24 de agosto de 2008

Paraguay, construyendo esperanzas

Revista Claves nº 172 – agosto 2008

El 15 de agosto Fernando Lugo (San Solano, 1951) asumió la presidencia del Paraguay. Su triunfo en las elecciones del pasado 20 de abril al frente de un conglomerado de fuerzas políticas heterogéneas, puso fin a 61 años de omnipresencia del Partido Colorado. Acompañado por casi todos los presidentes de la región, el nuevo ciclo político recibió un apoyo explícito para derribar los factores del atraso en esa suerte de isla verde mediterránea. Paraguay ha comenzado así una etapa esperanzadora pero compleja.

La democracia en latinoamericana reconoce -a trazos gruesos- dos grandes “variantes” durante los largos años de la Guerra Fría: a) la alternancia de un partido militar con un partido civil; b) la preponderancia de partidos institucionales, autogenerándose y sucediéndose sin rubores. Luego del estallido de la URSS, la onda expansiva de ese fenomenal suceso aflojó el control del alineamiento estratégico, permitiendo a cada país recuperar el estado de derecho en procesos más o menos limpios y más o menos cruentos.

En América Latina hubo dos casos parecidos, en los cuales un poderoso partido  proporcionaba a los ciudadanos un remedo de democracia: el México del PRI y el Paraguay de la Alianza Nacional Republicana - Partido Colorado (fundada en 1887). La oposición que fueron generando en cada caso, empezó a manifestarse desde adentro a partir de desgajamientos y deserciones de las propias filas; las nuevas fuerzas político-sociales, hastiadas de la corrupción absoluta que tarde o temprano generan las hegemonías, encontraron el resquicio y rompieron los unicatos. Lo logró Vicente Fox en Méjico (dic. 2000) y después Felipe Calderón con el mismo partido (PAN, dic.  2006), en ambos casos derrotando al PRI y a uno de sus gajos, el PRD de Cuauhtémoc Cárdenas.

El último bastión de esa esclerótica variante partidocrática es la República del Paraguay, en la cual Lugo, obispo católico reducido al estado laical, ganó las históricas elecciones liderando la Alianza Patriótica para el Cambio (APC), constituida en septiembre de 2007 por el Partido Revolucionario Febrerista (PRF), el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA, segunda fuerza electoral, cuyo presidente es el actual vicepresidente Fernando Franco), el Movimiento Popular Colorado (MOPOCO) y el Partido Demócrata Cristiano, sus principales columnas, y una treintena de fuerzas menores de tendencias distintas, incluido el comunismo.

La historia paraguaya del último cuarto de siglo reconoce hitos que han marcado un derrotero hasta la llegada de la APC al gobierno. En primer lugar cabría mencionar al golpe palaciego encabezado por el general Andrés Rodríguez, su consuegro, que puso fin a la opresora gestión de Alfredo Stroessner (Encarnación,  1912 – Brasilia, 2006). Rodríguez negoció su salida a Brasil, donde el dictador vivió asilado hasta su muerte, y acto seguido convocó a elecciones generales para mayo de 1989, en las que ganó el candidato colorado -Juan Carlos Wasmosy- con el 40 % de los votos contra el 33 % de Domingo Laíno del PLRA, reconfirmando su condición de segunda fuerza electoral.

Stroessner había aparecido en la escena política participando en la Revolución de los pynandí (“pies descalzos”), una revuelta civil alentada por la ANR-PC, que en 1947 puso fin a los gobiernos liberales y conservadores, instalándose como principal referente popular. Él se había afiliado en 1951 y siendo comandante en jefe del ejército fue electo presidente por primera vez en 1954. De allí en más lo reeligieron ocho veces, mediante elecciones siempre sospechadas de fraudulentas; la última fue en 1988 con el 89 % de los votos. Sin embargo, para ese año la oposición había encontrado canales de expresión a través de instituciones sociales como el Movimiento Intersindical de Trabajadores, la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas, la Asamblea Permanente de Campesinos Sin Tierra y la propia Iglesia Católica.

En sus treinta y cinco años de dictadura, el Paraguay stroessnerista conoció momentos de sostenida expansión económica (1976-1981, sobre todo) y tiempos de complicación política a causa de la paulatina  descomposición del régimen y el aumento de la violencia (como la emboscada que en septiembre de 1980 terminó con Anastasio Somoza Debayle “Tachito”, refugiado en Asunción luego de la revolución sandinista). Las violaciones sistemáticas de los derechos humanos durante el régimen salieron a la luz en 1992, cuando se descubrieron casi por casualidad los “Archivos del Terror”, desnudando la amplitud de la Operación Cóndor. Ese mismo año la invulnerabilidad de la ANR-PC había sufrido otro golpe a causa del triunfo de Carlos Filizzola, joven ganador de la intendencia de la ciudad capital con el movimiento independiente Asunción para Todos.

El otro hito, que marcaría el principio del fin de la ANR-PC, fue la Masacre de Marzo Paraguayo, que tuvo como protagonista al funambulesco general Lino Oviedo,  promotor o partícipe de varias asonadas. También miembro del Partido Colorado, fue inhabilitado por la Corte Suprema de Justicia como candidato presidencial para las elecciones de 1998, por considerarlo promotor de un intento golpista dos años antes. Su candidato a la vicepresidencia, Raúl Cubas Grau, finalmente resultó electo llevando de compañero de fórmula a Luis María Argaña. En marzo de 1999, Argaña murió asesinado en una emboscada, originando una revuelta popular en la que murieron numerosos civiles. Oviedo fue sindicado autor ideológico del crimen, obligando a Cubas Grau a renunciar a la presidencia. Huyó de Paraguay para refugiarse en Argentina durante la presidencia de Carlos Menem, de donde fue expulsado a Brasil. En octubre de 2007 la Corte lo absolvió de los cargos de sublevación e intento de golpe de estado de abril de 1996; y en marzo de este año fue sobreseído en la causa de la Masacre. A todo esto sus seguidores le habían instado abandonar la ANR-PC para constituir un nuevo partido, la Unión Nacional de Ciudadanos Éticos (UNACE), dispuesto -se dice a media voz- a apoyar a la APC.

¡Vaya destino el paraguayo! Si necesita un apoyo elemental ese será el de los socios del Mercosur, precisamente los tres países que un siglo y medio atrás lo condenaron a ser una isla en el corazón sudamericano. Pero así como el acuerdo de integración puede ser una oportunidad, hay -y con razón- un componente negativo para superar en la conciencia histórica de los paraguayos, manifestada en el recelo sino rechazo de lo que sectores dirigenciales califican de “sub-imperialismo” argentino-brasileño, manipulador de su destino nacional, vigente desde la derrota en la Guerra de la Triple Alianza. La reivindicación que Lugo hizo en su discurso inaugural de Gaspar Francia y Francisco Solano López, no deja duda de la inmanencia de ese sentimiento nacional generalizado. 

En ocasión del Foro Social Mundial de Porto Alegre 2005, Mercedes Canese, asesora de varias organizaciones sociales, consideraba ridícula la deuda externa paraguaya de u$ 2.400 millones reconocida a inicios de ese año, frente a los u$ 14.000 que se deben a los entes mixtos de Yaciretá e Itaipú, pese a que el gobierno paraguayo es propietario del 50 % de ambos emprendimientos hidroeléctricos binacionales. Para esa opinión los ingentes recursos provenientes de la venta de la electricidad allí generada, han servido para sostener largos años de clientelismo político y un capitalismo prebendario para los amigos que sumió finalmente al país en una obscena corrupción estructural. Esta situación se refleja en números: el puesto 44 entre 179 países en el ranking de corrupción mundial y nº 3 en América Latina; 33 de cada 100 paraguayos están sumidos en la pobreza; en 2007 emigraron del país 60.000 personas, de las cuales el 40 % son jóvenes entre 15 y 29 años (diáspora que con seguridad Lugo deberá revertir más temprano que tarde); en el censo del 2003 había 6.036.000 habitantes, de los cuales casi el 20 % se encuentra en pobreza extrema.

La experiencia histórica demuestra cuán difícil es mantener coaliciones entre expresiones políticas heterogéneas, si no se participa de líneas de acción coherentes y un grupo cohesionado dispuesto a llevarlas a cabo. Después del triunfo electoral, cuando hay que empezar a gobernar, salen a luz las contradicciones internas que a veces no se resuelven y derivan en la pérdida de la confianza popular, que la APC a inicios de su gestión mantiene muy alta. Como si eso fuera poco, el Congreso paraguayo está aún dominado por la ANR-PC. Pocos se animarían a apostar, por caso, a la absoluta adhesión a la Alianza gobernante por parte de los importantes bloques que el PLRA cuenta en ambas cámaras del Congreso Nacional. Por lo demás, algunos nombres del gabinete de Lugo han ocasionado escozor por sus procedencias, en especial en los partidos chicos de izquierda que integraron la alianza; varios son del PLRA (Justicia y Trabajo, Agricultura, Obras Públicas, Itaipú) y hay algunos rescatados de los equipos del saliente presidente Nicanor Duarte Frutos (Educación y Comunicaciones). En Relaciones Exteriores hubo un frente de tormenta cuando Milda Rivarola renunció al ofrecimiento, siendo sustituida por Alejandro Hamed, embajador paraguayo en Líbano.

Lugo tiene varios conflictos en la puerta misma del Palacio de López, zafado ya de la incógnita de su “alineamiento”: ¿sería chavista, lulista, evista? Frenó a todos los rotuladores ansiosos optando por el “modelo” Tabaré Vázquez antes que el de algún otro de sus incómodos vecinos. Aparte de las penurias de una economía sojizada hace una década, deberá afrontar cuestiones puntuales que exigen inmediata atención. Una prueba de fuego serán sus medidas para controlar la hace rato incontrolable Ciudad del Este, uno de los vértices de la Triple Frontera, foco de tensión constante y hasta ahora irresoluble. Allí se licua dinero de origen espurio, se mercan drogas y armas a destajo, se contrabandea a vista y paciencia de autoridades cómplices. Para la Casa Blanca representa el mayor interés, pues considera a ese triángulo un aguantadero de terroristas internacionales. De hecho, para algunos analistas del Departamento de Estado lo que suceda en la región tripartita debiera preocuparles antes a Argentina y a Brasil que a los Estados Unidos.

Seguramente tendrá en análisis una posible reforma constitucional, para adecuar la carta magna a la nueva etapa iniciada y en lo que convenga. Por ahora no hay nada oficial al respecto, pero la historia constitucional paraguaya es reflejo de sus avatares políticos intrincados, complejos y lacerantes. La revolución de febrero de 1936 (que originó al Partido Revolucionario Febrerista) concluyó el ciclo liberal decimonónico, plasmado en las primeras constituciones. La revolución febrerista precipitó la reforma de 1940 en medio de una severa crisis institucional. Aunque tenía la impronta del constitucionalismo social europeo, fue impuesta por el Mariscal José F. Estigarribia obviando convocar a una convención constituyente. En agosto de 1967 Stroessner decidió cambiarla mediante una convención, cuyo objetivo central era habilitarle la reelección. Por supuesto, la ANR-PC ganó de punta a punta y siguió controlando el poder formal y el real. Diez años después se introdujo un cambio al solo fin de concederle a Stroessner una reelección indefinida y sin obstáculos. Concluido su ciclo, se imponía reformar el texto constitucional, lo que sucedió en junio de 1992. La nueva constitución se alineó con las reformas de las constituciones latinoamericanas durante los años ’80 luego de los ciclos militares, incorporando normas sobre derechos humanos, procesos de integración regional y prohibiendo la reelección presidencial (el presidente y vice “No podrán ser reelectos en ningún caso”, art. 229). 

Tal vez Lugo haya generado demasiadas expectativas en relación a la magnitud de los cambios que llegue a concretar. Está claro que su prioridad será reducir la pobreza, reflejo de la enorme desigualdad social. La cuestión del uso de la tierra y una reforma agraria están en el tope de su agenda (los grupos sin tierra han empezado a notificarle sus premuras, mereciendo una dura respuesta del novel presidente aún antes de asumir). Al fin y al cabo es de origen humilde y fue obispo de San Pedro, una de las regiones paupérrimas del país y origen de su compromiso social y político. No es ningún secreto su adhesión a la Teología de la Liberación (Leonardo Boff estuvo satisfecho en su asunción y le prometió su colaboración); pero con ella no podrá gobernar puesto que no se trata de un programa político sino de una definición ideológica especial; más bien su referencia programática será en última instancia la propia Doctrina Social católica.

En este contexto de trazo grueso se inserta el proceso actual paraguayo. De acá en más tendrá que sumar a su fe, su capacidad política para ser piloto de tormentas.

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