Claves nº 195 – Noviembre 2010
El siguiente fue el discurso pronunciado por el autor en el acto de
cierre del XXII Congreso Argentino de
Derecho Internacional “Argentina y su proyección latinoamericana en el Bicentenario
de la Revolución de Mayo”, realizado en nuestra ciudad los días 21, 22 y 23
de octubre pasados, coorganizado por la Universidad Católica de Salta y la
Asociación Argentina de Derecho Internacional.
La advocación “Argentina y su proyección
latinoamericana en el año del Bicentenario de la Revolución de Mayo” posee
significativo valor en sí misma. En la inauguración de este Congreso hemos
escuchado una disertación sobre “La
presencia de Salta en la construcción política del Estado Nacional Argentino”,
o, lo que es lo mismo, los aportes de las provincias del NOA en el largo,
complejo y cruento proceso de la independencia nacional y de nuestra
organización institucional hasta avanzado el siglo XIX. Luego del inevitable
recurso de las armas siguió la confrontación de ideas. Recurriendo a T.
Halperín Donghi[1]
podemos decir que hoy –como entre 1840 y 1880- “[…] el progreso argentino es la encarnación en el cuerpo de la nación de lo
que comenzó por ser un proyecto formulado en los escritos de algunos
argentinos, cuya única arma política era
su superior clarividencia”. Casi seguro podría decir lo mismo un
historiador de cualquier país hispanoparlante respecto del suyo, en una época
en que resulta imprescindible renovar la clarividencia para interpretar la
realidad actual en función del conjunto suramericano. De tal modo, la
disertación inicial de la Dra. Marta de la Cuesta y las consideraciones de
quien les habla, pretenden cerrar un círculo que anuda pasado, presente y
futuro, aprovechando los aportes habidos en este Congreso.
Pasada la primera década del siglo XXI, ya
podemos percibir cómo se van reacomodando las piezas en el tablero de la
política internacional. El bipolarismo político y estratégico y aquel
unipolarismo autoasumido, ambos de la segunda mitad del pasado “siglo corto”,
han durado lo que un suspiro. Una vez más se comprueba que el mundo no se
acomodó a cada doctrina de los Estados, sino que éstas se adecuaron a los
hechos. En el nuevo multipolarismo que se avecina, los bloques regionales han
de tener un protagonismo especial y más que nunca necesitaremos de las reglas
del derecho internacional, las únicas que pueden poner en dique las
pretensiones hegemónicas que tantas veces han ocasionado a la humanidad
sufrimientos indecibles, como bien sabemos. El camino abierto está plagado de
dificultades y acechanzas pero, a pesar de ello, hacen de nuestro tiempo una
oportunidad inmejorable para exhibir lo mejor de la naturaleza humana. Un “planeta
sediento y con recursos menguantes” (como describe Michael T. Klare), en el
cual dos tercios de la población están sumidos en una abyecta pobreza, y donde
el desaforado capital financiero ocasiona más daños que las guerras, con
multinacionales delictivas que corrompen y aterrorizan, no resulta el sitio del
universo más apropiado para las generaciones venideras. ¿Qué herencia
recibirán, pues, nuestros hijos y nietos? Esta cruda descripción no debe
amedrentarnos; por el contrario, como cultores del derecho internacional nos
debe inspirar y ayudar a encontrar las herramientas necesarias para revertir lo
negativo.
En semejante contexto nos pareció
apropiado recordar el pensamiento de Alberto Methol Ferré, integrante ilustre
de una pléyade intelectual de “superior clarividencia” que, a 200 años de la
independencia hispanoamericana, nos insta a pensar el mediano y largo plazos
con una visión superadora e integral de todos los sucesos –los esplendorosos y
los oscuros- de nuestras historias particulares. De hecho, no se trata solo de Methol sino también de las
fuentes en las que él abrevó como historiador, geopolítico, filósofo, teólogo y
docente.
El pensamiento y obra de Methol Ferré
quedó plasmado en centenares de trabajos, libros, conferencias, en sus trajines
políticos, en revistas paradigmáticas como Nexo
y Vísperas[2]. Conocedor y continuador
de sus connacionales José Enrique Rodó, Luis Alberto de Herrera, Eduardo V.
Haedo, de nuestros Alberdi y Manuel Ugarte, de los peruanos Francisco García
Calderón y Víctor Haya de la Torre, por citar apenas un puñado de los que él
reconocía como los iniciadores del “pensamiento nacional” sudamericano.
Methol Ferré, un decidido constructor de
unidad, falleció en su ciudad natal, Montevideo, el 15 de noviembre de 2009. A
casi un año de su deceso, nos sigue advirtiendo acerca de la necesidad de
sellar el destino iberoamericano, en un mundo que nos obliga a hacerlo y a la
mayor brevedad. Cumplió un papel que iba más allá del observador comprometido;
y, como lo describió Mario Casalla[3], fue a la vez intelectual
e ideólogo, “es decir alguien que piensa los problemas con visión y proyección
política […]”. Methol pensó, escribió y polemizó desde las circunstancias en
que le tocó vivir, a partir de tres caracteres condicionantes: era uruguayo,
católico y provenía del “pensamiento nacional” propuesto a nivel continental.
Empecemos con la conditio uruguaya, sine qua
non para su ideario continentalista, que plasmó para siempre con la
publicación, en 1967, de El Uruguay como
problema[4] (uno
de esos pequeños grandes libros que ocupan poco lugar en la biblioteca y mucho
en la cabeza del lector, dirá A. Jauretche en el prólogo a la edición argentina
de 1971), obra que lo acredita como profundo conocedor de la historia uruguaya
y también de la de cada una de las Provincias Unidas[5]. Ese ensayo arrancaba con
un convencimiento expresado en una ya clásica frase: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la
incertidumbre de su destino afecta y contamina de modo inexorable y radical al
sistema de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia”.
Con ese texto, produjo un giro copernicano en el pensamiento “oficial” de su
país, en tanto proclamó que había que soterrar la estrategia de aquel Lord John
Ponsonby, instigador de la muerte de Dorrego e ideólogo del estado-tapón
neutral, Suiza latinoamericana, pero cuña británica entre Argentina y Brasil en
la puerta misma de la Cuenca del Plata. Seguir sosteniendo ese esquema
equivocado conspiraba contra la unidad de Suramérica. Uruguay no debía ser un estado
solitario sino un puente entre sus incómodos y muchas veces impredecibles
gigantes vecinos, para sumarse a la aún inconclusa Patria Grande. A la postre,
era esa la mejor manera de sostener y garantizar la independencia que siempre
desveló a la dirigencia uruguaya. Asumida esa nueva estrategia, lo demás se
daría por añadidura; por eso celebró con tanto entusiasmo la concreción del
Mercosur, a pesar de la morosidad de los gobiernos en terminar de armarlo.
Refiramos ahora a su catolicismo
posconciliar asumido con convicción a partir de su conversión en 1949,
influenciado -como narra Luis Vignolo[6]- por Gilbert Chesterton,
Étienne Gilson y Jacques Maritain. Hasta los últimos días de su vida fue hombre
de consulta del Consejo Episcopal Latinoamericano y uno de los primeros en
escribir sobre la contradicción entre las iglesias ricas de los países
centrales y las iglesias pobres del tercer mundo. Asesor y luego Secretario del
Departamento de Laicos del CELAM, llegó a miembro del Consejo Teológico
Pastoral, a pesar de su formación autodidacta. En 1978 escribió Puebla: procesos y tensiones, razón por
la cual, cuando en enero-febrero de 1979 se realizó en esa ciudad mejicana la
3ª Conferencia General del CELAM, le tocó redactar la introducción al famoso
documento.
Publicó libros y trabajos en los que
brindó sus conocimientos teológicos -“tomista silvestre, sin academia ni
seminario”, se autodefinía- y analizó con rigor la realidad de la iglesia latinoamericana (MF
estaba seguro que ella vivía un tiempo de transición de la iglesia reflejo a la iglesia
fuente, que él describió). El libro-reportaje realizado con el periodista
italiano Alver Metalli refleja sus más auténticas reflexiones[7]. Teniendo como referente a
Mons. Lucio Gera, para muchos el más relevante teólogo argentino del siglo XX,
bregó por una teología de la liberación basada en la religiosidad popular, en
la opción preferencial por los pobres, acentuando en la historia y cultura
latinoamericanas. Su aporte a la teología católica latinoamericana quedó resumido
en este trazo de Metalli, refiriendo al trabajo de Methol y de otros teólogos
de la región en el ámbito del CELAM: “Los
puntos en común [eran]: la
integración de América Latina, el vínculo con el pueblo católico y con los
lugares de religiosidad popular, una idea de cultura cuyo centro es la visión
cristiana del hombre, la revalorización de la Doctrina Social de la Iglesia en
clave antropológica y social, la percepción de un nuevo adversario histórico,
ya no el ateísmo de connotaciones mesiánicas sino con una irreligiosidad
profunda, extendida y persuasiva que Methol Ferré llama, con un término suyo,
el ateísmo libertino”.
Por último hablemos de su ideario
geopolítico, de esa aparente contraditio
in terminis que supone el nacionalismo continental respecto de lo nacional
a secas, desde el impacto que le causó un artículo del Gral. J.D. Perón
publicado en 1951 en el diario Democracia
con el seudónimo Descartes y el posterior
discurso pronunciado en la Escuela de Guerra en noviembre de 1953. La idea de
los estados continentales, expuesta por Methol, es el resultado de largas
observaciones que la confirman a partir de
la caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética. Todo
ello está expresado en el libro Los
Estados Continentales y el Mercosur.
Methol Ferré entendió que el modo más
seguro de construir la unidad sudamericana empezaba con un entendimiento básico
entre Argentina y Brasil (cuya entidad asimilaba al franco-germano para la
construcción europea), empezado con aquellas primeras conversaciones y acuerdos
entre los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney. Cuando se lee la cantidad de
notas que dedicó al asunto, uno puede imaginar el tedio que le habrá producido
ser testigo de la morosidad gubernamental. Este acuerdo –al que adhería con
fervor de padre de criatura- representaba para él una nueva lógica histórica que a su vez implica nuevas lógicas culturales[8]. Percibió con lucidez la
evolución de los bloques continentales analizando autores de distintas épocas,
por ejemplo, el Alberdi de El crimen de
la guerra, con su visión del pueblo-mundo, Federico Ratzel y los estados
continentales industriales, y H. Kissinger y B. Brzezinski con la Trilateral Comission. El Mercosur y
ahora la UNASUR son claros intentos de participar en la conformación del poder
mundial y su nuevo esquema de seguridad de la primera mitad de este siglo.
Se entusiasmó cuando los cuatro socios
sellaron el acuerdo de Ouro Preto para institucionalizar el Mercosur, en
diciembre de 1994. En el ensayo titulado “La batalla por América Latina”[9], sostuvo que -aunque no se
lo diga- todos entienden que América del
Sur es la unidad realizable de América Latina y que la “La batalla por
América latina es la de América del Sur”. En esa idea, Uruguay no debía ser
tapón entre Argentina y Brasil sino un puente entre ambos, al que había que
agregar a Bolivia y Paraguay, en tanto integrantes de la Cuenca del Plata (otro
gran acuerdo de integración poco desplegado).
Cuando en los años 70 se aceleró el
debate acerca de la necesidad de profundizar las experiencias integracionistas
(uno de cuyos efectos fue apenas la mutación de ALALC a ALADI), en lo personal
nos identificábamos con quienes consideraban como paso previo e insoslayable la
integración nacional física, espiritual y productiva, para hacer viable una
integración regional basada en la eficiencia relativa y la eficacia selectiva
de las economías particulares: la suma de pobrezas –sosteníamos- nunca lograría
constituir una riqueza. Hoy, la integración ya no se discute, es la consecuencia
de la globalización, el devenir histórico la acelera no obstante la inoperancia
o ineficiencia de las dirigencias (toda dirigencia, no solo la política). Pero
también sigue claro que las asimetrías entre nuestros países y las existentes dentro
de cada uno de ellos, están indicando que algo no salió bien o directamente no
se realizó. Tal vez por eso las provincias del Norte Grande argentino y sus
pares de las áreas vecinas de Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Perú, desde
hace años vienen buscando modos de aproximarse para convivir usando la paradiplomacia para procurarse
soluciones que en los planos nacionales llegan tarde o no llegan nunca, por
distintas circunstancias.
En horas decisivas en las que se juega
el destino de millones de personas, pensemos lo que significaría para la enorme
superficie que abarca, por ejemplo, la región de la ZICOSUR, el aprovechamiento
integral del Río Bermejo, incluyendo canales de riego[10] y de navegación que la
conecten a la autovía Paraná-Paraguay, el aprovechamiento del acuífero
Yrendá-Toba-Tarijeño, o la definitiva recuperación de los miles de kilómetros
del FFCC Belgrano en esta parte del país, para sacar nuestra producción por
Antofagasta, Mejillones o Iquique. Lo cierto es que las nuestras son áreas
periféricas del “cuerno de oro” del Mercosur y esa circunstancia genera hasta
riesgos político-institucionales.
El abrirnos y brindarnos a los países
hermanos, integrarnos con ello, no implica sumarnos a esa gran empresa
continental que reclamaba MF, desprovistos de un proyecto nacional. De ningún
modo un proyecto nacional solidario, responsable, equilibrado, unificador, es
incompatible con el otro; urge trabajarlos en paralelo. Basta revisar la
experiencia de la UE para darse cuenta que son dos caras de la misma moneda. Se
habló mucho del proyecto argentino en este año del Bicentenario, pero tal vez
la miopía o incapacidad de dirigencias atadas a los beneficios del corto plazo
impiden avanzar en ambos sentidos. ¿Qué le aprovecha más a la Argentina y a los
países hermanos: un tren de alta velocidad que circule entre Buenos Aires,
Rosario y Córdoba, o un FFCC Belgrano transversal que una el Pacífico con el
Atlántico a través del NOA y del NEA?
Resulta difícil abarcar en un pantallazo
toda la variedad y riqueza de la producción intelectual de MF. Se podrá estar
de acuerdo con él en todo o en parte, o no estarlo de ningún modo, pero no se
lo puede ignorar. Estamos, sí, seguros de que cuando se alcance la meta le
estaremos debiendo mucho.
[1] Proyecto y construcción de una Nación (1846-1880), Biblioteca del
Pensamiento Argentino, Emecé, Buenos Aires, 2007.
[2] La mayor parte de su
producción intelectual puede consultarse en el sitio www.metholferre.com.
[3] “Alberto Methol Ferré:
el uruguayo perfecto”, Revista Claves
nº 186, diciembre 2009, Salta.
[4] En versión PDF, Electroneurobiología, vol. 15
(5), pp. 3-104, 2007.
[5] Methol Ferré, A., Entre la Triple Alianza y el Mercosur,
en www.metholferre.com, artículos.
[6] Itinerario de un uruguayo latinoamericano y universal, en
www.mercosurabc.com.ar.
[7] La América Latina del siglo XXI, Alberto Methol Ferré y Alver
Metalli, Edhasa, Buenos Aires, 2006.
[8] Methol Ferré, A., Mercosur: una nueva lógica histórica, en
www.patriada.com.uy.
[9] Revista Argentina de Estudios Estratégicos, nº 16, julio de 1997,
Buenos Aires.
[10] Con ese riego, podrían
incorporarse a la actividad productiva 1.500.000 de hectáreas solo en el chaco salteño.
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