24 de diciembre de 2009

Brasil en las grandes ligas


CLAVES nº 186 – diciembre 2009

Se ha instalado una suerte de “lulamanía” gracias al carisma y habilidad política del presidente Luiz Inácio da Silva. Consciente o inconscientemente, América del Sur asume como algo natural un liderazgo que se va proyectando al mundo entero. Hay varios Lula: aquel dirigente metalúrgico, formado como tornero en el Servicio Nacional de Industrias, el que desde Sâo Bernardo do Campo organizó huelgas que socavaron al régimen militar (en 1980 llegó a poner 270 mil obreros en la calle); hay otro Lula político de raza, líder y fundador del Partido dos Trabalhadores, un conglomerado de dirigentes sindicales, intelectuales de izquierda y católicos de la teología de la liberación; y un Lula presidente que encandila a dirigentes y funcionarios desde Obama para abajo. La parábola descripta por Da Silva en su largo peregrinar por los asuntos públicos de su país, indica que hay un proyecto nacional brasileño bien resguardado quien sea que gobierne. El mensaje es para todo el mundo: nadie va a frenar a Brasil de cumplir con su papel histórico. No seremos sumisos para atender a los otros y no tomar en cuenta los intereses de Brasil, proclamaba en julio de 2007 cuando en el Centro Tecnológico de la Marina apoyó la construcción de un submarino nuclear. En esa misma ocasión criticó “a los políticos de ‘corto alcance’, incapaces de pensar a veinte años vistas, preocupados sólo por el momento que tienen ante las narices y que les proporciona votos”.

Brasil tiene suficientes motivos y poderío para aspirar a un destino de potencia, pacientemente construido durante dos siglos; su dirigencia completa está advertida de que llega un punto en que el interés nacional prevalece sobre la ideología. Así lo acreditan tres políticas de estado: el programa de Desarrollo Productivo, el de Acción en Ciencias y el de Incremento de las Exportaciones.   

En esta columna hemos seguido con atención y sana envidia (que, como el colesterol, hay de la buena y mala) la irrupción de nuestro gigantesco vecino en las ligas mayores. Su integración al BRIC -junto a China, India y Rusia- ha sido factible porque esos cuatro países mencionados serán actores centrales de un nuevo esquema de poder mundial que se está diseñando para dentro de no más de una generación, por sus enormes territorios (Brasil es la quinta extensión mundial con 8.511.965 km2) y población (casi 192 millones a 2008 para nuestro vecino). En nuestra nota “¡Ay, Brasil, Brasil!” (Claves nº 137 - mayo de 2005) referimos como la paciente construcción de una estrategia geopolítica fue consolidando su liderazgo y como, al contrario, Argentina fue perdiendo presencia y resignando el suyo.

Brasil es un país especial y a quien lo haya visitado le habrá resultado difícil sustraerse de la idiosincrasia de su gente, apasionada, alegre y con profundo amor por su patria. En otra columna (“Brasil inalcanzable”, Claves nº 161 – julio de 2007) expusimos los números nacionales (expansión en todos los órdenes, incluso con el Programa Hambre Cero) y analizábamos la habilidad con que manejaron sus intereses permanentes y cómo sus distintos gobiernos, desde la presidencia de Juscelino Kubitschek (1956-1961) en adelante, mantuvieron una línea argumental que a nadie que haya prestado atención a los asuntos brasileños pudo pasarle inadvertida, y es la adopción del desenvolvimentismo –desarrollismo- como línea histórica que le ha permitido integrar sus espacios, a la población y sus procesos políticos. La férrea defensa de la Amazonia, el control y aprovechamiento de sus recursos naturales en tierra y mar, bastan como ejemplo. Brasil no solo tuvo grandes teóricos del desarrollo economistas, sociólogos y politólogos, sino que muchos de ellos accedieron a cargos políticos (Fernando H. Cardoso, dos veces presidente). Desde siempre dedicaron tiempo a la reflexión geoestratégica (¿cuánto le deben a Golbery do Couto e Silvia, el principal estratega de los militares en los 60’ y 70’?), renovada en tiempos de Lula con Roberto Mangabeira Unger, hasta hace poco integrante del gabinete como ministro de asuntos estratégicos. Todo eso se expresa en su política externa, que, bien se sabe, es reflejo de la política interna, la cual con Lula se basa en tres premisas: multilateralismo, defensa de la democracia y respeto a la diversidad. Sin embargo, Brasil padece serios problemas estructurales relacionados con su propio eje del mal: pobreza, narcotráfico y corrupción. Nos referimos a esto en “Brasil y sus fantasmas” (Claves nº 162, agosto de 2007). No extrañen los contrastes: en este país existe un factor de poder del calibre de la Federación de Industrias del Estado de San Pablo, conviviendo con el Movimiento de los Sin Tierra o el Primer Comando de la Capital.

Los expertos consideran que Brasil ha tomado decisiones trascendentes, coherentes y perseverantes, y la suerte también tuvo que ver. Por caso el traslado de la corte lusitana al subcontinente en ocasión de la invasión francesa a la península ibérica, lo cual le permitió a Brasil organizarse territorial y administrativamente y aprender la fina diplomacia de la Casa de Braganza, preservándose de paso de las cruentas luchas hispanoamericanas posteriores a la decisiva batalla de Ayacucho. Otra, más cercana, fue la adhesión a la causa de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, lo cual habilitó su buena onda con Estados Unidos, que ningún gobierno norteamericano echó al olvido. Se podría decir que hubo suerte en el reciente descubrimiento de los yacimientos petrolíferos en el área Tupí, frente al estado de San Pablo en el subsuelo atlántico; suerte tal vez, pero también resultado de un proyecto nacional iniciado a principios de los ’80, mediante el cual Brasil apuntaba a ser constructor de plataformas off-shore, que lo es y muy importante en momentos en que Petrobras cotiza en bolsa un valor superior al PBI argentino. A la par apuesta fuerte en biocombustibles, ha reactivado su programa nuclear reflotando el proyecto Angra 3 “porque es energía limpia y segura” (Lula dixit), que incluye la construcción en talleres propios del primer submarino nuclear latinoamericano.

Esta breve descripción de la realidad actual brasileña recuerda a los Estados Unidos de fines del siglo XIX: Brasil está saliendo al mundo a proyectar su hegemonía regional de la mano de Lula a principios del siglo XXI. Para eso, después de ordenar su casa, necesita acomodarse en un vecindario díscolo, históricamente ligado-enfrentado a los Estados Unidos, lo cual producirá un choque inevitable con la Casa Blanca, tal como se percibió en el curso de este año. Para tal objetivo estratégico promueve la Unasur (una suerte de OEA suramericana), inspira un Consejo de Defensa para la misma área y regula los tiempos del Mercosur (días pasados el Senado brasileño destrabó por fin la entrada de Venezuela al bloque, restando solo la aprobación del Congreso paraguayo).

La política exterior diseñada por Itamaratí tiene objetivos precisos que coadyuvan a ese posicionamiento y a la condescendencia del resto del subcontinente. Otro objetivo central es el de ocupar un lugar de privilegio en el nuevo esquema de poder, simbolizado en un asiento permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, que no resultará nada fácil y dependerá de la habilidad con que los aspirantes del G 4 (Alemania, Brasil, India y Japón) negocien con Washington, principalmente, y los restantes miembros permanentes.

Brasil apuntaló fuertemente su proyección africana, compitiendo allí de hecho con las ex metrópolis y Estados Unidos; durante su gestión Lula visitó diecisiete países y recibió dieciséis presidentes. Angola y Nigeria son socios de Petrobras, y los negocios se extienden a varios rubros por toda la costa occidental africana.  

Los chispazos con los Estados Unidos se están convirtiendo en confrontación directa en varios planos y eso conlleva riesgos. La recepción brindada en Brasilia al presidente de Irán el pasado octubre y, antes, el cobijo del depuesto Manuel Zelaya en su embajada en Tegucigalpa (sumado al no reconocimiento de las recientes elecciones hondureñas en la última cumbre del Mercosur), exhibe el rigor de la pulseada. Las bases norteamericanas en Colombia se explican antes que en las FARC, el narcotráfico o el mismísimo Chavez, en el rediseño continental de las zonas de influencia y el consecuente acomodo de cargas. Cuestión aún brumosa es saber si el resto aceptará dócilmente cambiar de administrador del patio trasero. De cualquier forma, la alianza estratégica construida pacientemente en el curso del tiempo entre Brasilia y Washington aún posee fundamentos sólidos, esto es una visión parecida acerca del estado del mundo.

Quedan dos preguntas todavía sin respuesta. La primera es cuánto apostará Brasil en su juego estratégico, sabiendo que sus recursos tangibles e intangibles de poder carecen en última instancia del reaseguro de armas nucleares propias (de allí la apuesta por el multilateralismo que inspira su diplomacia de paz). La segunda es qué pasará en el período post Lula que empezará a un año vista. ¿Está Dilma Roussef, ministra de la presidencia y candidata preferida, en condiciones de ganar la presidencia y luego continuar la obra de Da Silva?; ¿podrá con José Serra, el gobernador paulista del PSDB, también firme candidato? Quién sea que gane, Brasil tiene “promedio” suficiente como para mantener la categoría.  

No hay comentarios: