24 de junio de 2009

Cuba: ¿cuándo volverá al redil?


 Claves nº 180 – junio 2009
 
Fidel Castro Ruz asumió como primer ministro de Cuba el 16 de febrero de 1959, un mes y medio después del triunfo de la revolución. El 1 de mayo siguiente visitaba Buenos Aires en donde el diario La Nación lo alagaba como un “héroe de nuestro tiempo”. ¿Quién podía imaginar el giro fenomenal que se estaba gestando en la isla y se trasladaría a las relaciones interamericanas?

Cuando en enero de 1961 Estados Unidos y Cuba rompieron relaciones diplomáticas, empezó a desmoronarse progresivamente el esquema de seguridad continental pergeñado con las Actas de Chapultepec en 1945, e institucionalizado en 1947 con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y en 1948 con la Carta de la OEA y el Tratado Americano de Soluciones Pacíficas. Tampoco era imaginable el papel que le tocó jugar al gobierno argentino en una etapa de transformaciones y esperanzas, frustradas por la miopía e intolerancia de la dirigencia política y militar de entonces. El “caso cubano” se expresó para nosotros en la visita (semi)secreta del Che a Olivos (18/08/1961), la abstención en la votación durante la VIIIª Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores en Punta del Este (31/01/1962) y el grotesco episodio de las famosas “cartas cubanas” fraguadas por la CIA y exiliados cubanos con la complicidad de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas. Al Presidente Arturo Frondizi no le quedó más resto: las presiones internas y externas culminaron en el golpe militar del 29 de marzo de 1962 y en el peor contexto, esto es Perón en el exilio y la Guerra Fría.

Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México se habían opuesto a convocar a la junta de cancilleres, que devino finalmente inevitable. Así, reunida en Punta del Este, la Resolución VI definió claramente de qué se trataba: “1. Que la  adhesión de cualquier miembro de la Organización de Estados Americanos al marxismo-leninismo es incompatible con el Sistema Interamericano y el alineamiento de tal gobierno con el bloque comunista quebranta la unidad y solidaridad el hemisferio”; el nº 3 proponía la sanción: “Que esta incompatibilidad excluye al actual gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano”, delegando al Consejo Permanente de la OEA la adopción inmediata de “las providencias necesarias para cumplir esta resolución” (nº 4).

La delegación Argentina procuró hasta último momento influir en el resultado, con argumentos que el propio Frondizi había expuesto personalmente a su colega J.F. Kennedy: sancionar a Cuba sacándola del sistema regional implicaría su satelización respecto de la Unión Soviética y, además de no estar prevista, la expulsión de la OEA viola el principio de no intervención, construcción histórica del derecho internacional americano. En aquellos días la abstención argentina tuvo el valor de voto en contra, pero así y todo el golpismo en marcha no le perdonó a Frondizi esa posición.

Como se sabe, la tensión con Estados Unidos llegó después a su clímax durante la Crisis de los Misiles ocurrida en octubre del mismo año, superada la cual empezó una etapa de coexistencia pacífica entre la Casa Blanca y el Kremlin simbolizada en el teléfono rojo. La íntima lógica de la Guerra Fría quedaba expresada así en toda su dimensión; en realidad, a N. Kruschev le interesaba más poner pié en el área de seguridad estratégica inmediata de EE.UU, que el destino mismo de la revolución castrista. Atrás quedaba incluso, en piadoso manto de olvido, la boutade de Bahía Cochinos (abril de 1961).

Cuarenta y siete años después, el 3 de junio de 2009 la 39ª Asamblea General de la OEA elaboró una resolución expiatoria en estos términos: “1. Que la Resolución VI adoptada el 31 de enero de 1962 en la VIIIª Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, mediante la cual se excluyó al gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano, queda sin efecto en la OEA. 2. Que  la participación de Cuba en la OEA será el resultado de un proceso de diálogo iniciado a solicitud del gobierno de Cuba y de conformidad con las prácticas, propósitos y principios de la OEA”. El texto representó una salida transaccional frente a la posición norteamericana de condicionar expresamente el reingreso al compromiso expreso de adherir a la democracia, derechos humanos y libre mercado; lo de siempre. No lo logró, pero en la práctica era lo mismo y la pelota quedo picando en campo cubano.

Tras cartón, el diario Gramma tituló al día siguiente “Fidel y el pueblo cubano  han sido absueltos por la historia”, mientras El Universal de Caracas señalaba “OEA impone a Cuba principios democráticos para su reingreso”; en igual tónica, la mayoría de los diarios continentales (para Clarín “Histórico: la OEA abrió la puerta al regreso de Cuba”).

Entre las “prácticas, propósitos y principios” mencionados cabe contabilizar unos cuantos escollos que impone nada menos que la “Carta Democrática Interamericana”, adoptada en Lima durante el 28º Período Extraordinario de Sesiones de la Asamblea General de la OEA, el 11 de septiembre de 2001; como por ejemplo: “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla” (art. 1); “El ejercicio efectivo de la democracia representativa es la base del estado de derecho y los regímenes constitucionales de los estados miembros de la OEA” (art. 2); “Son componentes fundamentales del ejercicio de la democracia la transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gestión pública, el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa” (art. 4); “El fortalecimiento de los partidos y de otras organizaciones políticas es prioritario para la democracia” (art. 5), o “Cualquier persona o grupo de personas que consideren que sus derechos humanos han sido violados pueden interponer denuncias o peticiones ante el sistema interamericano de promoción y protección de los derechos humanos conforme a los procedimientos establecidos en el mismo. Los estados miembros reafirman su intención de fortalecer el sistema interamericano de protección de los derechos humanos para la consolidación de la democracia en el hemisferio” (art. 8). Por cierto, la exigibilidad de esta Carta es relativa, pero para los países miembros representa una orientación difícil de sustraerse. Sí son exigibles las disposiciones de la Carta de la OEA, que es un tratado, las cuales prescriben prácticamente lo mismo.

Luego de la Vª Cumbre de las Américas, realizada a principios de abril en Trinidad y Tobago, se expandió por las tres Américas el efecto Obama. En esa ocasión el presidente norteamericano expuso las pautas del nuevo relacionamiento de su país con la región. El resultado de esta Cumbre fue un interminable documento pura retórica, producto más del apuro que del debate a fondo. Es que a pesar de no estar en la agenda, la cuestión Cuba sobrevoló esa cita. Con todo, esa resolución cimera prevé tanto en su preámbulo como en el apartado titulado “Reforzar la gobernabilidad democrática” (números 78 al 88), mensajes explícitos para La Habana y en general para todos los gobiernos de nuestros países. De algún modo ese contexto fue el anticipo de lo que ocurrió después en la última Asamblea de la OEA.

Más allá de las múltiples reacciones que generó la reciente decisión, es mayoritaria la opinión acerca del anacronismo tanto del régimen de Castro como de su corolario, el injusto embargo norteamericano. No obstante Cuba logró sobrevivirlo como pudo,  insertada en una comunidad internacional cambiante después de la implosión de la Unión Soviética (que Chávez reemplazó como sostén económico en los últimos años).
Muchas de las limitaciones cubanas no han provenido sólo de las restricciones de Washington sino de sus propias limitantes políticas, sociales y económicas. Necesita del apoyo y solidaridad continental, por cierto, pero, ¿desea realmente reinsertarse en el sistema interamericano? Es cierto que la OEA, tal como la hemos conocido hasta hace una década no sirve demasiado: desde cierto punto de vista ella misma es un resabio de la Guerra Fría. Concluida la Segunda Guerra fue apéndice de la política exterior norteamericana, hibernó hasta los ‘80 cuando -reencauzados en la democracia y estado de derecho- varias cancillerías entendieron que podía reactivarse. En el interín surgieron otros mecanismos para vertebrar consensos como el Grupo Contadora (enero 1983, ampliado luego con el Grupo Lima o Grupo de los 8), el Grupo Río (creado en diciembre 1986), las Cumbres Iberoamericanas (julio 1991), las Cumbres de las Américas (iniciadas en diciembre 1994), la Alternativa Bolivariana de las Américas (diciembre 2004). Sin embargo, no parece atinado extinguir la más antigua organización regional del mundo, gestada en la 1ª Conferencia Panamericana celebrada en Washington entre 1889/1890. Difícil el cuajo de una OEA solo latinoamericana que excluya a Estados Unidos y Canadá, entre otras razones porque no ha de estar en los planes de Brasil y México.

Así las cosas, la pregunta precedente deviene en esta otra: ¿puede Cuba insertarse en la OEA en su actual coyuntura?  Tal vez aunque lo desee, no pueda, y esa imposibilidad se transforma en sonora negativa-desafío pour la galerie. Más allá del ostensible apoyo venezolano y demás países de la ALBA, para la isla es imprescindible el fin del embargo norteamericano, su verdadera reivindicación, con todos los riesgos que ello implica. En la IVª Cumbe Iberoamericana (Cartagena 1994), Castro había denunciado que 35 años de embargo le costó a su país u$ 227.000 millones. En efecto, a unos 160 km de las costas de Florida, los beneficios económicos pueden ser muy importantes. Pero acechan las facturas cruzadas, los resentimientos y el espíritu de venganza que anida en los exiliados y sus aliados, básicamente. Y Cuba no la está pasando bien. A principios de junio, Marino Murillo, ministro de economía y planificación reconoció que la crisis global pegó también en la isla y el crecimiento del 6% previsto para este año rondará apenas un 2,4 o 2,5%.
Fidel Castro no logró presidir la conmemoración de los 50 años de la revolución, sino que lo hizo su hermano Raúl. ¿Quién otro hubiera sido? La asunción al poder formal del menor de los Castro generó más expectativas afuera que adentro de la isla. Salvo algunos cambios de maquillaje, no hubo ningún indicio de salida a la China o a la europea oriental; y, aunque Fidel siga bajando línea desde su retiro, hay una generación que viene empujando reformas y que está más despegada de la génesis revolucionaria.

Ortega y Gasset decía a propósito en La idea de las generaciones: “Para cada generación, vivir es, pues, una faena de dos dimensiones, una de las cuales consiste en recibir lo vivido –ideas, valoraciones, instituciones, etc.- por la antecedente; la otra dejar fluir su propia espontaneidad”; y la revolución ya consumió dos generaciones… En suma, aunque no se note la sociedad cubana es un magma que puede estallar de manera impensada, pero también es una energía que puede y debe canalizarse para que ese pueblo encuentre un lugar bajo el sol sin traumas, complicaciones o interferencias.

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