Claves
nº 185 – noviembre de 2009
Entre el
9 y 13 de este mes se realizó en la
Casa de la
Cultura un ciclo conmemorativo “A 20 años de la Caída del Muro de Berlín”, organizado por un novísimo Centro
Cultural Alemán - Europeo, entidad en
formación, que agrupa a ciudadanos alemanes radicados en Salta por distintos
motivos y a descendientes de alemanes nacidos en estas tierras. El autor de
esta nota participó en un panel el miércoles 11, titulado “El Mundo después
de la caída del Muro”. Lo que sigue es
una síntesis de la ponencia.
En este 2009 se conmemoran una serie de
acontecimientos relacionados con Alemania, en años curiosamente terminados en
nueve. El 1 de septiembre de 1939 Alemania lanzó la Blitzkrieg
contra territorio polaco y dos semanas más tarde, tropas de la Unión Soviética
ocupaban la región oriental de ese país, mediante una maniobra de pinzas
acordada en el pacto secreto V. Molotov - J. Von Ribbentrop. Comenzaba así una
de las más trágicas guerras de la historia humana. En 1949 se constituyeron la República Federal
Alemana y la
República Democrática Alemana, sancionando la primera su Ley Fundamental
aún vigente; ese mismo año se creó la OTAN. En 1969 Willy Brandt asumía el cargo de canciller
de la RFA impulsando
la Ostpolitik. El 9 de noviembre de 1989, una serie
de sucesos internos y externos apuraron la apertura de los pasos de Berlín
Oriental y la movilización popular acaba con el muro.
Es aleccionador recordar el largo proceso que
culminó en aquel derrumbe, teniendo presente que la “cuestión Berlín” se
enmarcaba en la difícil relación soviético-norteamericana propia de la
inmediata posguerra: había comenzado la Guerra Fría. Se puede computar más de una docena
de acontecimientos significativos desde 1945 a 1989; por razones de espacio referiré solo
a algunos de ellos. La chispa inicial saltó en 1947 cuando, por aplicación del
Plan Marshall, los aliados occidentales reformaron el sistema monetario en su zona,
cambiando el reichmark por el deustchmark. Como se recordará, los
cuatro grandes aliados habían dividido Alemania en zonas incluida la ciudad
capital. Temerosos del deterioro económico en su área, los rusos bloquearon la
ciudad desde junio de 1948 a
mayo de 1949, en lo que se conoció como la primera crisis de Berlín, resuelta
merced a la eficacia del “puente aéreo” organizado de inmediato desde la otra
banda durante ese lapso.
En 1948 los aliados plantearon la necesidad de
redefinir el estatus de Berlín mediante el retiro general de ella, lo que desde
luego fue rechazado por Moscú. Por el mismo tiempo -1956- se realizó el XXº
Congreso del PCUS, comandado por Nikita Kruschev, en el que se propuso el
abandono del estalinismo y una etapa de coexistencia con la alianza occidental.
Después de un intento frustrado (Ginebra, 1955), se
propuso una nueva cumbre cuatripartita para el mes de mayo de 1960, en París.
Días previos a la reunión fue derribado un avión espía U2, hecho denunciado por
la delegación soviética en esa misma ocasión causando un nuevo fracaso
político. Recientemente asumido a la presidencia en 1961, J.F. Kennedy viaja a
Viena para reunirse con Kruschev e intentar un acuerdo de paz para las dos Alemania.
Allí el ruso presionó a su par contradictor por el retiro de los aliados de
Berlín, sin resultado. Reaccionando por el constante flujo de migrantes berlineses
al sector occidental, las autoridades orientales decidieron construir un muro a
lo largo de la ciudad en agosto de ese mismo año.
En su discurso inaugural ante el Bundestag en 1969,
Brandt anunció el abandono de la Doctrina Hallstein
(que impedía vínculos diplomáticos con países que reconocieran a la RDA), iniciando una nueva era
de relacionamiento con los países del Pacto de Varsovia. En 1973 se firmó el Tratado
Básico para el nuevo relacionamiento bilateral y en septiembre de ese año,
ambos estados fueron admitidos como miembros de la ONU.
Siendo presidente Ronald Reagan, EUA pone en marcha la Iniciativa de Defensa Estratégica,
cuya presión descoloca a la ya maltrecha economía soviética. Necesitando
recuperar la iniciativa política, Gorbachov lanza la perestroika -reestructuración-
en 1987, que habilitó el indetenible proceso de apertura democrática en los
países de la trascortina, en especial
Checoeslovaquia, Hungría y Polonia. Esa marea reformadora terminó incidiendo en
la política interna de la RDA,
que concluyó con la caída del muro y la unificación alemana.
Revisando
lecturas.
A los efectos de esta ponencia, revisé diarios de aquellos
días y algunas notas periodísticas que publiqué en el semanario El Independiente y en el diario Eco del Norte, advirtiendo que en ese
entonces presentía que el eje del debate pasaba antes por el destino de la URSS que por la unidad de
Alemania, sin que ello implique relativizar en lo más mínimo la potencia del
suceso. Por tal motivo recurrí a lecturas lejanas, empezando por el discurso mismo
de Willy Brandt al Parlamento (Estrategia
nº 4 nov. – dic. / 1969), y dos libros aleccionadores: Entre dos edades: el papel de EUA en la Era Tecnotrónica
(Paidós, Bs. As., 1973), de Zbignew Brzezinski, y La
Perestroika (Emecé, Bs. As., 1987) de Mijaíl Gorbachov. A
veinte años vista sigo pensando que en ambos textos había claves para detectar
que -tarde o temprano- la URSS
implosionaría y por ende Alemania habría de reunificarse. En ese nuevo tiempo
la bisagra histórica sería el fin del socialismo soviético y no necesariamente
un orden unipolar, a todas luces estancado.
Presentada la Ostpolitik, quedó explícito en el mensaje de Brandt
que la unidad de la nación alemana era cuestión de tiempo. Su asunción como
canciller merced al apoyo del FDP, concluyó la Gran Coalición CDU
– SDP; la idea era flexibilizar las relaciones con la RDA y los países socialistas
vecinos, incluida la URSS,
postura que sostenía desde su época de ministro de relaciones exteriores de
Kurt Kiesinger. A su vez, en la tercera parte de ese libro escrito en 1970, ZB realiza
un análisis minucioso sobre la situación del comunismo en aquellos años de distensión.
En el cuarto de cinco capítulos, titulado “El futuro soviético: otros rumbos
posibles”, el autor describe cinco situaciones previsibles: la petrificación
oligárquica, la evolución pluralista, la adaptación tecnológica, el fanatismo
militante y la desintegración política, señalando debilidades y amenazas de un
sistema que no soportaría las exigencias económicas de la tecnotrónica.
MG plantea en la primera parte de Perestroika: nuevas ideas para nuestro país
y el mundo, los orígenes, su esencia y carácter revolucionario y la praxis
de ese proceso, pero dedica bastantes más páginas a la segunda “El pensamiento
nuevo y el mundo”. El capítulo VI, referido a la política exterior soviética, definía
a Europa como “nuestro hogar común”, considerando que la situación de Berlín
fue consecuencia de la agresividad occidental en la inmediata posguerra, y a W.
Churchill responsable de la división. En un párrafo afirma categóricamente:
“Existen dos estados alemanes, una realidad reconocida por tratados
internacionales. […] Lo que se ha formado históricamente es mejor dejarlo a la
historia”. Obviamente esta apreciación personal del fenómeno se puede constatar
con otras lecturas y datos fácilmente accesibles, antes que por la capacidad
vaticinadora de este “observador comprometido”.
La matrioska: de acá en adelante.
Como el juego de las muñecas rusas que encajan unas
en otras, la unificación alemana es un proceso dentro de otro más amplio que fue,
por cierto, el concluido con la desaparición de la Unión Soviética.
Varios sucesos simultáneos estaban en ebullición y cabe tenerlos en cuenta: la
inestabilidad interna en la RDA,
con el consiguiente fermento popular; la situación polaca, con la desafiante
presencia del sindicato Solidaridad, Lech Walesa al frente y un Papa polaco; la
pérdida del miedo en Hungría y Checoeslovaquia, dos países que habían sufrido
la represión de los tanques rusos en 1956 y 1968; la progresiva entrega alemana
a la causa de una Europa que avanzaba sin pausa hacia su unidad (en diciembre
de 1991 se firmó en Maastricht el Tratado de la Unión Europea).
Así las cosas, ¿quién arrastró a quién en la caída?
En un reportaje a Mijaíl Gorbachov, publicado en la Sección Enfoques
de La Nación del 1/11/09, él afirmaba que “esos
acontecimientos fueron el resultado de un largo proceso”, como si se tratase de
algo que devendría natural y consensuado. Puesto que la unificación alemana era
parte de esa “misión”, habría ocurrido en definitiva por los grandes cambios
habidos en la URSS. Difícil
de creer habida cuenta del abandono casi simultáneo de la reestructuración
soviética y su correlato de glasnost
–transparencia-.
Es interesante recorrer los diarios de esos días
para advertir cómo viejos fantasmas sobrevolaban Europa y cómo las dudas daban
paso a las prevenciones, sino rechazos, por parte de algunos líderes
occidentales. Por caso, el presidente Bush (p.) apoyó en el acto la patriada,
aunque con la incógnita de no saber qué podría pasar en adelante. El
historiador Thomas Nipperdey en un artículo titulado “Reflexionando sobre
Alemania”, publicado en la revista Humboldt
(n° 102) apenas ocurrido lo del muro, aventaba fantasmas asegurando que no se
trata de otra Gran Alemania ni del cuarto Reich: “Está integrada en la red de
una Europa unida y que cada vez se une más, y en su seguridad, está inmersa
también en la distensión entre el Este y el Oeste”, de modo que un estado
nacional alemán será una pieza de consolidación no un foco de agitación. (Por
mi parte no pude sustraerme de la aprensión de Thomas Mann, expuesta por Claudio
Magris en Danubio, cuando el premio
Nobel alemán consideraba con escalofrío “la pasión por el orden y esa secreta
propensión al caos” de sus compatriotas).
La historia le ha de reconocer a Helmuth Köhl el
mérito de haber asumido la unidad alemana sin vacilación ni dilaciones (contra
la opinión de quienes creían mejor hacerlo por etapas), concretada al fin cuando
gobierno y parlamento de la RDA
adhirieron a ella y al retiro gradual de las tropas soviéticas asentadas en su
territorio. A los pocos meses, los primeros efectos: cierre de fábricas
ineficientes, despidos, discriminaciones, resentimientos, falta de adaptación, adopción
del euro, fueron socavando al gobierno de Köhl hasta que los electores le
dieron la espalda en septiembre de 1999, elecciones en que el SPD y el Partido
Verde obtienen el 40,9 % de los votos contra el 35,1% de la alianza CDU-CSU,
instalándose Gerhard Schröder en la Cancillería.
Diez años exactos después, en septiembre último, lo
que parecía un triunfo cómodo para Ángela Merkel (canciller desde 2005) se
transformó en un susto: el 33 % de sufragios conseguidos fue la peor elección
del CDU desde 1949. Ha
debido conceder la vicecancillería al FDP, que a su vez hizo la mejor de su
historia, con casi el 14 %.
No solo Alemania sino también Europa deben afrontar
el costo financiero de los cambios en la economía más fuerte del continente.
Muchos dudan que Merkel tenga respaldo suficiente para disminuir un déficit
disparado, aumentar beneficios sociales y bajar impuestos. En Francia, sobre
todo, se preguntan cómo compatibilizará un giro liberal en la economía en el contexto
de una UE que, ante la crisis financiera mundial, aumentó el proteccionismo.
Para concluir, vuelvo a Nipperdey: “La patria unida es una
esperanza para todos. Nosotros seguiremos siendo como mitades, en lo más íntimo
de nuestra alma, mutilados patológicos a uno y otro lado”. Ojalá esa dicotomía
no dure tanto tiempo, por Alemania, por Europa y por el Mundo.
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