24 de noviembre de 2010

Alberto Methol Ferré, Constructor de Unidad


Claves nº 195 – Noviembre 2010

El siguiente fue el discurso pronunciado por el autor en el acto de cierre del XXII Congreso Argentino de Derecho Internacional “Argentina y su proyección latinoamericana en el Bicentenario de la Revolución de Mayo”, realizado en nuestra ciudad los días 21, 22 y 23 de octubre pasados, coorganizado por la Universidad Católica de Salta y la Asociación Argentina de Derecho Internacional.

Señoras y señores:

La advocación “Argentina y su proyección latinoamericana en el año del Bicentenario de la Revolución de Mayo” posee significativo valor en sí misma. En la inauguración de este Congreso hemos escuchado una disertación sobre “La presencia de Salta en la construcción política del Estado Nacional Argentino”, o, lo que es lo mismo, los aportes de las provincias del NOA en el largo, complejo y cruento proceso de la independencia nacional y de nuestra organización institucional hasta avanzado el siglo XIX. Luego del inevitable recurso de las armas siguió la confrontación de ideas. Recurriendo a T. Halperín Donghi[1] podemos decir que hoy –como entre 1840 y 1880- “[…] el progreso argentino es la encarnación en el cuerpo de la nación de lo que comenzó por ser un proyecto formulado en los escritos de algunos argentinos, cuya única arma política era su superior clarividencia”. Casi seguro podría decir lo mismo un historiador de cualquier país hispanoparlante respecto del suyo, en una época en que resulta imprescindible renovar la clarividencia para interpretar la realidad actual en función del conjunto suramericano. De tal modo, la disertación inicial de la Dra. Marta de la Cuesta y las consideraciones de quien les habla, pretenden cerrar un círculo que anuda pasado, presente y futuro, aprovechando los aportes habidos en este Congreso.

Pasada la primera década del siglo XXI, ya podemos percibir cómo se van reacomodando las piezas en el tablero de la política internacional. El bipolarismo político y estratégico y aquel unipolarismo autoasumido, ambos de la segunda mitad del pasado “siglo corto”, han durado lo que un suspiro. Una vez más se comprueba que el mundo no se acomodó a cada doctrina de los Estados, sino que éstas se adecuaron a los hechos. En el nuevo multipolarismo que se avecina, los bloques regionales han de tener un protagonismo especial y más que nunca necesitaremos de las reglas del derecho internacional, las únicas que pueden poner en dique las pretensiones hegemónicas que tantas veces han ocasionado a la humanidad sufrimientos indecibles, como bien sabemos. El camino abierto está plagado de dificultades y acechanzas pero, a pesar de ello, hacen de nuestro tiempo una oportunidad inmejorable para exhibir lo mejor de la naturaleza humana. Un “planeta sediento y con recursos menguantes” (como describe Michael T. Klare), en el cual dos tercios de la población están sumidos en una abyecta pobreza, y donde el desaforado capital financiero ocasiona más daños que las guerras, con multinacionales delictivas que corrompen y aterrorizan, no resulta el sitio del universo más apropiado para las generaciones venideras. ¿Qué herencia recibirán, pues, nuestros hijos y nietos? Esta cruda descripción no debe amedrentarnos; por el contrario, como cultores del derecho internacional nos debe inspirar y ayudar a encontrar las herramientas necesarias para revertir lo negativo.
En semejante contexto nos pareció apropiado recordar el pensamiento de Alberto Methol Ferré, integrante ilustre de una pléyade intelectual de “superior clarividencia” que, a 200 años de la independencia hispanoamericana, nos insta a pensar el mediano y largo plazos con una visión superadora e integral de todos los sucesos –los esplendorosos y los oscuros- de nuestras historias particulares. De hecho, no  se trata solo de Methol sino también de las fuentes en las que él abrevó como historiador, geopolítico, filósofo, teólogo y docente.

El pensamiento y obra de Methol Ferré quedó plasmado en centenares de trabajos, libros, conferencias, en sus trajines políticos, en revistas paradigmáticas como Nexo y Vísperas[2]. Conocedor y continuador de sus connacionales José Enrique Rodó, Luis Alberto de Herrera, Eduardo V. Haedo, de nuestros Alberdi y Manuel Ugarte, de los peruanos Francisco García Calderón y Víctor Haya de la Torre, por citar apenas un puñado de los que él reconocía como los iniciadores del “pensamiento nacional” sudamericano.

Methol Ferré, un decidido constructor de unidad, falleció en su ciudad natal, Montevideo, el 15 de noviembre de 2009. A casi un año de su deceso, nos sigue advirtiendo acerca de la necesidad de sellar el destino iberoamericano, en un mundo que nos obliga a hacerlo y a la mayor brevedad. Cumplió un papel que iba más allá del observador comprometido; y, como lo describió Mario Casalla[3], fue a la vez intelectual e ideólogo, “es decir alguien que piensa los problemas con visión y proyección política […]”. Methol pensó, escribió y polemizó desde las circunstancias en que le tocó vivir, a partir de tres caracteres condicionantes: era uruguayo, católico y provenía del “pensamiento nacional” propuesto a nivel continental.

Empecemos con la conditio uruguaya, sine qua non para su ideario continentalista, que plasmó para siempre con la publicación, en 1967, de El Uruguay como problema[4] (uno de esos pequeños grandes libros que ocupan poco lugar en la biblioteca y mucho en la cabeza del lector, dirá A. Jauretche en el prólogo a la edición argentina de 1971), obra que lo acredita como profundo conocedor de la historia uruguaya y también de la de cada una de las Provincias Unidas[5]. Ese ensayo arrancaba con un convencimiento expresado en una ya clásica frase: “El Uruguay es la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur, y la incertidumbre de su destino afecta y contamina de modo inexorable y radical al sistema de relaciones establecido entre Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia”. Con ese texto, produjo un giro copernicano en el pensamiento “oficial” de su país, en tanto proclamó que había que soterrar la estrategia de aquel Lord John Ponsonby, instigador de la muerte de Dorrego e ideólogo del estado-tapón neutral, Suiza latinoamericana, pero cuña británica entre Argentina y Brasil en la puerta misma de la Cuenca del Plata. Seguir sosteniendo ese esquema equivocado conspiraba contra la unidad de Suramérica. Uruguay no debía ser un estado solitario sino un puente entre sus incómodos y muchas veces impredecibles gigantes vecinos, para sumarse a la aún inconclusa Patria Grande. A la postre, era esa la mejor manera de sostener y garantizar la independencia que siempre desveló a la dirigencia uruguaya. Asumida esa nueva estrategia, lo demás se daría por añadidura; por eso celebró con tanto entusiasmo la concreción del Mercosur, a pesar de la morosidad de los gobiernos en terminar de armarlo.

Refiramos ahora a su catolicismo posconciliar asumido con convicción a partir de su conversión en 1949, influenciado -como narra Luis Vignolo[6]- por Gilbert Chesterton, Étienne Gilson y Jacques Maritain. Hasta los últimos días de su vida fue hombre de consulta del Consejo Episcopal Latinoamericano y uno de los primeros en escribir sobre la contradicción entre las iglesias ricas de los países centrales y las iglesias pobres del tercer mundo. Asesor y luego Secretario del Departamento de Laicos del CELAM, llegó a miembro del Consejo Teológico Pastoral, a pesar de su formación autodidacta. En 1978 escribió Puebla: procesos y tensiones, razón por la cual, cuando en enero-febrero de 1979 se realizó en esa ciudad mejicana la 3ª Conferencia General del CELAM, le tocó redactar la introducción al famoso documento.

Publicó libros y trabajos en los que brindó sus conocimientos teológicos -“tomista silvestre, sin academia ni seminario”, se autodefinía- y analizó con rigor la  realidad de la iglesia latinoamericana (MF estaba seguro que ella vivía un tiempo de transición de la iglesia reflejo a la iglesia fuente, que él describió). El libro-reportaje realizado con el periodista italiano Alver Metalli refleja sus más auténticas reflexiones[7]. Teniendo como referente a Mons. Lucio Gera, para muchos el más relevante teólogo argentino del siglo XX, bregó por una teología de la liberación basada en la religiosidad popular, en la opción preferencial por los pobres, acentuando en la historia y cultura latinoamericanas. Su aporte a la teología católica latinoamericana quedó resumido en este trazo de Metalli, refiriendo al trabajo de Methol y de otros teólogos de la región en el ámbito del CELAM: “Los puntos en común [eran]: la integración de América Latina, el vínculo con el pueblo católico y con los lugares de religiosidad popular, una idea de cultura cuyo centro es la visión cristiana del hombre, la revalorización de la Doctrina Social de la Iglesia en clave antropológica y social, la percepción de un nuevo adversario histórico, ya no el ateísmo de connotaciones mesiánicas sino con una irreligiosidad profunda, extendida y persuasiva que Methol Ferré llama, con un término suyo, el ateísmo libertino”.   

Por último hablemos de su ideario geopolítico, de esa aparente contraditio in terminis que supone el nacionalismo continental respecto de lo nacional a secas, desde el impacto que le causó un artículo del Gral. J.D. Perón publicado en 1951 en el diario Democracia con el seudónimo Descartes y el posterior discurso pronunciado en la Escuela de Guerra en noviembre de 1953. La idea de los estados continentales, expuesta por Methol, es el resultado de largas observaciones que la confirman a partir de  la caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética. Todo ello está expresado en el libro Los Estados Continentales y el Mercosur.

Methol Ferré entendió que el modo más seguro de construir la unidad sudamericana empezaba con un entendimiento básico entre Argentina y Brasil (cuya entidad asimilaba al franco-germano para la construcción europea), empezado con aquellas primeras conversaciones y acuerdos entre los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney. Cuando se lee la cantidad de notas que dedicó al asunto, uno puede imaginar el tedio que le habrá producido ser testigo de la morosidad gubernamental. Este acuerdo –al que adhería con fervor de padre de criatura- representaba para él una nueva lógica histórica que a su vez implica nuevas lógicas culturales[8]. Percibió con lucidez la evolución de los bloques continentales analizando autores de distintas épocas, por ejemplo, el Alberdi de El crimen de la guerra, con su visión del pueblo-mundo, Federico Ratzel y los estados continentales industriales, y H. Kissinger y B. Brzezinski con la Trilateral Comission. El Mercosur y ahora la UNASUR son claros intentos de participar en la conformación del poder mundial y su nuevo esquema de seguridad de la primera mitad de este siglo.

Se entusiasmó cuando los cuatro socios sellaron el acuerdo de Ouro Preto para institucionalizar el Mercosur, en diciembre de 1994. En el ensayo titulado “La batalla por América Latina”[9], sostuvo que -aunque no se lo diga- todos entienden que América del Sur es la unidad realizable de América Latina y que la “La batalla por América latina es la de América del Sur”. En esa idea, Uruguay no debía ser tapón entre Argentina y Brasil sino un puente entre ambos, al que había que agregar a Bolivia y Paraguay, en tanto integrantes de la Cuenca del Plata (otro gran acuerdo de integración poco desplegado).

Cuando en los años 70 se aceleró el debate acerca de la necesidad de profundizar las experiencias integracionistas (uno de cuyos efectos fue apenas la mutación de ALALC a ALADI), en lo personal nos identificábamos con quienes consideraban como paso previo e insoslayable la integración nacional física, espiritual y productiva, para hacer viable una integración regional basada en la eficiencia relativa y la eficacia selectiva de las economías particulares: la suma de pobrezas –sosteníamos- nunca lograría constituir una riqueza. Hoy, la integración ya no se discute, es la consecuencia de la globalización, el devenir histórico la acelera no obstante la inoperancia o ineficiencia de las dirigencias (toda dirigencia, no solo la política). Pero también sigue claro que las asimetrías entre nuestros países y las existentes dentro de cada uno de ellos, están indicando que algo no salió bien o directamente no se realizó. Tal vez por eso las provincias del Norte Grande argentino y sus pares de las áreas vecinas de Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Perú, desde hace años vienen buscando modos de aproximarse para convivir usando la paradiplomacia para procurarse soluciones que en los planos nacionales llegan tarde o no llegan nunca, por distintas circunstancias.

En horas decisivas en las que se juega el destino de millones de personas, pensemos lo que significaría para la enorme superficie que abarca, por ejemplo, la región de la ZICOSUR, el aprovechamiento integral del Río Bermejo, incluyendo canales de riego[10] y de navegación que la conecten a la autovía Paraná-Paraguay, el aprovechamiento del acuífero Yrendá-Toba-Tarijeño, o la definitiva recuperación de los miles de kilómetros del FFCC Belgrano en esta parte del país, para sacar nuestra producción por Antofagasta, Mejillones o Iquique. Lo cierto es que las nuestras son áreas periféricas del “cuerno de oro” del Mercosur y esa circunstancia genera hasta riesgos político-institucionales.

El abrirnos y brindarnos a los países hermanos, integrarnos con ello, no implica sumarnos a esa gran empresa continental que reclamaba MF, desprovistos de un proyecto nacional. De ningún modo un proyecto nacional solidario, responsable, equilibrado, unificador, es incompatible con el otro; urge trabajarlos en paralelo. Basta revisar la experiencia de la UE para darse cuenta que son dos caras de la misma moneda. Se habló mucho del proyecto argentino en este año del Bicentenario, pero tal vez la miopía o incapacidad de dirigencias atadas a los beneficios del corto plazo impiden avanzar en ambos sentidos. ¿Qué le aprovecha más a la Argentina y a los países hermanos: un tren de alta velocidad que circule entre Buenos Aires, Rosario y Córdoba, o un FFCC Belgrano transversal que una el Pacífico con el Atlántico a través del NOA y del NEA?

Resulta difícil abarcar en un pantallazo toda la variedad y riqueza de la producción intelectual de MF. Se podrá estar de acuerdo con él en todo o en parte, o no estarlo de ningún modo, pero no se lo puede ignorar. Estamos, sí, seguros de que cuando se alcance la meta le estaremos debiendo mucho.


[1] Proyecto y construcción de una Nación (1846-1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Emecé, Buenos Aires, 2007.
[2] La mayor parte de su producción intelectual puede consultarse en el sitio www.metholferre.com.
[3] “Alberto Methol Ferré: el uruguayo perfecto”, Revista Claves nº 186, diciembre 2009, Salta.
[4] En versión PDF, Electroneurobiología, vol. 15 (5), pp. 3-104, 2007.
[5] Methol Ferré, A., Entre la Triple Alianza y el Mercosur, en www.metholferre.com, artículos.
[6] Itinerario de un uruguayo latinoamericano y universal, en www.mercosurabc.com.ar.
[7] La América Latina del siglo XXI, Alberto Methol Ferré y Alver Metalli, Edhasa, Buenos Aires, 2006.
[8] Methol Ferré, A., Mercosur: una nueva lógica histórica, en www.patriada.com.uy.
[9] Revista Argentina de Estudios Estratégicos, nº 16, julio de 1997, Buenos Aires.
[10] Con ese riego, podrían incorporarse a la actividad productiva 1.500.000 de hectáreas solo  en el chaco salteño.

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