24 de noviembre de 2009

A 20 años de la caída del Muro de Berlín


Claves nº 185 – noviembre de 2009
  
Entre el 9 y 13 de este mes se realizó en la Casa de la Cultura un ciclo conmemorativo “A 20 años de la Caída del Muro de Berlín”, organizado por un novísimo Centro Cultural Alemán - Europeo, entidad en formación, que agrupa a ciudadanos alemanes radicados en Salta por distintos motivos y a descendientes de alemanes nacidos en estas tierras. El autor de esta nota participó en un panel el miércoles 11, titulado “El Mundo después de la caída del Muro”. Lo que sigue es una síntesis de la ponencia.

En este 2009 se conmemoran una serie de acontecimientos relacionados con Alemania, en años curiosamente terminados en nueve. El 1 de septiembre de 1939 Alemania lanzó la Blitzkrieg contra territorio polaco y dos semanas más tarde, tropas de la Unión Soviética ocupaban la región oriental de ese país, mediante una maniobra de pinzas acordada en el pacto secreto V. Molotov - J. Von Ribbentrop. Comenzaba así una de las más trágicas guerras de la historia humana. En 1949 se constituyeron la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana, sancionando la primera su Ley Fundamental aún vigente; ese mismo año se creó la OTAN. En 1969 Willy Brandt asumía el cargo de canciller de la RFA impulsando la Ostpolitik. El 9 de noviembre de 1989, una serie de sucesos internos y externos apuraron la apertura de los pasos de Berlín Oriental y la movilización popular acaba con el muro.

Una novela de enredos: Dios no juega a los dados.

Es aleccionador recordar el largo proceso que culminó en aquel derrumbe, teniendo presente que la “cuestión Berlín” se enmarcaba en la difícil relación soviético-norteamericana propia de la inmediata posguerra: había comenzado la Guerra Fría. Se puede computar más de una docena de acontecimientos significativos desde 1945 a 1989; por razones de espacio referiré solo a algunos de ellos. La chispa inicial saltó en 1947 cuando, por aplicación del Plan Marshall, los aliados occidentales reformaron el sistema monetario en su zona, cambiando el reichmark por el deustchmark. Como se recordará, los cuatro grandes aliados habían dividido Alemania en zonas incluida la ciudad capital. Temerosos del deterioro económico en su área, los rusos bloquearon la ciudad desde junio de 1948 a mayo de 1949, en lo que se conoció como la primera crisis de Berlín, resuelta merced a la eficacia del “puente aéreo” organizado de inmediato desde la otra banda durante ese lapso.

En 1948 los aliados plantearon la necesidad de redefinir el estatus de Berlín mediante el retiro general de ella, lo que desde luego fue rechazado por Moscú. Por el mismo tiempo -1956- se realizó el XXº Congreso del PCUS, comandado por Nikita Kruschev, en el que se propuso el abandono del estalinismo y una etapa de coexistencia con la alianza occidental.

Después de un intento frustrado (Ginebra, 1955), se propuso una nueva cumbre cuatripartita para el mes de mayo de 1960, en París. Días previos a la reunión fue derribado un avión espía U2, hecho denunciado por la delegación soviética en esa misma ocasión causando un nuevo fracaso político. Recientemente asumido a la presidencia en 1961, J.F. Kennedy viaja a Viena para reunirse con Kruschev e intentar un acuerdo de paz para las dos Alemania. Allí el ruso presionó a su par contradictor por el retiro de los aliados de Berlín, sin resultado. Reaccionando por el constante flujo de migrantes berlineses al sector occidental, las autoridades orientales decidieron construir un muro a lo largo de la ciudad en agosto de ese mismo año.

En su discurso inaugural ante el Bundestag en 1969, Brandt anunció el abandono de la Doctrina Hallstein (que impedía vínculos diplomáticos con países que reconocieran a la RDA), iniciando una nueva era de relacionamiento con los países del Pacto de Varsovia. En 1973 se firmó el Tratado Básico para el nuevo relacionamiento bilateral y en septiembre de ese año, ambos estados fueron admitidos como miembros de la ONU.

Siendo presidente Ronald Reagan, EUA pone en marcha la Iniciativa de Defensa Estratégica, cuya presión descoloca a la ya maltrecha economía soviética. Necesitando recuperar la iniciativa política, Gorbachov lanza la perestroika -reestructuración- en 1987, que habilitó el indetenible proceso de apertura democrática en los países de la trascortina, en especial Checoeslovaquia, Hungría y Polonia. Esa marea reformadora terminó incidiendo en la política interna de la RDA, que concluyó con la caída del muro y la unificación alemana. 

Revisando lecturas.

A los efectos de esta ponencia, revisé diarios de aquellos días y algunas notas periodísticas que publiqué en el semanario El Independiente y en el diario Eco del Norte, advirtiendo que en ese entonces presentía que el eje del debate pasaba antes por el destino de la URSS que por la unidad de Alemania, sin que ello implique relativizar en lo más mínimo la potencia del suceso. Por tal motivo recurrí a lecturas lejanas, empezando por el discurso mismo de Willy Brandt al Parlamento (Estrategia nº 4 nov. – dic. / 1969), y dos libros aleccionadores: Entre dos edades: el papel de EUA en la Era Tecnotrónica (Paidós, Bs. As., 1973), de Zbignew Brzezinski, y La Perestroika (Emecé, Bs. As., 1987) de Mijaíl Gorbachov. A veinte años vista sigo pensando que en ambos textos había claves para detectar que -tarde o temprano- la URSS implosionaría y por ende Alemania habría de reunificarse. En ese nuevo tiempo la bisagra histórica sería el fin del socialismo soviético y no necesariamente un orden unipolar, a todas luces estancado.

Presentada la Ostpolitik, quedó explícito en el mensaje de Brandt que la unidad de la nación alemana era cuestión de tiempo. Su asunción como canciller merced al apoyo del FDP, concluyó la Gran Coalición CDU – SDP; la idea era flexibilizar las relaciones con la RDA y los países socialistas vecinos, incluida la URSS, postura que sostenía desde su época de ministro de relaciones exteriores de Kurt Kiesinger. A su vez, en la tercera parte de ese libro escrito en 1970, ZB realiza un análisis minucioso sobre la situación del comunismo en aquellos años de distensión. En el cuarto de cinco capítulos, titulado “El futuro soviético: otros rumbos posibles”, el autor describe cinco situaciones previsibles: la petrificación oligárquica, la evolución pluralista, la adaptación tecnológica, el fanatismo militante y la desintegración política, señalando debilidades y amenazas de un sistema que no soportaría las exigencias económicas de la tecnotrónica.

MG plantea en la primera parte de Perestroika: nuevas ideas para nuestro país y el mundo, los orígenes, su esencia y carácter revolucionario y la praxis de ese proceso, pero dedica bastantes más páginas a la segunda “El pensamiento nuevo y el mundo”. El capítulo VI, referido a la política exterior soviética, definía a Europa como “nuestro hogar común”, considerando que la situación de Berlín fue consecuencia de la agresividad occidental en la inmediata posguerra, y a W. Churchill responsable de la división. En un párrafo afirma categóricamente: “Existen dos estados alemanes, una realidad reconocida por tratados internacionales. […] Lo que se ha formado históricamente es mejor dejarlo a la historia”. Obviamente esta apreciación personal del fenómeno se puede constatar con otras lecturas y datos fácilmente accesibles, antes que por la capacidad vaticinadora de este “observador comprometido”.

La matrioska: de acá en adelante.

Como el juego de las muñecas rusas que encajan unas en otras, la unificación alemana es un proceso dentro de otro más amplio que fue, por cierto, el concluido con la desaparición de la Unión Soviética. Varios sucesos simultáneos estaban en ebullición y cabe tenerlos en cuenta: la inestabilidad interna en la RDA, con el consiguiente fermento popular; la situación polaca, con la desafiante presencia del sindicato Solidaridad, Lech Walesa al frente y un Papa polaco; la pérdida del miedo en Hungría y Checoeslovaquia, dos países que habían sufrido la represión de los tanques rusos en 1956 y 1968; la progresiva entrega alemana a la causa de una Europa que avanzaba sin pausa hacia su unidad (en diciembre de 1991 se firmó en Maastricht el Tratado de la Unión Europea).

Así las cosas, ¿quién arrastró a quién en la caída? En un reportaje a Mijaíl Gorbachov, publicado en la Sección Enfoques de La Nación del 1/11/09, él afirmaba que “esos acontecimientos fueron el resultado de un largo proceso”, como si se tratase de algo que devendría natural y consensuado. Puesto que la unificación alemana era parte de esa “misión”, habría ocurrido en definitiva por los grandes cambios habidos en la URSS. Difícil de creer habida cuenta del abandono casi simultáneo de la reestructuración soviética y su correlato de glasnost –transparencia-.

Es interesante recorrer los diarios de esos días para advertir cómo viejos fantasmas sobrevolaban Europa y cómo las dudas daban paso a las prevenciones, sino rechazos, por parte de algunos líderes occidentales. Por caso, el presidente Bush (p.) apoyó en el acto la patriada, aunque con la incógnita de no saber qué podría pasar en adelante. El historiador Thomas Nipperdey en un artículo titulado “Reflexionando sobre Alemania”, publicado en la revista Humboldt (n° 102) apenas ocurrido lo del muro, aventaba fantasmas asegurando que no se trata de otra Gran Alemania ni del cuarto Reich: “Está integrada en la red de una Europa unida y que cada vez se une más, y en su seguridad, está inmersa también en la distensión entre el Este y el Oeste”, de modo que un estado nacional alemán será una pieza de consolidación no un foco de agitación. (Por mi parte no pude sustraerme de la aprensión de Thomas Mann, expuesta por Claudio Magris en Danubio, cuando el premio Nobel alemán consideraba con escalofrío “la pasión por el orden y esa secreta propensión al caos” de sus compatriotas).       

La historia le ha de reconocer a Helmuth Köhl el mérito de haber asumido la unidad alemana sin vacilación ni dilaciones (contra la opinión de quienes creían mejor hacerlo por etapas), concretada al fin cuando gobierno y parlamento de la RDA adhirieron a ella y al retiro gradual de las tropas soviéticas asentadas en su territorio. A los pocos meses, los primeros efectos: cierre de fábricas ineficientes, despidos, discriminaciones, resentimientos, falta de adaptación, adopción del euro, fueron socavando al gobierno de Köhl hasta que los electores le dieron la espalda en septiembre de 1999, elecciones en que el SPD y el Partido Verde obtienen el 40,9 % de los votos contra el 35,1% de la alianza CDU-CSU, instalándose Gerhard Schröder en la Cancillería.

Diez años exactos después, en septiembre último, lo que parecía un triunfo cómodo para Ángela Merkel (canciller desde 2005) se transformó en un susto: el 33 % de sufragios conseguidos fue la peor elección del CDU desde 1949. Ha debido conceder la vicecancillería al FDP, que a su vez hizo la mejor de su historia, con casi el 14 %.

No solo Alemania sino también Europa deben afrontar el costo financiero de los cambios en la economía más fuerte del continente. Muchos dudan que Merkel tenga respaldo suficiente para disminuir un déficit disparado, aumentar beneficios sociales y bajar impuestos. En Francia, sobre todo, se preguntan cómo compatibilizará un giro liberal en la economía en el contexto de una UE que, ante la crisis financiera mundial, aumentó el proteccionismo.

Para concluir, vuelvo  a Nipperdey: “La patria unida es una esperanza para todos. Nosotros seguiremos siendo como mitades, en lo más íntimo de nuestra alma, mutilados patológicos a uno y otro lado”. Ojalá esa dicotomía no dure tanto tiempo, por Alemania, por Europa y por el Mundo.

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