24 de marzo de 2010

¿Qué pasará con Haití?


Claves nº 187 – marzo de 2010

La cruel persistencia de los sismos en nuestro cercano Chile hizo olvidar el ensañamiento de la naturaleza con Haití, en donde las consecuencias del terremoto del 12 de enero pasado, que dejó un tendal de 200 mil muertos e ingentes daños materiales aun considerando las diferencias de escala entre ambos países. No cabe duda que los chilenos se encargarán una vez más de la reconstrucción de Chile, pero de Haití, ¿quién se hará cargo? El caso haitiano parece terminal y plantea la ardua cuestión de los “estados fallidos”, sobre la que se teoriza en centros intelectuales del primer mundo.

Síntesis haitiana.

La República de Haití ocupa la parte occidental de la isla La Española, una superficie de 27.750 km² contando islas adyacentes en la que viven unas diez millones de personas calculadas al año pasado. Existe además una diáspora de casi dos millones, instalados principalmente en Rep. Dominicana, EUA y Canadá. Como se sabe, los otros dos tercios de la isla corresponden a la República Dominicana.

La división de la isla marcó las historias haitiana y dominicana, un caso más de disputas y expoliaciones colonialistas activadas por las principales potencias europeas de entonces. Conquistada por España, perteneció a esa corona desde la llegada misma de Colón; en 1586 el pirata F. Drake saqueó Santo Domingo y la primera consecuencia fue el paulatino despoblamiento del sector occidental que quedó a merced de bucaneros y filibusteros (otras modalidades de la piratería) franceses, quienes una década después empezaron a asentarse en esas costas. Hacia fines del siglo XVII franceses, ingleses y holandeses seguían rapiñando en la región y disputándose sus islas. Finalmente la ocupación francesa se hizo definitiva por el Tratado de Rijswyk (1697), que puso fin a la guerra de Francia contra la Gran Alianza entre España, Inglaterra y las Provincias Unidas. Sumida la población en el más abyecto esclavismo pero parlando en francés, un siglo después empezaron las rebeliones abolicionistas hasta que el legendario Jacques Dessalines proclamó la independencia en 1804, segunda en el continente después de la norteamericana.

En esta brevísima síntesis histórica, cabe señalar que en su transcurso “ocurrió” el siglo XX… arrancando con la primera intervención militar norteamericana en 1915, la resistencia del Ejército Revolucionario de Charlemagne Péralte y su felón asesinato por un marine, el retiro de las tropas invasoras en 1934, una seguidilla de golpes de estado all’uso nostro hasta que en 1957 asumió esa pesadilla llamada François -Papa Doc- Duvalier imponiendo una terrorífica dictadura fetichista que continuó su hijo Jean-Claude Bébé Doc, quien en 1985 escapó del país en un avión militar norteamericano que lo transportó a Francia donde halló asilo. Un Consejo Nacional de Gobierno se hizo cargo del monumental descalabro y luego de varios intentos electorales que incluyó una reforma constitucional, finalmente se pudo convocar a elecciones presidenciales en 1990, ganadas con amplitud por el ex sacerdote Jean Aristide. En septiembre de 1991 fue derrocado por el general Raoul Cédras, pero la presión internacional y la acción de la OEA (en misión encomendada al ex canciller Caputo) posibilitaron su renuncia y su asilo en Panamá en septiembre de 1994, a la vez que se restituía a Aristide en el cargo.  

Naciones Unidas en Haití

Para no fatigar al lector ubicamos una fecha de corte en febrero de 1993, cuando la ONU estableció la Misión de las Naciones Unidas en Haití -UNMIH- operación humanitaria conjunta con la OEA, frustrada principalmente por la falta de cooperación de las fuerzas armadas que se resistían el alejamiento de Cedras. La ubicación del país dentro de la zona estratégica inmediata de los Estados Unidos no fue óbice para que la Casa Blanca endosara la gestión a las Naciones Unidas. Recuérdese que la Carta no previó un mecanismo como el que hoy se conoce con el nombre de Operaciones de Paz en sus distintas variantes; sí incluye el régimen de administración fiduciaria en los capítulos XI, XII y XIII, actualización del sistema de mandatos de la Sociedad de las Naciones, aunque a nadie se le ocurrió hasta el momento encuadrar en ellos el drama haitiano.

Considerando que la inacabable crisis ponía en peligro la paz y la seguridad de la región, el Consejo de Seguridad impulsó la UNMIH desplegando 20 mil hombres. La insuficiencia de esa misión obligó a que entre 1994 y 2001 se complementara con otras tres, que dan cuenta de la dimensión del problema: la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Haití (UNSMIH), la Misión de Transición de las Naciones Unidas en Haití (UNTMIH) y la Misión de Policía de las Naciones Unidas en Haití (MIPONUH). La casi nula concurrencia popular a las elecciones de 2000 (90 % de ausentismo) provocó nueva crisis entre Aristide y una oposición cada vez más abroquelada. El pico de tensión creció hasta fines de 2003 y cuando era inminente un enfrentamiento social generalizado se constituyó el Grupo de los Seis auspiciado por la CARICOM más Canadá, Estados Unidos, Francia, la OEA y la Unión Europea, proponiendo un Plan de Acción Previo, aceptado a regañadientes por el debilitado presidente. Pero el estallido finalmente sobrevino en febrero de 2004 y no cesó hasta que Aristide abandonó el país, asumiendo la presidencia provisional el presidente de la Corte Suprema, Boniface Alexandre. Para frenar la guerra civil, Alexandre requirió asistencia de más tropas de Naciones Unidas, creándose una Fuerza Multinacional Provisional (FMP) por Resolución nº 1529 del Consejo de Seguridad, cuyo objetivo sería reencausar el proceso político tantas veces entorpecido. No fue suficiente. A raíz de un informe del Consejo, el Secretario Kofi Annan recomendó la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), instalada en junio de 2004 para encarar el proceso de redemocratización con intensa asistencia humanitaria en todos los planos. En ese estado de cosas sobrevino el terremoto como un innecesario castigo del cielo.

Estados fallidos

Hace un tiempo expusimos en esta columna sobre la situación de ciertos países que iban adquiriendo una sostenida relevancia internacional después del descalabro soviético. Eso fue antes de que las grandes consultoras internacionales introdujeran el concepto-sigla BRIC (por Brasil, China e India). Pero los estados pivot -así les llamaba Paul Kennedy- no serán solamente esos y hay varios en su lista, en la que Argentina no figura ni a placé (ver Claves nº 131 - septiembre de 2004, “Algo más sobre los estados pivot”). Pues bien, la intelectualidad norteamericana, en particular, también ha debido teorizar sobre los “estados fallidos”, contracara de los otros, a partir de los atentados del 11 S.

El relato sobre la incidencia de la ONU en Haití no fue un mero recurso didáctico. Hay en el mundo países a los que les cuesta conducirse en un plano de “normalidad”, con los recursos humanos y naturales que la providencia les dotó; pero las reales causas de la a-normalidad pueden constatarse con facilidad. Sin embargo, pese a la escasa significancia internacional sus avatares políticos tienen potencial desestabilizador en la región en que se encuentran y tal vez esa sea su revancha histórica.

Para quienes trabajaron el tema, los estados fallidos -o “fracasados”- son los que por incapacidad estatal se han convertido en refugio del terrorismo internacional, del narcotráfico o del tráfico de armamentos. Francis Fukuyama, con cruda praxis anglo-nipona y dejando atrás a los clásicos, considera que “la esencia de la estatalidad es la capacidad última de enviar a alguien con uniforme y pistola para que imponga el cumplimiento de las leyes del Estado”; así de simple.

El economista Eduardo Conesa, en un inquietante trabajo titulado “Los estados fracasados y el caso argentino”, analizó la “Fenomenología del fracaso de la estatalidad argentina” y, señalando rasgos que -a nuestro criterio- se hallan en mayor o menor medida inter alia en Haití, Ruanda, Sudán o Afganistán, constató como causales de la decadencia estatal-nacional fenómenos políticos (guerras, golpes de estado, terrorismo), fenómenos económicos (crisis monetaria, inflación, deuda externa, desocupación, emigración, caída del PBI) y fenómenos sociales producto de la corrupción (cesión de la jurisdicción nacional, malversación de fondos públicos, inseguridad, abandono de la niñez, clientelismo político).

La acción multilateral canalizada a través de Naciones Unidas es hoy por hoy una mínima garantía de contención y expectativas de mejoras para Haití. Los ominosos índices del subdesarrollo humano que exhibe (pobreza extrema, inseguridad, analfabetismo, enfermedades endémicas, infraestructura básica nula) están indicando la imposibilidad de salvación sin asistencia externa. Sin perjuicio de la responsabilidad de su dirigencia -el factor humano es clave para cualquier proyecto nacional- Haití no hallará rumbo si no se lo acompaña para que, sin perjuicio de la obligada asistencia mundial, sean los propios haitianos los constructores de su destino. Todavía las reglas de juego de la política internacional se basan en la igualdad soberana, no intervención, libre determinación y no uso de la fuerza. Tiempo y paciencia, los cambios culturales recién se perciben una generación más tarde.

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