afecta también hoy. Considerado este encuentro, no es sorprendente que el cristianismo, no obstante su origen e importante desarrollo en Oriente, haya encontrado su huella históricamente decisiva en Europa. Podemos expresarlo también al contrario: este encuentro, al que se une sucesivamente el patrimonio de Roma, ha creado Europa y permanece como fundamento de aquello que, con razón, se puede llamar Europa”. Se advierte, entonces, la propuesta de una discusión que apunta bastante más allá de si los curas deben casarse, las mujeres ejercer el sacerdocio o el matrimonio homosexual, con que se suele zarandear a la Iglesia romana.
En estos párrafos queda clara la intencionalidad del Papa: la interlocutora de ese día era su Alemania natal y por extensión Europa. ¿Por qué? Quizás porque San Benito de Nursia, creador de la orden benedictina, tuvo un papel primordial en la difusión del cristianismo en el viejo continente. Santo muy venerado en Baviera, Ratzinger tomó de él su nombre pontificio (y también por Benedicto XV, el Papa de la 1ª Guerra Mundial) para bregar por la unidad de Europa a partir del reconocimiento de las raíces cristianas de su cultura. Posiblemente la cita haya sido inoportuna para estos tiempos, pero él sabía a quiénes y de qué hablaba: en principio a europeos y de recristianizar su historia. Recomendamos la lectura del excelente ensayo de Lee Harris titulado “¿Sócrates o Mahoma? Josef Ratzinger, acerca del destino de la razón”, publicado en The Weekly Standard (2/10/06, vol. 12), que profundiza la complejidad filosófica del discurso.
Algunas reacciones
Las diatribas no sólo provinieron del mundo islámico
sino de su entorno. Por caso, Thomas Michel (“Los
intelectuales y el mundo”, La Nación, p. 12, 27/09/06), secretario de la Compañía de
Jesús para el diálogo interreligioso y reconocido experto en el tema, calificó
como un error la ya famosa frase. Error que consideró antes ‘producto de la
inexperiencia o del exceso de confianza’ que a un cambio de rumbo respecto de
lo andado por Juan Pablo II, de cuya línea no se apartará. Con todo, este
sacerdote piensa que si bien lo sucedido implicó un retroceso y merecía ‘un
pedido de perdón claro y humilde’, no cancelará la agenda abierta con los
religiosos musulmanes.
La diplomacia de la Santa Sede demostró otra vez sus buenos reflejos permitiéndole a Benedicto XVI recomponer rápido la situación, al convocar a Castelgandolfo a los embajadores de veintidós países islámicos. Les urgió allí el relanzamiento del diálogo entre cristianos y musulmanes, pues “es una necesidad vital de la que depende nuestro futuro” (La Nación, p. 2, 26/09/06). No fueron palabras de oportuna complacencia pues, aparte de raíces comunes, ambas religiones defienden posiciones próximas en distintos temas, haciendo causa común en foros internacionales. A esas coincidencias llegaron luego de mucho esfuerzo a partir de un paciente ejercicio intelectual que pasó primero por re-conocerse, luego dialogar y finalmente acordar. La confirmación de la visita papal a Turquía para fines de noviembre es un buen síntoma, más allá de las perturbaciones que puedan ocasionar grupos radicalizados.
De este modo, parece evidente el intento de remontar una de las mayores frustraciones de Juan Pablo II, cual fue la de no haber podido incluir la referencia a las raíces cristianas de Europa en el texto de la Constitución continental finalmente rechazada por varios países (ver “Contrastes”, Claves nº 124, ps. 2-3, octubre 2003).
Entre los que fijaron posición sobre el discurso y sus consecuencias, está el filósofo francés Robert Redecker, quien en reportaje publicado en La Nación (“Los intelectuales han perdido el coraje”, 26/09/06, p. 2) se refirió a ‘las profundas diferencias’ entre Europa y el islam en cuanto a sus respectivas concepciones sobre el hombre, ya que el humanismo europeo concibe un hombre de pié, distinto a la idea de sumisión que impone el otro a sus fieles. En ese debate sustancial, la intelectualidad europea ha sido ganada por el temor a las represalias e intimidaciones: “Hoy, intelectuales y militantes de izquierda, atacan con brío al catolicismo -que está realmente debilitado en Europa- por temor a atacar al islam, que es una potencia cada vez mayor”; esa falta de coraje ha producido un ‘repliegue’ del pensamiento. Estas y otras expresiones más duras de Redecker (por ejemplo, calificar a Mahoma como “jefe de guerra implacable, exterminador de judíos y polígamo”, Le Figaro, 19/09/06) le obligaron a esconderse del mundo: un muftí pronunció en su contra un dictamen legal -fatwa (3)-, condenándolo a muerte (“Conmoción en Francia por amenazas a un crítico del islam”, La Nación, 1/10/06, p. 5).
Por su parte, Manuel Cruz, profesor de filosofía en la Universidad de Barcelona, ha señalado que en realidad Benedicto XVI centra -o fuerza- el debate en torno de la modernidad: rescribirla significa liquidar la posmodernidad y su consecuencia deletérea hacia la espiritualidad del hombre “por el relativismo que contiene y por la inevitable ausencia de valores que implica”. Este Papa -señala Cruz- propone una lectura de la modernidad que la sustraiga del “incómodo lastre de laica-agnóstica-cientificista e inmanente”, presintiendo que la Iglesia Católica busca ‘apropiarse’ de la civilización occidental y administrar su valioso legado (“Las ideas del Papa reescriben la Modernidad”, Clarín, 02/10/06, p. 19).
Tariq Ramadán, investigador y profesor de la Universidad de Oxford, hace un aporte significativo en la línea de entender la verdadera orientación del Papa. Ramadán se da cuenta de la dura batalla y de que, consecuencia del ajetreado diálogo entre fe y razón desde la Ilustración, el secularismo racionalista, al eliminar toda referencia al cristianismo, terminó menoscabando la identidad europea. En consecuencia, ¿cómo “entablar un diálogo interconfesional si no pueden aceptar las bases cristianas de su propia identidad (sean o no creyentes)”?. No obstante, le preocupa que el Papa -y por eso lo critica-, enfatizando el ineludible carácter cristiano de esa identidad, caiga en un reduccionismo “inquietante y quizá peligroso” tanto en el enfoque histórico como en la definición de la identidad europea. Dicho de otro modo, el islam también aportó lo suyo para tal construcción identitaria (“El Papa y el islam: el verdadero debate”, El País, Madrid, 22/10/06). Podríamos seguir comentando otros estudios y comentarios desde diversos ángulos, pero lo expuesto es suficiente (4).
El regreso de la religión
Paradójicamente, mientras se laicizan las sociedades occidentales hasta llegar al nivel de negación de cualquier connotación religiosa, las religiones recuperan de a poco un espacio en la vida diaria. La prestigiosa revista Humboldt, editada por el Göethe-Institut, ha dedicado su nº 144 a la “actualidad de las justificaciones religiosas”, exponiendo en una serie de sustanciosos artículos la situación de las religiones en el mundo. De hecho, una cosa es vivir en una sociedad multirreligiosa, otra vivir sin religión; y esto último empezó a revertirse.
En una de las notas, Udo Steinbach (“¿Euroislam? Una palabra, dos conceptos, infinidad de problemas”, Humboldt, p. 6), director del Deustches Orient Institut de Hamburgo, hace un interesante análisis sobre lo que denomina “Euroislam” a la luz de las propuestas de dos referentes, Bassam Tibi (los musulmanes tendrían que adoptar los valores fundamentales de los sistemas políticos sociales y liberales en Europa), confrontada con el pensar de Tariq Ramadán, para quién tales valores son universales y, si bien deberían ajustarse a las circunstancias europeas, no lo debe hacer desde la asimilación sino desde la participación. Ramadán, un ‘musulmán europeo’, propone antes un programa de acción que una respuesta teológica, concluye Steinbach.
Según Volkhard Krech, titular de la cátedra de Ciencias de la Religión en la Universidad del Ruhr (“Una fe difusa: ¿asistimos a un regreso de la religión?”, Humboldt, p. 14), la expectativa mundial que generó la agonía de Juan Pablo II y su posterior sucesión, indican la presencia activa de lo religioso. Según sus datos, las confesiones cristianas en conjunto implican un tercio de la población mundial, siguiendo los musulmanes de todas las orientaciones con un 21 % ; luego los aconfesionales y ateos, 16 %; hinduistas 14 % y budistas 6 %. El resto se reparte entre otras religiones (judíos 0,22 %, por ejemplo). Como se ve, se trata de cifras importantes aunque no necesariamente todos los involucrados practiquen concientemente y con intensidad su religión. En el caso de Europa, Krech presume que el “peligro” del islam no pasa tanto por la convicción teológica de su fe cuanto por su contumaz militancia religiosa. De allí que, coincidiendo en cierto modo con el actual Papa, estime que el crecimiento de esa religiosidad viene acompañado por “un sobreentendido cultural”, precisamente la necesidad de resguardar la identidad occidental. El cardenal Ratzinger, en 2004, había considerado la pertinencia de incorporar Turquía a la Unión Europea pues representa un ‘cuño distinto’. Según una proyección estadística, en una generación se duplicarán los entre 15 a 25 millones de musulmanes europeos de hoy (a 30 - 50).
Con una óptica más amplia de “religión”, Elke Dauk (“La venganza de los dioses. La cultura pop asume funciones tradicionales de la religión”, Humboldt, p. 10) suma a las apreciaciones expuestas el renacer religioso con la new age, los cultos esotéricos -estrellas del espectáculo, ovnólogos, el ‘neopaganismo’ germánico o celta-, mucho de mito y ritos esotéricos que apuntan a derribar el monoteísmo. Esta clase de postura se resume en la cuestionada Carta de la Tierra, que coloca al hombre como un elemento más de la naturaleza, igual que el aire o el agua, perdiendo su condición trascendente. Hans-Peter Bursmeiter (“¿Por qué religión?”, Humboldt, p. 16) concluye con una explicación, ancestral si se quiere, “la religión es uno de esos instrumentos culturales mediante los cuales el hombre intenta entender su incierto lugar en la creación”.
A Europa le cuesta repensarse a sí misma porque eso tal vez implique reconocer fracasos y rectificar rumbos; algo -dicho sea de paso- que interesa al mundo entero por la influencia que ejerció desde el Imperio Romano. Esta es una época que requiere filósofos e historiadores y, a lo mejor por eso, un replanteo, una relectura, desde Kant a Foucault. En el marasmo del siglo XXI, Europa minusvaluó paulatinamente la contribución de las cosmovisiones religiosas monoteístas. Y está claro que en ese gran debate la Iglesia Católica redoblará su esfuerzo a través del ecumenismo (la búsqueda de la unidad de todas las iglesias cristianas, impulsada por el Concilio Vaticano II) y del diálogo interreligioso con judíos y musulmanes.
En esa perspectiva, nada más lejos, pues, de su interés que enfrentarse con ambos. Al fin y al cabo, África y Oriente están reclamando parte de lo mucho que la civilización occidental les expolió durante siglos. Musulmanes inmigrantes y sus hijos nacidos en suelo europeo padecen la discriminación y la represión... y actúan en consecuencia: las bombas en Londres y las revueltas en los suburbios de París son la expresión de un estado de ánimo, que se exacerba cada vez que una barcaza miserable naufraga cerca de las costas de Canarias o cuando una ley decide en Francia castigar con prisión a quienes nieguen el genocidio del pueblo armenio (“El islam, en vías de polarizar a Europa”, La Nación, 13/10/06, p. 5).
Todo este fermento no hace más que abonar la tesis confrontativa de S. Huntington, mientras los moderados de ambos bandos se van insumiendo como agua en la arena. Lamentablemente, tal estado coloca las cosas como si viviéramos en septiembre de 1683, cuando Carlos de Lorena y Juan Sobieski derrotaron sin contemplaciones a Kara Mustafá, “salvando” así a Viena y a Europa. En verdad, hoy la paz mundial reclama otra visión, otra perspectiva, otro compromiso.
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1. Capítulos en que divide el
Corán; son 114 y su orden no responde a un orden lógico o cronológico (Felipe
Maíllo Salgado, Vocabulario de historia árabe e islámica, p. 229, Ed. Akal,
Madrid, 1996.
2. Esfuerzo físico o moral
para realizar las obras de Dios. “Jurídicamente el yihad es para los musulmanes
una obligación de suficiencia, un deber colectivo [...]. Según la doctrina
clásica general y la práctica histórica, el yihad consiste en la acción armada
con vistas a la expansión del islam, o bien la lucha defensiva del dominio
islámico”; Maíllo Salgado:263)
3. El ‘dictamen’ es una respuesta a una cuestión de derecho realizada
por un jurisconsulto (muftí), “haciendo así aplicables a casos particulares las
generalidades preceptivas contenidas en la ley musulmana (sharia)”; Maíllo
Salgado:85).
4. Sobre los aportes actuales del islam a la cultura europea, Jimena
Vallejo hizo un aporte interesante en su ensayo “¿Cómo sería una Europa
musulmana?” (Revista Ñ, 21/10/06, ps. 16-17).
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