1 de abril de 2008

Tormentas en el mar

Claves nº 168 - abril 2008

La relación del hombre con el medio ambiente presenta  constantes desafíos. El trato habido a lo largo de los siglos llegó hoy a niveles críticos a causa de la imprevisión y sobreexplotación de los recursos naturales. Por eso, situaciones políticas impensadas o imprevistas obligan a las naciones a regularlas jurídicamente para que el desmadre no afecte la paz y seguridad internacionales. En esta nota se abordarán dos cuestiones que, mal encaradas, darán dolores de cabeza en el corto plazo.

Luego de casi una década de negociaciones, una conferencia multilateral promovida por la ONU, reunida en Montego Bay, Jamaica 1982, adoptó el texto de la Convención sobre Derecho Internacional del Mar (CONVEMAR). Fue un gran esfuerzo que permitió a los países del mundo contar con reglas de juego claras para delimitar espacios marítimos a partir de la línea de baja mar. Las cuestiones que se tratarán en esta nota tienen respuesta jurídica en ese corpus. En su momento, el Secretario General Kurt Waldheim fue bastante gráfico al señalar: “No debemos remplazar las viejas disputas en la tierra por nuevas disputas en el mar”.


Delimitación en el Ártico
El Mar Ártico, congelado casi en su totalidad, está rodeado de poderosos estados ribereños: Canadá, Estados Unidos, Rusia, Noruega y Dinamarca; los mayores perímetros de costa son de Rusia y Canadá, en ese orden. Estos países habían encontrado la justificación de sus reclamos en la “teoría del sector”, propuesta en 1907 por el abogado y político canadiense Pascal Poirier (1852-1933) como variante del principio de contigüidad geográfica, proyectando líneas desde los puntos más extremos del territorio a oriente y occidente hasta formar un triángulo con vértice en el polo norte.

Consecuencia inexorable del calentamiento global, el deshielo de las aguas del ártico de a poco empieza a abrir literalmente nuevos rumbos para la navegación y el consecuente aprovechamiento del suelo y subsuelo marítimos. Así las cosas, en un gesto típico de Rusia eterna, Putin ordenó el descenso de un batiscafo que plantó una bandera de titanio en el lecho, a 4.000 metros de profundidad, para reivindicar su jurisdicción sobre la plataforma continental, sobre todo en el sector que se conoce como Dorsal de Lomonosov, una cadena montañosa submarina que se extendería desde la costa rusa a la de Groenlandia, provincia autónoma de Dinamarca.

Eso e invocar a las furias era casi lo mismo; la primera reacción fue danesa, luego Canadá decidió instalar una base militar y los cinco países a destinar más fondos para expediciones científicas o adquirir buques especiales para actividades civiles o de patrullaje disuasivo. Cabe señalar, sin embargo, que -salvo Estados Unidos- los estados involucrados participan de los parámetros del derecho internacional del mar: ejercen su competencia estatal sobre las 200 millas marinas (circa 322 km) de zona económica exclusiva (solo para explotación de recursos vivos) aplicando los criterios de delimitación en los respectivos frentes laterales marítimos, mediante acuerdos basados en la equidistancia.

Pero el verdadero problema está en la delimitación de la plataforma continental,  un inmenso reservorio de recursos minerales estratégicos; se calcula que en el subsuelo ártico yace el 25 % de las reservas mundiales de petróleo y gas. Según la CONVEMAR, “la plataforma continental de un estado ribereño comprende el lecho y el subsuelo de las áreas submarinas que se extienden más allá de su mar territorial y a todo lo largo de la prolongación natural de su territorio hasta el borde exterior del margen continental” (Parte VI, art. 76); sin embargo, en ciertos casos ese límite puede extenderse a 350 millas marinas. Estas disposiciones dan una clara idea de cuánto puede ganar en espacio geográfico cada estado ribereño, que ejercerá sobre ella los derechos de soberanía “a los efectos de su exploración y de la explotación de sus recursos naturales” (art. 77). La CONVEMAR y su Anexo II cuentan, además, con reglas claras para delimitar plataformas de estados adyacentes o con costas enfrentadas.

Entonces, ¿cuál es el problema, si esos países del primer mundo tarde o temprano arribarán a acuerdos bi o multilaterales? Hay dos cuestiones para considerar: la primera es la complejidad misma para medir y trazar la plataforma, habida cuenta  que dentro de un año vence el plazo para que los estados parte de la Convención presenten sus respectivas cartas, preanunciándose batallas diplomáticas tediosas y tensionantes; por otro lado sobrevuela sobre la actual experiencia ártica, la idea de que los espacios polares en general sean explotados por estados “responsables” y con condiciones para hacerlo, al contrario de lo que algunas potencias deseaban para la Antártida, esto es declararla patrimonio común de la humanidad.

La plataforma continental argentina

La nuestra es una de las más extensas y ricas que la naturaleza concedió a algún país; sin contar la península antártica representan alrededor de 1.000.000 de km2 incorporados al patrimonio nacional. Por tanto, para Argentina es una cuestión vital, ya que involucra el lecho y subsuelo marítimos prolongación natural del continente y la plataforma de las islas del Atlántico Sur y de la Península Antártica. Aparte de la regla del art. 76, la CONVEMAR fijó criterios para determinar su anchura en los casos en que la plataforma geomorfológica exceda las 200 millas, estableciendo la posibilidad de que los estados la extiendan hasta las 350 millas o 100 millas después de la isóbata de 2.500 m, excluyendo a las crestas oceánicas.

El Anexo II de la CONVEMAR, a su vez, previó la creación de una Comisión de Límites de la Plataforma Continental, compuesta por veintiún expertos en geología, geofísica o hidrografía, elegidos por los estados parte. Su función básica es examinar los datos suministrados por los ribereños, asesorarlos y darles recomendaciones en el marco de lo previsto en la Parte VI de la Convención. Esta Comisión fijó “Directrices Científicas y Técnicas” el 13 de mayo de 1999, fecha a partir de la cual corre el plazo de 10 años para las presentaciones. Argentina aprobó la Convención por ley 24.543 en septiembre de 1995 y la ratificó en diciembre de ese año; previamente había sancionado la ley 23.968 en agosto de 1991, fijando las líneas de base con los parámetros que se discutían en la III Conferencia de la ONU sobre Derecho del Mar. En virtud de ambas leyes, el Congreso Nacional sancionó la ley nº 24.815 del 14 de agosto de 1991, creando la Comisión del Límite Exterior de la Plataforma Continental (COPLA), bajo dependencia directa de la Cancillería. Va de suyo que los trabajos de campo son de una complejidad monumental y por eso costosos (el PNUD aportará finalmente los $ 18 millones necesarios); no solo se “mide” la plataforma sino también el talud y la emersión continental.

Las distintas vicisitudes de la política criolla, varios de cuyos efectos todavía perduran, precipitaron de nuevo la sentencia condenatoria de Mafalda: siempre anteponemos lo urgente a lo importante. Ahora se sabe que estuvimos perdiendo tiempo innecesariamente y deberemos afrontar nuestra falta de previsión. El cachetazo vino, para variar, de Gran Bretaña, cuando en septiembre del año pasado anunció urbi et orbi que había concluido los estudios para delimitar la plataforma continental de las Islas Malvinas y las Georgias. Suena descabellado que el Reino Unido pretenda trazar desde ellas un círculo con radio de 350 millas marinas, pues así el linde llegaría hasta la propia Isla de los Estados. Dueña de la situación, la cancillería británica viene pidiendo a la nuestra discutir la delimitación en la región occidental de las islas, ya que hacia oriente fijará nomás las 350. Pero, ¿cómo vamos a negociar lo que es nuestro? Lo real y concreto es que como Gran Bretaña no tiene cabida en el Ártico, no se va a perder esta oportunidad en la Antártida y sus aledaños. El diario The Guardian comentaba en esos días que expertos del gobierno cubicaron 60 millones de barriles en esa plataforma oceánica.

Para ganar el tiempo perdido, a mediados de marzo pasado se conoció que el buque oceanográfico “Puerto Deseado” de la Marina, operado por el Servicio de Hidrografía Naval, será el encargado de explorar durante dos meses el vasto sector que va de Malvinas a Georgias. Este barco ha sido equipado con un sistema batímetro monohaz para aguas profundas capaz de explorar profundidades hasta 5.000 metros, y un sistema de procesamiento Hypack, que en un par de meses más debiera tener los resultados.

Lo interesante -y a la vez complicado- es que por primera vez desde el incidente del rompehielos “Irízar”, un buque argentino navegará por la zona de exclusión en el área de disputa. Algunos técnicos entienden que las condiciones climáticas y el plazo disponible, impedirán un relevamiento completo y exhaustivo. Cuanto más permitirá elaborar una carta sin las precisiones que el tema merece. Imaginará el lector que con los gigantescos yacimientos offshore descubiertos por Brasil, la relación con Gran Bretaña pasará por momentos muy ríspidos.

Por lo pronto, Argentina no respondió hasta la fecha al pedido de audiencia británico y es difícil que lo haga. En la misma época en que el gobierno de Londres hizo aquel anuncio, el canciller Taiana había declarado que nuestro país estaba realizando su trabajo en tiempo y forma, cosa que genera dudas hasta ahora; y si encima computamos que el RU ya ha extendido autorizaciones para exploración a cuatro empresas, la política del hecho consumado nos juega en contra.

¡Cuántas lecciones para sacar! Ahora se trabajará a revienta caballo -de mar- y roguemos que otra vez nos saque del apuro el indisciplinado genio argentino, ese del alambre mágico, atado a la contumacia por el corto plazo. Por eso repetimos acá nuestra frase predilecta, acuñada en largos años de observación: no se defiende lo que no se ama y no se ama lo que no se conoce.  

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